Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Anarquía y parlamentarismo

Los parlamentaristas están de fiesta, según ellos, no hay más abstencionistas porque ... Merlino se ha convertido al electoralismo. Creen que los anarquistas siguen ciegamente, como a menudo sucede entre ellos, a este o a aquel hombre; nosotros en cambio consideramos que Merlino se quedará sólo y deberá buscar sus colaboradores fuera del campo anarquista, porque los principios anarquistas se concilian mal con el trabajo sostenido por él. Consta entretanto que hasta ahora ningún anarquista, que yo sepa, ha suscrito las ideas de Merlino.

Merlino niega que la lucha política parlamentaria sea contraria a los principios socialistas-anárquicos.

Entendámonos bien.

Lo que es contrario a nuestros principios es el parlamentarismo, en todas sus formas y gradaciones. Consideramos que la lucha electoral y parlamentaria educa al parlamentarismo y termina por transformar en parlamentaristas a quienes la practican.

Merlino -que parece que todavía se considera anarquista y va haciendo continuas reservas sobre la abolición plena del parlamentarismo y sustenta la fe novísima de la posibilidad de un gobierno que sea servidor del pueblo y al que se pueda despedir cuando no cumpla con su deber o no se tenga más necesidad de su obra- debería ante todo explicarnos cómo sería su anarquía parlamentaria. Hasta ahora el socialismo anarquista, a fin de cuentas, no ha sido sino el socialismo antiparlamentario, ¿por qué, entonces, continuar llamándolo anarquista?

La abstención de los anarquistas no debe confrontarse con la de, por ejemplo, los republicanos. Para éstos, la abstención es una simple cuestión de táctica: se abstienen cuando creen inminente la revolución y no quieren distraer fuerzas de la preparación revolucionaria; votan cuando no tienen nada mejor que hacer y para ellos lo mejor es el trabajo minoritario, dado que rehuyen, por razones de clase, las agitaciones que pueden destruir el orden social. En realidad, están siempre en el buen camino: quieren un gobierno parlamentario y los electores que conquistan ahora les servirán para mandarlos un día a la constituyente.

Para nosotros, en cambio, la abstención está estrechamente ligada con las finalidades de nuestro partido. Cuando llegue la revolución nos negaremos a reconocer los nuevos gobiernos que traten de implantarse, no queremos darle a ninguno un mandato legislativo; por tanto, tenemos la necesidad de que el pueblo tenga repugnancia a las elecciones, se niegue a delegar en otros la organización del nuevo estado de cosas, y que, más bien, se encuentre en la necesidad de actuar por sí mismo.

Debemos hacer que los obreros se habitúen desde ahora -en la medida de lo posible, en las asociaciones de todo género- a regular por sí mismos sus propios asuntos y no sigan con su tendencia a delegarlos en otros.

Merlino por ahora dice, todavía, que las elecciones deben servir como medio de agitación, que los socialistas elegidos no deben ser legisladores y que la lucha importante se debe librar fuera del parlamento.

Pero escuchad un poco a sus amigos del Avanti! Ellos son lógicos. Ellos quieren ir al poder -para hacer el bien al pueblo, no lo dudamos- y por tanto tienen todo el interés en educar al pueblo para que elija diputados, mientras ellos aprenden a gobernar.

Pero ¿dónde quiere llegar Merlino? ¿Se quedará siempre entre el sí y el no, entre el me decido y no me decido?

Él, con su temperamento de hombre activo, se decidirá ciertamente --creemos, y lo lamentamos de verdad- se decidirá por deshacerse de toda reminiscencia anarquista y convertirse en un simple parlamentarista.

No faltan los síntomas que indican esa decisión definitiva.

En su primera carta al Messaggero la lucha parlamentaria era un simple episodio de escasa importancia. En la segunda. las asociaciones de resistencia, las cooperativas y el resto no tienen éxito y no se puede hacer otra cosa que ir al parlamento. En su primera carta, los anarquistas debían mandar a los demás al parlamento, pero no ir ellos; en el artículo del Avanti! ya se dice que los diputados pueden hacer tan buenas cosas que verdaderamente sería una traición el negarnos a hacerlas también nosotros. Y luego se habla de hacerse arrestar con el pueblo. ¿Cómo perder la magnífica ocasión de sacrificarse por el pueblo?

Merlino -estamos convencidos porque le conocemos- es sincero cuando dice que no quiere ir al parlamento. Pero la lógica de su posición será más fuerte que él, e irá al parlamento ... si quieren mandarlo.

Toda la fuerza de la argumentación de Merlino consiste en un equívoco. Contrapone por una parte la lucha electoral y por otra la ciencia, la indiferencia y la aquiescencia supinas a las prepotencias del gobierno y de los patronos; y está claro que, en ese caso, la ventaja corresponde a la lucha electoral.

De esta manera, sería fácil demostrar que es bueno ir a misa y esperar bondades de la divina providencia, dado que el hombre que cree en la eficacia de la plegaria es superior al idiota que nada desea, nada espera y nada teme.

¿Se deduce de todo esto que deberíamos ponernos a predicar a la gente que se vaya a la iglesia y confíe en Dios?

La cuestión es otra. Se trata de buscar cuál es el camino que -mientras satisface las necesidades del momento- conduce más directamente a los destinos futuros de la humanidad; cuál es el modo más útil de emplear las fuerzas socialistas.

No es cierto que sin el parlamento falten los medios para hacer presión sobre el gobierno y poner freno a sus excesos. Al contrario. Cuando en Italia no había sufragio universal, había una libertad que hoy nos parecería grande; y la violencia gubernativa, mucho menor que la de Crispi y Di Rudini, provocaba una indignación y una reacción popular de las que hoy no tenemos ni idea. El mismo sufragio al que dan tanta importancia, ha sido obtenido naturalmente, cuando no había sufragio; y ahora que lo hay, amenazan con eliminarlo. ¡Efecto milagroso de su eficacia!

Merlino dice que Malatesta ha escrito que el despotismo es preferible al híbrido sistema actual. Si la memoria no me falla, Malatesta escribió que el parlamentarismo aceptado y elogiado es preferible al despotismo sufrido por la fuerza y con el ánimo dispuesto a la rebelión. Es una cosa bien distinta, y en esa diferencia está la razón de nuestra táctica. Si el gobierno redujese a Italia al estado político de Rusia, no deberíamos recomendar la lucha por el constitucionalismo, porque sabemos ya cuánto valen las constituciones y encontraríamos modos de luchar por nuestros ideales incluso sin las migajas de libertad que sirven más bien para ilusionar a las masas que para favorecer el progreso.

Los socialistas parlamentarios, en cambio, empeñando toda su actividad en torno a la lucha electoral, se condenan a un trabajo de Sísifo; y cada vez que el gobierno quiere minimizar las libertades políticas y garantías constitucionales, ellos deben dejar de lado el programa socialista y volver a ser constitucionalistas. Como prueba de ello, la Liga de la Libertad de los tiempos crispinos, en que Turati, Cavallotti y Di Rudini se habían convertido en correligionarios y hermanos.

Por otra parte el hecho es éste: si en el país hay conciencia y fuerza de resistencia, si hay partidos extraconstitucionales que amenazan al Estado, entonces el gobierno respeta el estatuto, extiende el sufragio, concede libertades (para abrir válvulas de seguridad a la creciente presión); y en el parlamento los diputados burgueses, para hacerse populares, truenan contra los ministros. Si en cambio el gobierno ve que los partidos populares fundan sus esperanzas sobre la acción parlamentaria y que la cosa que más molestias le da son los diputados socialistas, entonces rechaza el sufragio, cierra el parlamento, viola el estatuto; y si los diputados tienen agallas -cosa rara- de resistir más que por burla, van presos a pesar de la medallita y de la inmunidad.

Cuando Merlino dice que los abstencionistas son doctrinarios, y se complace en poner en boca de éstos una serie de razonamientos separados de toda realidad y que conducen al más completo quietismo, entonces Merlino es ... menos que sincero.

Hay, es verdad, anarquistas que se cuidan poco de la viabilidad de sus ideas y limitan su objetivo a la defensa de nociones abstractas que consideran la verdad absoluta ... alcanzables hoy, o dentro de mil años, no importa.

Pero Merlino sabe que esa tendencia no es mayoritaria ente los anarquistas, que en Italia apenas se encontraría la traza de esa posición, incluso en el exterior, en el fondo sólo está representada por unas cuantas personalidades.

Servirse de la existencia de una tal tendencia para atribuirla a todos los anarquistas y darse así el aire de tener razón, puede ser hábil estratagema polémica, pero no es digno de quien busca y quiere propagar la verdad.

Esa tendencia quietista, por el hecho de haber encontrado simpatías en algunos hombres de ingenio y de fama, ha sido ciertamente una de las causas que han detenido el desarrollo del movimiento anarquista. Merlino y nosotros (y muchos más), hemos combatido esta tendencia; y si él hubiese continuado por el camino anterior, aún nos tendría por compañeros. Pero Merlino, justamente cuando los anarquistas comienzan a salir de la crisis y a retomar un trabajo fecundo, reniega de todo lo que él mismo había dicho; y sin presentar una sola razón nueva que no hubiese sido dicha ya mil veces por los legalistas -y por él mismo refutada- querría que nosotros le siguiésemos.

Hoy, las críticas que puedo hacer acerca de los errores en que han caído los anarquistas, no tienen ya eficacia, porque no son más las observaciones de un compañero expresadas en bien de la causa común, sino los ataques de un adversario, que corren el riesgo de no ser tomados en cuenta por considerárselos sospechosos.

Malatesta

De, L'Agitazione, del 4 de marzo de 1897.

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