Indice de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice JolyDiálogo terceroDiálogo quinto.Biblioteca Virtual Antorcha

Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO PRIMERO

DIÁLOGO CUARTO


Maquiavelo

Mientras escuchaba vuestras teorías sobre la división de poderes y sobre los beneficios proporcionados por la misma a los pueblos, no podía dejar de asombrarme, Montesquieu, viendo hasta qué punto se adueña de los más grandes espíritus la ilusión de los sistemas.

Cautivado por las instituciones inglesas, creéis en la posibilidad de convertir al régimen constitucional en la panacea universal de los Estados, pero sin tomar en cuenta el irresistible movimiento que hoy arranca a las sociedades de sus tradiciones de la víspera. No habrán de transcurrir dos siglos antes de que esta forma de gobierno, por vos admirada, sólo sea en Europa una reminiscencia histórica, algo tan anticuado y caduco como la regla aristotélica de las tres unidades.

Permitid que ante todo examine en sí misma la mecánica de vuestra política: tres poderes en equilibrio, cada uno en su compartimiento; uno dicta las leyes, otro las aplica, el tercero debe ejecutarlas. El príncipe reina y los ministros gobiernan. ¡Báscula constitucional maravillosa! Todo lo habéis previsto, todo ordenado, salvo el movimiento: el triunfo de un sistema semejante anularía la acción; si el mecanismo funcionara con precisión, sobrevendría la inmovilidad; pero en verdad las Cosas no ocurren de esa manera. En cualquier momento, la rotura de uno de los resortes, tan cuidadosamente fraguados por vos, provocaría el movimiento. ¿Creéis por ventura que los poderes se mantendrán por largo tiempo dentro de los límites constitucionales que le habéis asignado, que no los traspasarán? ¿Es concebible una legislatura independiente que no aspire a la soberanía? ¿O una magistratura que no se doblegue al capricho de la opinión pública? y sobre todo ¿qué príncipe, soberano de un reino o mandatario de una República, aceptará sin reservas el papel pasivo a que lo habéis condenado: quién, en su fuero íntimo, no abrigará el secreto deseo de derrocar los poderes rivales que trabajan en acción? En realidad, habréis puesto en pugna todas las fuerzas antagónicas, suscitando todas las venturas, proporcionando armas a los diferentes partidos; dejáis librado el poder al asalto de cualquier ambición y convertís el Estado en campo de lucha de las facciones. En poco tiempo el desorden reinará por doquier; inagotables retóricos convertirán las asambleas deliberativas en torneos oratorios; periodistas audaces y desenfrenados libelistas atacarán diariamente al soberano en persona, desacreditarán al gobierno, a los ministros y a los altos funcionarios ...

Montesquieu

Conozco desde hace mucho tiempo las críticas que se hacen a los gobiernos libres. No tienen a mis ojos valor alguno: no podemos condenar a las instituciones por los abusos cometidos. Sé de muchos Estados que viven pacíficamente con tales leyes: compadezco a quienes no pueden vivir en ellos.

Maquiavelo

Un momento. En vuestros cálculos, sólo cuentan las minorías sociales. Sin embargo, también existen poblaciones gigantescas sometidas al trabajo por la pobreza como antaño por la esclavitud. Para el bienestar de éstas, os pregunto ¿qué aportan vuestras ficciones parlamentarias? La consecuencia de vuestro gran movimiento político es en definitiva el triunfo de una minoría privilegiada por la suerte como la antigua nobleza lo era por nacimiento. ¿Qué le importa al proletariado, inclinado sobre su trabajo, abrumado por el peso de su destino, que algunos oradores tengan el derecho de hablar y algunos periodistas el de escribir? Habéis creado derechos que, para la masa popular, incapacitada como está de utilizarlos, permanecerán eternamente en el estado de meras facultades. Tales derechos, cuyo goce ideal la ley les reconoce, y cuyo ejercicio real les niega la necesidad, no son para ellos otra cosa que una amarga ironía del destino. Os digo que un día el pueblo comenzará a odiarlos y él mismo se encargará de destruirlos, para entregarse al despotismo.

Montesquieu

¡Cuánto desprecio siente Maquiavelo por la humanidad y qué idea de la bajeza de los pueblos modernos! ¡Poderoso Dios, no me es dado creer que los hayas creado tan viles! Diga lo que diga, Maquiavelo desconoce los principios y condiciones de existencia de la actual civilización. Al igual que la ley divina, el trabajo es hoy la ley común, y lejos de ser estigma de servidumbre entre los hombres, es el vínculo que los reúne y el instrumento de su igualdad. Nada de ilusorio tienen para el pueblo los derechos políticos en los Estados donde la ley no reconoce privilegio alguno y todas las carreras están abiertas a la actividad individual. Es indudable que -y en ninguna sociedad podría ocurrir de otra manera- la desigualdad de las inteligencias y la riqueza entrañe para los individuos una inevitable desigualdad en el ejercicio de los derechos. ¿No basta, con que esos derechos existan para que el filósofo esclarecido se sienta satisfecho y la emancipación de los hombres esté asegurada en la medida que puede serlo? Aun para aquellos a quien el destino hizo nacer en las condiciones más humildes ¿acaso no significa nada el vivir con el sentimiento de independencia y dignidad ciudadanas? Pero éste es sólo un aspecto del asunto; pues si la grandeza moral de los pueblos se halla vinculada a la libertad, no dejan de estar menos estrechamente ligados a ella por sus intereses materiales.

Maquiavelo

Aquí os esperaba. La escuela a la que pertenecéis ha sentado principios, sin advertir al perecer cuáles son sus últimas consecuencias: pensáis que conducen al reinado de la razón; os demostraré que llevan al reinado de la fuerza. Vuestro sistema político, tomado en su pureza original, consiste en dar igual participación activa casi igual a los diferentes grupos de fuerzas que componen la sociedad; no deseáis que el nivel aristocrático prive sobre el democrático. No obstante, la idiosincrasia de vuestras instituciones tiende a dar mayor fuerza a la aristocracia que al pueblo, mayor poderío al príncipe que a la aristocracia, concediendo de esa manera los poderes a la capacidad política de quienes deben ejercerlos.

Montesquieu

Es verdad.

Maquiavelo

Hacéis que las diferentes clases sociales participen de las funciones públicas de acuerdo con el grado de sus aptitudes y conocimientos, emancipáis a la burguesía a través del voto; sujetáis al pueblo por la razón. Las libertades populares crean la pujanza de la opinión, la aristocracia proporciona el prestigio de los modales señoriales, el trono proyecta sobre la nación el resplandor de la jerarquía suprema; conserváis todas las tradiciones, el recuerdo de todas las grandezas, el culto de toda magnificencia. En la superficie, se percibe una sociedad monárquica, pero en el fondo todo es democracia, pues en realidad no existen barreras entre las clases y el trabajo es el instrumento de todas las fortunas. ¿No es algo parecido a esto?

Montesquieu

Así es. Maquiavelo; sabéis al menos comprender las opiniones que compartís.

Maquiavelo

Pues bien, todas esas bellas cosas han dejado de ser o se disiparán como un sueño; pues habéis creado un nuevo principio capaz de descomponer las diversas instituciones con la rapidez del rayo.

Montesquieu

¿Y cuál es ese principio?

Maquiavelo

El de la soberanía popular. Antes, no lo dudéis, se llegará a la cuadratura del círculo que a descubrir la manera de conciliar el equilibrio de los poderes con la existencia de semejante principio en las naciones que lo admitan. Por inevitable consecuencia, un día cualquiera el pueblo se adueñará de todos los poderes, dado el reconocimiento de que la soberanía reside en él. ¿Lo hará para conservarlos? No; al cabo de algunos días de locura, los abandonará en manos del primer soldado aventurero que encuentre en su camino. Pensad en el tratamiento que, en vuestro país, los corta-cabezas franceses aplicaron, en 1793, a la monarquía representativa: el pueblo soberano se afirmó mediante el suplicio de su rey; luego, echando en saco roto sus derechos, se entregó a Robespierre, a Barras, a Bonaparte.

Sois un gran pensador, pero desconocéis la inagotable cobardía de los pueblos; no me refiero a los de mi época, sino a los de la vuestra: rastreros ante la fuerza, despiadados con el débil, incapaces de sobrellevar las dificultades de un régimen libre, pacientes hasta el martirio para con todas las violencias del despotismo audaz, destrozando los tronos en los momentos de cólera y perdonando excesos a los amos que ellos mismos se dan y por el más insignificante de los cuales habrían decapitado a veinte reyes.

Buscad la justicia; buscad el derecho, la estabilidad, el orden, el respeto a esas complicadas formas de vuestro mecanismo parlamentario en esas masas violentas, indisciplinadas e incultas a las cuales habéis dicho; ¡vosotras sois el derecho, los amos, los árbitros del Estado! Bien sé que el prudente de Montesquieu, el político circunspecto, que enunciaba principios callando las consecuencias, no estableció en El espíritu de las leyes el dogma de la soberanía popular; pero, como afirmabais antes, las consecuencias se desprenden por sí mismas de los principios asentados. Existe una marcada afinidad entre vuestras doctrinas y las del Contrato Social; de modo que, desde el día en que los revolucionarios franceses, jurando in verba magistri, declararon que una constitución sólo puede ser libre resultado de una convención entre los asociados, el gobierno monárquico y parlamentario fue condenado a muerte en vuestra patria. Vanos fueron los intentos por restaurar los principios, en vano el rey Luis XVIII, al volver a Francia, trató de que el poder regresara a su fuente, promulgando las declaraciones del 89 como si procedieran de una concesión de la realeza; esta piadosa ficción de la monarquía aristocrática se hallaba en flagrante contradicción con el pasado y debía disiparse al fragor de la Revolución de 1830, a su vez ...

Montesquieu

Terminad.

Maquiavelo

No nos anticipemos. Lo que como yo conocéis del pasado me autoriza a decir desde ahora que la soberanía popular es destructiva de cualquier estabilidad y consagra para siempre el derecho a la revolución. Coloca a las sociedades en guerra abierta contra cualquier poder y hasta con Dios; es la encarnación de una bestia feroz, que sólo ha de adormecerse cuando está repleta de sangre; entonces se la encadena. He aquí el camino que invariablemente siguen las sociedades regidas por esos principios: la soberanía popular engendra la demagogia, la demagogia da nacimiento a la anarquía, la anarquía conduce al despotismo, y el despotismo, según vos, es la barbarie. Pues bien, ved cómo los pueblos retornan a la barbarie por el camino de la civilización.

Pero esto no es todo; entiendo que asimismo desde otros puntos de vista el despotismo es la única forma de gobierno realmente adecuada al estado social de los pueblos modernos. Habéis dicho que sus intereses materiales los vinculan a la libertad, y con ello entráis maravillosamente en mi juego. En general, ¿cuáles son los estados para los que la libertad es necesaria? Aquellos cuya razón de vida la constituyen los sentimientos excelsos, las grandes pasiones, el heroísmo, la fe y hasta el honor, como en vuestro tiempo decíais al hablar de la monarquía francesa. El estoicismo puede hacer libre a un pueblo; también el cristianismo, en determinadas circunstancias, podría reclamar igual privilegio. Comprendo la necesidad de libertades en Atenas o en Roma, en naciones que vivían de la gloria de las armas, donde la guerra satisfacía todas las expansiones; por lo demás, para triunfar sobre sus enemigos, les eran indispensables todas las energías que proporcionan el patriotismo y el entusiasmo cívico.

Las libertades públicas fueron patrimonio natural de los Estados en el que los trabajos serviles e industriales se les dejaban a los esclavos, donde el hombre era inútil si no era ciudadano. Hasta concibo la libertad en algunas épocas de la era cristiana, particularmente en ciertos pequeños Estados, como los italianos y alemanes, agrupados en confederaciones análogas a las Repúblicas Helénicas. En ello encuentro en parte las causas naturales que hacían necesaria la libertad. Era algo casi inofensivo en esas épocas en que el principio de autoridad no se cuestionaba, la religión imperaba en forma absoluta sobre los espíritus, donde el pueblo, bajo el régimen tutelar de las corporaciones, era mansamente conducido de la mano por sus pastores. Si su emancipación política se hubiera realizado entonces, quizá no hubiese sido peligrosa, pues se habría cumplido conforme a los principios sobre los que descansa la existencia de todas las sociedades. Pero, en vuestros grandes Estados, que sólo viven para la industria, con vuestras poblaciones sin Dios y sin fe, en una época en que los pueblos ya no hallan satisfacción en la guerra, y cuya violencia se vuelve necesariamente hacia lo interior, la libertad y los principios que la fundamentan sólo pueden ser causa de disipación y ruina. Agrego que tampoco es imprescindible para las necesidades morales del individuo como no lo es para los Estados.

Del hartazgo de las ideas y de los encontronazos revolucionarios han surgido sociedades frías y desengañadas, indiferentes en política y en religión, cuyo solo estímulo son los goces materiales, que no viven más que por interés, cuyo único culto es el del oro, y cuyos hábitos mercantiles rivalizan con los de los judíos, que han tomado por modelo. ¿Creéis, por ventura, que es el amor a la libertad en sí misma el que induce a las clases inferiores a tomar por la fuerza el poder? Es el odio a los poderosos; es, en el fondo, para arrebatarles sus riquezas, el instrumento de sus placeres que les causa envidia.

Por su parte, los poderosos imploran a su alrededor un brazo enérgico, un poder fuerte, al que sólo una cosa piden: que proteja al Estado de las agitaciones, cuyos desbordes su frágil constitución no podrá resistir; y que a ellos mismos les proporcione la seguridad indispensable para realizar sus negocios y gozar sus placeres. ¿Qué forma de gobierno creéis posible en una sociedad donde la corrupción se ha infiltrado por doquier, donde la riqueza se adquiere por las sorpresas del fraude, donde únicamente las leyes represivas pueden garantizar la moral y el mismo sentimiento patriótico se ha disuelto en no sé qué cosmopolitismo universal?

No veo otra salvación para esas sociedades, verdaderos colosos con pies de arcilla, que una centralización a ultranza, que coloque en manos de los gobernantes la totalidad de la fuerza pública; en una administración jerarquizada semejante a la del Imperio Romano, que regule en forma mecánica todos los movimientos de los individuos; en un vasto sistema legislativo que retenga una a una todas las libertades concedidas con tanta imprudencia; en suma, un despotismo gigantesco con poder de aplastar al instante y en todo momento cualquier resistencia, toda expresión de descontento. El cesarismo del Bajo Imperio me parece la forma adecuada para el bienestar de las sociedades modernas. Gracias a los grandes aparatos que, según me han dicho, ya funcionan en más de un país europeo, éstas podrían vivir en paz, como se vive en el Japón, la China o la India. No debemos menospreciar por un vulgar prejuicio a esas civilizaciones orientales, cuyas instituciones cada día aprendemos a valorar mejor. El pueblo chino, por ejemplo es muy industrioso y está muy bien gobernado.
Indice de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice JolyDiálogo terceroDiálogo quinto.Biblioteca Virtual Antorcha