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Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO CUARTO

DIÁLOGO VIGÉSIMO SEGUNDO


Montesquieu

Antes de haberos escuchado, no conocía bien ni El espíritu de las leyes ni el espíritu de las finanzas. Os debo el haberme enseñado uno y otro. Tenéis en vuestras manos el más grande de los poderes de los tiempos modernos: el dinero. Podéis procuraros con él casi todo cuanto deseáis. Con tan prodigiosos recursos haréis sin duda grandes cosas; ha llegado por fin el momento de demostrar que el bien puede surgir del mal.

Maquiavelo

Es, en efecto, lo que me propongo demostraros.

Montesquieu

Veamos, pues.

Maquiavelo

La más grande de mis buenas obras será ante todo el haber proporcionado a mi pueblo la paz interior. Bajo mi reinado se reprimen las malas pasiones, los buenos se tranquilizan y los malvados tiemblan. A un país desgarrado antes de mí por las facciones, le he devuelto la libertad, la dignidad, la fuerza.

Montesquieu

Después de haber cambiado tantas cosas, ¿no habréis cambiado el sentido de las palabras?

Maquiavelo

La libertad no consiste en la licencia, así como tampoco la dignidad y la fuerza consisten en la insurrección y el desorden. Mi imperio, apacible en el interior, será glorioso en el exterior.

Montesquieu

¿Cómo?

Maquiavelo

Haré la guerra en las cuatro partes del mundo. Cruzaré los Alpes, como Aníbal; guerrearé en la India, como Alejandro; en Libia, como Escipión; iré al Atlas y al Taurus, desde las riberas del Ganges hasta las del Mississipi, del Mississipi al río Amur. La Muralla China se derrumbará ante mi nombre; mis legiones victoriosas defenderán, en Jerusalén, la tumba del Salvador; en Roma, al vicario de Jesucristo; sus pasos hollarán en el Perú el polvo de los incas, en Egipto las cenizas de Sestrosis, en Mesopotamia las de Nabucodonosor. Descendientes de César, de Augusto y Carlomagno, vengaré, en las orillas del Danubio, la derrota de Varus; en las del Adigio, el desastre de Cannes; en el Báltico, los ultrajes de los normandos.

Montesquieu

Dignaos deteneros, os lo imploro. Si así vengáis las derrotas de todos los grandes capitanes, no os daréis abasto. No os compararé con Luis XIV, a quien Boileau decía: Gran rey, cesa de vencer y yo ceso de escribir; esta comparación os humillaría. Os concedo que ningún héroe de la Antigüedad ni de los tiempos modernos podría compararse con vos. Empero, no se trata de esto: la guerra en sí misma es un mal; en vuestras manos sirve para hacer soportar un mal más grande aún, la servidumbre; ¿dónde está, entonces, en todo esto el bien que me habéis prometido hacer?

Maquiavelo

No se trata de valerse de equívocos; la gloria es ya por sí misma un inmenso bien; es el más poderoso de los capitales acumulados; un soberano que posee la gloria posee todo lo demás. El terror de los Estados vecinos, el árbitro de Europa. Su crédito se impone invenciblemente, pues por más que hayáis perorado acerca de la esterilidad de las victorias, la fuerza jamás abdica sus derechos. Se simulan guerras de ideas, se hace despliegue de desinterés y, un buen día, se termina por apoderarse de una provincia que se codicia y por imponer un tributo de guerra a los vencidos.

Montesquieu

Mas, permitidme, en ese sistema está perfectamente bien actuar así, si se puede; de lo contrario, la profesión militar sería necia en demasía.

Maquiavelo

¡Al fin! ¿Véis como nuestras ideas comienzan a aproximarse un tanto?

Montesquieu

Sí, como el Atlas y el Taurus. Veamos las otras grandes obras de vuestro reinado.

Maquiavelo

No desdeño tanto como vos lo parecéis creer un paralelo con Luis XIV. Creo tener más de una semejanza con ese monarca; como él, haría construcciones gigantescas; sin embargo, en este terreno, mi ambición llegaría mucho más lejos que la suya y que la de los potentados más famosos; quisiera demostrar al pueblo que los monumentos cuya construcción otrora exigía siglos, los levanto y en pocos años. Los palacios de los reyes que me precedieron caerán bajo el martillo de los demoledores para volver a alzarse rejuvenecidos por formas nuevas; derrumbaré ciudades enteras para reconstruirlas de acuerdo con planes más regulares, para obtener más armoniosas perspectivas. No podéis imaginaros hasta qué punto las construcciones ligan los pueblos a sus monarcas. Se podría decir que perdonan fácilmente que se destruyan sus leyes a condición de que se les construyan mansiones. Veréis, además, dentro de un instante, que las construcciones sirven para fines de singular importancia.

Montesquieu

Y después de construir, ¿qué pensáis hacer?

Maquiavelo

Os corre demasiada prisa: ¿acaso el número de las buenas acciones es ilimitado? ¿Queréis decirme, os lo ruego, si desde Sestrosis hasta Luis XIV, hasta Pedro I, los dos puntos cardinales de los grandes reinados no fueron la guerra y las construcciones?

Montesquieu

Es verdad; mas se han visto, sin embargo, soberanos absolutos que se preocuparon por dictar buenas leyes, por mejorar las costumbres, por introducir en ellas la sencillez y la decencia. Los hubo que se preocuparon por el orden de las finanzas, en la economía; quienes procuraron dejar tras de sí instituciones perdurables, paz y tranquilidad, y aun algunas veces la libertad.

Maquiavelo

¡Oh!, todo eso se hará. Si vos mismo acabáis de reconocer que los soberanos absolutos tienen sus lados buenos.

Montesquieu

¡Ay!, no en demasía. Tratad, no obstante, de probarme lo contrario. ¿Podéis nombrarme alguna buena?

Maquiavelo

Daré un impulso prodigioso al espíritu de empresa: mi reinado será el reinado de los negocios. Encauzará la especulación por vías nuevas y hasta entonces desconocidas. Hasta se aflojarán algunas de las clavijas de mi administración. Eximiré de reglamentaciones a una multitud de industrias: los carniceros, los panaderos, los empresarios teatrales serán libres.

Montesquieu

¿Libres de hacer qué?

Maquiavelo

Libres de amasar el pan, libres de vender la carne y libres de organizar empresas teatrales, sin el permiso de la autoridad.

Montesquieu

No sé lo que esto significa. En los pueblos modernos la libertad de la industria es parte del derecho común. ¿No tenéis nada mejor para enseñarme?

Maquiavelo

Me ocuparé sin cesar del bienestar del pueblo. Mi gobierno le procurará trabajo.

Montesquieu

Dejad que el pueblo lo encuentre por sí mismo, será mejor. Los poderes políticos no tienen derecho a ganar popularidad con los dineros de sus súbditos. Las rentas públicas no son otra cosa que una cotización colectiva, cuyo producto sólo debe utilizarse para los servicios generales; las clases obreras, cuando se les habitúa a depender del Estado, caen en el envilecimiento; pierden su energía, su entusiasmo, su capacidad mental para la industria. El salario estatal les sume en una especie de vasallaje, del que ya no podrán salvarse sino destruyendo al Estado mismo. Vuestras construcciones engullen sumas enormes en gastos improductivos, enrarecen los capitales, matan a la pequeña industria, aniquilan el crédito en las capas inferiores de la sociedad. Al término de todas vuestras combinaciones, se alza el hambre. Haced economías y construid después. Gobernad con moderación, con justicia, gobernad lo menos posible y el pueblo no tendrá nada que reclamaros porque no tendrá necesidad de vos.

Maquiavelo

¡Ah!, con qué fría mirada contempláis las miserias del pueblo. Los principios de mi gobierno son otros; llevo dentro de mi corazón a los seres sufrientes, a los humildes. Me indigno cuando veo a los ricos proporcionarse placeres inaccesibles a la mayoría. Haré todo cuanto esté a mi alcance por mejorar la condición de los trabajadores, de los jornaleros, de los que se doblegan bajo el peso de la necesidad social.

Montesquieu

Bueno, pues; comenzad entonces por darles los recursos que afectáis a los salarios de vuestros altos dignatarios, de vuestros ministros, de vuestros personajes consulares. Reservadles las larguezas que a manos llenas prodigáis a vuestros pajes, a vuestros cortesanos, a vuestras queridas.

Haced más aún, renunciad a la púrpura, cuya sola visión es una afrenta a la igualdad de los hombres. Desembarazaos de los títulos de Majestad, Alteza, Excelencia, que en los oídos orgullosos penetran como clavos ardientes. Llamaos Protector como Cromwell, pero realizad los Hechos de los apóstoles; id a vivir a la choza del pobre, como Alfredo el Grande, a dormir en los hospitales, a acostaros como San Luis en los lechos de los enfermos. Es demasiado fácil practicar la caridad evangélica cuando uno pasa la vida en medio de festines, cuando descansas por la noche en lechos suntuosos, en compañía de hermosas damas, cuando al acostarse y al levantarse lo rodean a uno grandes personajes que se apresuran a ponerle la camisa. Sed padre de familia y no déspota, patriarca y no príncipe.

Si este papel no os sienta, sed jefe de una República democrática, conceded la libertad, introducidla en las costumbres de viva fuerza, si ése es vuestro temperamento. Sed Licurgo, sed Agesilas, sed un Graco. Mas no sé qué es esa civilización amorfa en la que todo se doblega, todo palidece al lado del príncipe, en la que todos los espíritus son arrojados en el mismo molde, todas las almas en el mismo uniforme; comprendo que se aspire a reinar sobre los hombres, no sobre autómatas.

Maquiavelo

He aquí un arranque de elocuencia que no puedo detener. Son frases como éstas las que derrocan a los gobiernos.

Montesquieu

¡Ay! Jamás tenéis otra preocupación que la de manteneros en el poder. Para poner a prueba vuestra devoción por el bien público, bastaría pediros que descendierais del trono en nombre del bienestar del Estado. El pueblo, del cual sois el elegido, no tendrá más que expresar su voluntad en tal sentido para saber el caso que hacéis de su soberanía.

Maquiavelo

¡Qué extraña pregunta! ¿Acaso no le resistiría por su propio bien?

Montesquieu

¿Qué podéis saber? Si el pueblo está por encima de vos, ¿con qué derecho subordináis su voluntad a la vuestra? Si sois libremente aceptado, si sois no justo, sino tan solo necesario, ¿por qué lo esperáis todo de la fuerza y nada de la razón? Hacéis bien en temblar sin cesar por vuestro reinado, pues sois de los que duran un día.

Maquiavelo

¡Un día! Duraré toda mi vida, y durarán tal vez, después de mí, mis descendientes. Ya conocéis mi sistema político, económico y financiero. ¿Queréis saber cuáles serán los últimos medios con cuya ayuda hundiré hasta lo más profundo del suelo las raíces de mi dinastía?

Montesquieu

No.

Maquiavelo

Os rehusáis a escucharme, estáis vencido; vuestros principios, vuestra escuela y vuestro siglo.

Montesquieu

Ya que insistís, hablad, mas que este diálogo sea el último.
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