Indice de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice JolyDiálogo vigésimoDiálogo vigésimo segundoBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO TERCERO

DIÁLOGO VIGÉSIMO PRIMERO


Maquiavelo

Me temo que abriguéis ciertos prejuicios con respecto a los empréstitos; son valiosos en más de un sentido: vinculan las familias al gobierno; constituyen excelentes inversiones para los particulares, y los economistas modernos reconocen formalmente en nuestros días que, lejos de empobrecer a los Estados, las deudas públicas los enriquecen. ¿Me permitís que os explique cómo?

Montesquieu

No, porque creo conocer esas teorías. Puesto que siempre habláis de tomar en préstamo y jamás reembolsar, quisiera saber ante todo a quién pensáis pedir tantos capitales, y con qué motivos los solicitaréis.

Maquiavelo

Las guerras exteriores prestan, para ello, un valioso auxilio. A los grandes Estados les permite obtener préstamos de 500 a 600 millones; se procura gastar la mitad o los dos tercios, y el resto va a parar al Tesoro, para los gastos internos.

Montesquieu

¡Quinientos o seiscientos millones! ¿Y cuáles son los banqueros de los tiempos modernos que pueden negociar préstamos cuyo capital equivaldría, por sí solo, a toda la riqueza de ciertos Estados?

Maquiavelo

¡Ah!, ¿estáis todavía en esos procedimientos rudimentarios? Permitid que os lo diga, es casi la barbarie en materia de economía financiera. En nuestros días, los préstamos ya no se piden a los banqueros.

Montesquieu

¿Y a quién, entonces?

Maquiavelo

En lugar de concertar negocios con capitales, que se entienden entre ellos para eliminar la puja, cuyo exiguo número suprime la competencia, uno se dirige a todos sus súbditos: a los ricos, a los pobres, a los artesanos, a los comerciantes, a quienquiera que tenga algún dinero disponible; se abre en suma, lo que se llama una suscripción pública y, para que todos y cada uno pueda adquirir rentas, se la divide en cupones de sumas muy pequeñas. Luego se venden a diez francos de renta, cinco francos de renta hasta cien mil, un millón de francos de renta. Al día siguiente de su emisión, el valor de estos títulos estará en alza, se valorizan, se dice; una vez que el hecho se conoce, todos se precipitan a adquirirlos: es lo que se llama el delirio. En los pocos días los cofres del Tesoro rebosan; se recibe tanto dinero que no se sabe dónde meterlo; sin embargo, uno se las arregla para tomarlo, porque si la suscripción supera el capital de las rentas emitidas, uno puede darse el lujo de producir un profundo efecto en la opinión pública.

Montesquieu

¡Oh!

Maquiavelo

Se devuelve a los retrasados su dinero. Esto se hace con bombos y platillos, y con el acompañamiento de una vasta publicidad periodística. Es el efecto teatral previsto. El excedente asciende algunas veces a doscientos o trescientos millones: juzgad hasta qué punto esta confianza del país en el gobierno se contagia al espíritu público.

Montesquieu

Una confianza que, por lo que entreveo, se confunde con un desenfrenado espiritu de agiotaje. Había oído hablar, es cierto, de esta combinación, pero todo, en vuestra boca, es verdaderamente fantasmagórico. Pues bien, sea, tenéis dinero a manos llenas ...

Maquiavelo

Tendré más aún de lo que imagináis, porque en las naciones modernas hay fuertes instituciones bancarias que pueden prestar directamente al Estado 100 y 200 millones a la tasa de interés ordinario; también las grandes ciudades pueden prestar. En esas mismas naciones existen otras instituciones llamadas de previsión: son cajas de ahorros, cajas de socorros, cajas de pensiones y retiros. El Estado acostumbra a exigir que sus capitales, que son inmensos, que pueden algunas veces elevarse a 500 o 600 millones, ingresen al Tesoro público, donde se incorporan al fondo común, pagándose intereses insignificantes a quienes los depositan. Por lo demás, los gobiernos pueden procurarse fondos en la misma forma que los banqueros. Emiten bonos a la vista por sumas de 200 o 300 millones, especies de letras de cambio sobre las que la gente se abalanza antes de que entren en circulación.

Montesquieu

Permitidme que os interrumpa; no habláis de nada más que de pedir préstamos o de emitir letras de cambio; ¿nunca os preocuparéis por pagar alguna cosa?

Maquiavelo

Debo deciros todavía que, en caso de necesidad, se pueden vender los dominios del Estado.

Montesquieu

¡Ahora vendéis! Pero en definitiva, ¿no os preocuparéis por pagar?

Maquiavelo

Sin duda alguna; ha llegado el momento de deciros ahora en qué forma se hace frente al pasivo.

Montesquieu

Se hace frente al pasivo, decís: desearía una expresión más exacta.

Maquiavelo

Me sirvo de esta expresión porque la considero de una exactitud real. No siempre se puede redimir al pasivo, pero en cambio se le puede hacer frente; hasta es una expresión muy enérgica, pues el pasivo es un enemigo temible.

Montesquieu

Y bien, ¿cómo le haréis frente?

Maquiavelo

Los medios para este fin son muy variados; ante todo están los impuestos.

Montesquieu

Es decir, el pasivo empleado para pagar el pasivo.

Maquiavelo

Me habláis como economista, no como financiero. No confundáis. Con el producto de un impuesto se puede pagar en realidad. Sé que el impuesto suscita protestas; si el que se ha establecido molesta, se le sustituye por otro, o se restablece el mismo con otro nombre. Hay quienes tienen un gran arte, vos lo sabéis, para descubrir los puntos vulnerables en materia impositiva.

Montesquieu

No tardaréis en aplastarlo, me imagino.

Maquiavelo

Hay otros medios: está lo que se llama la conversión.

Montesquieu

¡Ah!, ¡ah!

Maquiavelo

Esto en lo relativo a la deuda llamada consolidada, es decir, la proveniente de la emisión de empréstitos. Se dice, por ejemplo, a los rentistas del Estado: hasta hoy os he pagado el 5 por ciento de vuestro dinero; ésa era la tasa de vuestra renta. En adelante no os pagaré más que el 4.5 o el 4 por ciento. O consentís a esta reducción o recibís el reembolso del capital que me habéis prestado.

Montesquieu

Mas si en verdad se devuelve el dinero el proceder me parece todavía bastante honesto.

Maquiavelo

Se devuelve, sin duda, si alguien lo reclama; muy pocos, sin embargo, se toman esa molestia; los rentistas tienen sus hábitos; sus fondos están colocados; ellos tienen confianza en el Estado; prefieren una renta menor y una inversión segura. Si todo el mundo reclamase el dinero, es evidente que el Tesoro se vería en figurillas. Pero esto no sucede jamás y por este medio uno se libra de un pasivo de varias centenas de millones.

Montesquieu

Es por más que se diga, un expediente inmoral; un empréstito forzado que debilita la confianza pública.

Maquiavelo

No conocéis a los rentistas. He aquí otra combinación relativa a otro tipo de deuda. Os decía hace un instante que el Estado tenía a su disposición los fondos de las cajas de previsión y que se servía de ellos mediante el pago de un exiguo interés, con el compromiso de restituirlos al primer requerimiento. Si, después de haberlos manejado durante largo tiempo, no está más en condiciones de devolverlos, consolida la deuda que flota entre sus manos.

Montesquieu

Sé lo que significa esto; el Estado dice a los depositantes: Queréis vuestro dinero; ya no lo tengo; tenéis la renta.

Maquiavelo

Precisamente, y consolida de la misma manera todas las deudas que no puede redimir. Consolida los bonos del tesoro, las deudas contraídas con las ciudades, con los bancos, en suma todas aquellas que muy pintorescamente se llaman la deuda flotante, porque se compone de créditos con asiento indeterminado, y cuyo vencimiento es más o menos próximo.

Montesquieu

Tenéis medios singulares para liberar al Estado.

Maquiavelo

¿Qué podéis reprocharme? ¿Hago acaso algo distinto de lo que hacen los demás?

Montesquieu

¡Oh!, si todo el mundo lo hace, sería preciso, en efecto, ser muy duro para reprochárselo a Maquiavelo.

Maquiavelo

No os menciono ni la milésima parte de las combinaciones que es posible emplear. Lejos de temer el acrecentamiento de las rentas perpetuas, quisiera que la riqueza pública en pleno estuviese invertida en rentas; haría que las ciudades, las comunas, los establecimientos públicos convirtiesen en rentas sus inmuebles o sus capitales mobiliarios. El interés mismo de mi dinastía me ordenaría adoptar estas medidas financieras. No habría en mi reino un solo escudo que no estuviese sujeto por un hilo a mi existencia.

Montesquieu

Mas, aun desde este punto de vista, desde este punto de vista fatal ¿lograréis vuestro propósito? ¿No os precipitáis de la manera más directa, a través de la ruina del Estado, a vuestra propia ruina? ¿No sabéis que en todas las naciones de Europa existen vastos mercados de fondos públicos, donde la prudencia, la sabiduría, la probidad de los gobiernos se pone en subasta? De la manera en que manejáis vuestras finanzas, vuestros fondos serían rechazados con pérdida en los mercados extranjeros, y se cotizarían a los precios más bajos aun en la Bolsa de vuestro propio reino.

Maquiavelo

Estáis en un flagrante error. Un gobierno glorioso, como sería el mío, no puede sino gozar de amplio crédito en el exterior. En el interior, su vitalidad dominaría todos los temores. No quisiera, por lo demás, que el crédito de mi Estado dependiese de las congojas de algunos mercaderes; dominaría a la Bolsa por medio de la Bolsa.

Montesquieu

¿Todavía más?

Maquiavelo

Tendría establecimientos de crédito gigantescos, instituciones en apariencia para prestar a la industria, pero cuya función más real consistirá en sostener la renta. Capaces de lanzar sobre la plaza de títulos por 400 o 500 millones, o de enrarecer el mercado en las mismas proporciones, esos monopolios financieros serán siempre dueños de la situación. ¿Qué opinas de esta combinación?

Montesquieu

¡Cuántos buenos negocios realizarán en esas casas vuestros ministros, vuestros favoritos, vuestras amantes! ¿Queréis decir que vuestro gobierno va a realizar operaciones bursátiles al amparo del secreto de Estado?

Maquiavelo

¡Qué estáis diciendo!

Montesquieu

Explicadme si no la existencia de tales casas. En tanto permanecíais en el terreno de las doctrinas, uno podía equivocarse acerca del verdadero nombre de vuestra política; desde que estáis en las aplicaciones, ya no es posible. Vuestro gobierno será único en la historia; nadie podrá jamás calumniarlo.

Maquiavelo

Si alguien en mi reino se atreviese a decir lo que acabáis de sugerir, desaparecería como fulminado por un rayo.

Montesquieu

El rayo es un magnífico argumento; os hace feliz tenerlo a vuestra disposición. ¿Habéis concluido con las finanzas?

Maquiavelo

Sí.

Montesquieu

La hora avanza a pasos agigantados.
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