Indice de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice JolyDiálogo primeroDiálogo tercero.Biblioteca Virtual Antorcha

Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO PRIMERO

DIÁLOGO SEGUNDO


Montesquieu

Nada de nuevo tienen vuestras doctrinas para mí, Maquiavelo; y si experimento cierto embarazo en refutarlas, se debe no tanto a que ellas perturban mi razón, sino a que, verdaderas o falsas, carecen de base filosófica. Comprendo perfectamente que sois ante todo un hombre político, a quien los hechos tocan más de cerca que las ideas. Admitiréis, empero, que, tratándose de gobiernos, se llega necesariamente al examen de los principios. La moral, la religión y el derecho no ocupan lugar alguno en vuestra política. No hay más que dos palabras en vuestra boca: fuerza y astucia. Si vuestro sistema se reduce a afirmar que la fuerza desempeña un papel preponderante en los asuntos humanos, que la habilidad es una cualidad necesaria en el hombre de Estado, hay en ello una verdad de innecesaria demostración; pero si erigís la violencia en principio y la astucia en precepto de gobierno, el código de la tiranía no es otra cosa que el código de la bestia, pues también los animales son hábiles y fuertes y, en verdad, sólo rige entre ellos el derecho de la fuerza brutal. No creo, sin embargo, que hasta allí llegue vuestro fatalismo, puesto que reconocéis la existencia del bien y del mal.

Vuestro principio es que el bien puede surgir del mal, y que está permitido hacer el mal cuando de ello resulta un bien. No afirmáis que es bueno en sí traicionar la palabra empeñada, ni que es bueno emplear la violencia, la corrupción o el asesinato. Decís: podemos traicionar cuando ello resulta útil, matar cuando es necesario, apoderarnos del bien ajeno cuando es provechoso. Me apresuro a agregar que, en vuestro sistema, estas máximas sólo son aplicables a los príncipes, cuando se trata de sus intereses o de los intereses del Estado. En consecuencia, el príncipe tiene el derecho de violar los juramentos, puede derramar sangre a raudales para apoderarse del gobierno o para mantenerse en él; le es dado despojar a quienes ha desterrado; abolir todas las leyes, dictar otras nuevas y a su vez violarlas; dilapidar las finanzas, couomper, oprimir, castigar y golpear sin descanso.

Maquiavelo

Pero ¿no habéis dicho vos mismo que, en los Estados despóticos, el temor es una necesidad, la virtud inútil, el honor un peligro; que debía existir una obediencia ciega y que si el príncipe dejara de levantar su mano estaría perdido? (El espíritu de las leyes, libro III, cap. IX).

Montesquieu

Lo dije, sí, al advertir, como vos lo habéis hecho, en qué terribles condiciones se perpetúa un régimen tiránico, pero lo dije para marcarlo a fuego y no para erigirle altares; para inspirar el horror de mi patria, la que felizmente nunca tuvo que inclinar la cabeza tan bajo semejante yugo. ¿Cómo no veis que la fuerza es tan solo un accidente en el camino de las sociedades modernas, y que los gobiernos más arbitrarios, para justificar sus sanciones, deben recurrir a consideraciones ajenas a las teorías de la fuerza? No sólo en nombre del interés, sino en nombre del deber actúan todos los opresores. Lo violan, pero lo invocan; por sí sola, la doctrina del interés es tan importante como todos los medios que emplea.

Maquiavelo

Deteneos aquí; asignáis un lugar al interés, y eso basta para justificar las diversas necesidades políticas, no acordes con el derecho.

Montesquieu

Es la Razón de Estado, la que vos invocáis. Advertid entonces que no puedo dar como base para las sociedades precisamente aquello que las destruye. En nombre del interés, los príncipes y los pueblos, lo mismo que los ciudadanos, sólo crímenes cometerán. ¡En interés del Estado!, decís. Pero ¿cómo saber si para él resulta beneficioso el cometer talo cual iniquidad? ¿Acaso no sabemos que con frecuencia el interés del Estado sólo representa el interés del príncipe o de los corrompidos favoritos que lo rodean? Al sentar el derecho como base para la existencia de las sociedades, no me expongo a semejantes consecuencias, porque la noción de derecho traza fronteras que el interés no debe violar.

Si me preguntáis cuál es el fundamento del derecho, respondería que es la moral, cuyos preceptos nada tienen de dudoso u oscuro, pues todas las religiones los enuncian y se hallan impresos con caracteres luminosos en la conciencia del hombre. Las diversas leyes civiles, políticas, económicas e internacionales deben manar de esta fuente pura.

Ex eodem jure, sive ex eodem fonte, sive ex eodem principio.

Pero es en lo siguiente donde más se manifiesta vuestra inconciencia: sois católico, cristiano; ambos adoramos al mismo Dios, aceptáis sus mandamientos y su moral; asimismo admitís el derecho en las relaciones mutuas entre los individuos, pero pisoteáis todas las normas cuando de trata del Estado o del príncipe. En resumen, según vos, la política nada tiene que ver con la moral. Prohibís al individuo lo que permitís al monarca. Censuráis o glorificáis las acciones según las realice el débil o el fuerte; éstas son virtudes o crímenes de acuerdo con el rango de quien las ejecuta.

Alabáis al príncipe por hacerlas y al individuo lo condenáis a las galeras. ¿Pensáis acaso que una sociedad regida por tales preceptos pueda sobrevivir? ¿Creéis que el individuo mantendrá por largo tiempo sus promesas, al verlas traicionadas por el soberano? ¿Qué respetará las leyes cuando advierta que quien las promulgara las ha violado y las viola diariamente? ¿Qué vacilaría en tomar el camino de la violencia, la corrupción y el fraude cuando compruebe que por él transitan sin cesar los encargados de guiarlo? Desengañaos: cada usurpación del príncipe en los dominios de la cosa pública autoriza al individuo a una infracción semejante en su propia esfera; cada perfidia política engendra una perfidia social; la violencia de lo alto legitima la violencia de lo bajo. Esto en lo que se refiere a los ciudadanos entre sí.

En lo concerniente a sus relaciones con los gobernantes, no tengo necesidad de deciros que significa introducir el fermento de la guerra civil en el seno de la sociedad. El silencio del pueblo es tan solo la tregua del vencido, cuya queja se considera un crimen. Esperad a que despierte: habéis inventado la teoría de la fuerza; tened la certeza de que la recuerda. Un día cualquiera romperá sus cadenas; las romperá quizá con el pretexto más fútil y recobrará por la fuerza lo que por la fuerza le fue arrebatado.

La máxima del despotismo es el perinde ac cadaver de los jesuitas; matar o ser muerto: he aquí la ley; hoy significa embrutecimiento, mañana guerra civil. Así por lo menos suceden las cosas en los países de Europa; en Oriente, los pueblos dormitan en paz en el envilecimiento de la servidumbre.

Mi conclusión es ésta y es una conclusión formal: los príncipes no pueden permitirse lo que la moral privada prohibe. Pensasteis apabullarme con el ejemplo de muchos grandes hombres que proporcionaron a su país la paz y en ocasiones la gloria por medio de hechos audaces, violatorios de las leyes; y de ello.inferís vuestro fantástico argumento: el bien surge del mal. En poco me siento afectado; no se me ha demostrado que esos audaces hicieron más bien que mal, ni se ha comprobado que dichas sociedades no se hubiesen salvado y mantenido sin ellos. Los remedios aportados no han compensado los gérmenes de disolución que introdujeron en los Estados. Para un reino, algunos años de anarquía son con frecuencia mucho menos funestos que largos años de un despotismo silencioso.

Admiráis a los grandes hombres; yo sólo admiro a las grandes instituciones. Creo que los pueblos, para ser felices, menos necesidad tienen de hombres geniales que de hombres integros, mas os concedo, si así lo queréis, que algunas de esas empresas violentas, de las que hacéis la apología, pudieron ser beneficiosas para ciertos Estados. Tales actos se justificaban quizás en las sociedades de la Antigüedad, donde reinaba la esclavitud y el fatalismo era un dogma. También volvemos a encontrarlos en el Medioevo y hasta en los tiempos modernos; pero a medida que las costumbres se fueron moderando y las luces propagando entre los diversos pueblos de Europa; sobre todo a medida que los principios de la ciencia política fueron mejor conocidos, el derecho sustituye a la fuerza en los principios como en los hechos. Siempre existirán sin duda las tormentas de la libertad y todavía se cometerán muchos crímenes en su nombre: pero el fanatismo político ha dejado de existir. Si pudisteis decir, en vuestro tiempo, que el despotismo era un mal necesario, no podríais decirlo hoy en día, porque el despotismo se ha tornado imposible en los principales pueblos de Europa, debido al estado actual de las costumbres y de las instituciones políticas.

Maquiavelo

¿Imposible? ... Si conseguís probármelo, consiento dar un paso en la dirección de vuestras ideas.

Montesquieu

Os he de probar muy fácilmente, si estáis dispuesto a seguir escuchándome.

Maquiavelo

Con mucho gusto; pero tened cuidado; creo que os habéis comprometido en demasía.
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