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Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO TERCERO

DIÁLOGO DECIMOCTAVO


Montesquieu

Hasta ahora habéis ocupado únicamente de las formas de vuestro gobierno y de las leyes de rigor necesarias para mantenerlo. Es mucho, sin duda; pero no es nada todavía. Os queda por resolver el más difícil de todos los problemas, para un soberano que pretende asumir el poder absoluto en un Estado europeo, formado de las tradiciones representativas.

Maquiavelo

¿Cuál es ese problema?

Montesquieu

El de vuestras finanzas.

Maquiavelo

Este problema no ha sido en modo alguno ajeno a mis preocupaciones, pues recuerdo haberos dicho que, en definitiva todo se resolvería mediante una simple cuestión de cifras.

Montesquieu

De acuerdo; sin embargo, lo que en este caso se os resistirá es la naturaleza misma de las cosas.

Maquiavelo

Os confieso que me inquietáis, porque provengo de un siglo de barbarie en materia de economía política y es muy poco lo que entiendo de estas cuestiones.

Montesquieu

Me alegro por vos. Permitidme, no obstante, formularos una pregunta. Recuerdo haber escrito, en El espíritu de las leyes, que el monarca absoluto se veía obligado en virtud del principio de su gobierno, a imponer tan solo menguados tributos a sus súbditos (El espíritu de las leyes, libro XIII, cap. X). ¿Daréis al menos a los vuestros esta satisfacción?

Maquiavelo

No me comprometo a ello; en verdad, no conozco nada más controvertible que la proposición que habéis sugerido. ¿Cómo queréis que el aparato del poder monárquico, el resplandor y la representación de una gran corte, puedan subsistir sin imponer a la nación duros sacrificios? Vuestra tesis puede ser válida para Turquía, para Persia, ¡qué se yo! Para pequeños pueblos sin industrias, que no dispondrían por otra parte de medios para pagar el impuesto; pero en las sociedades europeas, donde la riqueza fluye a raudales de las fuentes de trabajo y se presta a tantas y tan variadas formas de impuestos; donde el lujo es un instrumento de gobierno, donde el mantenimiento y las erogaciones de los diversos servicios públicos se encuentran centralizados en las manos del Estado, donde todos los altos cargos, todas las dignidades son remunerados a manos llenas, ¿cómo queréis, una vez más, que, siendo uno dueño y soberano, se limite a imponer módicos tributos?

Montesquieu

Es muy justo y os entrego mi tesis, cuyo verdadero sentido por demás, se os ha escapado. Entonces, vuestro gobierno costará caro; más caro, es evidente, que un gobierno representativo.

Maquiavelo

Es posible.

Montesquieu

Sí, pero es ahora cuando comienzan las dificultades. Sé en qué forma los gobiernos representativos subvienen sus necesidades financieras, mas no tengo ninguna idea acerca de los medios de subsistencia de un poder absoluto en las sociedades modernas, si interrogo el pasado, percibo muy claramente que no puede sobrevivir sino en las condiciones siguientes: es indispensable, en primer término, que el monarca absoluto sea un jefe militar; lo admitís sin duda.

Maquiavelo

Lo admito.

Montesquieu

Es preciso, además, que sea conquistador, pues es la guerra la que debe proporcionarle los principales recursos que le son necesarios para mantener su fasto y sus ejércitos. Si los pidiera al impuesto, abrumaría a sus súbditos. Veis, pues, que si el monarca absoluto debe moderar los tributos no es porque sus gastos sean menores, sino porque la ley de su supervivencia depende de otros factores. Ahora bien, en nuestros días, la guerra ya no reporta beneficios a quienes la practican: arruinan a los vencedores al igual que a los vencidos. Ya lo veis, una fuente de ingresos que se os escapa de las manos.

Quedan los impuestos, pero, por supuesto, el príncipe absoluto debe prescindir del consentimiento de sus súbditos. En los Estados despóticos, una ficción legal permite imponer los tributos en forma discrecional: de derecho, se considera al soberano dueño de todos los bienes de sus súbditos. Por lo tanto cuando les confisca alguna cosa, no hace nada más que restituirse lo que le pertenece. De esta manera, no hay resistencia posible.

En suma, es preciso que el soberano pueda disponer, sin discusión ni control, de los recursos que le ha proporcionado el impuesto. Tales son, en esta materia, las rutinas inevitables del absolutismo; confesad que faltaría mucho por hacer para retornar a tal situación. Si los pueblos modernos son tan indiferentes como vos decís a la pérdida de sus libertades, no ocurrirá lo mismo cuando se trate de sus intereses; sus intereses están ligados a un régimen económico que es exclusivo del absolutismo: si no aplicáis la arbitrariedad en las finanzas, tampoco podréis aplicarla en la política. Vuestro reino se derrumbará en el rubro presupuestos.

Maquiavelo

En este sentido, como en todos los demás, estoy perfectamente tranquilo.

Montesquieu

Es lo que queda por ver; vayamos a los hechos. La norma fundamental de los Estados modernos es la votación de los impuestos por los mandatarios de la nación: ¿aceptaréis tal votación?

Maquiavelo

¿Por qué no?

Montesquieu

¡Oh! tened cuidado, este principio constituye la más expresa consagración de la soberanía de la nación; porque reconocerle el derecho de votar el impuesto es reconocerle el de rechazarlo, de limitarlo, de reducir a la nada los medios de acción del príncipe y por consiguiente de aniquilar al príncipe mismo, si ello es preciso.

Maquiavelo

Sois categórico. Continuad.

Montesquieu

Quienes votan los impuestos son también ellos, los contribuyentes. En este caso sus intereses están estrechamente unidos a los de la nación, en un aspecto en el que ésta estará obligada a tener los ojos abiertos. Encontraréis a sus mandatarios tan poco complacientes en materia de créditos legislativos, como los habéis hallado dóciles en el capítulo de las libertades.

Maquiavelo

Aquí es donde se revela la debilidad de vuestro argumento: os ruego tened presente dos consideraciones que habéis olvidado. En primer lugar los mandatarios de la nación son remunerados; contribuyentes o no, son parte interesada en la votación de los impuestos.

Montesquieu

Reconozco que la combinación es práctica y la observación sensata.

Maquiavelo

Ya veis cuál es el inconveniente de considerar las cosas con un criterio demasiado sistemático; una hábil modificación, por insignificante que sea, hace que todo varíe. Quizá tendríais razón si mi poder se sustentara en la aristocracia, o en las clases burguesas, las cuales, en un momento dado, podrían rehusarme su apoyo; pero tengo por base de acción al proletariado, cuya masa nada posee. Sobre ella casi no pesan las cargas del Estado y yo haré de manera que no pesen en absoluto. Las medidas fiscales preocuparán poco a las clases obreras; no las alcanzarán.

Montesquieu

Si he comprendido bien, hay un punto muy claro: hacéis pagar a los que poseen, por la voluntad soberana de los que no poseen. Es el precio que el número y la miseria imponen a la riqueza.

Maquiavelo

¿No es justo acaso?

Montesquieu

Ni siquiera es cierto, porque en las sociedades actuales, desde el punto de vista económico, no hay ricos, ni pobres. El artesano de ayer es el burgués de mañana, en virtud de la ley del trabajo. Si apuntáis a la burguesía territorial o industrial, ¿sabéis qué es lo que hacéis?

En realidad, tomáis más difícil la emancipación por el trabajo, retenéis a un número mayor de trabajadores en la condición de proletarios. Es una aberración creer que el proletariado puede obtener ventajas de las medidas que afectan a la producción. Al empobrecer por medio de leyes fiscales a los que poseen, sólo se crean situaciones artificiales, y al cabo de cierto tiempo se termina por empobrecer hasta a aquellos que nada poseen.

Maquiavelo

Hermosas teorías las vuestras, mas estoy decidido a oponeros, si así lo queréis, otras igualmente bellas.

Montesquieu

No, porque no habéis resuelto aún el problema que os he planteado. Conseguid ante todo los medios para hacer frente a los gastos de la soberanía absoluta. No será tan fácil como lo pensáis, ni aun con una cámara legislativa en la cual tenéis asegurada la mayoría, ni siquiera con la omnipotencia del mandato popular de que estáis investido. Decidme, por ejemplo, cómo podréis doblegar el mecanismo financiero de los Estados modernos a las exigencias del poder absoluto. Os lo repito, lo que se os resiste en este caso es la naturaleza misma de las cosas. Los pueblos civilizados de Europa han rodeado la administración de sus finanzas de garantías tan estrictas y celosas, tan múltiples, que impiden la arbitrariedad en la percepción y el empleo de los dineros públicos.

Maquiavelo

¿Y en qué consiste ese sistema tan maravilloso?

Montesquieu

Puedo explicároslo en pocas palabras. La perfección del sistema financiero, en los tiempos modernos, descansa sobre dos bases fundamentales, el control y la publicidad. En ellas reside esencialmente la garantía de los contribuyentes. Un soberano no podría modificarlas sin decir indirectamente a sus súbditos: Vosotros tenéis el orden, y yo busco el desorden, quiero la oscuridad en la gestión de los fondos públicos; la necesito porque hay una multitud de gastos que deseo poder hacer sin vuestra aprobación, déficit que deseo ocultar, ingresos que necesito disimular o abultar a voluntad, de acuerdo con las circunstancias.

Maquiavelo

Un buen comienzo.

Montesquieu

En los países libres e industriosos, todo el mundo entiende de finanzas, por necesidad, por interés y por situación, y a este respecto vuestro gobierno no podría engañar a nadie.

Maquiavelo

¿Quién os dice que se pretenda engañar?

Montesquieu

Toda la obra de la administración financiera, por muy vasta y complicada que sea en sus detalles, se reduce, en último análisis, a dos operaciones harto sencillas: recibir y gastar.

En torno de estos dos órdenes de hechos financieros gravita la multitud de leyes y reglamentos especiales, que también tienen por objeto una finalidad muy simple: hacer de manera que el contribuyente no pague más que el impuesto necesario y regularmente establecido, hacer de manera que el gobierno no pueda utilizar los fondos públicos sino en erogaciones aprobadas por la nación.

Dejo de lado todo lo relativo a la base tributaria y al modo de percepción del impuesto, a los medios prácticos de asegurar la totalidad de la recaudación, el orden y la precisión en el movimiento de los fondos públicos; son detalles de contabilidad, con los que no tengo el propósito de entreteneros. Sólo quiero mostraros en qué forma, en los sistemas de finanzas políticas mejor organizados de Europa, la publicidad y el control marchan mano a mano.

Uno de los problemas más importantes a resolver consistía en hacer salir completamente de la oscuridad, en hacer visibles a los ojos de todos, los elementos de las entradas y salidas sobre los que se basa el empleo de la riqueza pública en manos de los gobiernos. Tal resultado pudo alcanzarse mediante la creación de lo que en el lenguaje moderno se llama el presupuesto del Estado, es decir, el cálculo aproximado o la relación entre entradas y salidas, previstas no para un periodo de tiempo prolongado, sino cada año para el servicio del año siguiente. El presupuesto anual es, el elemento capital y en cierto modo generador de la situación financiera, que mejora o se agrava en proporción a los resultados verificados. Preparan las partidas que lo componen los diferentes ministros en cuyos departamentos se registran los servicios que es necesario proveer. Estos toman como base las asignaciones de los presupuestos anteriores, introduciendo en ellas las modificaciones, agregados y supresiones necesarios. Todo ello es encaminado al ministro de finanzas, quien centraliza los documentos que le son transmitidos, y quien presenta a la asamblea legislativa lo que se llama proyecto de presupuesto. Este inmenso trabajo publicado, impreso, reproducido en mil periódicos, devela a los ojos de todos la política interior y exterior del Estado, la administración civil, judicial y militar. Es examinado, discutido y votado por los representantes del país, después de lo cual cobra carácter ejecutorio de la misma manera que las otras leyes del Estado.

Maquiavelo

Permitidme admirar la extraordinaria lucidez deductiva, la propiedad de los términos, enteramente modernos, con que el ilustre autor de El espíritu de las leyes ha sabido desembarazarse, en materia de finanzas, de las teorías un tanto vagas y las expresiones algunas veces ambiguas de la gran obra que lo ha hecho inmortal.

Montesquieu

El espíritu de las leyes no es un tratado de finanzas.

Maquiavelo

Vuestra sobriedad sobre este punto es tanto más digna de elogio por cuanto hubieseis podido hablar de ellas de manera harto competente. Tened a bien continuar, os lo ruego; os sigo con el más profundo interés.
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