Indice de Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice JolyDiálogo decimosextoDiálogo decimoctavoBiblioteca Virtual Antorcha

Diálogo en el infierno entre
Maquiavelo y Montesquieu
Maurice Joly

LIBRO SEGUNDO

DIÁLOGO DECIMOSÉPTIMO


Montesquieu

Os he dicho que tenéis genio; preciso es que lo tengáis, en verdad, de una determinada especie, para concebir y ejecutar tantas cosas. Comprendo ahora la parábola del Dios Vishnu; como el ídolo indio, tenéis cien brazos, y cada uno de vuestros dedos toca un resorte. Así como todos los tocáis, ¿podríais también verlo todo?

Maquiavelo

Sí, porque convertiré a la policía en una institución tan vasta, que en el corazón de mi reino la mitad de los hombres vigilará a la otra mitad. ¿Me permitís que os dé algunos detalles acerca de la organización de mi policía?

Montesquieu

Hacedlo.

Maquiavelo

Comenzaré por crear un ministerio de policía, que será el más importante de mis ministerios y que centralizará, tanto en lo exterior como en lo interno, los servicios de que dotaré a esta parte de mi administración.

Montesquieu

Pero si hacéis eso, vuestros súbditos se percatarán inmediatamente de que están envueltos en una red espantosa.

Maquiavelo

Si este ministerio desagrada. Lo aboliré y lo llamaré, si os parece, ministerio de Estado. Organizaré asimismo en los otros ministerios servicios equivalentes, que en su mayor parte estarán incorporados, secretamente, a lo que hoy en día llamáis ministerio del interior y ministerio de asuntos extranjeros. Entendéis perfectamente que no me ocupo aquí en lo absoluto de diplomacia, sino únicamente de los medios apropiados para garantizar mi seguridad contra las facciones, tanto en el exterior como en el interior. Pues bien, creedlo, a este respecto, encontraré a la mayor parte de los monarcas poco más o menos en la misma situación que yo, es decir, bien dispuestos a secundar mis intenciones, que consistirán en crear servicios de policía internacional en interés de una seguridad recíproca. Si, como no lo dudo, llegase a alcanzar este resultado, he aquí algunas de las formas que adoptaría mi policía en el exterior: hombres afectos a los placeres y sociables en las cortes extranjeras para mantener un ojo vigilante sobre las intrigas de los príncipes y pretendientes exiliados; revolucionarios proscriptos, algunos de los cuales no desespero de inducir, por dinero a servirme de agentes de transmisión con respecto a las maquinaciones de la demagogia tenebrosa; fundación de periódicos políticos en las grandes capitales, de imprentas y librerías instaladas en las mismas condiciones y secretamente subvencionadas para seguir de cerca, por medio de la prensa, el movimiento de las ideas.

Montesquieu

No solo contra las facciones de vuestro reino, sino contra el alma misma de la humanidad terminaréis por conspirar.

Maquiavelo

Bien sabéis que no me aterran demasiado las grandes palabras. Lo que pretendo es que todo político que quiera ir a tramar intrigas al extranjero pueda ser vigilado, señalado periódicamente, hasta su regreso a mi reino, donde será encarcelado y castigado con todo rigor para que no esté en situación de reincidir. Para tener mejor entre mis manos el hilo de las intrigas revolucionarias, sueño con una combinación que será, creo, bastante hábil.

Montesquieu

¿Cuál, Dios todopoderoso?

Maquiavelo

Quisiera tener un príncipe de mi casa, sentado en las gradas de mi trono, que representase el papel del descontento. Su misión consistiría en fingirse liberal, en detractor de mi gobierno y en aliarse así, para observarlos más de cerca de quienes, en los rangos más elevados de mi reino, pudieran hacer un poco de demagogia. Cabalgando sobre las intrigas interiores y exteriores, el príncipe al cual confiaría esta misión, haría así representar una comedia de enredos a quienes no estuviesen en el secreto de la farsa.

Montesquieu

¡Qué decís! ¿A un príncipe de vuestra propia casa confiaríais atribuciones que vos mismo calificáis de policiales?

Maquiavelo

¿Y por qué no? Conozco príncipes reinantes que, en el exilio, han pertenecido a la policía secreta de ciertos gabinetes.

Montesquieu

Si continúo escuchándoos, Maquiavelo, es para tener la última palabra de esta horrorosa apuesta.

Maquiavelo

No os indignéis, señor de Montesquieu; en El espíritu de las leyes me habéis llamado gran hombre. (El espíritu de las leyes, libro VI, cap. V).

Montesquieu

Me lo hacéis pagar caro; es para mi un castigo escucharlo. Pasad lo más rápido que podáis sobre tantos y tan siniestros detalles.

Maquiavelo

En el interior, estoy obligado a restablecer el gabinete negro.

Montesquieu

Restablecedlo.

Maquiavelo

Lo tuvieron vuestros mejores reyes. Es preciso evitar que el secreto de las cartas pueda servir para amparar conspiraciones.

Montesquieu

Son ellas las que os hacen temblar, lo comprendo.

Maquiavelo

Os equivocáis, porque habrá conspiraciones bajo mi reinado; es imprescindible que las haya.

Montesquieu

¿Qué queréis decir? ¡También esto!

Maquiavelo

Habrá tal vez conspiraciones verdaderas, no respondo de ello; pero habrá ciertamente conspiraciones simuladas. En determinadas circunstancias, pueden ser un excelente recurso para estimular la simpatía del pueblo a favor del príncipe, cuando su popularidad decrece. Intimidando el espíritu público se obtienen, si es preciso, por ese medio, las medidas de rigor que se requieren, o se mantienen las que existen. Las falsas conspiraciones, a las cuales, por supuesto, sólo se debe recurrir con extrema mesura, tienen también otra ventaja: son ellas las que permiten descubrir las conspiraciones reales, al dar lugar a pesquisas que conducen a buscar por doquier el rastro de lo que se sospecha.

Nada es más precioso que la vida del soberano: es necesario entonces que se le rodee de un sinnúmero de garantías, es decir, de un sinnúmero de agentes, pero al mismo tiempo es necesario que esta milicia secreta esté hábilmente disimulada para que no se piense que el soberano tiene miedo cuando se muestra en público. Me han dicho que en Europa las precauciones en este sentido han alcanzado tal grado de perfeccionamiento que un príncipe que sale a las calles puede parecer un simple particular que se pasea, sin guardia, en medio de la multitud, cuando en verdad está rodeado por dos o tres mil protectores.

Es mi propósito, por lo demás, que mi policía se encuentre diseminada en todas las filas de la sociedad. No habrá conciliábulo, comité, salón, hogar íntimo donde no se encuentre un oído pronto a recoger lo que se dice en todo lugar, a toda hora. Para quienes han manejado el poder es un fenómeno asombroso la facilidad con la cual los hombres se convierten en delatores los unos de los otros. Más asombrosa aún es la facultad de observación y de análisis que se desarrolla en aquellos que toman por profesión la vigilancia política; no tenéis ni la más remota idea de sus artimañas, sus disimulos y sus instintos, de la pasión que ponen en sus indagaciones, de su paciencia, de su impenetrabilidad; hay hombres de todas las categorías sociales que ejercen este oficio, ¿cómo podría decirlo? Por una especie de amor al arte.

Montesquieu

¡Ah!, ¡corred el telón!

Maquiavelo

Sí, porque allá, en los bajos fondos del terror, existen secretos atroces para la mirada. Os eximo de cosas más espantosas que las que habéis oído. Con el sistema que organizaré, estaré informado tan completamente, que hasta podré tolerar maquinaciones culpables, pues tendré en cada minuto del día el poder de paralizarlas.

Montesquieu

¿Tolerarlas? ¿Y por qué?

Maquiavelo

Porque en los Estados europeos el monarca absoluto no debe hacer un uso indiscreto de la fuerza; porque siempre existen, en el fondo de la sociedad, actividades subterráneas contra las cuales nada puede hacerse mientras no se manifiesten; porque es indispensable evitar con sumo cuidado alarmar a la opinión pública respecto de la actividad del poder; porque los partidos, cuando se ven reducidos a la impotencia se contentan con murmuraciones y sarcasmos, y pretender desarmar aun su malhumor constituiría una locura. Aquí y allá, en los periódicos y en los libros, se harán oír sus quejas, intentarán alusiones contra el gobierno en algunos discursos, en ciertos alegatos; darán, con pretextos diversos algunas débiles señales de existencia; todo ello, os lo juro, muy tímidamente, y el público, si es que se entera, no podrá menos que reírse. Pensarán que soy muy bondadoso por tolerar semejante situación; sí, por bonachón; veis ahora por qué razón estoy dispuesto a tolerar todo aquello que, por supuesto, considere no entraña peligro alguno; no quiero que nadie pueda siquiera decir que mi gobierno es receloso.

Montesquieu

Vuestras palabras me recuerdan que habéis dejado una laguna, y una laguna harto grave, en vuestros decretos.

Maquiavelo

¿Cuál?

Montesquieu

No habéis tocado la libertad individual.

Maquiavelo

No la tocaré.

Montesquieu

¿Lo creéis así? Si os habéis reservado la facultad de tolerar, os reserváis fundamentalmente el derecho de impedir todo aquello que os parezca peligroso. Si el interés del Estado, o hasta un celo un tanto acuciante, exigen que un hombre sea arrestado, en el preciso instante, en vuestro reino, ¿cómo se podría hacer si la legislación prevé una ley de habeas corpus; si el arresto individual está precedido por ciertas formalidades, por determinadas garantías? Mientras se cumple el procedimiento, el tiempo pasa.

Maquiavelo

Permitidme; si respeto la libertad individual, no me privo a este respecto de proceder a ciertas modificaciones útiles dentro de la organización judicial.

Montesquieu

Lo sabía.

Maquiavelo

¡Oh!, no cantéis victoria, será la cosa más sencilla del mundo ¿Quién, en vuestros Estados parlamentarios, estatuye en general acerca de la libertad individual?

Montesquieu

Un consejo de magistrados cuyo número e independencia constituyen la garantía de los enjuiciados.

Maquiavelo

Una organización viciosa, sin duda alguna. ¿Cómo queréis que con la lentitud que caracteriza a las deliberaciones de un consejo, pueda la justicia proceder con la rapidez necesaria a capturar a los malhechores?

Montesquieu

¿Qué malhechores?

Maquiavelo

Hablo de las personas que cometen asesinatos, robos, crímenes y delitos que competen a los fueros del derecho común. Es imprescindible proporcionar a esta jurisdicción la unidad de acción que le es necesaria; reemplazo vuestro consejo por un magistrado único, encargado de estatuir respecto de la detención de los malhechores.

Montesquieu

Más en este caso no se trata de malhechores; con la ayuda de esta disposición, amenazáis la libertad de todos los ciudadanos; estableced al menos una discriminación en cuanto a la denominación del delito.

Maquiavelo

Eso es justamente lo que no quiero hacer. ¿Acaso el que intenta una acción contra el gobierno no es tan culpable o más que el que comete un crimen o un delito ordinario? La pasión o la miseria atenúan muchas faltas; ¿qué obliga en cambio a la gente a ocuparse de política? Por ello no quiero que haya más discriminación entre los delitos de derecho común y los políticos. ¿Dónde, queréis decirme, tienen la cabeza los Estados modernos, al elevar para sus detractores especies de tribunas criminales? En mi reino, el periodista insolente será confundido, en las prisiones, con el simple ladrón, y comparecerá, junto a él, ante la jurisdicción correccional. El conspirador se sentará ante el jurado criminal, junto al falsificador, con el asesino. Se trata, observadlo, de una excelente modificación legislativa, porque la opinión pública, viendo tratar al conspirador al igual que al malhechor ordinario, terminará por confundirlos a ambos en un mismo desprecio.

Montesquieu

Socaváis las bases mismas del sentido moral; mas ¿qué os importa? Lo que me asombra, es que conservéis un jurado criminal.

Maquiavelo

En los Estados centralizados como el mío, son los funcionarios públicos quienes designan a los miembros del jurado. En materia de simple delito político, mi ministro de justicia podrá en todo momento, cuando sea preciso, integrar la cámara de los jueces llamados a conocer en la causa.

Montesquieu

Vuestra legislación interior es irreprochable; es tiempo de pasar a otros temas.
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