Índice del libro Charla con las Juventudes Libertarias de Hermoso PlajaDedicatoria del autorCharla con las Juventudes LibertariasBiblioteca Virtual Antorcha

Hermoso Plaja y el Sindicalismo

En el mes de marzo de 1982, Hermoso Plaja murió en la ciudad de Palafrugell, España, a la edad de 93 años.

Permaneció en el Distrito Federal durante más de treinta años.

En 1973, año en que le conocimos y hasta que regresara a su tierra natal, nos permitió descubrir interesantísimas obras anarquistas al prestarnos cuanto libro le solicitábamos de su extensa biblioteca, un verdadero tesoro documental.

En aquellos años, era sumamente difícil encontrar literatura anarquista en las librerías del D. F. y podemos afirmar que sin la paciencia y la orientación del compañero Plaja, no hubiéramos podido comprender ni tan siquiera un poco, las teorías anarquistas.

Ha partido al viaje sin retorno pero siempre vivirá en nuestro recuerdo.

Para Hermoso Plaja, el sindicalismo constituía una forma de organización social propia de los trabajadores y por ende influenciable por cualquier tipo de ideas políticas.

Rechazó la idea del sindicalismo neutro poniendo énfasis en que en la sociedad capitalista quien hable de neutralidad o es un imbécil que no sabe de lo que está hablando o es un tramposo que oculta algo.

En contraposición a las opiniones de los sindicalistas puros según quienes el sindicato puede bastarse a sí mismo en su misión de emancipación proletaria, H. Plaja advertía la falacia de esta presunción.

Para comenzar resaltaba que el sindicato había surgido en el siglo pasado (Siglo XIX) como producto de circunstancias específicas; y que era una forma de organización obrera mediante la cual los obreros buscaban la protección de sus intereses y el mejoramiento de sus condiciones de vida dentro del mismo sistema capitalista. Así pues, el sindicato surge como una organización de defensa, como una organización protectora, no como una organización de ataque a la burguesia ni como una organización revolucionaria. Entonces resulta imposible que pudiera bastarse a sí mismo para conseguir la emancipación proletaria por la simple razón de que su misión original descartaba cualquier idea emancipadora al reducirse a una mera misión protectora.

Ahora bien, H. Plaja opinaba que en las sociedades regidas por el sistema capitalista cuya principal característica es la cotidiana lucha entre los detentadores de los medios de producción, distribución y administración y entre quiénes sólo tienen sus brazos y cerebros, cualquier tipo de organización se encuentra de hecho inmersa en esta lucha, siendo vulnerable a la penetración de cualquier concepción política ya sea reaccionaria ya sea revolucionaria. Así pues, el sindicato no escapa a esta dinámica. Por lo tanto, al darle su real nivel desechando cualquier idea apriorística - como lo puede ser tanto el decir que el sindicalismo es revolucionario por excelencia o bien argumentar la concepción actualmente difundida por muchos publicistas que en síntesis expresa que el sindicalismo es reaccionario en su misma esencia -, H. Plaja no convergía hacia una posición dogmática sino hacia una posición relativista.

Así, según la influencia que generen los elementos humanos partícipes de un sindicato, éste puede albergar cualquier posición política e inclusive, la mayoría de las veces, pueden llegar a desarrollarse en su seno varias tendencias políticas.

H. Plaja no pasaba por alto que en los sindicatos, como en cualquier tipo de asociación, existen puntos neurálgicos de dirección y administración a través de los cuales se generan - lo muestra la historia del sindica!ismo - fortísimas luchas entre las diversas corrientes políticas presentes. Así, cada corriente desea apoderarse de la dirección sindical con el objeto de fijar su propia línea de acción, y de esto también los elementos anarquistas han participado, negarlo sería negar la historia sindical.

H. Plaja hacia suyo un discurso propio de su época según el cual al vocablo político se le daba un sentído particular, puesto que se usaba para designar únicamente a quienes buscaban participar en la administración estatal. Esta restricción a lo mínimo en el uso de este vocablo está aún muy enraizada en nuestros medios anarquistas. Es evidente que usarlo exclusivamente para referirse a Ias personas u organizaciones cuyos fines son participar en la administración estatal, es un error, ya que de hecho el vocablo político puede, con toda propiedad, ser usado para designar a todo aquel individuo u organización que se interese por la problemática que acontezca en su medio social e intente proponer alternativas.

Es en gran parte debido a tan peculiar definición del vocablo político, que a principios de siglo (Siglo XX), los compañeros anarquistas argüían que el sindicato se acercaba, con todo y las carencias que pudiese tener, mucho a las aspiraciones anarquistas por su tendencia a rechazar lo político (!!!). Y fue precisamente esta errónea manera de enfocar lo político lo que permitió a las corrientes sindicalistas - reformistas, expulsar a la anarquista de los sindicatos.

Expliquémonos: en el tristemente famoso Congreso de Amiens celebrado en 1906, se llegó a aprobar, por los mismos anarquistas, una declaración, considerada por propios y extraños como la más clara exposición de la sabiduría sindicalista, del sindicalismo puro, del sindicalísmo que se basta a sí mismo para lograr la emancipación del proletariado. Pues bien, refirámonos únicamente a dos párrafos de la mencionada declaración mediante los cuales los mismos anarquistas que votaron a favor, firmaban su expulsión del movimiento obrero organizado.

En tales párrafos se decía: ... en lo que concierne a los indíviduos, el congreso afirma la entera libertad para el sindicado de participar, fuera de la agrupación corporativa, en las formas de lucha que correspondan a su concepción filosófica o política, limitándose a exigirle, en recíprocidad, que no introduzca en el sindicato las opiniones que profesa fuera de él. - En lo que concierne a las organizaciones, el congreso decide que, a fin de que el sindicalismo llegue a su máximo efecto, la acción económica debe ejercerse directamente contra el patronato, pues las organizaciones confederadas no tienen, en tanto que grupos sindicales, que preocuparse de los partidos y de las sectas que, al margen y al lado, pueden perseguir con toda libertad la transformación social.

Una declaración más contraria al anarquismo no se hubiera podido realizar, sin embargo ... ¡¡¡fue aprobada por los mismos anarquistas???

Pero a pesar de que esto era conocido por H. Plaja, él nunca pudo abandonar la limitada concepción del vocablo político, por lo que siempre pugnó por un sindicalismo apolítico y esto aún con la clara convicción de que en los sindicatos había luchas de tendencias; esto es, que los sindicatos constituían un campo de acción claramente político.

A decir verdad, a nosotros nos llevó tiempo el poder ubicar el apolitismo al que hacía referencia H. Plaja, hasta que nos percatamos que todo era producto de una confusión terminológica; y no obstante de que en más de una ocasión le comunicamos nuestro parecer al respecto y de que él llegaba a estar de acuerdo con nuestra argumentación, siempre volvia a referirse al apoliticismo, y cuando nosotros le insistíamos acerca del error terminológico, él nos contestaba calmadamente: Sí, sí, ya sé lo que ustedes dicen y estoy de acuerdo, pero es que como durante muchos años me desenvolvi en un medio donde se entendía el vocablo político de manera exclusiva a los que buscaban puestos en el gobierno, pues yo me empapé de esa definición; ustedes me hacen comprender que más que errónea es inexacta y estoy de acuerdo, pero son tantos y tantos los años que yo así la he usado que bien puedo decir que estoy viciado. Es como aquel que siempre escribió la palabra demasiado con c; le costará mucho trabajo aprender a escribirla correctamente. Así me pasa a mí.

Cierto es que la manifestación anarquista en el medio obrero se dio a través de lo que se llegó a denominar anarco - sindicalismo pero, preferimos denominarla como sindicalismo anarquista.

Pues bien, Hermoso Plaja se forjó en el seno del movimiento obrero español, a la sazón influenciado por las ideas anarquistas. Miembro de la organización sindical anarquista: la Confederación Nacional del Trabajo (C.N.T.), a la que perteneció por entero hasta su muerte, su concepción anarquista tuvo que conformarse a través del sindicalismo. Le tocó vivir la época de las persecuciones, de las luchas intestinas como también los años gloriosos en que la C.N. T. asombraría al mundo entero cuando los principios anarquistas que sostenia se manifestarían esplendorosamente en amplias zonas del territorio hispano, demostrando en los hechos mismos que el Estado sí puede relegarse al olvido cuando las colectividades se deciden a actuar por cuenta propia. Igualmente fue testigo, tanto de la barbarie fascista mediante la salvaje, neurótica y bestial agresividad de las huestes franquistas, como de la traición de los burócratas estalinistas quienes masacraron de la forma más vil y abyecta al proletariado anarquísta español, tal vez por temor de que su socialismo de verborrea fuese opacado por el majestuoso ejemplo que en la realidad cotidiana estaba dando el proletariado anarquista español. Presenció también la derrota, el forzado exilio y las ulteriores batallas campales que se desarrollaron en el seno de la C.N.T. en el exilio.

Por su gigantesca experiencia, H. Plaja siempre estuvo a favor de un sindicalismo impregnado de la concepción anarquista; esto es, su postura era en pro del sindicalismo anarquista. No obstante que a través de la historia de la C.N.T. se habían manifestado en más de una ocasión tendencias políticas diferentes e inclusive antagónicas al anarquismo, que buscaban apoderarse de los centros neurálgicos de la organización confederal y que en varias ocasiones los enfrentamientos no se dejaron esperar, es durante el período del exilio cuando Ias tendencias se definirán más claramente y los enfrentamientos se agudizaran provocando sismas que en mucho perjudicaron al posible desarrollo de una organización confederal que sin abandonar las posiciones anarquistas, pudiera hacer frente a la realidad de la España contemporánea. En pocas palabras: se gastó sobrada pólvora en infiernitos.

Haciendo a un lado las otras corrientes que se manifestaron en tales dolorosos y perjudiciales sismas, nos referiremos a la opinión que H. Plaja tenía respecto a la que pretendía - y tal parece que aún sigue pretendiendo - conformar una C.N. T. neutral - castrada, nos diría en más de una vez H. Plaja -, alejada por completo de los planteamientos anarquistas y plagada hasta el tuétano de posturas ultra-reformistas.

Pues bien, la postura de H. Plaja se puede sintetizar en lo siguiente:

Si la C.N.T. no hubiese estado impregnada por los principios anarquistas, jamás hubiese llegado a conformarse en la gran organización sindical revolucionaria. Si la C.N.T. hubiese abandonado las concepciones anarquistas, no hubiera mantenido las posiciones revolucionarias que mostró en la práctica y nunca habría logrado atraerse el respeto de amplias capas del proletariado hispano. La C.N.T. se constituye como ejemplo de lo que puede realizar el sindicalismo anarquista y al mismo tiempo se conforma en la prueba clara y tajante de que el sindicalismo por sí solo jamás tomará posturas revolucionarias ya que lo importante es el espíritu que lo anime.

Yo -nos decía Plaja- soy anarquista, y como anarquista veo el sindicalismo, el cooperativismo, el colectivismo. Bien sé, porque mi experiencia me lo ha demostrado que tanto el sindicalismo como el cooperativismo o el colectivismo, son formas de organización que han surgido por necesidades específicas, pero que son incapaces de bastarse a sí mismas para intentar el cambio social que lleve a la emancipación y regeneración humana. Podría decir que tales formas de organización se constituyen en instrumentos; ahora bien, todo depende en manos de que corriente o bajo que influencias ideológicas se encuentren tales instrumentos.

Yo, como anarquista, he luchado para impregnar de anarquismo a estos organismos y considero que gran parte de nuestra lucha debe enfocarse en tal sentido: lograr que el sindicalismo, el cooperativismo o el colectivismo sean anarquistas.

También sé que por ahí andan algunos despistados y otros que definitivamente no son despistados sino que se hacen los tontos, argumentando en pro del sindicalismo, del cooperativismo y del colectivismo sin etiqueta. A los despistados los perdono porque definitivamente no saben lo que dicen; pero a aquellos que se hacen los tontos no puedo sino considerarlos como claros y auténticos enemigos. Si hablan, por ejemplo, de un sindicalismo sin etiqueta es porque a sus intereses les conviene. A ellos les encantaría poder contar con una C.N.T. sin etiqueta para poderla maniobrar a su gusto. Resulta evidente que a ellos les estorbe lo que llaman etiqueta, o sea, el vocablo anarquista, porque saben lo que representa. Ellos quieren sindicatos amaestrados. Su visión de los sindicatos no puede rebasar los marcos de un sindicalismo liberal, además de que conocen muy bien los beneficios que al capitalismo reporta el contar con sindicatos controlados, con los cuales se pueda tratar. Como estas gentes son inescrupulosas cuentan con el poder que su condición les permite y en esto se encuentra el peligro de que su verborrea en pro de los movimientos sin etiqueta logre desviar la atención no tan sólo del proletariado o campesinado, sino también de todo elemento humano que de manera sincera y honesta se acerca a nuestros medios.

Así, el peligro se acrecenta debido a que la gente que se acerca a nosotros, salvo excepcionales casos, no cuenta con la menor preparación anarquista, y lo que es más -aunque me duela decirlo- muy pocos son los que se preocupan por alcanzar tal preparación. A causa de ello, las fáciles posturas de pregonar movimientos sin etiqueta, sin especificar absolutamente nada, adquiere automáticamente mayor posibilidad de receptores. Esto lo digo porque la experiencia que he adquirido a lo largo de mi vida de militante, me ha demostrado que la inmensa mayoría de la gente abraza de manera harto infantil la postura que se le presente y le ahorre el tener que pensar, estudiar o comprometerse, y estos merolicos en pro de los movimientos sin etiqueta, conocen hasta cierto punto esta debilidad popular.

La experiencia histórica nos ha demostrado, en más de una ocasión, que todos los movimientos que han surgido sin etiqueta, o bien han acabado etiquetándose hasta la médula o, se han diluido en la nada como producto de sus contradicciones. Esto acontece por la simple razón de que la lucha en contra del sistema capitalista obliga de una u otra manera a los sectores en lucha a definir, conforme la propia experiencia lo va señalando, una línea de acción que, quiérase o no, va unida a la etiquetación, aparte de que los portavoces y defensores del capitalismo serán los primeros que etiquetarán cualquier lucha popular. Así que, en mi opinión, hablar de movimientos sin etiqueta es servirles la mesa a otros, y en nuestro campo esto ha pasado infinidad de veces.

Los compañeros que echaron a andar sindicatos, cooperativas o colectivos y que de manera ingenua consideraron no prudente el etiquetarse acabaron viendo como otras tendencias políticas se aprovechaban del trabajo que ellos habían realizado y al cabo del tiempo esos sindicatos, cooperativas o colectivos se etiquetaban con otras rúbricas no anarquistas. ¿Podrá haber alguien que me niegue lo que he dicho? Aquí mismo en México, Ricardo Flores Magón cometió ese error: es muy conocida la carta escrita a Práxedis y a Enrique en donde habla acerca de la necesidad táctica de no decirse anarquistas, ¿y qué pasó después? ¿Acaso no hubo quienes se aprovecharon del trabajo realizado por Ricardo Flores Magón y lo capitalizaron a favor de sus intereses? Es necesario que aprendamos de nuestra historia, que no cometamos los mismos errores, para eso sirven las experiencias.

Chantal López y Omar Cortés (La Redacción de El Compita).

De El Compita, Difusor de ideas anarquistas, México, N° 6, mayo - junio 1982


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