Índice del libro Charla con las Juventudes Libertarias de Hermoso PlajaHermoso Plaja y el sindicalismo revolucionario por Chantal López y Omar CortésBiblioteca Virtual Antorcha

Charlas con las juventudes libertarias

Compañeras y compañeros: Salud.

Corresponde al que os va a hablar, el segundo turno de los temas a desarrollar en este Ciclo de Conferencias organizado por nuestras Juventudes Libertarias de México.

Quiero anticiparos que nada nuevo ni original os he de explicar. Todo cuanto he de deciros, será el producto de una regular experiencia en la lucha por los ideales anarquistas, y lo que aprendí en los libros en el curso de mi vida.

Tarea dificil, pues, en estos momentos de quiebra universal de los más elementales valores humanos. Cuando todo ha quedado cubierto por los escombros de una civilización que en los albores del 89 quiso asombrar al mundo con su declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se hace indispensable acudir a las llamadas de la conciencia para que el futuro depare a nuestras sucesivas generaciones mejores y más radiantes perspectivas de felicidad.

Y para ello es necesario, ineludible, emplear los medios y aplicar los procedimientos más racionales, con el fin de que la mentalidad de las jóvenes generaciones guarde el debido paralelismo con sus sentimientos generosos para dar a la sociedad futura el rendimiento apetecido por los amantes de la libertad y de la fraternidad humanas.

Hablemos a la juventud, a toda la juventud, no solamente a la que en sus veinte años aspira a sucedernos, sino también a la juventud del pensamiento franco, lozano y abierto, que tanto caracteriza a los hombres en cuyos pechos anidan los más grandes ideales.

Hablando de los problemas de la juventud, nos decía el escritor anarquista José Prat, en una visita que le hicimos acompañados del querido amigo y compañero Dionisios, que el problema de la juventud en su pristina significación moral y sentimental, consistía en saber recomendar a los jóvenes (cómo físicamente lo éramos nosotros entonces), que fueran pensando en que su juventud había de ir prolongándose a medida que los años fueran cabalgando en nuestros hombros. Y que no se era joven o viejo por la edad, sino por la robustez y la frescura del pensamiento, y por las actividades desarrolladas en la lucha por una sociedad más justa y mejor organizada que la presente. La recomendación nos sirvió de guía para siempre.

El compañero Prat nos leyó también un pensamiento de lord Bacón, filósofo inglés, cuya substancia no escapó a nuestra frágil memoria. Decía lord Bacón, en el siglo pasado (siglo XIX), que: Hablar, es bueno; escribir, es mejor; pensar en la grandeza de un ideal, es bello, pero publicar lo que uno piensa, habla y escribe, es aun más grande, es magistral.

Y ahora, partiendo de aquella premisa de Bacón, he de confesar que mi conformidad con su pensamiento es absoluta. Hay que pensar, hay que hablar, hay que escribir, hay que publicar cuanto uno piensa y siente. Pero hay que hacerlo lo mejor y más bien posible. Y hay que estar dotado, o procurándolo, de las indispensables condiciones para que el resultado del verbo, de la pluma y del impreso, tengan la eficacia que su calidad y trascendencia merecen.

Pero, repito, hay que prepararse para esta labor. No basta hablar, no basta escribir, no es suficiente publicar nuestro pensamiento, empleando la más bella y florida forma verbal o escrita. La belleza en la literatura nos encanta, nos atrae, pero es necesario, además, saber lo que se habla, lo que se escribe y lo que se publica para que la posteridad pueda emitir el juicio justo y equilibrado al trabajo elaborado por el cerebro y sancionado por la aprobación de los hombres buenos y juiciosos.

Hay que hablar a la juventud. Es cierto. Hay que hacerlo; es nuestro deber. Y hay que decirles a los jóvenes, en nuestras cotidianas relaciones, su papel a desempeñar en el futuro que ellos representan, como ayer lo representamos nosotros. Como más tarde lo representarán nuestros nietos.

Ab jove prlncipium, dice Virgilio, en sus Eglogas, que traducido a nuestro idioma quiere decir: Empecemos por el primer personaje, y el primer personaje para nosotros, en la escena social, en el plano de las realizaciones, y sobre el que hay que operar, es el joven. Empecemos, pues, por hacer del joven el candidato a maestro. Y para lograr nuestro objetivo, será necesario colocar a nuestro sujeto al lado del que ya aprendió a andar con sus propios pies, sabe sentir por propia cuenta y obrar sin la palmeta del dictador. En una palabra: estimularle a que vaya siguiendo los pasos del que ya supo conquistar el puesto de hombre consciente y revolucionario para tener derecho a un lugar en el gran banquete de la vida social.

A la juventud hay que decírselo todo; lo bello, lo grande de su misión y los escollos con que en la realización de la misma habrá de topar; los métodos que hay que seguir y que la experiencia haya demostrado ser los más útiles, los más coherentes, los más prácticos y los más eficaces en resultados.

Y haciéndome eco de las repercusiones que ayer tuvieron algunos errores en la actuación de nuestras juventudes, recordaré aquí una recomendación muy juiciosa del humorista Multatuli, del que nos hablaba ayer el amigo querido Liberto Callejas. Multatuli dice: Es necesario el error. Si fuera posible la verdad absoluta, nos estancaríamos y llegaríamos a ser incapaces de estimar y labrar la joya íntima y posible. No se puede imaginar la luz, sin contraste de sombra. A la atracción que tienen las contradicciones, y el error mismo, se debe el brillo de la verdad. La salud, sería palabra incomprensible sin las enfermedades. De la noche, sale el alba. Y sin mal, no habría bien. Bella oración para el que quiera aprender el camino donde no es posible ya tropezar con la misma piedra dos veces en la vida.

¿Se cometieron errores ayer? Claro está que se cometieron. Y se seguirán cometiendo cada día. La infalibilidad es el ungüento de los incapaces y de los impotentes, es un cuento tártaro. Lo importante, lo deseable, es que los errores que ayer se cometieron, no se repitan, ni sirvan de precedente para seguir el inteminable y tortuoso camino de los mismos. Lo interesante y saludable, es ir rectificando, sobre la marcha, los cometidos ayer, para hacer más reducido el número de ellos, en el futuro.

Y hecha esta digresión, voy a entrar en el quid de esta disertación, que no es tal, sino el deseo de contribuir, con mi parte alícuota, al deber de despertar en nuestra juventud los estímulos indispensables para que hagan - por lo menos - lo poco que nosotros hicimos durante los duros años de actividades y de ininterrumpidas luchas en pro de las ideas anarquistas.

Empezaré por decir que me parece un error, pero error comprensible, hacer chocar nuestros pensamientos recíprocamente, encauzándolos bajo el enunciado de la Labor de las Juventudes en el movimiento obrero y confederal, tan generalizado entre nuestra militancia adulta. Creo que venimos incurriendo en una de las peores interpretaciones del problema. Y creo que lo mejor seria decir: Labor sobre y entre las Juventudes. Porque hay que tener en cuenta, queridos compañeros, que, para realizar un trabajo, para ejercer un oficio o profesión, una labor determinada cualquiera, es preciso previamente aprenderlos. ¿Cuál es la labor que puede desarrollar un joven, sin la experiencia y la cultura indispensable para enfocar y resolver los problemas adecuados a las aspiraciones de una organización que como la C. N. T. está orientada por las ideas anarquistas, si antes no ha cursado, por lo menos, los primeros grados de esta cultura sociológica e ideológica de que debe estar revestido el militante o el presunto militante de nuestra organización?

El militante nuevo, amigos jóvenes y viejos, el joven hombre de mañana, ya no puede emular a San Pablo predicando al Dios desconocido, sino que tiene el deber insoslayable de ir expandiendo por doquier la idea conocida, y ya más o menos practicada en España.

Acordaos de los resultados obtenidos de unos cuantos suficientes mesías que se llamaron Liarte, Aliaga y otros que nos salieron ranas. Y en vuestra composición de lugar, no os quedéis en la puerta del santuario de la consecuencia; entrad dentro.

Esta a manera de disquisición ligera, me lleva de la mano a hacer la siguiente consideración, cuya apreciación sustantiva dejo a vuestra conciencia:

Primero: No creo en la necesidad de la existencia de las Juventudes Libertarias como organización específica.

Segundo: No creo en la existencia de otros problemas propios de las Juventudes Libertarias como tales, que los peculiares de la edad en que las ilusiones y la inconsistencia de pensamiento, muy naturales por añadidura, les han de conducir oportunamente a hacerlos factibles; y ellos se consideran como consubstanciales con sus energías incontenibles de vivir, y de dar rienda suelta a lo que constituye el desarrollo constante de su cuerpo físico y de su entidad sensible y moral.

Tercero: Hemos de reconocer que, estos problemas propios, han de tener su efectividad considerándolos como el lógico desbordamiento de la naturaleza misma que - reivindicando sus fueros - hace del ser humano un complejo de necesidades a satisfacer que no tienen una manifestación paralela en la senectud.

Por tanto, vamos a enfocar nuestra conversación sobre los puntos de vista y concepciones que el problema nos ha sugerido siempre, partiendo de la base de centrar lo mejor posible el papel encomendado a desempeñar en el futuro, con la mayor eficacia y con resultados positivos para las ideas y para la transformación social y humana a la que se dirige nuestro postulado, y del que somos meros exponentes, por parte de las Juventudes Libertarias.

Entendemos que el mayor acierto es colocar a las Juventudes Libertarias en el lugar que les corresponde: al lado del viejo y experimentado militante. No para sujetarlo arbitrariamente, sino para orientarlo conscientemente. Un aprendiz, huérfano del oficial, del maestro, tarda más, muchísimo más, en aprender, que siguiendo los consejos o asesoramientos del que enseña. Sentado este principio. el lugar adecuado, por lo menos durante un par de años, es el Sindicato en el cual los viejos compañeros, adiestrados prácticamente en las luchas, deben ser sus mejores consejeros cordiales y sus guías más expertos. No basta con leer el folleto o el libro. Es necesaria la experiencia adquirida al calor de las luchas, para que esta experiencia sea infiltrada en el alma del joven que va a convertirse en luchador activo, suplantando al viejo militante que va hacia el ocaso de su vida. En las prácticas sindicales, en la conducta y en las actividades. completará su labor y será apto para mañana saber obrar con acierto.

Al margen de las actividades sindicales, y como un buen complemento para su formación, creo indispensable, lo he creído siempre, la creación de los Centros de Cultura y las escuelas. Tanto para el desarrollo intelectual superior, y como expansión de estudios filosóficos, como en el sentido técnico y profesional que han de elevar y cimentar la cultura general del futuro militante de la C. N. T. y más tarde del anarquista. Pero la creación de estos centros debe ser asistida del asesoramiento y de los consejos que, a manera de orientación pedagógica, puedan dar al alumno aquellos que más cerca conviven con él y que, conociendo sus peculiares inclinaciones y su psicología, pueden llegar a guiarlos por el camino mejor para obtener más eficaces resultados en la obra conjunta.

Es necesario saber recomendar la clase de lecturas convenientes a su edad para la formación del carácter, para su afirmación como resultante de su temperamento y de su asimilación en todos los aspectos de la cultura social y humana. John Ruskin, el crítico y sociólogo inglés, hablando de libros, nos dice: Todos los libros pueden dividirse en dos clases: libros de una hora y libros de todo tiempo. Esta distinción, no es sólo de calidad. No es únicamente mal libro el que no dura, y bueno el que dura. Es una diferencia de especie. Hay libros buenos para una hora y libros buenos para siempre; los hay malos para una hora y malos para siempre. Un buen libro no sólo se escribe para multiplicar y transmitir la voz, sino también para perpetuarla.

Y en los libros y en los discursos, uno de los estímulos más deletéreos para los cerebros jóvenes, es la esencia demagógica de los mismos. La propaganda demagógica que con visos de redentora han ensayado algunos arrivistas de la nueva hornada, ha dado siempre los peores resultados. La demagogia es una substancia que se nutre de las bajas pasiones en que se debaten los humanos. No es jamás, la hija legítima de la consciencia ni de la rectitud de sentimientos, de conductas o de aspiraciones elevadas. Todos los demagogos, tarde o temprano, han sido amortajados en las filas de los partidos políticos o sumergidos en los comercios de compra-venta de conciencias. Y si alguno se ha salvado, ha dejado una permanente estela de dudas en su actuación general. Buscad los ejemplos en vuestra fresca memoria y localizaréis hechos indubitables.

Recomendando, pues, lecturas apropiadas a las posibilidades asimilativas del joven, obtendremos siempre resultados racionales. Por ejemplo: no se pierde nada si, aparte de recomendar las obras de nuestros clásicos sociólogos e idealistas, Bakunin, Reclús, Kropotkin, Rocker y otros, recomendamos también las obras de Marden, Smiles, Atkinson, Bardina, etc. Estas obras, expurgándolas de la concepción utilitaria, y egoistamente lucrativa, puesto que se basan en las concepciones y en los estímulos del mundo y de las aspiraciones capitalistas, tienen una virtud; la de cultivar en el lector la perseverancia en el camino emprendido para lograr un fin elevado y enseñar a orillar, sin desfallecimientos, las adversidades de la vida para conseguir el ideal deseado. El cultivo del propio yo, se consigue con las buenas lecturas. Y ello es indispensable para la larga tarea en la que el hombre está empeñado.

En el templo de Delfos de la antigua Grecia, se descubrió una inscripción que decia: Nosce te ipsum. Yo digo a cada uno de los jóvenes que me escuchan, y a los que no me oyen, que cuando piensen en la labor que van a realizar y tengan que conjugar sus esfuerzos con los de los demás, que antes de intentar conocer a sus colaboradores, que se apliquen aquella inscripción a si mismos y que en el lenguaje que usamos quiere decir: Conócete a ti mismo. Porque solamente conociéndose a sí mismo, podrá uno conocer a los demás y saber si puede asociarse para la realización conjunta de sus comunes fines humanos.

El joven, aun en su incipiencia activa, no puede desarrollar actividades en las organizaciones si no posee base para ello. Y es por esta razón que yo entiendo que la labor primera a emprender ha de ser consigo mismo, o sobre si mismo, por el miiltante que sabe donde hay que empezar la obra para obtener los resultados eficaces posteriores, y con un cuidado más especial y seguro cuando se trate de las actividades del joven principiante en el grupo anarquista.

Sin el cimiento, la casa no puede ser levantada. Sin una base cultural apropiada, las juventudes no podrán realizar el cometido propio que de ellos se espera en el futuro.

Constitúyanse, si, las Juventudes Libertarias, como organización y nexo de actividades juveniles, tales como el excursionismo, los deportes, entrenamiento en las lecturas comentadas, tanto en el campo como en la playa y parajes de expansión en plena naturaleza, a modo de gimnasia mental para entre ellas ir buscando las verdaderas fuentes del saber y de la identificación en los diferentes puntos de vista de los problemas generales. Pero todo ello hay que practicarlo con afán dirigido a hacer cada día un poco más de practica en el estudio de todos los problemas a su alcance. Y aun cuando la amplitud en estos escarceos no debe ser limitada, debe entenderse que las organizaciones juveniles, en caso de crearse, deben carecer del caracter interventor en las determinaciones sindicales o ideológicas, ya que una dualidad especifica ocasionaria en todo momento fricciones que siempre será saludable evitar, tanto para los jóvenes, cuanto por no mixtificar la misión de cada uno.

La inexperiencia en sus intervenciones en las cuestiones sindicales, de ello ya tenemos experiencia, podría producir extorsiones y desastres que siempre es conveniente evitar en nombre de la verdadera unidad de acción y del sentido de responsabilidad de cada uno de los sectores en que se bifurca nuestro movimiento.

Hay que desarrollar en el joven el sentido de responsabilidad; pero hay que tener para él la tolerancia a sus excentricidades propias de la edad, hermanándolas con el reconocimiento de que ha de quedar tiempo para todo. El joven está compelido a hacer las locuras y tonterías propias de la edad. Si no las hace en su día, las hará extemporáneamente, y con ellas el ridículo, cuando sea viejo, en la senectud. La Naturaleza reclama siempre, como imperativos ineludibles, sus naturales fueros. Y hay que ceder ante ella. De todo ello tenemos ejemplos vivos en nuestro Movimiento, y pretender cercenar estos impulsos vivos invocando la seriedad de los sesudos hombres de cuarenta o cincuenta años en los jóvenes de 20, constituye el mayor de los absurdos. Hay que llevar al convencimiento del futuro reemplazante de nuestras actividades en la lucha secular contra la tiranía, la idea, la convicción de que ha de haber tiempo para todo; para divertirse, para hacer el loco, para el desarrollo físico del cuerpo y para el crecimiento intelectual o preparatorio para la edad de la acción serena y juiciosa. La alegria propia de la edad juvenil, no comporta obligadamente que se confunda con la mania de hacer el oso constantemente. Uno puede ser jovial y alegre y bromear. Pero hay que armonizar el buen humor con la seriedad. Y la seriedad no quiere decir tampoco adustez ni agriedad del caracter, ni fruncir el ceño. Es otra cosa esto de la seriedad. Es, a nuestro entender, una facultad sobre la cual descansa el sentido de responsabilidad del hombre. Una persona seria, debe, en todo momento, hacer honor a los compromisos contraídos voluntariamente, a su palabra dada. Si se compromete a un trabajo determinado, a aceptar un cargo en la organización sindical o especifica, ha de pensar si se halla en condiciones o cuenta con la suficiente voluntad para saberlo cumplir. Y cuando se ha comprometido, su obligación es la de ser consecuente con su propia palabra.

La vieja Teresa Claramunt, nos decía a un grupo de jóvenes, una vez que fué a Palamós, a dar una conferencia, que el hombre debía ser libre en todos los aspectos, y que si alguna vez había de sentirse voluntariamente esclavo de algo, esta vez lo había de ser de su palabra.

La advertencia o consejo, partía del hecho de no haber cumplido su promesa de asistir a la conferencia, un compañero joven, cuya cabeza la tenía a pajaros, como vulgarmente se dice.

Y en este aspecto, el militante debe caracterizarse por no imitar a Hitler, quien decía que se comprometia a respetar tal o cual compromiso y luego se ciscaba en lo prometido. Cuando un hombre da una palabra, por insignificante que sea el compromiso que adquiere con ella, debe cumplirlo por encima de todo.

Unicamente la desgracia propia o de familia puede dispensarle de su cumplimiento. Y la exactitud y puntualidad en su promesa debe ser algo sagrado. Es por aquí por donde se empieza a conocer a los hombres. No se puede hacer tarde en ningún caso, cuando uno adquiere el compromiso de llegar a la hora y le están esperando los compañeros para realizar una labor determinada. Esto que ocurre en este exilio, es algo que desconcierta. Nosotros no habíamos conocido jamás la irresponsabilidad de que hacen gala algunos de los militantes de hoy.

Hay que despertar todos los estímulos que conduzcan al reconocimiento de que el consejo del viejo y experimentado militante, es la continuación de los consejos que ayer sirvieron de base a su antecesor. El militante debe ser el pedagogo, no el autoritario mandón que imponga al joven una determinada línea a seguir en la lucha por la conquista de las prerrogativas que han de ser su más saliente y preciado adorno para mañana. Y tanto el método como las esencias, deben estar de acuerdo con las características temperamentales y sensibles del presunto militante a quien se va a iniciar conscientemente en las luchas por las libertades y derechos humanos de que somos exponentes los anarquistas.

Ya hemos dicho que en el aspecto cultural o intelectual, para su buena formación hay que saber recomendar los libros apropiados a su grado mental. Muchas de las obras de nuestros teóricos, no son recomendables hasta llegado a cierta edad. Y muchos autores, no anarquistas, lo hemos comprobado en muchos casos, han inoculado el más eficaz veneno en el cerebro del lector por no estar preparados para digerir ciertas lecturas, que, siendo incomprensibles para ciertos estados o grados de cultura por los que pasa el hombre, más lo son para los infantiles que están aun en los umbrales de la vida.

El método por nosotros escogido y practicado con éxito, nos ha resultado casi infalible. Hay que empezar por el ABC. Un muchacho de 20 años, no sacará el provecho de un hombre de 40 cuando lea la vida de Bakunin, de Reclús o de Dostoyevski. Hay facetas en la vida que escapan a las más despiertas mentalidades precoces. A la inversa: no escapan a los hombres cuya experiencia les ha conducido a poder contar 60 años de existencia. Hay una ciencia que no la explican los libros.

En el aspecto de la lucha diaria, no es difícil que el joven aprenda muchas de las cosas que en la vida practica sindical, le son necesarias para ir entrenándose en la mecánica de la misma. Estas no requieren gran esfuerzo mental, sino práctica permanente de las mismas.

Ya véis, pues, como las Juventudes Libertarias no tienen más que escasos problemas propios. Todos los problemas que a ellas les afectan en la vida diaria, de sociedad o de convivencia en la lucha por las aspiraciones comunes, son los mismos problemas que afectan a los que no son de las Juventudes Libertarias.

Por tanto, el problema más importante es el de ser consecuentes con la idea de hacer de los jóvenes, los hombres de mañana. Hay que ir forjando en el alma de la juventud, mediante el ejemplo de una vida de rectitud, de honestidad y de consecuencia con los postulados que se defienden, el caudal necesario de fortaleza espiritual para resistir los embates a que nos somete la lucha contra el régimen capitalista, al cual pretendemos derrocar para instaurar sobre sus ruinas la sociedad anarquista.

Hay que prodigar los ejemplos de entereza, de firmeza, de cordialidad y de seriedad que vayan formando la costra contra la cual habrán de estrellarse todas las veleidades a que estarán expuestas y de que a veces son juguete las almas débiles o flexibles. Y cuando hablamos de firmeza y de flexibilidad, no nos referimos a ellos para que se practique aquella contra el equivocado, sino contra el arrivista que siempre abunda en las colectividades humanas. En cambio, nuestro concepto de la flexibilidad tampoco llega a hacer de ella el cajón a donde vayan a parar todos los residuos de los partidos, ni a consentir todas las animaladas idiotas, o a hacer concesiones que a nada bueno conducen en el terreno de la virtualidad ideal.

El fundamento de nuestras ideas, no puede ser jamás hipotecado; y mientras no se cometa el error de allanarse a las conveniencias y prerrogativas del capitalismo estatal, admitiremos que de ellas sean aplicadas a la organización social sus más prácticas expresiones. Conciencias fuertes e intransigentes, de una manera adecuada y racional, es lo que hay que obtener de las juventudes. Y decididas, heróicas y clarividentes. Nosotros no podemos imitar a Lucrecio que se extasiaba de placer cuando contemplaba la proximidad de un peligro que sabía no podía alcanzarle. Nosotros hemos de sentimos más grandes y más valerosos que Lucrecio; no ha de asustamos el peligro y hemos de contemplarlo sabiendo que ha de alcanzarnos.

Por esta razón, el luchador de la C. N. T. y del anarquismo, es un ejemplar raro, casi único. Ni estoico ni desafiante; sereno para enfrentarse a la dureza peligrosa de los hechos y, si no puede, satisfecho de haberlo intentado aun en el caso de tener que perecer en el torbellino de los acontecimientos que la lucha impone.

El conocimiento de las tácticas, más o menos practicadas en el curso de nuestra actuación, y de las que se puedan practicar en el futuro, ha de constituir una de las más delicadas asignaturas para el discípulo. Pero ello ha de ir acompañado mejor por los ejemplos derivados de los hechos históricos, que de las premisas establecidas por Sorel, Leone, Pouget, etc., cuya sistematización no puede ser siempre eficaz. Hay que cimentar la acometividad temperamental y la acción a desarrollar en futuras contiendas, en el estudio de las armas que puedan ser más bien y mejor empleadas para lograr con el menor desvio, y con el mínimo desgaste y perjuicios, mayores resultados. Y este efecto se obtiene fundiéndose en el crisol de la convivencia llamada laboratono, taller, fábrica, obra o despacho, al lado del militante experimentado y consciente.

La gimnasia preparatoria para las luchas en que hayan de intervenir los sucesores de nuestra generación, ha de ser realizada sobre bases firmes, más firmes todavía que las en que descansó la nuestra, pues los tiempos y el progreso han impuesto innovaciones tácticas y estratégicas que hay que acoplar a nuestras necesidades de defensa y ataque, y siempre en concordancia con nuestras ideas anarquistas y antiestatales.

Exaltar las virtudes de la personalidad humana es una de las conclusiones a que ha de llegar la labor del militante viejo y experimentado sobre la del joven. El hombre debe ser, ha de ser, la afirmación recia e inconfundible del ser humano que, elevando a la quinta potencia el valor de sus convicciones, le convierta en la encarnación más pura de la individualidad independiente y solidaria a la vez que, exaltándolo a la categoría superior lo convierta en su propio Dios.

Cuando contemplo la obra realizada a través de estos últimos cuarenta años, obra de la que he sido actor unas veces, y espectador otras, me maravillo del progreso realizado por tantos románticos del anarquismo que se prestaron a tan ardua labor y a tanto sacrificio. Y lamento enormemente que aquel romanticismo que permitió tantas realizaciones quijotescas, no formé hoy la parte más principal y substantiva del ser que va a suceder a nuestra generación. El sentido práctico que hoy se da a la vida, es algo nuevo que no pudimos vislumbrar ni comprender nosotros. De haber sido por nosotros apreciada y practicada, la práctica manera de ser en su sentido real y positivista, es posible que hoy el sindicalismo y el anarquismo en España estuvieran todavía en sus albores, en mantilla informe, en el aspecto de su crecimiento y de su significación moral. Porque aun cuando el progreso general sea una de las determinantes del progreso de las organizaciones humanas y morales, tanto como productoras, es necesario afirmar que el vehículo principal para empujar este progreso lo constituyó siempre el hombre, por ser él anterior a las ideas y a las teorías, por haber nacido ellas del hombre, y no el hombre, de las ideas. Y por ello mismo, las ideas se alejan prudencialmente de los bajos materialismos de la vida práctica.

Y es también pensando en todo esto que quiero poner a vuestra consideración unas cuantas apreciaciones que tienen un caracter puramente anecdótico, y que pueden servir para proyectar una mayor claridad en la observancia de la labor a desarrollar entre las Juventudes Libertarias y por ellas mismas.

Pertenezco a una generación a la cual las virtudes del luchador anarquista eran ineludibles; el puritanismo de las ideas era el punto de partida para que el militante neófito pudiera ser tomado en cuenta o en consideración y admitido en el seno del grupo o de la colectividad, cuyos componentes estaban probados. Aquella pléyade de hombres que se llamaron Anselmo Lorenzo, Francisco Cardenal, Jaime Bisbe, Antonio Castellote, Miguel Barrera, Samuel Torner, Urales, Prat, Mella, Bonafulla, Claramunt, González Sola, Saavedra, Romero, Sánchez Rosa y muchos otros, tan a los antipodas de los Reyna, Prieto, H. Penido, Liarte, Aliaga y otros contemporáneos, sirvieron de guía y ejemplo en nuestra formación moral. Los he recordado siempre con emoción y con nostalgia.

Pudo caberme, pues, la dicha de establecer contacto personal con el abuelo Lorenzo, con Prat, con bastantes otros y destacándose de entre ellos Francisco Cardenal, mi maestro principal, y cuyo perfil no ha sabido trazar nadie hasta este momento. De todos ellos pude recibir el mayor ejemplo de austeridad; de cordialidad, de firmeza y de consecuencia fraternalmente intransigente.

Sus mótodos de propaganda, eran siempre atrayentes, excelentemente convincentes. De ellos voy a recordaros un ejemplo.

Anselmo Lorenzo, el abuelo, en un viaje que hizo a Palamós, cuando yo contaba apenas 15 años, patrocinó un paseo, mejor dicho, una excursión, por aquellas maravillosas playas de la Costa Brava. Acompañado de los alumnos de la escuela que dirigía Cardenal en aquel entonces, nos dirgimos a pie a la Playa de la Fosca. Y de peñasco en peñasco, llegamos a lugares donde la fiereza del acantilado invitaba, por lo majestuoso, a una disertación oral, la cual tomó por su cuenta el simpático abuelo Lorenzo.

Recuerdo que nos habló de las travesuras de su niñez, de su infancia delicada. Y en su oración se deslizaba el afán incontenible de que comprendiéramos con la mayor claridad lo que iba a referirnos. Ante los 35 niños y niñas, nos relató el célebre cuento titulado El nido de Aguilas, del gran narrador holandés Pontopiddam, y que hemos vuelto a leer, en el curso de nuestra vida, unas cuantas veces más. Este mensaje literario, es una narración en la cual se pone de manifiesto, con relieves cautivantes, la intrepidez, la acometividad y el decidido propósito de lograr la felicidad de un joven que ama a una muchacha con todo su corazón. Ella, poseida de una tristeza singular por el terror que reina en el lugar, le dice al joven que la requiere, que para obtener su amor es necesario que haga un sacrificio que lleva implicito el peligro de su vida, acometiendo una empresa nada fácil. Y le explica que en una montaña que circunda la población, existe un nido de águilas que tiene en perpetua consternación y zozobra a los habitantes de la comarca, pues algunas veces se ha dado el caso de ver desaparecer por los aires desde sus pequeñas cunas, a infelices criaturas, a tiernos infantes recién nacidos. Y le reitera que si él es capaz de destruir el nido, con lo cual la felicidad de los habitantes del lugar volverá a ser recuperada, ella consentirá en ser su novia para ser más tarde su compañera en el camino de la dicha y del amor.

El joven calla, no objeta nada, mira tiernamente a la muchacha, y se va.

Aquel hombre intrépido, valiente y enamorado de su ideal, encarnado en la moza más bella del lugar, y a la que pretendían sin esperanza los mozos más ricos del pueblo, emprendió la ruta, sereno, animoso y decidido y escaló la montaña. La ascensión, conmovedora por lo accidentada, prometedora de todos los peligros y de ningún éxito, iniciada arriesgadamente, y ante la presencia de todos los habitantes de la aldea, fue llevada a cabo por el muchacho que, en la cima misma de la montaña coronó su audacia destruyendo el nido de las águilas raptoras. Todos los espectadores, con el corazón encogido de temor y de presentimientos trágicos, con el alma en vilo, vivieron momentos de inenarrable y frenética congoja.

Pero cuando el nido de las águilas fue lanzado al abismo por el joven valiente, todo el mundo le aclamó y comprendió - ante las lágrimas de emoción y zozobra de la muchacha que había exigido tamaño sacrificio al joven enamorado -, la grandeza y la significación de aquel acto heróico del muchacho. Todos, nos decía el abuelo, la comprendieron emocionados, menos el cura del lugar, que pretendiendo demostrar vanamente que solo la patraña de su Dios podía ser capaz de remediar la desolación que reinaba en aquel pueblo, veía derrotadas sus creencias y sus supersticiosas predicas.

El viejo Lorenzo, entonces, terminada su narración, nos preguntó a varios de los oyentes. que qué significado le dábamos a aquella acción. Los más aplicados, los mayores de la cuadrilla, unos diez o doce, hicieron una exposición verbal de su pensamiento llegando a la conclusión de que el joven debe ser intrépido y decidido cuando se trata de buscar su propio bien, alcanzar con su acción el bien ajeno. Y Anselmo Lorenzo, al constatar que la interpretación constituía una moraleja indesmentible, nos dijo: Pues esto es lo que quieren estos hombres a los cuales se les llama anarquístas; sacrificar su vida si es necesario, en aras de la felicidad humana. Bello método, magnífico ejemplo, el que nos mostró. Tanto, que el profesor Cardenal se vió en trance apuradísimo para buscar libros en los cuales los cuentos y narraciones de esta naturaleza pudieran ser ofrecidos a la tierna mentalidad de los alumnos de nuestra escuela, siendo ello logrado sin que los resultados futuros desmerecieran en lo más mínimo, la firmeza y la consecuencia de los alumnos.

A suplantar a los viejos valores nuestros, pues, debe tender nuestra juventud, procurando superarlos. Y el camino, ya os lo digo anteriormente, se va allanando cada día más. Es cada vez más expeditivo. Los abrojos que en él hemos encontrado nosotros, como los que encontraron ayer nuestros antecesores, son menos visibles y menos insuperables hoy. Por lo tanto, las condiciones o facilidades para prepararse, concordes a la evolución mental humana, y para poseer un bagaje intelectual capaz de hacer frente, por lo adecuado, a las exigencias de la propaganda, también son más fácilmente obtenibles hoy. Conviene, pues, a los efectos de la capacitación necesaria para desarrollar una labor eficaz, que las Juventudes Libertarias se encariñen y se identifiquen con la idea de la creación de los Ateneos de Cultura Libertaria que, si ayer fallaron en alguno de sus aspectos impropios de su misión, no han de volver a fallar mañana, pues si ello ocurriera nos obligaría a pensar que de nada sirve conocer los errores si ellos no han de ser corregidos. El Ateneo debe ser el crisol donde se fundan los esfuerzos para lograr ensanchar, con las lecturas comentadas y las controversias cordiales, los conocimientos que los libros puedan proporcionarnos.

Ahora bien: las bibliotecas deben ser creadas con arreglo a un plan escalonado y progresivo en la aportación de materiales. A este efecto, recordamos con tristeza el desastre moral causado, en las mentes de los jóvenes de aluvión advenidos a nuestro movimiento, con la aparición de la literatura Vargas Viliana. De ella fueron víctimas, por su calidad de indigerible en tiernas mentalidades, tanto como de las teorías de Nietzche y Schopenhauer, la mayor parte de los jóvenes incorporados en las postrimerías del movimiento que produjo la represión de Martínez Anido y Arlegui. Hemos conocido a muchos compañeros que, habiendo leido a Vargas Vila, se creían haber conquistado las cumbres del saber, considerándose los superhombres de nuestro movimiento, y terminando su vida en la golfemia más desenfrenada, en la charca política, en los prostíbulos, y en la acera más ancha de la deshonra.

En vista de los resultados experimentados, me propuse una vez, y creo que logré en parte alcanzar mi propósito, realizar una labor de divulgación, a modo de indicador para el neófito lector de nuestra prensa. Publiqué en una columna del periódico nuestro una lista que había de ser semanal, con los títulos de obras y autores que podían ser el inicio, el escalonamiento gradual de una serie de conocimientos capaces de hacer del compañero aficionado a la lectura, una pequeña enciclopedia de lo más elemental del saber humano. Procurando eliminar de dicho catálogo los materiales áridos y confusos. Buscando cosas fáciles.

Empezaba por recomendar las lecturas que deleitando al lector, le instruyeran, partiendo siempre de lo simple a lo compuesto.

A Víctor Hugo, con su novela humanista, y fustigadora a la vez, de las lacras de esta sociedad corrompida, en la cual la práctica del bien es aconcejada a los pobres, a los desheredados, dejando para los ricos el suministro permanente del mal, mediante la hipócrita práctica de la caridad cristiana.

La lectura de estas obras daba siempre resultados insospechados.

A Eugenio Sué, con sus narraciones históricas acerca del viacrucis sufrido por la humanidad en su trágica carrera de veinte siglos de esclavitud y miseria. Y con especial interés el verdadero tratado de psicología humana constituído por su Judío errante, látigo justiciero contra la plaga pestilente del jesuitismo de todos los tiempos.

A el Conde de Volney, quien, afirmando que el principio de la sabiduría es saber dudar, prestó gran servicio a la humanidad descubriendo la superchería de las mil religiones, todas falsas, y todas pretendiendo ser las verdaderas. Conclusión convincente y fácil de aquel pensador, al alcance de la juventud estudiosa y de las más sencillas inteligencias.

Una de las primeras asignaturas a que debería someterse voluntariamente el joven militante, el neofito luchador, habría de ser la que se refiere a nuestra historia; y mejor aun partiendo de las primeras luchas de la humanidad y de nuestro más vulgar recuerdo, la que inicia Espartaco con la rebelión de los esclavos. El conocimiento de nuestra historia, habrá de servirle siempre de punto de partida para contrincar con el adversario y para ilustrar al compañero de explotación, indiferente a los latidos de la lucha social, que vive en el regazo de la ignorancia, o en los pliegues de las banderas cuyas teorías son alimentadas por el cura que adormece almas.

Habiendo sido la Grecia antigua una de las regiones que influyó sensiblemente en nuestras concepciones sobre el arte y los sentimientos, sobre la belleza humana, con cuyo conocimiento se abren para el joven estudioso las puertas del saber y del origen de las costumbres, tanto como el valor de las culturas de nuestro pueblo, y su influencia en la grandeza revolucionaria y justiciera de nuestros ideales, es bueno recomendar las obras que tratan de dicha materia, como iniciales también para ensanchar el horizonte de sus posibilidades dialécticas.

Gonzalo de Reparaz, por ejemplo, es el mejor historiador, a nuestro juicio, sobre las influencias árabes ejercidas en nuestro pueblo, y los destellos de su civilización, con lo cual poder explicarse ciertos fenómenos históricos que enlazan con nuestro presente, y con que enlazarán mañana con nuestro futuro.

El gran Reclus, autor de El Hombre y la Tierra, considerada por el sátrapa Cambó, la obra magistral de la humanidad presente, también escribió una Geografía Universal, que, si bien está apartada hoy de la configuración geográfica del mundo, el conocimiento de la misma, los usos y costumbres y los grados de civilización por que pasó la humanidad, pueden servirle de fiel contraste inicial para el complemento de su cultura general. Está escrita en lenguaje llano, y su comprensión al alcance de cualquier compañero que en la escuela haya asistido a la más elemental clase de párvulos.

La tradicional inclinación que inquiere siempre, y el apego que sentimos en buscar soluciones propias a nuestro problema agrario, lo hallaremos siempre latente en las obras del leon de Graus cuya semilla dejó fructíferos resultados en las colectividades de Aragón. Joaquín Costa, el gran polígrafo tan injustamente olvidado de todos, y cuyo espíritu ha sido hoy remozado por nuestro querido amigo Felipe Alaiz, nos diría con claridad, si lo leyéramos, el verdadero significado de su famosa y definitiva frase Escuela y Despensa.

Una serie de autores, tales como Barón de Holbach, Gicca, Ibarreta, Denoy, Maupassant, Mirbeau, Tolstoy, Gorki, Pi Arsuaga, Diderot, Zola, Michelet, Quinet, Taine, Strindberg, Stendal, Cervantes, Multatuli, sin olvidar los clásicos españoles, y muchos otros, constituyen para nosotros los prirneros eslabones de la cadena interminable de conocimientos que aspira poseer el hombre no común y corriente. Cada uno de estos escritores, se especializa en su forma en la crítica de la sociedad presente. El amor, la belleza, la bondad y cuantos sentimientos y cualidades redondean la dignidad del hombre están expuestos o tratados bellamente en las obras de tan preclaros escritores que, sin ser catalogados como anarquistas, son no obstante de una sensibilidad propias del anarquista. Y en estudios superiores, siguen los grandes pensadores, no novelistas, sino teóricos y filósofos que van a escudriñar el fondo de los problemas humanos y morales, desde el punto de vista investigador y científico de las verdades reveladas; tales como Spencer, Darwin, Reclús, Kropotkin, Mella, Proudhon, Bovio, Berthelot, Renan, Pompeyo Gener y tantos otros cuya enumeración se haría interminable. Aparte los especificamente nuestros como orientadores y definidores del anarquismo.

Así es como puede irse formando la personalidad pensante de nuestras jóvenes generaciones; sin olvidar que el complemento de su acervo intelectual, artístico y moral, se lo redondeará la lectura de obras que el buen juicio de los experimentados harán asequibles a su comprensión.

Y en fin: ¿para qué vamos a extendernos más sobre recomendaciones que paulatinamente se irán haciendo innecesarias si tenemos en cuenta el gran caudal de riqueza intuitiva que atesora el alma de nuestras juventudes?

He de constatar con satisfacción, que el resultado de mis indicaciones para esta labor cultural, no fue la cosecha de grandes pensadores, pero si que dió un porcentaje de prosélitos que aprendieron el camino de razonar con sentido común, y algunos de ellos más de una vez hubieron de hacer saltar en pedazos su inmodestia ante las sandeces de intelectuales que iban de propaganda a los pueblos rurales procedentes de las ciudades y capitales consideradas como el foco de la cultura y de la sapiencia oficial.

Y ahora, compañeros jóvenes, aquellos a quienes tanto interesa que sigan las huellas de un pasado que les sirva para trazar su porvenir, me habréis de permitir unos conceptos sobre algo que ha sido siempre especie de caballo de batalla en las discusiones entre unos pretendidos jóvenes y unos tachados viejos.

Cuando se habla de viejos y de jóvenes, se incurre en irreverencias que nada tienen que ver ni con la lógica ni con la verdad. ¿Qué es juventud? Nadie, por muy sabio que sea podría explicarnos el verdadero significado de esta palabra que consiste en fijar donde empieza y donde acaba la juventud. Comúnmente se dice juventud a los muchachos que llegan a tener hasta 35 años. Pero la adjetivación nos pareceria la más adecuada si se hablara de la línea que describe el hombre, el ser humano en su camino ascendente hacia una mayor edad.

¿Dónde empieza la juventud? ¿Y dónde acaba? ¡Cuán difícil es contestar a esta interrogante! Y sin embargo hay quienes establecen caprichosamente y con la mayor facilidad el término de estas edades por las cuales pasamos todos, creyendo que está en ella la más acertada definición. Y yo me atrevo a afirmar que la juventud no está en la cantidad de años que acumula el humano ser.

Si se entiende por juventud, el hecho de hacer agilmente gimnasia, saltar y brincar, trasladar pesados fardos, cargar bultos y piedra en carros y vehículos de transporte, correr disparadamente, o hacer tantas y tantas cosas como se hacen a los 20 años, imposibles de realizar a los 50, la razón estará de parte de los que defienden esta forma de interpretación de la juventud. Pero para nosotros, la juventud consiste en la robustez, en la frondosidad, en la vigorosidad, en la gallardía, en lo airoso y en lo sano del pensamiento del hombre al emitir sus juicios sobre tal o cual problema, y en admitir con el optimismo que da la imaginación cuando se aspira a realizar lo bello y lo profundo de nuestros pensamientos, sin mirar hacia atrás, sin darles importancia a los escollos, a los inconvenientes o peligros para lograr propósitos humanos.

Esto es juventud, espíritu inquieto y previsor a la vez, pero inquietud que pinta de color de rosa el sueño de la mente cuando quiere realizar lo que nuestros sentimientos anhelan para el bien común.

Si; la juventud es impulso vigoroso; es acicate contra el espíritu retardatario y contra el estancamiento del progreso de los tiempos, pero carece de edad determinada. El retumbar de los cañones a veces anonada a los hombres de 25 años mientras a los de 70 les da coraje, energías y vitalidad para arengar a los tímidos y tremolar con dinámico vigor, a todos los vientos, la bandera contra las iniquidades y las injusticias que han azotado a los siglos.

No hay que dejarse seducir por las frases que a fuerza de usarse acaban por perder su valor. Los hechos en los hombres, y nada más que los hechos, son los que acreditan su juventud.

¿Qué nos importa que un joven sea capaz de levantar con una mano un peso de 100 kilos, si al volver de una esquina, como yo he presenciado, un policía es capaz de hacerle enmudecer en el momento que se ha decidido a reivindicar su derecho a la libertad y a la vida?

¿Y qué beneficio produce a la humanidad, que un joven sea capaz de correr a razón de 50 kilómetros por hora, en una carrera donde el hecho se premia con dinero, si al entrar en la cárcel por haber usado del derecho de huelga, por ejemplo, ya se siente vencido por la fatiga en la lucha por su propia existencia?

Ha sido en su mayoría de edad que los grandes pensadores, los grandes artistas y los grandes hombres de ciencia han podido realizar su obra perfecta. No antes. Repasad la obra de nuestros barbudos y lo veréis.

Nos cansaríamos de emitir ejemplos que pondrían en evidencia nuestra tesis de que la edad no puede ser la medida que adjudica juventud a los que tienen menos años.

Por estas razones yo no he creído que la juventud tenga edad determinada.

Y ahora, para terminar, voy a referiros otra anecdota por mi vivida. Hubo una época en Barcelona, en 1916, en que el grito de fuera los viejos, interesada y criminalmente lanzado por alguno de los advenedizos que habían creído poder hacer de la C.N.T. un apéndice de algún partido político, encontró eco en algunos compañeros de buena fe. Pero puestos a prueba los promotores, las cosas quedaron sin hacer durante unas semanas. Hubo que llamar a los viejos.

No es que fueran indispensables. Es que no había jóvenes entrenados ni familiarizados con los problemas que agitaban a la C. N. T. en aquellos momentos.

Un grupo anarquista, Juventud Acrata, salió a arremeter contra los aulladores. La de este grupo y la mia, desde ACRACIA, periódico anarquista que yo publicaba en Tarragona, fueron las voces que pudieron contrarrestar aquella disolvente consigna que tendía a envenenar el ambiente fratemal que siempre había existido entre aquellos que se alejaban de la vida, y los que se acercaban a sus umbrales pala suplantarlos. ¿Sabéis porqué razones se había lanzado el grito? Unos políticos, infiltrados en las filas de la C. N. T. querían determinar a la C. N. T. que rindiera sus simpatías a los aliados en la guerra en 1916. Y el grito que pudo ser nafasto para las ideas, quedó ahogado en el momento de nacer, gracias al sentido de responsabilidad de nuestras juventudes que no quisimos caer en la trampa preparada habilmente y con muy buen propósito para ellos.

En aquella época, la primera época de SOLI (referencia del autor al gran periódico de la C. N. T., Solidaridad Obrera), diaria, el movimiento juvenil anarquista en España era de una incipiencia a todas luces comprensible y explicable. Pero el germen de esta corriente no lo habían despertado los jóvenes, sino los viejos que nos educaban en un ambiente de mayor comprensión y de más consistente propensión a la eficiencia y al crédito de nuestras ideas entre el pueblo.

Desde entonces he comprendido que la mayor eficacia en la labor que puedan desarrollar las juventudes, previa su preparación consciente y su formación más o menos sólida, había de descansar sobre un crédito moral indiscutible, y había de derivar de la experiencia que sus maestros, los viejos, pletóricos de optimismo y de sentido práctico, habían de depositar en su espíritu joven, abriendo las puertas de sus corazones a los aires de la nueva idea.

He visto y conocido a muchos jóvenes, hoy maduros como yo, a quienes nunca pude considerar pilares de nuestras ideas. Los he visto pedantes y vanidosos. Manteniendo - como los burgueses -, la teoría de que el anarquista tiene vida pública y vida privada, afirmando que todo el mundo tiene derecho a admirar la primera, pero que nadie tiene derecho a meterse en la segunda, lo cual está reñido, como comprenderéis, con la más fundamental ética de las doctrinas que decimos defender. Y a estos mismos compañeros, los he visto fenecer al llegar el 19 de julio en que el goce de los privilegios arrancados de cuajo a la burguesia, abatida y maltrecha, pasaron a ser monopolizados por esta clase de nuevos ricos que con el advenimiento de la revolución vieron brillar el sol de sus apetencias dormidas e insatisfechas. Para mi, he creído siempre que la vida privada había de ser en todo momento el reflejo de la vida pública.

Por todo ello he llegado a la conclusión necesaria de que el militante viejo, al enfrentarse con el deber de orientar a la juventud, debe ser el espejo donde pueda mirarse el que va a ser el continuador de su obra libertaria. Y sin que ella deje la menor sombra de duda a propósito de la honestidad y de la modestia con que ha actuado, durante sus cuarenta o más años de lucha consecutivos contra el régimen autoritario y despótico que vivimos.

Y ahora, jóvenes que me escuchásteis ayer por boca de Callejas, y digo que me escuchásteis por la coincidencia en su oración, y que me escucháis hoy por la mía, sólo me resta deciros que cuanto os he expuesto no os lo habría podido decir cuando tenía 20 años, ni cuando tenía 30, ni cuando llegué a lcs cuarenta. Toda esta acumulación de cosas que hoy afloró en mis labios, es el producto de otros cuantos años más de experiencia, de estudio y de consecuencia en la busqueda de los universales principios de la verdad, hermanados con el deseo de llegar a viejo sin que las ideas se hayan visto por mi desatendidas ni deshonradas. Y voy a cerrar esta tabarra con un broche de oro, que por ser de Horacio vale platino, diciéndoos: Aprovecha el día, amigo joven, que la noche se acerca.

México, D. F., 1944

Hermoso Plaja


Índice del libro Charla con las Juventudes Libertarias de Hermoso PlajaHermoso Plaja y el sindicalismo revolucionario por Chantal López y Omar CortésBiblioteca Virtual Antorcha