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LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD
El socialismo, el anarquismo y el sindicalismo

Bertrand Russell

CAPÍTULO SÉPTIMO
LA CIENCIA Y EL ARTE BAJO EL SOCIALISMO


El socialismo ha sido predicado por la mayor parte de sus defensores como un medio de aumentar el bienestar de las clases asalariadas, y, más especialmente, su bienestar material. Por eso han creído algunos que no tiene fines espirituales, como si no tuviera nada que ofrecer para ayudar al avance general de la civilización dentro del arte y el pensamiento. Algunos de sus defensores -y entre éstos hay que incluir a Marx- han escrito, indudablemente sin premeditación, como si con la revolución socialista la utopía hubiera llegado y que la raza humana no tuviera necesidad alguna de un mayor progreso. No sé si nuestra época es más inquieta que la que la precedió o si nuevamente se ha impregnado de la idea de la evolución; pero, sea cual fuese la razón, nosotros somos ahora incapaces de creer en un estado de perfección estática y exigimos que un sistema social contenga dentro de sí un estímulo y ocasión para progresar hacia algo todavía mejor antes que nosotros lo aprobemos. Las dudas creadas así por unos escritores socialistas exigen un examen para comprobar si el socialismo sería, en efecto, hostil al arte y a la ciencia y si estaría dispuesto a crear una sociedad estereotipada en la cual el progreso fuese difícil y lento.

No basta que los hombres y mujeres vivan cómodamente en el sentido materialista. Muchos miembros de las clases acomodadas ahora, a pesar de tener muchas ocasiones, no contribuyen con ningún mérito a la vida mundial, y aun no logran asegurarse una felicidad personal digna de llamarse así. El aumento en el número de esta clase de individuos sería un logro de muy poco valor; y si el socialismo no hiciese más que entregar a todos la clave de vivir y de pensar, de la cual los más apáticos y los acomodados disfrutan ahora, ofrecería muy poco, no lo suficiente para inspirar el entusiasmo a cualquier espíritu generoso.

El verdadero papel de la existencia colectiva -dice M. Naquet (1)- es el de aprender, el de descubrir, el de conocer. Comer, beber, dormir, en una palabra, vivir, es un mero accesorio. En este respecto, nosotros nos diferenciamos de la bestia. El fin es conocer. Si yo fuese condenado a escoger entre una humanidad materialmente feliz, repleta como un rebaño de ovejas en un campo, y una humanidad existiendo en la miseria, pero de la cual saliese, de aquí y allá. alguna verdad eterna, yo escogería esta última.

Esta declaración expresa la alternativa bajo una forma muy extrema, que la hace algo irreal. Se puede responder que para aquellos que han tenido tiempo y ocasión para gozar de las verdades eternas es fácil exaltar su importancia a costa de los sufrimientos que caen sobre los otros. Esto es exacto; pero si se toma como terminada la discusión y se deja de dar cuenta de la importancia que el pensamiento ha tenido en el progreso. Considerando la vida del hombre en su totalidad, en el porvenir, tanto como en el presente, no cabe duda que una sociedad en la cual algunos hombres se dediquen a la ciencia mientras que otros sufren una gran miseria, ofrece más esperanza de un bien final que una sociedad en la cual todos han caído en un bienestar indolente. Es exacto que la miseria es un gran mal; pero no es exacto que la prosperidad material es en sí un gran bien. Si existe algún valor real para la sociedad tiene que ser convertido en un medio para hacer avanzar aquellos bienes más elevados que pertenecen a la vida del espíritu. La vida del espíritu no consiste en el pensamiento, y la ciencia tan sólo tampoco puede ser completamente sana si no tiene algún contacto, aunque sea muy superficial, con la vida general de la comunidad. ¿Será la vida del espíritu en este sentido ayudada o estorbada por el socialismo? Y ¿habrá todavía un estímulo suficientemente fuerte por el progreso para evitar un estado de inmovilidad bizantina?

En el análisis de este problema estamos, hasta un cierto punto, saliéndonos de la esfera de la democracia. El bien general de la comunidad se realiza solamente en los individuos, pero se realiza mucho más fuertemente en algunas personas que en otras. Algunos hombres tienen una inteligencia comprensiva y penetrante, que les hace capaces de apreciar y acordarse de lo que sus precursores han pensado y sabido, y de descubrir nuevas regiones en las cuales disfrutan de todas las delicias elevadas de un investigador intelectual. Otros tienen la capacidad para crear la belleza, incorporando las visiones intangibles, que dan alegría a tanta gente. Estos hombres son más afortunados que la masa, y también más importantes para la vida colectiva. Una mayor parte de la cantidad general del bien (que la del hombre o mujer corriente) está concentrada en ellos; pero también su contribución al bien general es mayor. Ellos se destacan entre los hombres y no pueden ser colocados completamente dentro del cuadro de la igualdad democrática. Un sistema social que les hiciese incapaces de crear sería condenado, fuesen los que fuesen sus otros méritos.

La primera cosa que hay que pensar -aunque sea difícil en una época comercial- es que lo que vale más en la actividad creadora espiritual no puede ser producido por ningún sistema de remuneraciones. La ocasión y el estímulo de un ambiente espiritual que vigoriza, son importantes; pero si existen, no será necesaria ninguna seducción pecuniaria, y si están ausentes, los precios no lograrán nada. El agradecimiento, aún bajo la forma de una renunciación, puede llevar un cierto placer en la vejez a un hombre de ciencia que ha luchado durante toda su vida contra el prejuicio académico, o al artista que ha sufrido el ridículo por muchos años, por no pintar del mismo modo que sus precursores; pero su trabajo no ha sido inspirado por una esperanza de tales goces. Todo el trabajo más importante se debe a un impulso en el que no se calculan las ventajas que uno puede lograr, y puede promoverse más bien que por afán de recompensas tardías, con facilitar las circunstancias que conservan el impulso y dan mayor ocasión para manifestarse en las actividades a que éste estimula. En la creación de estas circunstancias, a nuestro sistema actual le falta mucho. ¿Será el socialismo mejor?

Yo creo que no se puede contestar a esta pregunta sin especificar la naturaleza del socialismo a que se refiere. Hay algunas formas de socialismo que, creo, serían aún más destructivas a este respecto que el régimen capitalista actual, mientras que otras serían incomparablemente mejores. Hay tres cosas que el sistema social puede proveer o negar a la creación espiritual, y que son: primero, una preparación técnica; segundo, la libertad para seguir el impulso creador, y tercero, por lo menos la posibilidad de una apreciación final por algún público, sea grande o pequeño. Podemos dejar fuera de la discusión al genio individual y a aquellas condiciones intangibles que hacen que algunas épocas sean grandes y otras estériles en el arte y la ciencia; no porque son menos importantes, sino porque son demasiado poco comprendidas, por no ser tenidas en consideración cuando uno piensa en una organización económica o política. Las tres condiciones mencionadas parecen incluir la mayor parte de lo que parece útil o dañoso desde nuestro punto de vista actual, y es por eso por lo que nos limitaremos a ellas.

Primera. La preparación técnica.- Están actualmente la ciencia, o el arte, necesitados, tanto la una como el otro, de dos condiciones. Es preciso, o que un muchacho sea hijo de padres acomodados, que puedan mantenerle mientras se educa, o que él muestre tanta capacidad ya de muy joven que pueda vivir de becas hasta que pueda ganar su vida. La primera condición, naturalmente, es una cosa de pura suerte y no puede ser conservada en su forma actual, bajo cualquier tipo de socialismo o comunismo. Esta pérdida está subrayada por los defensores del sistema actual y tal vez sería, hasta cierto punto, una pérdida real. Pero los acomodados forman una parte muy reducida de la población, y por presunción, por término medio, no son más inteligentes que sus contemporáneos menos afortunados. Si fuera posible extender, aun bajo una forma ligeramente modificada, a todos los que tienen el mismo talento las ventajas disfrutadas por los pocos ricos que sean capaces de trabajar bien en la ciencia o en el arte, el resultado sería casi seguramente una mejora, y mucho del talento que se pierde hoy sería fecundo. Pero ¿cómo se puede efectuar eso?

El sistema de becas obtenidas por medio de la competencia, aunque sea lo mejor hasta hoy, es poco deseable, por muchas razones: introduce el espíritu de competencia en el trabajo de los niños; hace que éstos juzguen la ciencia desde el punto de vista de lo que es útil en los exámenes más bien que en el de su interés o importancia intrínsecos; dan un valor falso a aquel género de talento que se muestra precoz en las volubles contestaciones a las preguntas fijas, más bien que al otro género, que medita sobre las dificultades y tarda algún tiempo en contestar. Lo que es, quizá, lo peor de todo, es la tendencia de dar un exceso de trabajo a la juventud, resultando falta de vigor e interés cuando se llega a la edad de ser hombre. Casi no se puede dudar de que por eso, ahora, muchas inteligencias finas tienen su viveza y su entusiasmo destruídos.

El socialismo de Estado podría muy fácilmente llegar a hacer universal el sistema de becas obtenidas por medio de una oposición; pero es de temer qúe esto fuese muy dañoso. Los socialistas de Estado parecen enamorados ahora del tal sistema, que es, justamente, del género apetecido por todo burocrata: ordenado, claro, dando un estímulo a la diligencia y no dejando perder nada que pueda ser tabulado en las estadísticas o en el libro de cuentas de gastos públicos. Estos hombres defenderán que la educación secundaria gratuita cuesta cara a la comunidad y que tiene tan sólo utilidad en los casos de aquellos cuyas capacidades son excepcionales; por eso, dicen, es preciso no dar la alta enseñanza a todo el mundo, sino tan sólo a los que puedan ser más útiles a la sociedad, por haber podido aprovecharse de ella. Estos argumentos tienen mucha influencia entre los que se llaman hombres prácticos, y las contestaciones que se pueden hacer no llegan hasta convencer al gran público. La rebeldía contra defectos de la competencia es una parte de la esencia misma de la protesta que formulan los socialistas contra el orden actual, y por eso, aun si no hubiera otra razón, aquellos que favorecen al socialismo pueden ser incitados a estudiar alguna solución mejor.

La solución más sencilla, con una gran diferencia sobre las otras y la única realmente efectiva, es la de hacer que toda la instrucción sea, hasta la edad de veintiún años, gratuita para todos los muchachos y muchachas que lo deseen. La mayoría se habrá cansado de la instrucción antes de llegar a aquella edad, y preferirá empezar otro trabajo antes; resultará que aquellos que se interesen intensamente por algún estudio que necesite mucha preparación, se destacarán naturalmente. Entre aquellos que de esta manera se distingan por sus propias aficiones, probablemente casi todos los que tienen algún talento definido se inclinarán hacia estudios congruentes con sus aptitudes.

Es cierto que habrá también muchos que tendrán muy poco talento; el deseo de ser pintor, por ejemplo, no puede ser de ningún modo limitado a los que tienen capacidad para pintar. Este gasto inútil puede ser fácilmente sostenido por la comunidad; sería infinitamente menor que el de mantener los ricos ociosos de ahora. Cualquier sistema que tenga como finalidad la anulación de este gasto, tiene que imponer también la pérdida, mucho más seria, causada por la parte del mejor talento que de cada generación resulta rehusado o perdido. El sistema de educación gratuita hasta cualquier grado para todos los que los quieran estudiar, es el único sistema que es consecuente con los principios de libertad y lo único también que ofrece una esperanza razonable de que el talento tendrá ancho campo. Este sistema, compatible por igual con todas las formas del socialismo y del anarquismo, teóricamente es compatible con el capitalismo; pero en la práctica es tan opuesto al espíritu del capitalismo que muy difícilmente se realizaría sin una reconstrucción económica completa. El hecho de que el socialismo lo ayudase debe contarse como un argumento muy poderoso a favor del cambio, pues la pérdida de talento, actualmente, en las clases pobres de la sociedad, debe ser tremenda.

Segunda. La libertad para seguir el impulso creador.- Cuando la preparación de un hombre ya es completa, si tiene un talento verdaderamente grande hará mejor su trabajo si se le deja completamente libre a seguir su dirección, creando lo que le parezca bien, sin prestar atención al juicio de los peritos. Ahora es posible solamente para dos clases de personas: las que tienen fortuna y las que ganan su vida con un empleo que no agota todas sus energías. Bajo el socialismo no habrá nadie que tenga fortuna; si es preciso que no haya ninguna pérdida por parte de la ciencia y del arte, la ocasión que llega ahora por fortuna a unos cuantos, tendrá que estar al alcance de un número mucho más grande. Los hombres que se han aprovechado de poseer un capital para dedicarse a algún trabajo creativo, han sido pocos, pero importantes; se puede citar como ejemplos a Milton, Shelley, Keats y Darwin. Probablemente ninguno de éstos hubiera producido un buen trabajo si hubiesen tenido que ganar su vida. Si Darwin hubiese sido catedrático, habría sido, naturalmente, destituído por sus teorías escandalosas, debido a la influencia de los clérigos.

No obstante, la mayor parte del trabajo creativo mundial es hecho ahora por hombres que viven de algún otro empleo. La ciencia y la investigación, en general, son cultivadas en el tiempo libre por maestros y profesores. No hay ninguna gran objeción contra esto en el caso de la ciencia, puesto que el número de horas dedicadas a enseñar no es excesivo. Es, parcialmente, porque la ciencia y la enseñanza se pueden combinar fácilmente; la ciencia se ha desarrollado vigorosamente en la época actual. En música, un compositor que es al mismo tiempo un músico goza de ventajas parecidas; pero uno que sólo sea músico tiene que morirse de hambre, a menos que sea rico o consienta en complacer el gusto del público. En las bellas artes, como regla general, no es fácil en el mundo moderno ganarse la vida con un trabajo realmente bueno, o encontrar un empleo subsidiario que deje bastante tiempo para crear. Esto, probablemente, es una de las razones de que el arte sea menos próspero que la ciencia.

El socialista de Estado burocrático tendrá una solución, sencilla, de estas dificultades. Nombrará una comisión, que consistirá en las personalidades más destacadas en un arte o una ciencia, que tendrán que juzgar el trabajo de los jóvenes y dar calificaciones a aquellos cuyas producciones les gusten. Un artista agotado se considerará que ha cumplido su deber para con la comunidad produciendo obras de arte. Pero, naturalmente, tendrá que dar pruebas de su actividad no dejando nunca de producir una cantidad razonable, y de la conservación de su talento, no dejando jamás de ayudar a sus jueces eminentes, hasta que llegue el día en que él mismo sea nombrado juez. De este modo, las autoridades asegurarán que el artista es competente y regular y sigue las mejores tradiciones del arte. Aquellos que no estén conformes con estas condiciones serán obligados, por la suspensión de sus licencias, a buscar otro modo de ganar se la vida. Tal es el ideal del socialista de Estado.

En un mundo así, todo lo que hace tolerar la vida a un amante de la belleza, sería destruído. El arte surge del lado salvaje y anárquico de la naturaIeza humana; entre el artista y el burócrata tendrá siempre que haber un antagonismo hondo, continuar una lucha de hace muchos siglos, en la cual el artista, siempre vencido exteriormente, vence al fin por la gratitud de la humanidad, a causa de la alegrÍa que crea durante su vida. Si el lado salvaje de la naturaleza humana tiene que ser permanentemente sometido a los reglamentos ordenados del burócrata benévolo e incomprensible, la alegría de vivir desaparecerá del mundo y el impulso mismo de vivir se debilitará y morirá. ¡Mil veces mejor el mundo actual, con todos sus horrores, que un mundo socialista burocrático momificado! ¡Mejor el anarquismo, con todos sus peligros, que el socialismo de Estado, que sujeta al reglamento lo que tiene que ser espontáneo y libre para tener algún valor! Es esta pesadilla la que hace que los artistas y amantes de la belleza en general miren al socialismo con desconfianza. Pero no hay nada en la esencia del socialismo que haga imposible el arte: tan sólo ciertas formas del socialismo llevarán consigo este peligro. William Morris era socialista, y lo era, en gran parte, porque era artista; y en eso no era irrazonable.

Es imposible que el arte, o aun cualquiera de las actividades creativas más elevadas, prospere bajo cualquier sistema que exija que el artista dé prueba de su capacidad ante alguna comisión de autoridades antes de que se le permita seguir su impulso. Cualquier artista que sea verdaderamente grande será considerado, casi seguramente, incapaz por aquellos de sus colegas de mayor edad que fuesen considerados en general como los más preparados para formar una opinión. Además, el hecho de verse obligado a producir un trabajo que tiene que gustar a hombres de mayor edad, es contrario al espíritu libre y a la innovación audaz.

Aparte de esta dificultad, el hecho de que todo dependa de la selección realizada por unos hombres de mayor edad, causaría celos e intrigas y calumnias, produciendo un ambiente venenoso de competencia solapada. El único efecto de un plan como el anterior sería el de eliminar hasta los pocos que ahora llegan por alguna buena suerte. No es por medio de ningún sistema, sino tan sólo por la libertad, como el arte puede prosperar.

Hay dos medios por los cuales el artista podría asegurarse la libertad bajo un socialismo de buen orden. Pudiera comprometerse a hacer algún trabajo regular fuera de su arte, trabajando tan sólo unas cuantas horas por día y cobrando un sueldo proporcionalmente menor que los que trabajan todo el díá. En este caso, debe tener libertad para vender sus cuadros si pudiera encontrar compradores. Tal sistema podría tener muchas ventajas: dejaría absolutamente libre a todo hombre para hacerse artista, a condición de que estuviera dispuesto a soportar cierta pérdida económica. Esto no disuadiría a aquellos que tienen un impulso fuerte y genuino, pero tendería a excluir al dilettante. Ahora hay muchos artistas jóvenes que sostienen voluntariamente una miseria mucho más grande que la que sería necesaria en una camunidad socialista bien organizada; y algún grado de molestia na está mal, como prueba de la fuerza del impulso creativo y como contraste a las alegrías íntimas de la vida de creador.

La otra posibilidad (que hemos ya discutido en el capítulo IV) sería la de ceder todas las necesidades de la vida, como los anarquistas desean, a todos por igual, sin tener en cuenta si trabajan o no. En este plan, cada uno puede vivir sin trabajar; habría lo que se puede llamar un sueldo de vagabundo, suficiente para vivir, pero no para lujos. El artista que prefiriese tener todo su tiempo libre para el arte y el deleite, podría vivir de su sueldo de vagabundo, viajando a pie cuando le diera la gana, visitando los países extranjeros, gozando del aire y del sol, libre como los pájaros y quizá igualmente feliz. Estos hombres llevarían el color y la diversidad a la vida de la comunidad; su manera de ver las cosas se diferenciaría de la de los trabajadores prosaicos y conservarían vivo un elemento muy necesario de alegría que nuestra civilización, seria y desapasionada, tiende a matar. Si se hiciesen muy numerosos pudiera ser que formasen una carga económica demasiado grande para los trabajadores, pero es indudable que si hay muchos que se contentan con los placeres sencillos, también hay muchos que escogerían la pobreza y la libertad prefiriéndolas al trabajo comparativamente ligero y agradable, que sería la regla general en aquellos tiempos.

Con el uno o el otro de estos medios se puede conservar la libertad del artista dentro de una República socialista; una libertad mucho más completa y amplia que cUalquiera de las que ahora existen, a excepción de la que tienen los capitalistas.

Pero quedan todavía unos problemas que no son tan fácitles de solucionar; por ejemplo, la publicación de los libros. No habrá, bajo el socialismo, los editores particulares como ahora; bajo el socialismo de Estado, el Estado será el único editor, mientras que bajo el sindicalismo o el socialismo gremial, la Federación del Libro tendrá toda esta industria en sus manos. En estas circunstancias, ¿quién será el que deba decir qué originales tienen que ser impresos? Claro es que hay ocasión para instaurar un índice más riguroso que el de la Inquisición. Si el Estado fuera el único editor, indudablemente se negaría a publicar libros que se opusieran al socialismo de Estado. Si la Federación del Libro fuera el último árbitro, ¿cómo se podrían publicar las obras que la criticasen? Y aparte de estas dificultades políticas tendríamos en la literatura aquella misma censura por parte de eminentes oficiales, que hemos clasificado de desastrosa cuando estábamos tratando acerca de las bellas artes en general. La dificultad es grande, y es necesario encontTar un medio de combatirla si queremos que la literatura conserve su libertad.

Kropotkin, que cree que el trabajo manual y el trabajo intelectual deben estar unidos, mantiene que los autores mismos deben ser impresores, encuadernadores, etc. Aún va hasta proponer que todo el trabajo manual en la producción de un libro debe ser hecho por los autores. Es dudoso que haya bastantes autores en el mundo para hacer eso, y, de todas formas, no puedo dejar de pensar que sería una pérdida que éstos dejaran el trabajo que saben hacer bien, para hacer mal un trabajo que otros pueden hacer mucho mejor y más pronto.

Pero en este momento lo que nos interesa es cómo serán elegidos los originales que tienen que ser impresos. En el sistema de Kropotkin habrá, supongo yo, un gremio de autores con un comité de dirección, si el anarquismo permite tales cosas. Este comité de dirección determinará qué libros merecen ser impresos. Entre éstos serán incluídos los del comité y los de sus amigos, pero no los de sus enemigos. Los autores de los originales rehusados tendrán, difícilmente, la paciencia de imprimir las obras de sus rivales triunfantes, y sería necesario elaborar todo un sistema de distribución de la tarea para que no se desenvolviera a topetazos y se lograse imprimir un mínimum de libros.

Es difícil creer que este plan tendería a la armonía entre los literatos o conduciría a la publicación de cualquier libro que indicara una tendencia libre. Por ejemplo, los mismos libros de Kropotkin habrían difícilmente encontrado apoyo.

La única manera de combatir estas dificultades es que, ya sea bajo el socialismo de Estado, el socialismo gremial o el anarquismo, éstos faciliten el pago a los autores cuyos libros no fueran de los que el Estado o la Federación de Autores hubieran escogido para publicar a su costa. Me doy cuenta de que este método es contrario al espíritu del socialismo, pero no creo que haya otra manera de asegurar la libertad. Se podría pagar, comprometiéndose a hacer algún trabajo de una utilidad reconocida, por un período fijo y entregando la parte correspondiente del sueldo. El trabajo puede ser, naturalmente, como propone Kropotkin, la parte manual de la producción de los libros; pero no veo una razón especial para que tenga que ser así. Sería menester que fuera una regla absoluta el que ningún libro pudiera ser rehusado, fuese el que fuese su carácter, para tener que pagar por la publicación un precio fijo. Un autor que tuviese lectores lograría obtener su ayuda para pagar. Es verdad que un autor desconocido tendría que sacrificarse mucho para pagar, pero esto daría un medio automático para eliminar aquellos cuyos escritos no fuesen resultado de impulsos muy hondos, y por eso este sistema no sería tan malo.

Probablemente sería deseable algún método parecido para el caso de la publicación y la ejecución de la música nueva.

Lo que hemos propuesto sería, indudablemente, combatido por los socialistas ortodoxos, puesto que encontrarían que repugna en parte a sus principios la idea de que una persona particular pague para que le hagan un cierto trabajo. Pero es una equivocación ser esclavo de un sistema, y todo sistema, si está aplicado rígidamente, causa males que se pueden evitar únicamente haciendo concesiones en casos especiales. Generalmente, una forma prudente del socialismo puede ofrecer ocasiones infinitamente mejores al artista y al hombre de ciencia que una comunidad capitalista; pero solamentes la forma adaptada de socialismo se ajusta a este fin por medio de disposiciones parecidas a las que hemos propuesto.

Tercera. La posibilidad de una apreciación.- Esta condición no es necesaria a todo trabajo creador, pero en el estado en el cual yo lo tomo, la gran mayoría la encuentra casi indispensable. No quiero decir un reconocimiento del gran público, y tampoco aquel respeto profundo y falto de sinceridad que se concede en general a los artistas que han tenido éxito. Nada de esto tiene valor. Lo que quiero expresar es más bien una comprensión y un sentido espontáneo de que las cosas bellas tienen importancia. En una sociedad enteramente comercializada, se respeta a un artista si gana dinero y porque gana dinero, pero no hay ningún respeto genuino para sus obras de arte por medio de las cuales ha ganado su dinero. Un millonario cuya fortuna ha sido hecha fabricando abotonadores o goma de masticar, es admirado; pero esta admiración no se extiende hasta los artículos a los cuales debe su riqueza. En una sociedad que juzga todas las cosas por la cantidad de dinero, esto es verdad también a propósito del artista. Si se ha hecho rico se le respeta, aunque, naturalmente, menos que al millonario; pero sus cuadros, libros o música están considerados como los abotonadores o la goma de masticar; sólo como un medio de ganar dinero. En este ambiente el artista encuentra mucha dificultad para conservar en su pureza el impulso creador, está contaminado por el ambiente o siente amargura por falta de comprensión de la finalidad de sus esfuerzos.

No hace falta tanto la comprensión del artista como la apreciación de su arte. Un artista puede vivir difícilmente en un ambiente en el cual todo está juzgado según su utilidad más bien que su calidad intrínseca. Toda aquella parte de la vida de la cual el arte es la flor necesita algo de desinterés, una capacidad para gozar espontáneamente sin pensar en los problemas y dificultades del mañana. Cuando la gente encuentra gracia en una broma, no se pregunta si sirve alguna finalidad trascendental. El mismo placer directo existe en cualquier apreciación natural del arte. La lucha para vivir, el trabajo de un negocio o de una profesión, tienden a volver a la gente demasiado seria para gozar de los chistes y demasiado despreocupada por el arte. Si la lucha fuera facilitada, las horas de trabajo disminuídas y el peso de la existencia anulado, resultaría que de un mejoramiento del sistema económico es casi seguro que la alegría de vivir y la energia vital por el placer puro del mundo aumentaría mucho; y si esto se lograse, habría, inevitablemente, más placer espontáneo en la belleza y más gozo en el trabajo de los artistas. Pero ninguno de estos buenos resultados se puede esperar de la mera eliminación de la pobreza: necesitan todos, además, un sentido amplio de libertad y la ausencia de la opresión de la máquina enorme que ahora pesa sobre el espíritu individualista. No creo que el socialismo de Estado pueda dar este sentido de libertad, pero algunas otras formas pe socialismo que han absorbido lo que es verdad de la doctrina anarquista, pudieran iograrlo hasta un grado a que el capitalismo es incapaz de llegar.

Un sentido general de progreso y logro es un estímulo inmenso para todas las formas de trabajo de creación. Por eso dependerán mucho no sólo del punto de vista material de si los métodos de producción en la industria y la agricultura se estereotipan o siguen cambiando rápidamente, como han hecho drurante los últimos cien años. La comunidad entera se interesará mucho más en los métodos perfeccionados de la producción, cuando cada hombre reciba la justa parte del producto total del trabajo. Pero probablemente no habrá nadie con el mismo interés directo e intenso en dos perfeccionamientos técnicos que tiene ahora el capitalista en la industria. Si el conservadurismo natural de los trabajadores no debe mostrarse más fuerte que su interés en el aumento de la producción, será preciso que cuando por los obreros sean introducidos algunos perfeccionamientos en cualquier industria, en los métodos debe serles concedida, cuando menos, una parte del beneficio durante algún tiempo. Si se hace esto, se puede suponer que cada gremio buscará continuamente nuevos procesos o invenciones, y apreciará aquellas partes técnicas de la investigación científica que sirvan a esta finalidad. Con cada perfeccionamiento surgirá el problema de si hay que utiliÍzarlo para que produzca más horas libres o para aumentar la cantidad de comodidades. Donde hay tantas horas más libres que en la actualidad, habrá tanta más gente con un conocimiento de la ciencia o una apreciación del arte mayor. El artista o el investigador científico se diferenciarán muoho menos y estarán más unidos que ahora al ciudadano corriente, y ello será casi inevitablemente un estímulo para su energía creadora.

Creo que nosotros podemos concluir que, desde el punto de vista de las tres necesidades para el arte y la ciencia, es decir, la preparación, la libertad y la comprensión, el socialismo de Estado no llegaría a eliminar los males existentes e introduciría nuevos males; pero el socialismo gremial, o aun el sindicalismo, si adoptaran una política liberal, frente a aquellos que prefiriesen trabajar menos cantidad de horas que la usual en un empleo reconocido, serían preferibles a cualquier solución que sea posible bajo el capitalismo. Hay peligros, pero éstos desaparecerán si se dan cuenta suficientemente de la importancia que tiene la libertad. En ésta, como en casi cualquier otra cosa, el camino hacia lo mejor es el camino de la libertad.




Notas

(1) L'Anarchie et le Collectivisme, pág. 114.

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