Indice de Teconología y anarquismo de Murray Bookchin Nota editorial de Chantal lópez y Omar Cortés a la edición impresa Primera parte de Hacia una teconología liberadoraBiblioteca Virtual Antorcha

TECNOLOGÍA Y ANARQUISMO

Murray Bookchin

MURRAY BOOKCHIN POR MURRAY BOOKCHIN


Nací por completo en el seno del movimiento revolucionario. Mis abuelos maternos eran miembros del Partido Social-Revolucionario Ruso, los famosos narodniki o populistas, quienes fueron sumamente influenciados por Bakunin aunque de modo indirecto. Habiendo vivido en Besarabia, en la frontera entre Rusia y el imperio austro-húngaro, participaron activamente en los transportes de material y de propaganda revolucionaria adentro y afuera de la Rusia zarista. Mi abuela materna y mi madre se vieron obligadas a abandonar Rusia después de la revolución de 1905, mientras la noche contrarrevolucionaria envolvía en la penumbra al país. Ellas se instalaron en Nueva York, en donde participaron inmediatamente en el Club de los trabajadores rusos cuyos numerosos miembros eran anarquistas. Mi madre, obrera, se adhirió al sindicáto revolucionario I. W. W. durante el más dramático periodo que vivió esta organización. Ella me contaba muchas anécdotas sobre Big Bill Baywood, sobre Emma Goldman y sobre otros famosos revolucionarios de aquel tiempo.

Nací en 1921 en Nueva York en el momento en que todo un mundo de ideas revolucionarias y de numerosos exiliados políticos, principalmente rusos, agitaban el medio en el que me iba a desenvolver. De hecho comenzaba a hablar ruso, pero mis padres que se habían conocido en la sede de la I.W.W. y eran ambos de origen ruso, dejaron de dirigirse a mí en esta lengua. Querían evitar que yo hablase con un acento extranjero. Así perdí todo lo que sabía del ruso; sólo me acuerdo de los cantos revolucionarios y de algunas palabras aprendidas siendo niño.

Crecí escuchando las historias de los grandes revolucionarios rusos: Stenka Razin y Emilio Pugachev ocuparon el lugar de Robin Hood y de Daniel Boone.

En 1930, cuando tenía nueve años entré en los Jóvenes Pioneros, el movimiento comunista que agrupaba a los niños. Ahí debía aprender todo del marxismo, del leninismo, de la historia del socialismo, de las revoluciones, del movimiento obrero, etc. Si alguna lección saqué de esta experiencia es que un niño aún siendo muy pequeño, si es suficientemente motivado, puede absorber una enorme cantidad de informaciones, mucho más de lo que pueden imaginarse los adultos y los mismos maestros.

Aunque tuviese una comprensión muy limitada e ingenua de lo que mis profesores stalinistas me hacían tragar, me acuerdo de este periodo (la gran depresión, el surgimiento del fascismo alemán, las colas frente a las panaderías, las huelgas y, más tarde -en 1934- la revuelta de los trabajadores austriacos en Viena y de los mineros en las Asturias) con tanta precisión como la guerra del Viet Nam o del mayo 68 francés.

Los años 30 marcaron el apogeo del movimiento obrero no sólo en Europa sino también en América. Hubo grandes huelgas que se iniciaron con la ocupación de las fábricas en París en 1935 y que siguieron con los mismos métodos los trabajadores americanos. El nuevo sindicato C.I.O. (Congress of Industrial Organizations) se propagaba en toda la nación y hubo conflictos sangrientos para poder sindicalizar a los trabajadores del acero, del automóvil, de las minas, de los transportes y del textil.

Como mis padres eran obreros, y muy pobres, no me era posible quedarme sin ocupación y así muy pronto tuve que trabajar: primero como vendedor de periódicos, luego en las grandes fábricas de New Jersey. Es ahí, en una fundidora, que comencé a interesarme en el militantismo sindical, no bajo su forma burocrática, sino como delegado de sección (Shop steward), luego como secretario del sindicato y como organizador, únicamente remunerado cuando debía ausentarme de mi trabajo.

Más tarde, después de haber pasado un periodo en el ejército, me convertí en trabajador de la industria automotriz, en el tiempo en que los United Automobile Workers (U.A.W.) seguía siendo el sindicato más activo y democrático, hasta diría yo el más revolucionario después de la I.W.W.

Sin embargo tres cosas comenzaron a influenciar profundamente mi vida: en los años 35-36 la totalidad de la Internacional Comunista pasó de unas posiciones de ultraizquierda de luchas revolucionarias a una clara posición reformista de compromiso con la burguesía (el frente popular). Abandoné la Liga de las Juventudes Comunistas (en aquellos tiempos había pasado de la organización de los niños a la organización de la juventud) e intenté fundar un nuevo movimiento realmente revolucionario.

La revolución española me regresó a las filas de la Liga Comunista, pues no logré encontrar una organización cualquiera a través de la cual pudiese ayudar a España. Los comunistas, trabajando con los demócratas, monopolizaban totalmente el movimiento neoyorquino de apoyo a España (Support Spain). En particular, la revuelta de mayo de 1937 en Barcelona me perturbó: yo no podía creer que una tan amplia rebeldía de los trabajadores fuese inspirada por los fascistas y que los anarquistas sólo eran agentes del fascismo. Deliberadamente rompí con la disciplina del partido e iba a escuchar a Norman Thomas, el líder del Partido Socialista americano que daba un informe sobre su visita a España. Quedé impresionado por lo que contaba sobre las intrigas de los comunistas en este país: tenía dieciséis años y aún era muy ingenuo, pero mi experiencia, por muy limitada que fuera, y mis profundos instintos revolucionarios fueron muy sacudidos por esta información; Finalmente los juicios de Moscú destruyeron por completo la confianza que yo tenía en los comunistas.

Yo no podía llegar a creer que mis viejos maestros bolcheviques, en particular Bujarin, se habían vuelto agentes de Hitler y no me sentía dispuesto a sostener a Roosevelt como lo pedía la línea del Frente Popular.

En 37-38 yo estaba a punto de ser expulsado de los Jóvenes Comunistas: invitaba a trotskistas a dar conferencias en mi grupo de jóvenes y leía libremente todo lo que quería, burlándome totalmente de la línea del Partido.

Finalmente fui expulsado en 1939 y me volví trotskista. Pero con ellos, todo lo que había visto y criticado en el movimiento comunista se repitió de nuevo. A la mitad de los años 40's, dejé de ser un leninista de cualquier clase que fuera; progresivamente me acercaba a las posiciones del socialismo libertario y a principios de los años 50's a las del anarquismo.

Pienso que fue la revolución húngara y el debate muy relativo, de 1956 que me condujo a afirmarme como anarquista. Así comencé a estudiar muy seriamente la historia de ese movimiento, en particular la revolución española. Lo que redondeó, por así decirlo, mi educación política, fúe el declive del movimiento obrero en América.

Había militado durante diez años en la industria pesada, como sindicalista y revolucionario, en la organización más radical y activa de esta época: la U.A.W, antes de que ésta fuera destruida por los burócratas, en 1947 o 1948, participé en la huelga de la General Motors que duró meses y meses. Cuando ganamos la huelga y regresamos al trabajo me di cuenta de un total cambio tanto en la organización como entre los trabajadores. Desde aquel momento era claro que el sindicalismo era aceptado por la burguesía; que los trabajadores habían abandonado su espíritu revolucionario y que sólo se interesaban en las ventajas materiales; a final de cuentas reinaba una atmósfera de desmovilización en la clase.

De repente comprendí que la revolución española había sido el apogeo y al mismo tiempó el fin de cien años de historia revolucionaria de la clase obrera.

Comencé a revisar enteramente la historia del movimiento obrero, de junio de 1848 a julio de 1936, siendo mis ideas expresadas en el último capítulo de mi libro Los anarquistas españoles y en mi artículo Autogestión y nueva tecnología.

Entonces comencé a volver a examinar todas mis ideas. En 1952, escribí un artículo sobre la ecología que en 1962 se convirtió en libro: Nuestro ambiente artificial y más tarde un tratado anarquista sobre el mismo argumento (Postscarcity anarchism). Ahora estoy terminando un voluminoso trabajo La ecología de la libertad, que reúne todo lo que desarrollé a partir de 1950.Entonces comencé a volcarme hacia el movimiento antinuclear, dejando el movimiento sindical (que, desde un punto de vista revolucionario, está en la actualidad totalmente moribundo), y desde entonces, siempre me he interesado en todo lo que concierne a la ecología. También comencé a examinar el papel de la jerarquía y no únicamente el de las clases, y tuve la convicción de que la revolución debía también hacerse en las cocinas, las recámaras, en realidad en el seno mismo de la sensibilidad individual y no solamente en las fábricas. Es por esto que me interesé de sobremanera al nuevo feminismo que, en sus mejores aspectos planteaba implícitamente tales problemas.

En fin, al buscar una alternativa al sindicalismo llegué a estudiar el anarco-comunalismo (no pienso en Paul Brousse, sino más bien en Pedro Kropotkin) y las maneras en que funciona la democracia directa, en el nivel de los barrios y de las ciudades, en la antigua Atenas, en las comunas medievales, en las secciones del París revolucionario de 1793, en las asambleas de ciudadanos de la Nueva Inglaterra, en la Comuna de París de 1871 y las comparé con los consejos obreros y las formas de organización sindical poniendo especial atención en el impacto de la jerarquía de fábricas sobre la mentalidad de los trabajadores. En 1960, seguí atentamente el movimiento de lQs derechos cívicos desarrollados por los negros, y me interesé en los Students for a Democratic Society (S.D.S.) y en la contracultura. Fui a París en 1968 hacia el final de los acontecimientos de mayo-junio. De ellos hice reportajes detallados expresando un punto de vista anarquista que fueron publicados en la prensa revolucionaria americana.

Cuando la contracuItura comenzó a dejar las ciudades, fui a instalarme en el Vermount, el Estado tal vez más libertario de Nueva Inglaterra, en donde viví en una comunidad y enseñé en el Goddard College. Fundé el Institut for Social Ecology en donde intenté trasmitir y en parte practicar lo que había escrito sobre la ecología. También enseño con mucha libertad en un colegio del New Jersey en donde muchos estudiantes míos son trabajadores, y sigo manteniendo relaciones estrechas con el movimiento obrero. Desgraciadamente, ningún nuevo argumento ni acontecimientos vinieron a cambiar mi punto de vista sobre él.

Viajo mucho a través de toda América, lo que me permite tener una visión directa de lo que ocurre. Podría decir muchas cosas sobre lo que vi en los Estados Unidos y que contradice totalmente lo que expresa la prensa europea. Quisiera decir a mis camaradas europeos -a mis hermanos y hermanas en Italia y otras partes- que la gente en los Estados Unidos no está deslizándose hacia la derecha. A pesar de la elección de Reagan, existe un profundo descontento entre la población, los principios de un movimiento contra la militarización, de un nuevo radicalismo social que se extiende a la ecología, al feminismo, a los movimientos de barrios en las ciudades.

Los americanos son naturalmente libertarios. Toda la tradición social de América desde la revolución hasta nuestros días, siempre ha valorizado los derechos del individuo, la autonomía personal, la descentralización y un odio claro hacia el Estado. Durante años, esta tradición libertaría ha sido sumergida por las formas de socialismo importadas por los inmigrados alemanes, hebreos, rusos y españoles. Durante años las ideas de izquierda han sido desarrolladas en un idioma que la mayor parte de los americanos no comprendía y en formas tomadas de Europa, pero, esta inmigración se detuvo hace mucho tiempo y los mismos inmigrados han comenzado a desaparecer. Aún si esto puede parecer dramático, esto nos lleva a afrontar, todos, esta realidad, a desarrollar nuestras ideas en inglés, no en alemán, en italiano, hebreo o ruso, ni en términos marxistas, leninistas, o agregaría yo, sirviéndose de los pensamientos de Mao Tse Tung o de Ho-Chi-Minh: ahora debemos apropiamos de nuestra tradición -como todos deberían hacerlo y desarrollar su contenido revolucionario. Si algo me han enseñado mis cincuenta años de vida es que en primer lugar el mundo cambió profundamente desde la época histórica del movimiento obrero; en segundo, que el anarquismo no es sólo un cuerpo de ideas, una ideología congelada, definida de una vez por todas por sus dizque fundadores sino ante todo un movimiento social que toma su vida en la acción real de las gentes; y, en fin, que debemos buscar las ralces del anarquismo en las tradiciones específicas de cada pueblo, y no en las ideas inventadas en las academias e impuestas. por el peso de culturas completamente diferentes o por otras situaciones sociales. Esta sensibilidad para con la unicidad, la variedad y la diversidad es, en mi opinión, la más elevada forma de internacionalismo revolucionario, pues permite la creatividad cultural, social e histórica y no deja lugar a la homogeneidad y a la uniformidad totalitaria.
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