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La nueva Atlántida

Segunda parte



Al día siguiente, a eso de las diez, vino otra vez a vernos nuestro gobernador, y cambiados los saludos de costumbre, dijo familiarmente, pidiendo una silla y sentándose, que venía a visitamos, y nosotros que éramos sólo diez (los restantes o pertenecían a clase muy humilde o hábían salido), nos sentamos a su alrededor, y cuando todos estUvimos instalados, nos dijo en estos términos:

- Nosotros, los de esta tierra de Bensalén (pues así la llamaban en su idioma), debido a nuestro aislamiento y a las leyes secretas que tenemos para nuestros viajeros, así como la rara admisión de extranjeros, conocemos bien la mayor parte del mundo habitado y somos al mismo tiempo desconocidos. Por lo tanto, como el que menos conoce es el que debe preguntar, creo lo más razonable para pasar el tiempo, que en lugar de interrogaros me hagáis vosotros preguntas.

Humildemente contestamos que le dábamos las gracias por este permiso, y que, por las pruebas que habíamos tenido, ya comprendíamos que no había en el mundo cosa terrenal que más mereciera ser conocida que el gobierno de este feliz país. Pero sobre todo (dijimos), puesto que habíamos venido a encontrarnos desde tan distintos extremos del mundo y seguramente nos veríamos también algún día en el reino de los cielos (pues todos éramos cristianos), deseábamos saber (por ser esta tierra tan remota y separada por vastos y desconocidos mares de aquella donde nuestro Salvador caminó) quién era el apóstol de esta nación, y cómo había sido convertida a la fe.

- Que me hagáis esta pregunta la primera de todas, nos dijo, mostrando en su cara gran contento, me llega al corazón, pues me demuestra que pensáis ante todo en el reino de los cielos, y voy a satisfaceros con gusto y brevedad.

Habéis de saber que unos veinte años antes de la ascensión de nuestro Salvador, sucedió que los habitantes de Renfusa (una ciudad sitUada en la costa oriental de nuestra isla) vieron en el mar, a unas cuantas leguas de distancia, un gran pilar de luz, no puntiagudo sino en forma de una columna o cilindro, que subía del mar hasta una gran altura hacia los cielos: y en lo alto se veía una gran cruz de luz, aún más brillante y resplandeciente que el cuerpo del pilar. Ante espectáculo tan extraño los habitantes de la ciudad acudieron precipitadamente a la playa para entregarse a su admiración, acabando por meterse en unas cuantas pequeñas embarcaciones para poder contemplar más de cerca este maravilloso espectáculo. Pero aconteció que las embarcaciones llegadas a unas sesenta varas del pilar, se encontraron imposibilitadas de avanzar, de tal suerte que aunque podían moverse en otras direcciones no les era posible aproximarse, quedando todas inmóviles como en un teatro, contemplando esta luz, al parecer signo celestial. Y quiso la suerte que en una de las embarcaciones se encontrara un gran sabio de la Sociedad de la Casa de Salomón, la cual casa o colegio, mis buenos hermanos, es la maravilla de este reino, el cual después de haber contemplado un rato, atenta y devotamente, este pilar y cruz, cayó de rodillas y elevando las manos al cielo comenzó a rezar de esta manera:

Señor, Dios de cielos y tierra, que has preservado en Tu gracia aquellos de nuestra orden, para darles a conocer las obras de la creación y sus grandes misterios, enseñándoles a discernir (en lo tocante a las generaciones de los hombres) entre los milagros divinos, obras de Natura, obras de arte e imposturas y engaños de todas suertes: yo aquí, ante este pueblo, reconozco y atestiguo que lo que tenemos ahora ante nuestros ojos, es obra Tuya y un verdadero milagro. Y por cuanto aprendemos en los libros que Tú nunca haces milagros si no es con un fin divino y excelente (puesto que las leyes de la naturaleza son Tus propias leyes y no las excedes sino por una gran causa), te rogamos humildemente que nos hagas la merced de esclarecernos el significado de este gran signo que, sin duda por alguna secreta promesa nos envías, mostrándonos su significado y empleo.

Y no bien hubo terminado esta oración cuando sintió movible y suelto el barco en que se encontraba, mientras que todos los demás permanecían inmóviles y tomando esto por una indicación de permiso para acercarse, impulsó suavemente la embarcación y remando en silencio se dirigió al pilar; pero he aquí que cuando estaba ya cerca, pilar y cruz de luz se dispersaron lanzándose al espacio, formando como un firmamento de infinitas estrellas que a poco se desvaneció sin dejar más rastro que una peregrina arca o cofre, de cedro, que aunque flotaba y en medio del agua, parecía completamente seca y en el extremo delantero del arca, frente a él, brotó una ramita verde de palma, y cuando el sabio, con toda reverencia, tomó el arca para meterla en el barco, abrióse la tapa por sí sola y dentro se encontraban un libro y una carta, escritos ambos en fino pergamino y envueltos en paños de lienzo. El libro contenía todos los libros canónicos del Viejo y el Nuevo Testamento, pero conforme a los nuestros (pues conocemos bien los que a su vez encierran vuestras iglesias), y también el Apocalipsis; y algunos otros libros del Nuevo Testamento que todavía por aquel tiempo no se habían escrito, pero que se encontraban, sin embargo, en el libro. Y en cuanto a la carta, decía en estos términos:

Yo, Banolomé, servidor del Altísimo y apóstol de Jesucristo, he recibido el aviso de un ángel que se me apareció en una visión de gloria, que confiara este arca a las olas del mar. Por lo tanto debo aclarar y afirmar ante este pueblo, donde Dios ordena que este arca llegue a tierra, que en el mismo día será con ellos salvación y paz con la bendición del Padre y de nuestro Señor Jesucristo.

En ambas escritUras, así en el libro como en la cana, se encerraba un gran milagro, semejante a aquel de los apóstoles, del original don de lenguas. Porque aunque en este país había por aquel tiempo, además de los nativos, hebreos, persas, e indios, todos leyeron en el libro y la carta como si estUvieran escritos en su propio idioma. Y así fue como esta tierra (como lo fue el viejo mundo del agua) fue salvada del pecado de infidelidad por un arca y por mediación del apostólico y milagroso evangelista San Banolomé.

Y aquí nuestro sacerdote hizo una pausa, y apareció un mensajero que venía a buscarle y que lo alejó de nuestro lado. De modo que esto fue lo que pasó en esta conferencia.

Al día siguiente, apenas habíamos terminado de cenar, vino a vernos el mismo gobernador, que se disculpó diciéndonos:

- Que el día anterior nos había dejado un poco bruscamente, pero que ahora repararía su falta, quedándose un largo rato con nosotros, si su compañía y conversación era de nuestro agrado.

Le contestamos que nos era tan placentera y agradable que oyéndole hablar olvidábamos peligros pasados y temores futuros, y que pensábamos que una hora pasada en su compañía valía años de nuestra vida pasada. Nos hizo un ligero saludo y luego que todos estUvimos sentados otra vez, dijo:

Bueno, podéis preguntar.

Y uno de los nuestros, después de una pausa, empezó diciendo:

Que había un asunto que estábamos tan deseosos de conocer como temerosos de preguntar, no fuera a ser nuestro atrevimiento excesivo; pero que animados por la gran humanidad que nos mostraba (que hacía sentirnos más bien que extranjeros sus devotos y fieles servidores) teníamos el atrevimiento de exponérselo, rogándole humildemente nos perdonara si acaso éramos inoportunos. Nosotros, continuó, nos habíamos dado cuenta por su relato anterior, de que esta dichosa isla donde ahora nos encontrábamos era conocida de muy pocos y sin embargo, aquí, como nos lo demostraba la diversidad de lenguajes europeos y el conocimiento de nuestras costumbres y gobiernos, se conocían la mayor parte de las naciones del mundo cuando nosotros en Europa (a pesar de todos los remotos descubrimientos y navegaciones de esta edad) nunca tuvimos la menor sospecha o vislumbre de la existencia de esta isla. Y esto nos parecía maravillosamente extraño porque todas las naciones suelen tener conocimiento unas de otras, sea por viajes al extranjero o bien por los extranjeros que vienen a ellas; y aunque el viajero en un país extranjero conoce generalmente más con sus ojos que aquel que queda en su país por los relatos de estos viajeros; sin embargo, los dos medios son suficientes para establecer, en cierto grado, un mutuo conocimiento entre ambos continentes. Pero por lo que se refiere a esta isla nunca habíamos oído que se hubiera visto alguna de sus naves arribar a las costas de Europa, ni a las Indias Occidentales u Orientales. Tampoco ha habido noticias de naves de otras partes del mundo que hubieran regresado de ella. Su situacion (como vos decíais) en el recóndito cónclave de mar tan vasto, puede ser la causa. Pero entonces, el que se conozcan aquí los lenguajes, libros y asuntos de aquellos que se encuentran a semejante distancia, es algo que no podemos comprender, pues a nuestro juicio el permanecer oculto e invisible para unos y sin embargo poder ver a otros transparentemente, nos parece condición y propiedad de seres y poderes divinos.

A este discurso el gobernador sonrió burlonamente y dijo, que habíamos hecho bien en pedir perdón por tal pregunta, porque parecía como si pensáramos que habíamos ido a parar al país de los magos, los cuales enviaban espíritUs del aire a todas partes para que les trajeran noticias e informes.

A esto contestamos todos con la mayor humildad, pero no sin dar a entender que comprendíamos que nos decía esto en broma, que éramos lo bastante inteligentes para pensar que algo sobrenatUral ocurría en esta isla, pero más bien angelical que de magia, y que la verdadera razón que nos había hecho temer y dudar antes de hacer esta pregunta, no era semejante fantasía, sino recordar que en su anterior discurso nos había dado a entender que en este país existían, respecto a los extranjeros, ciertas leyes secretas.

- Así es, nos dijo, y ésta es la razón por la cual en lo que voy a deciros, habré de callarme algunas particularidades que no me está permitido revelar, pero os diré lo bastante para dejaros satisfechos.

Habéis de saber (aunque tal vez os parezca increíble) que hace unos tres mil años, o quizá más, la navegación en el mundo (en especial en lo que se refiere a remotos viajes) era mucho mayor que la de hoy día. No penséis que ignoro lo que ha aumentado entre vosotros en estos sesenta últimos años; pues lo sé muy bien y sin embargo os digo que era más grande entonces que ahora; fuera porque el ejemplo del arca, que salvó al resto de los hombres del diluvio universal, les diera confianza para aventUrarse sobre las aguas, o por alguna otra razón, así es la verdad. Los fenicios y principalmente los cirios, poseían grandes flotas, como así los cartagineses que tenían su colonia todavía más al Oeste. En Oriente la marina de Egipto y de Palestina eran grandes por igual. Como también China y la gran Atlántida (que llamáis América) y que ahora no tiene más que champanes y canoas, poseía entonces abundancia de grandes naves. Esta isla (según testimonios fidedignos de aquellos tiempos) tenía entonces quince centenares de fuertes bajeles, de gran capacidad.

Sé que de todo esto vosotros apenas si guardáis memoria, si es que guardáis alguna, pero aquí tenemos extensos conocimientos del pasado.

En aquel entonces, pues, este país era conocido y frecuentado por naves y galeras de todas las naciones antes nombradas, y (como suele suceder) muchas veces venían en ellas, a más de los marineros, hombres de otros países, como persas, caldeos, árabes, de modo que casi todas las naciones de poder y fama se reunían aquí, conservando aún hoy día algunos descendientes y pequeñas tribus. Respecto a nuestras naves, hacían diversos viajes, así al Estrecho que llamáis Columnas de Hércules, como a otros lugares del Atlántico y el Mediterráneo y también a Paguin (o sea Caledonia) y Quinzy en los mares Orientales, llegando a veces hasta alcanzar las costas de la Tartaria Oriental.

Al mismo tiempo, durante toda una larga época los habitantes de la gran Atlántida gozaron de gran prosperidad. Porque aunque la narración y descripción hecha por uno de vuestros grandes hombres, de que los descendientes de Neptuno se habían instalado allí, y del magnífico templo, palacio, ciudad y colina; y de las múltiples corrientes de hermosos ríos navegables, que rodeaban la dicha ciudad y templo, como otras tantas cadenas, y de aquellas diversas graderías por donde ascendían los hombres hasta la cima como por una escala Celeste, es más que nada una fábula poética, hay sin embargo en ella mucho de verdad, pues el dicho país de la Atlántida, así como el del Perú, llamado entonces Coya, y el de México nombrado Tyrambel, eran reinos orgullosos, y poderosos en armas, navíos y toda clase de riquezas; tan potentes eran que ambos hicieron a un tiempo, o al menos en el espacio de diez años, dos grandes expediciones: los de Tyrambel a través del Atlántico hasta el mar Mediterráneo, y los de Coya por el mar del Sur hasta nuestra isla. Y por lo que se refiere a la primera de estas expediciones que llegó hasta Europa, vuestro mismo autor debió sin duda poseer algún relato de los sacerdotes egipcios a quienes cita, ya que es evidente que tal cosa sucedió. Ahora, no puedo deciros si fueron los antiguos atenienses los que tuvieron la gloria de la repulsa y resistencia de estas fuerzas, y lo único cierto es que ni hombres ni naves regresaron de este país. Ni tampoco los de Coya hubieran tenido mejor fortuna en su expedición a no haber tropezado con enemigo de tan gran clemencia. Pues el rey de esta isla, por nombre Altabín, sabio y gran guerrero, consciente de su poder así como del de sus enemigos, resolvió el conflicto atajando las fuerzas terrestres con sus naves y rodeando, así su marina como su campamento, por mar y tierra con fuerzas mucho mayores que las suyas, obligándoles de este modo a rendirse sin llegar al ataque, y después de tenerlos a su merced, dándose por satisfecho con que le juraran que nunca empuñarían las armas contra él, les dejó partir a todos sanos y salvos. Pero no mucho después de estas ambiciosas empresas, sobrevino la venganza divina, pues en el término de un centenar de años la gran Atlántida quedó totalmente perdida y destruída, y no por un gran terremoto, como vuestro gran hombre dice, pues toda esta ruta no es propensa a terremotos, sino por un extraordinario diluvio o inundación, pues estos países tenían por aquel entonces los más grandes ríos y montañas del mundo. Aunque es lo cierto que la inundación en sí no fue muy profunda, pues en la mayoría de los lugares no pasó de cuarenta pies, y aunque en general destruyó hombres y bestias, unos cuantos salvajes, habitantes de los montes, lograron escapar. Los pájaros se salvaron volando a las copas de árboles altos y a las montañas. En cuanto a los hombres, si bien en muchos lugares tenían edificios que no llegó a cubrir el agua, como esta inundación, aunque superficial, duró largo tiempo, los del valle que no se ahogaron perecieron por falta de comida y otras cosas necesarias. Así que no hay que maravillarse de la escasa población de América, ni de la rudeza e ignorancia del pueblo, pues hay que considerar a los habitantes de América como un pueblo joven, por lo menos mil años más joven que el resto del mundo, ya que tanto ha sido el tiempo transcurrido entre el diluvio universal y esta su inundación. Pues el resto de semilla humana que quedó en las montañas, pobló el país otra vez lentamente, y como eran gentes simples y salvajes (no como Noé y sus hijos que perrenecían a la familia más principal de la tierra), no pudieron dejar a la posteridad escrituras, obras de arte, ni ningún indicio de civilización. Además, como por razón del frío extremo de aquellas regiones se habían acostumbrado en sus montañosas viviendas a vestirse con pieles de tigres, osos y grandes cabras peludas que tenían por aquellas partes; cuando después bajaron al valle y se encontraron con el calor intolerable que allí hacía, ignorando los medios para proporcionarse vestiduras ligeras, se vieron obligados a implantar la costUmbre, que todavía continúa hoy, de ir desnudos. Lo único que les fascinaba y enorgullecía eran las plumas de las aves, y aun esto les venía también de sus antecesores montañeses a los que siempre atrajo el vuelo infinito de los pájaros que se remontaban a las tierras altas, mientras abajo se deslizaban las aguas. Así que aquí tenéis cómo, a causa de este gran accidente del tiempo, perdimos nuestro tráfico con las Américas, con las cuales por estar relativamente más cercanas manteníamos la mayor parte de nuestro comercio. Y en lo que se refiere a las otras partes del mundo, no cabe duda que en las épocas que siguieron (fuera a causa de las muchas guerras o por la natural revolución del tiempo), la navegación decayó notablemente en todas partes, y en especial los grandes viajes (debido en parte al empleo de galeras y bajeles de tal estilo que apenas podían dominar el mar) quedaron del todo abandonados y suprimidos. Por lo tanto, el intercambio que podía provenir de otras naciones que navegaran hasta nuestras costas, ya veis cómo, salvo algún raro accidente como el vuestro, cesó hace largo tiempo. Ahora, respecto a la suspensión de esta otra clase de intercambios, mediante la navegación nuestra a otras naciones, tengo que concederos que es muy otra la causa. Pues no puedo menos de decir, sin faltar a la verdad, que nuestra marina es hoy día en número, potencia, marinos, pilotos y todo aquello que pertenece a la navegación, más grande que nunca y para que comprendáis por qué, a pesar de esto, nos quedamos en casa, voy a haceros un relato que en sí mismo os lo explicará sirviendo a la vez para satisfacer vuestra principal pregunta.

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