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Al C. General Porfirio Díaz
General:
El lenguaje de un obrero no puede menos que ser vulgar, desaliñado; pero tiene la ventaja de ser franco. Por consiguiente, no extrañéis que os hablemos con rudeza.
¿Quién érais ayer?
Nada.
¿Por qué?
Porque vuestro Plan de la Noria os había venido a robar vuestra grandeza; porque hasta el grado de general del ejército habíais perdido por una Ley del gobierno legítimo, como castigo impuesto a los trastornadores del orden público.
¿Qué sois ahora?
Todo.
¿Por qué?
Porque el Plan de Tuxtepec derribó al gobierno despótico del señor Lerdo, y porque ese plan, aunque imperfecto, era para el pueblo el nuevo verbo que le anunciaba la redención. Ese pueblo, generoso y valiente, se agrupó a vuestro derredor y derramó su sangre preciosa en los campos de batalla, por secundar la idea que habíais escrito en vuestra bandera.
Tras un combate venía otro, y otros muchos; y el obrero, y el indígena, únicos que de buena fe y sin miras particulares ni bastardas, caían hechos pedazos por la metralla, en vez de desmayar o acobardarse, tomaban nuevo brío y se multiplicaban para seguir combatiendo en vuestras filas.
La revolución triunfó, y ese triunfo os llevó al primer puesto de la República.
Sois Presidente, y los destinos del obrero y del indígena están en vuestras manos.
¿Qué habéis hecho por esas dos clases tan numerosas de la sociedad? ¿Qué premio habéis dado a esos desheredados que tuvieron hambre, sed y frío cuando eran vuestros soldados?
Sois caballero, sois militar, tenéis palabra de honor, y esto basta para que nos digáis la verdad.
El obrero y el indígena se quejan de la tiranía que el rico ejerce sobre ellos; y al obrero y al indígena se les apellida por esa queja: ¡Comunistas!
Y vos, vos que sabéis que ni el obrero ni el indígena son comunistas; vos, que tenéis perfecta conciencia de que sus quejas no son injustas, vos, que debíais representar el papel de padre amoroso con aquellos que os han elevado por su valor y sufrimiento al puesto de Presidente de la República; vos, repetimos, veis con indiferencia a esa multitud hambrienta y vejada por unos especuladores miserables que trafican con el trabajo del pobre y del indígena.
Vos, general, que a la hora de la lucha visteis a esos infelices arrojarse como leones sobre sus enemigos; vos, que los conocéis perfectamente, dejáis que el anatema de la sociedad pese sobre ellos, y os estáis tranquilo e indiferente como si ignoraseis que estamos en vísperas de una conmoción espantosa, ocasionada por la tiranía y la usurpación de los ricos.
Y como si esto no fuera bastante, en vuestro nombre, un miserable alcalde de pueblo recorre con una fuerza armada las poblaciones de indígenas del Estado de Hidalgo, ¡amenazando con fusilar a aquellos que él cree que son comunistas!
¿Sabéis, general, lo que es una amenaza? ¿Comprendéis de lo que puede ser capaz una autoridad vulgar e ignorante cuando se cree apoyada por el poder supremo? ¿Imagináis cuál puede ser el resultado de una tropelía cualquiera cometida contra aquellos que obran en justicia y que ya están cansados de sufrir?
Leed, general; leed la carta siguiente, y obrad con energía para salvar el honor de vuestro gobierno.
Que los que os han elevado al poder no se quejen de vuestra ingratitud; que no os nivelen con Zuloaga, ni con Miramón, ni con Lerdo, que os pongan en paralelo con el gran Juárez; que os amen, que os admiren, que os bendigan.
He aquí la carta:
Ciudadanos redactores de El Hijo del Trabajo, Texcatepec, noviembre 12 de 1877.
Estimados señores. A ustedes, los únicos que con una independencia y valor dignos de todo elogio han emprendido en su popular semanario la defensa del pueblo indígena, tengo el honor de dirigir por primera vez mis quejas, a fin de que me hagan el favor de darles publicidad, con objeto de que lleguen a conocimiento del gobierno general y del Estado, para que se remedie el mal, pues nuestra situación por acá cada día se hace insoportable. Les encargo también llamen fuertemente la atención del Presidente Porfirio Díaz para que no se nos siga exasperando, confiado en que nos hará justicia.
Anticipándoles las debidas gracias, tengo el honor de ofrecernos su afectísimo seguro servidor que atento B. SS. MM. Román Olguín.
El día 29 de septiembre próximo pasado, se presentó en el pueblo antes mencionado, el presidente municipal, acompañado de una fuerza de diez a veinte hombres, en busca mía, y no encontrándome, a pesar de los deseos de mis perseguidores, se pasaron al pueblo de Santiago Tuni, en el que tampoco me encontraron. Tenaces en mi persecución, regresaron de nuevo a Texcatepec, a donde cuando ellos llegaron ya yo me había presentado a casa del auxiliar, con el objeto de inquirir para qué me buscaban; pero no bien acababa de cerciorarme, cuando se presentaron los que bajo los más frívolos pretextos me perseguían.
La primera pregunta que me hizo el presidente municipal, fue la que si ya había yo pagado mi contribución. Yo, satisfecho, contesté que sí; y para mayor seguridad, dije, que el señor auxiliar podía certificarlo. A su vez fue interrogado este último por el presidente municipal, contestando afirmativamente. Por fin, no encontrando motivo para mortificarme, y despojándose de la careta de la hipocresía, me dijo que me buscaba porque le habían asegurado que era yo comunista, a cuyo efecto el gobierno le había dado orden y fuerza armada para colgar a todos los revoltosos, y que nada le costaba decir a su fuerza que diera de balazos a quien él creyera comunista.
Como ustedes comprenderán, sabedor el referido presidente municipal de que casi todos los del pueblo nos preparamos para litigar por nuestras propiedades usurpadas, a menudo se nos presenta amenazándonos, con objeto de entorpecer nuestros trabajos, de donde resulta que seguido se ven alarmadas las familias.
Y no es tanto el celo de cumplir con la autorización que dice tener, sino que siendo él uno de nuestros usurpadores de terrenos, abusando de la autoridad que representa, pretende amedrentarnos.
Y ya que hablo de abusos, también les diré que en este pueblo vive un señor don Nazario Sandoval, quien sin piedad golpea a muchos de nuestros hermanos, porque no quiere que beban agua nuestros animales en una presa agobiados por la sed, y sin que nosotros lo veamos, lo declara dañoso, para cobramos de rescate lo que se le antoja; si es burro, nos exije $ 4.00 Y así sucesivamente, y es tan díscolo y arbitrario ese señor, que ni al río deja que vayan a beber agua nuestros animales, so pretexto de que le pisotean sus terrenos, siendo él la causa de que nuestros caballos y burros dejen de beber agua dos y tres días.
Es cuanto les dice a ustedes el que sólo desea justicia de vuestra pluma. Román Olguín.
El gobierno me ha dado fuerza y orden para colgar a los revoltosos, porque al fin nada me importa decir a mi fuerza que dé balazos al que yo crea comunista.
Esto ha dicho un presidente municipal, y esto hará ese mismo presidente si así se le antoja.
¿Conque el gobierno ha autorizado a ese individuo para que asesine impunemente a cualquier ciudadano? ¿Conque la simple sospecha de que una persona es comunista, basta para que se le cuelgue?
No, general; vos no podéis haber dado esa orden tan inicua, tan infame, tan degradante para un gobierno que se precia de ser liberal y justiciero.
Esa fanfarronada de un alcaldillo debe ser castigada severamente; y por eso os la denunciamos, por eso nos dirijimos a vos pidiéndoos la reparación de un ultraje lanzado a la civilización y al pueblo mexicano.
Justicia, general; justicia, y una mirada compasiva al obrero y al indígena, por quienes sois Presidente.
La indiferencia os puede arrojar al abismo.
El Hijo del Trabajo. Año II. Época segunda. Núm. 69, México.
Noviembre 18 de 1877, p. 1.
José María González
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