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¿YA NO HABRÁ INTERVENCIÓN?

La resuelta actitud del pueblo mexicano ante la amenaza de intervención por parte de los Estados Unidos, ha dado por resultado que el gobierno de este país niegue enfáticamente que ha pretendido invadir el territorio mexicano. No sabemos hasta qué punto sea sincera esa declaración. Lo cierto es que los Cónsules Americanos que residen en muchos puntos de México, han dado cuenta a su gobierno del profundo descontento y grande indignación que ha provocado entre el pueblo mexicano, la noticia de que los Estados Unidos preparaban un ejército de cien mil hombres para invadir la República Mexicana y formar un protectorado bajo la bandera de las barras y las estrellas.

Bien; por lo pronto no intervendrán los Estados Unidos; ¿pero queda por eso desvanecido el peligro de una intervención extranjera en los asuntos mexicanos? ¡De ninguna manera! La Revolución Mexicana. por su carácter económico, tiene forzosamente que tener como resultado la intervención extranjera. Si la Revolución fuese solamente el resultado de ambiciones políticas de las diversas banderías que se disputan el poder, los Estados Unidos y con esta nación las demás Potencias, esperarían tranquilamente a que se hiciera la paz, seguras de que sus súbditos continuarían explotando las riquezas naturales de México y el trabajo de los proletarios mexicanos. Pero esta Revolución no puede terminar con la exaltación al poder de cualquiera de los jefes de las banderías revolucionarias, como no terminó con la exaltación de Francisco I. Madero a la Presidencia de la República. Esta Revolución terminará cuando todos y cada uno de los habitantes de la República Mexicana tengan asegurados el pan, el vestido, la habitación, la educación y la libertad, como resultado del desconocimiento de la propiedad privada.

Ahora bien; las mejores fuentes naturales de riqueza están en poder de poderosas compañías extranjeras: tierras magníficas, bosques riquísimos, minas admirables, abundantes criaderos de petróleo, así como grandes fábricas y fundiciones, ferrocarriles, etc., etc., están en poder de extranjeros. Puede decirse que todo México está explotado por extranjeros que, en su inmensa mayoría, se aprovecharon de las franquicias que tuvieron bajo la Dictadura de Porfirio Diaz, para apoderarse, muchas veces por la violencia, de las riquezas naturales del suelo mexicano. En virtud de esto, los mexicanos quedamos reducidos a la condición de esclavos de los explotadores extranjeros; no hemos quedado con más fortuna que nuestros brazos para ganarnos el miserable salario que nos pagan nuestros verdugos, a cambio de nuestro sudor, de nuestra salud y de nuestro porvenir.

La miseria ha sido el resultado de ese acaparamiento de las riquezas naturales y de las industrias en manos de unas cuantas compañías extranjeras y de un puñado de burgueses mexicanos, y la miseria ha sido la levadura del formidable movimiento que sacude la tierra en que nacimos, y que preocupa a los burgueses y a los gobiernos de todo el mundo.

Los mexicanos hemos comprendido que mientras no seamos realmente dueños de la tierra, esto es, mientras la tierra no sea propiedad de todos y cada uno de los seres humanos que pueblan lo que se llama República Mexicana, la ignorancia, el hambre y la tiranía serán nuestros eternos verdugos. Así, pues, tenemos que poner nuestras manos sobre esa tierra, debemos todos hacerla nuestra aunque con ello desafiemos la ira de los que nos explotan y nos tiranizan. De ahí el peligro de la intervención. Estamos encerrados, por lo mismo, dentro de este dilema de hierro: o nos conformamos con ser plebe, con ser gleba, con ser ilotas, con ser esclavos para siempre y seguimos alquilando nuestros brazos por temor a la intervención extranjera, o ponemos resueltamente nuestras manos poderosas y viriles, nuestras manos sublimemente irrespetuosas sobre lo que hasta aquí se ha considerado como sagrado por las leyes fabricadas por la burguesía: el derecho de propiedad individual.

Esto último es lo que tenemos que hacer aunque se desplome el universo sobre nosotros. No podemos hacer una Revolución a medias. ¡Todo o nada! ¡Tierra y Libertad o muerte!

La intervención extranjera tiene que ser un hecho tarde o temprano, si no por nuestro valor de arrancar de las manos de la burguesía los bienes que detenta, al menos por la imposibilidad en que estamos de pagar la deuda que pesa sobre la nación. Algún día, los banqueros extranjeros no querran esperar más, y obligarán a sus gobiernos a que nos cobren a cañonazos lo que se embolsaron Díaz y los científicos, Madero y su familia. ¡Díaz se escapó con los millones que se robó! ¿Permitiremos que Madero sitúe su dinero en los bancos extranjeros, para ir a derrocharlo tranquilamente en los balnearios o en los grandes hoteles de Europa?

Los Estados Unidos, por lo pronto, se apresuran a decir que no intervendrán en nuestros asuntos; pero las potencias europeas, cuyos súbditos están siendo despojados de las riquezas que pudieron amasar explotando al proletariado mexicano, ejercerán tal presión sobre el Gobierno americano, que al fin la intervención será un hecho, aunque no efectuada por los Estados Unidos solamente, pues no cuenta esta nación con recursos suficientes para llevar a cabo una obra de esa naturaleza, sino por la acción combinada de todas las potencias; pero entonces, la Revolución Social estallará en Europa; el proletariado europeo se levantará indignado contra sus gobiernos y el mundo entero será una sola lumbre, recorriendo por primera vez, con el orgullo de ser pisado por hombres, la órbita, por la que por siglos y siglos arrastrara solamente una humanidad sumisa y vil.

¡Adelante mexicanos! ¡A expropiar! Nuestro problema es de vida o muerte. La Historia está escribiendo los primeros párrafos de esta lucha que leerán emocionadas las generaciones de mañana, si hacéis que esta Revolución sea digna de la época, si os conducís como hombres conscientes que saben que es un crimen derramar sangre por encumbrar a un puñado de sanguijuelas y que, en cambio, es una virtud, la más grande de las virtudes, ofrecer la vida por la libertad y el bienestar de todos. Y esto no se consigue conquistando derechos de votar y otras porquerías, sino rompiendo las leyes y entregándolo todo, todo, todo a la clase trabajadora.

Ricardo Flores Magón

(De Regeneración, 17 de febrero de 1912)

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