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Por qué hay que afiliarse al Partido Antirreeleccionista
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Falsa noción del prestigio en política

Uno de los prejuicios más deprimentes para la dignidad del ciudadano, en este país de las indignidades políticas, consiste en admitir sin discusión, como una verdad absoluta que, en lo que concierne a la cosa pública, sólo hay mérito, competencia, sabiduría, honradez y patriotismo, en los individuos que de algún modo han servido o sirven a la administración actual, o que tengan ligas de cualquiera naturaleza con los funcionarios públicos; mientras que la ignorancia, la ineptitud, la ambición, el salvajismo, son el triste patrimonio, el atributo inseparable de los independientes, de los que han sabido vivir y prosperar fuera del mundo oficial.

Así se observa que cuando por acaso el pueblo se atreve a manifestar sus simpatías o se le permite hacerlo a favor de un simple ciudadano que nada ha tenido que ver con el presupuesto, y a quien se le juzga apto para cuidar de los intereses de sus conciudadanos, el argumento más formidable y aplastante que se esgrime en su contra, es que ese candidato carece de todo prestigio, puesto que no tiene vida pública; nunca ha sido diputado ni jefe político; no ha entrado en ninguna combinación financiera con el gobierno general o local; jamás ha tomado parte en los simulacros de convención, ni de elecciones, ni tampoco ha integrado esas bochornosas comisiones que a cada momento se forman para ir a adular a los poderosos, felicitándolos por sus gestiones administrativas. Otro tanto se dice, en estos días, de los que organizan clubes políticos y especialmente si sus miras son contrarias a las de los gobiernistas.

Nuestra opinión es diferente. Nosotros pensamos que la política actual y la que pretende sucederla, es política de corrupción civica que jamás podrá engendrar verdaderos ciudadanos.

Al que ingresa a ella, no se le pregunta si tiene alguna noción sobre el bien público; tan sólo se averigua el grado de flexibilidad de su columna vertebral.

Los interesados celebran un ruin pacto de resultados desastrosos para los intereses del pueblo: Te doy esta canongía vitalicia, pero empéñame para siempre tu voluntad; que la suerte futura del país no te preocupe mientras cumples tu tarea; pero que te sorprenda, sí, a cada instante, el temor de caer en mi desagrado.

La consecuencia es inevitáble: Todo el que sirve al gobierno, federal o de los Estados, sirve a los intereses netamente personales de aquel que le da el puesto, ya sea una persona o un grupo.

En el desempeño de sus funciones, únicamente en cuestiones de trámite o que no sean de importancia, el funcionario obra con alguna libertad, salvo consigna en contrario; mas tratándose de asuntos de algún interés, el primer problema que a su conciencia se presenta no es el de dar satisfacción a la justicia, ni encontrar la manera de obtener para el país la mayor suma de beneficios; sino el de encontrar una solución que más sea del agrado de tal o cual grupo, de éste o aquel personaje, aun cuando esa solución riña contra sus propias convicciones, cuando las tiene, o aunque se halle en abierta pugna con los intereses vitales del país, los que siempre son menospreciados.

De esta suerte, haber desempeñado puestos públicos en este largo período de paz, no garantiza más aptitudes, en la mayor parte de los casos, que las que son propias para demostrar una servil adulación, para soportar una humillante obediencia a la consigna y para convertirse a su vez, llegado el caso, en nuevos gobernantes ególatras.

Los conocimientos de administración que han adquirido son, por lo rutinarios, de naturaleza muy semejante a la monótona uniformidad de una máquina, y se explica que no se inclinen a adquirir otros nuevos, primeramente, porque con obedecer, su tranquila subsistencia está bien asegurada, y además, porque están privados del derecho de iniciativa.

En lo único que sobresalen es en la inimitable sutileza que despliegan para descubrir y contentar al punto los gustos de su protector; y también en ese hiperestesiado refinamiento del instinto de conservación para saber mantenerse en sus puestos.

Y nosotros preguntamos ¿puede un hombre de alma tan dúctil Y plegadiza llamarse hombre de prestigio y ser capaz de comprender las aspiraciones íntimas del pueblo?

La nación necesita de almas de otro temple, no contaminadas de irracional egoísmo; almas noblemente latinas: fuertes y justas.

Esas casi no alientan en los burócratas del día.

En la actualidad, decir hombre que surge del pueblo, es decir hombre sano, hombre libre. Su prestigio es aquel que en pueblos menos corrompidos por la acción de sus gobernantes, sería su mejor blasón. Su nombre es: dignidad cívica.

Por eso los prestigios que vosotros, gobiernistas, exigís en los hombres que hoy están poniéndose al frente de los grupos políticos que organizan, los desprecia el pueblo porque son títulos de bajeza en los ideales y constituyen un desdoro para sus anhelos de libertad.

Lo que hoy necesita el desventurado pueblo mexicano son hombres que con sus actos y sus palabras demuestren que en el fondo de su conciencia llevan grabadas tan íntimamente como la vida al organismo, la convicción profunda de que los gobiernos no han sido establecidos para utilidad, ventaja y gloria de los que gobiernan, sino para el bienestar y dicha de la sociedad que les ha coofiado su destino.

El pueblo detesta a los políticos que todavía pretenden continuar rigiendo a la sociedad por el odioso y bárbaro principio de Trasímaco, aquel siniestro personaje de la República de Platón que definía la justicia: lo que es conforme al interés del fuerte, del poderoso y del superior.

México, Junio 29 de 1909.

(Publicado en el Anti-Reelecclonista, Organo del Centro Anti-Reeleccionista de México, N° 6 de fecha 18 de julio de 1909).

Federico González Garza

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