Índice de Cartas sobre la educación de los niños de Johann Heinrich PestalozziCarta VigesimasextaCarta VigesimaoctavaBiblioteca Virtual Antorcha

CARTA VIGESIMASÉPTIMA

20 de marzo de 1819.

Mi querido Greaves:

Si hasta las madres ineducadas e inermes, pueden hacer mucho por su hijo, más capacitadas estarán y con mucha más confianza mirarán hacia los resultados de sus esfuerzos maternales, si sus facultades han sido adecuadamente desenvueltas y sus pasos guiados por aquellos que se han consagrado a ese trabajo antes que ellas.

El hecho, por consiguiente, que he formulado en mi último capítulo, lejos de hacer discutible mi proposición, va a confirmar directamente su validez y a ilustrar sus aplicaciones. Lo repito, por consiguiente, y me dirijo con energía a aquellos que, como yo, tienen el deseo de promover un cambio en la insuficiente situación actual de la educación. Si deseáis realmente consagraros con vuestras disponibilidades, vuestro tiempo, vuestro talento y vuestra influencia a una causa que ha de beneficiar a una gran parte de vuestra especie; si deseáis no entreteneros en paliativos sugestivos, sino que queréis lograr una curación permanente de los males en que han caído muchos millares y caerán muchos centenares de millares; si deseáis no erigir simplemente un edificio que pueda atraer por su esplendor y conmemorar vuestro nombre, pero que se desmorone como edificio sin base; si, por el contrario, preferís las mejoras sólidas a los efectos momentáneos, y el beneficio duradero de los más, antes que la satisfacción solitaria de los resultados sorprendentes, no dejéis que vuestra atención sea desviada por las necesidades aparentes -ni que sea absorbida por las subalternas-, sino que se dirija a la fuente más grande y general aunque poco conocida, de la cual mana lo bueno y lo malo en cantidad incalculable y con rapidez sin paralelo, o sea a la manera como transcurren los primeros años de la infancia y a la educación de aquellos a cuyo cuidado están consagrados o deben consagrarse.

De todas las instituciones, la más útil es aquella en la cual la gran tarea de la educación no es tratada simplemente como un medio para los diversos propósitos de la vida ordinaria, sino como un objeto que en sí mismo merece la más seria atención y necesita ser elevado a su más alta perfección; una escuela en la cual se enseña a los discípulos a actuar como maestros y se les educa para actuar como educadores; una escuela, sobre todo, en la cual el carácter femenino se desenvuelve tempranamente, en aquella dirección que le capacita para tomar parte preeminente en la educación primaria.

Para lograr esto es necesario que el carácter femenino sea perfectamente comprendido y adecuadamente apreciado. Y sobre este tema no podemos dar un ejemplo más satisfactorio que la observación de una madre que es consciente de sus deberes y está capacitada para desempeñarlos. En esa madre la dignidad moral del carácter, la suavidad de maneras y la firmeza de principios, provocarán nuestra admiración lo mismo que la mezcla feliz de juicio y de sentimiento que constituye la norma sencilla pero segura de sus acciones.

El gran problema en la educación de la mujer consiste en lograr esta feliz unión en el espíritu, tan lejos de imponer restricción alguna sobre los sentimientos como de desviar o inclinar el juicio. La marcada preponderancia del sentimiento que se muestra en el carácter femenino, requiere no solamente la mayor clarividencia sino también la más profunda atención de aquellos que desean ponerlo en armonía con el desenvolvimiento de las facultades del intelecto y de la voluntad.

Constituye un mero prejuicio suponer que la adquisición del conocimiento y el cultivo del intelecto, no serán sólidos y comprensivos si no destierran del carácter femenino su sencillez y todo lo que le hacen verdaderamente amable. Toda cosa depende del motivo del cual, y del espíritu en el cual es adquirido el conocimiento. Que el motivo haga honor a la naturaleza humana y que el espíritu sea el mismo que es concomitante con todas las gracias del carácter femenino.

Ni suelto ni entrometido -sino reservado-, y la modestia asegurará la solidez del conocimiento y la delicadeza le preservará contra la desviación del sentimiento.

Como ejemplo puedo referirme a uno de los numerosos casos que no son menos sorprendentes porque sean muy conocidos, en los que una madre ha consagrado la mayor parte de su tiempo, y sus mejores habilidades a la adquisición de alguna rama del conocimiento respecto de la que su propia educación ha sido defectuosa, pero que ha comprendido que sería importante utilizar en beneficio de la educación de sus hijos. Es el mismo caso de los individuos muy bien dotados en ciertos respectos, pero que se reconocen muchos defectos y desean corregirlos, si no por ellos mismos, en beneficio al menos de sus hijos.

Y no se ha conocido madre alguna que se arrepienta de algún sacrificio que haya hecho para poder dar la más perfecta educación a aquellos seres más próximos y más queridos de su corazón. Aun sin anticipar la futura realización de sus deseos por los progresos que haya logrado para guiarlos, estará ampliamente pagada con las delicias que brotan inmediatamente de su tarea,

proteger el tierno pensamiento
y enseñar a brotar la joven idea.

He supuesto aquí el motivo más poderoso, que es el amor maternal; pero la misión de la educación primaria consistirá en proporcionar motivos que, aun en la más tierna edad, puedan promover un interés por el ejercicio mental y estén verdaderamente aliados con los mejores sentimientos de la naturaleza humana.

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