Índice de Ideas generales sobre mi método de la Dra. María MontessoriLa preparación espiritual del maestroEl método Montessori y la educación modernaBiblioteca Virtual Antorcha

CONSECUENCIAS GENERALES

Este relato sucinto de hechos e impresiones nos deja perplejos sobre la cuestión del método. Pues se comprende apenas con qué método se pueden obtener tales resultados.

Y éste es el problema:
No se ve el método. Lo que se ve es el niño. Se ve el alma del niño que, liberado de los obstáculos actúa según su propia naturaleza. Las cualidades infantiles que hemos destacado pertenecen simplemente a la vida, con el mismo título que el color de los pájaros o el perfume de las flores. No son en nada resultado de un método de educación. Es sin embargo evidente que estos hechos naturales pueden influirse por la educación, cuyo objetivo es proteger al niño con el fin de favorecer su desarrollo.

Los fenómenos ocurridos en la Casa de los Niños son fenómenos psíquicos naturales. No son sin embargo manifiestos como les fenómenos naturales de la vida vegetativa. La vida psíquica es tan móvil que sus caracteres pueden desaparecer bruscamente cuando no son propicias las condiciones exteriores; otros caracteres sustituyen a los primeros. Así, es necesario, antes de proceder a toda tentativa de educación, establecer en el ambiente las condiciones más favorables para la floración de los caracteres normales profundos. Basta para realizar este ambiente favorable alejar los obstáculos, y éste es el primer paso que se ha de dar, las bases mismas de la educación.

No se trata pues sólo de desarrollar los caracteres ya existentes, sino, ante todo, de descubrir la naturaleza; entonces solamente se puede facilitar el desarrollo del carácter normal.

Estas condiciones se realizaron entre nosotros por azar. Una de las más características ha sido este ambiente placentero ofrecido a los niños. Éstos, viviendo en lugares miserables, eran particularmente sensibles a esta casa limpia y blanca donde encontraban mesas nuevas, pequeños asientos construídos para ellos y el césped del patio soleado.

Otra condición esencial fué el carácter negativo del adulto: los padres analfabetos, la maestra-obrera, sin ambiciones ni prejuicios. Esta situación realizaba un estado de calma intelectual.

Se ha reconocido siempre que un educador debía tener calma. Pero no se consideraba esta calma más que desde el punto de vista de su carácter, de sus impulsos nerviosos. Se trata aquí de una calma más profunda: de un estado de vida o más bien de una falta de obstáculos mentales, de donde surgía una limpidez interior, un alejamiento de toda presión intelectual. Esto es la humildad espiritual que prepara a comprender al niño y que debería ser la preparación esencial de la maestra.

Otra circunstancia favorable fué el ofrecimiento a los niños de un material científico atractivo, ya perfeccionado para la educación sensorial.

Todo esto era capaz de concentrar la atención. Y nada habría podido tener éxito si, en esta enseñanza en voz alta, se hubieran suscitado las energías desde el exterior.

Así pues, el ambiente adaptado, el maestro humilde y el material científico son los tres puntos exteriores.

Tratemos de destacar ahora algunas manifestaciones de los niños.

La más saliente, la que parece casi debida a una varita mágica haciendo surgir los caracteres normales, es la actividad concentrada sobre un trabajo y ejerciéndose sobre un objeto exterior con movimientos de la mano, guiados por la inteligencia. Entonces surgen ciertos fenómenos que tienen un móvil interior como la repetición del ejercicio y la libre elección. Y el Niño aparece: iluminado por la alegría, infatigable: la actividad es como un metabolismo psíquico, fuente de vida y condición de desarrollo. Su elección es la que en lo sucesivo lo guiará todo; él responde con facilidad a ciertas experiencias tales como la del silencio; se entusiasma por la enseñanza que le abre la vía de la justicia y de la dignidad. Absorbe intensamente los medios que le permiten desarrollar su espíritu. Por el contrario, hay categorías de cosas que él rehusa: las recompensas, los dulces, los juguetes. Nos demuestra además que el orden y la disciplina son para él manifestaciones y necesidades vitales. Y sin embargo, sigue siendo un niño: fresco, sincero, alegre que grita cuando se entusiasma, que aplaude, corre, agradece con efusión, llama, sabe demostrar su gratitud; se aproxima a todo el mundo, lo admira todo, se adapta a todo.

Redactemos pues la lista de lo que él mismo ha escogido y tengamos en cuenta sus manifestaciones espontáneas. Anotemos en seguida lo que ha rehusado acompañándolo con la palabra abolición:


  1. Trabajo individual.
  2. Repetición del ejercicio.
  3. Libre elección.
  4. Control del trabajo.
  5. Análisis de los movimientos.
  6. Ejercicios de silencio.
  7. Buenas maneras en los contactos sociales.
  8. Orden en su ambiente.
  9. Limpieza y cuidado de su persona.
  10. Educación de los sentidos.
  11. Escritura independiente de la lectura.
  12. Escritura precediendo a la lectura.
  13. Lectura sin libros.
  14. Disciplina en la actividad libre.

  1. Abolición de las recompensas y castigos.
  2. Abolición de los silabarios.
  3. Abolición de las lecciones colectivas.
  4. Abolición de los programas y de los exámenes.
  5. Abolición de los juguetes y de las golosinas.
  6. Abolición de la plataforma del maestro.

El plan de un método de educación aparece en esta lista. En suma, del niño proceden las directivas prácticas, positivas y aun experimentales para construir un método de educación, en el que su elección es la guía y en el que su vivacidad vital sirve de control al error.

Hay que observar que en la creación que sigue de un verdadero método de educación, elaborado durante mucho tiempo sobre la experiencia, se han conservado intactas las primeras directivas procedentes del punto cero. Y se piensa en el embrión de un vertebrado, donde aparece una línea que se llama la línea primitiva: es un verdadero bosquejo sin sustancia, que llegará a ser después la columna vertebral. Se podría distinguir tres partes: la cabeza, la sección torácica, la sección abdominal; y después muchos puntos de detalle que van a ordenarse, a determinarse poco a poco y que acabarán por solidificarse; las vértebras. Así en este primer bosquejo de un método de educación existe un todo: una línea fundamental, de donde surgen en relieve tres grandes factores: el ambiente, el maestro y el material; y después, un gran número de detalles que se determinarán precisamente como las vértebras.

Sería interesante seguir paso a paso esta elaboración que parece ser, en la sociedad humana, la primera obra que haya encargado el niño; y tener una idea de la evolución de estos principios que se presentarán al principio como revelaciones insospechadas.

Los desarrollos sucesivos de este método singular constituyen sin duda una evolución porque los fenómenos nuevos provienen de una vida que se desarrolla en relación con el ambiente. Ahora bien, este medio es muy particular siendo por parte del adulto una respuesta activa y vital a los nuevos planes que la vida infantil manifiesta al desarrollarse.

La rapidez prodigiosa con que se han multiplicado las tentativas de aplicación de este método en las escuelas para niños de todas las condiciones sociales y de todas las razas, ha ampliado la experiencia y ha permitido relevar puntos comunes, tendencias universales y por consiguiente determinar las leyes naturales sobre las cuales debe tener la educación su primera base.

Las experiencias de las escuelas que siguieron a la primera Casa de los Niños son interesantes sobre todo por el hecho de que prosiguieron la misma actitud de espera de los fenómenos espontáneos en los niños, sin que se hubiera precisado aún ningún método.

Se hizo una experiencia importante en una de las primeras Casas de los Niños que se crearon en Roma. Las condiciones eran aún más excepcionales que en la primera. Se trataba de huérfanos que habían sobrevivido a los temblores de tierra de Messina: unos sesenta niños pequeños recogidos entre los escombros. No se conocía ni su nombre, ni su condición social. Un choque terrible los había uniformado: estaban abatidos, mudos, ausentes. Era difícil alimentarlos, difícil hacerlos dormir. Se oían por la noche, gritos y quejas. Se creó para ellos un ambiente exquisito, y la reina de Italia se ocupó de ellos personalmente. Se construyeron muebles pequeños y claros, luminosos y variados; pequeños armarios de diferentes colores; mesas redondas sumamente bajas y de colores vivos, en medio de otras mesas rectangulares, más altas y claras; sillas y pequeños sillones; la vajilla era sobre todo atractiva; los platos eran pequeños, los cubiertos y las servilletas, minúsculos; hasta las jabones y las toallas estaban adaptados a las manos que disponían de mucho tiempo para agrandarse. En todas las cosas había una ornamentación, un signo de refinamiento. Bellos cuadros en las paredes y vasos con flores por todas partes. El local era un convento de las Hermanas franciscanas que tenía grandes jardines con amplias avenidas; se practicaba ahí un cultivo racional de las flores; había estanques con peces de colores, palomas... Éste era el ambiente donde las hermanas con sus hábitos claros, que parecían majestuosos por sus grandes velos, evolucionaban, serenas y silenciosas.

Enseñaban buenas maneras a los niños con una minuciosidad que se complicaba cada día. Muchas hermanas pertenecían a la sociedad aristocrática, y pusieron en vigor las reglas más minuciosas de la vida mundana que habían abandonado, buscando en su memoria y en sus antiguas costumbres todos los detalles de que podían acordarse; parecía que los niños fueran insaciables de ellos. Habían aprendido a comportarse en la mesa como príncipes y a servir como los mayordomos de las grandes casas. Si la comida no tenía atractivo para ellos por los platos, la tenía por el espíritu de exactitud, por el ejercicio de control de los movimientos, por los conocimientos que surgían; poco a poco reapareció el buen apetito infantil al mismo tiempo que el sueño tranquilo. La transformación de estos niños fué impresionante: se les veía llevar saltando objetos al jardín; sacar todo el mobiliario de una pieza para instalarlo bajo los árboles, sin romper nada, sin tropezar con nada, con un rostro animado y feliz.

Con motivo de ello nació el término de conversión; una de las mujeres más distinguidas de las letras italianas me dijo un día: Estos niños dan la impresión de convertidos. No hay conversión más milagrosa que la que suprime la melancolía y transporta a un plan de vida más elevado.

Esta concepción daba una forma espiritual al fenómeno inexplicable e impresionante que todo el mundo comprobó. La idea de conversión parece a primera vista opuesta al estado de inocencia de los niños. Pero se trataba de un cambio espiritual que les liberaba del dolor y del abandono, y producía una verdadera resurrección a la alegría. La tristeza y la falta testimonian que la fuente de las energías vitales se aleja; y poder volver a encontrar estas energías es ser convertido. La falta y la tristeza desaparecen; renace la alegría.

Muchos defectos desaparecieron; pero al mismo tiempo se percibió la desaparición de caracteres de tipo ordinario. Y esto produjo verdaderamente una luz deslumbradora. Todo, en el hombre, es erróneo, todo hay que rehacerlo. Y para rehacerlo un único remedio: la vuelta a la fuente única de las energías creadoras. Sin esta demostración de nuestra escuela por los niños que procedían de las situaciones más anormales no hubiese sido posible distinguir el bien y el mal.

El adulto tenía hecha su opinión y consideraba como bueno en el niño todo lo que se adaptaba a sus propias condiciones de vida y viceversa. Y en este juicio, los caracteres naturales del niño seguían en la sombra. El niño era un desaparecido, un desconocido; el bien y el mal quedaban igualmente sepultados.

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