Índice de Poema pedagógico Capítulo 24
El calvario de Semión
Capítulo 26
Los monstruos de la segunda colonia
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LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO 25

PEDAGOGIA DE MANDOS

El invierno del año 23 nos trajo muchos hallazgos de importancia en el terreno de la organización, que habían de predeterminar para largo tiempo las formas de nuestra colectividad. El más importante de estos hallazgos fue el de los destacamentos y sus jefes.

Todavía hoy existen destacamentos y jefes en la colonia Gorki y en la comuna Dzerzhinski, así como en otras colonias dispersas por Ucrania.

Por supuesto, hay poca analogía entre los destacamentos de la colonia Gorki de la época de 1927-1928 o los destacamentos de la comuna Dzerzhinski, y los primeros destacamentos mandados por Zadórov y Burún. Pero algo fundamental había ya en el invierno del año 23. La importancia de principio del sistema de nuestros destacamentos se hizo notoria bastante más tarde, cuando los destacamentos de nuestra colonia agitaron el mundo pedagógico con la amplia marcha de la ofensiva y sirvieron de blanco a las ingeniosidades de algunos escritorzuelos pedagógicos. Entonces todo nuestro trabajo no era calificado más que de pedagogía de mandos en la inteligencia de que en esta combinación de palabras se encerraba una condena fatal.

En 1923 nadie suponía que en nuestro bosque estaba naciendo una institución importante, alrededor de la cual habrían de crepitar tantas pasiones.

La cosa empezó por una fruslería.
Confiando, como siempre, en nuestra habilidad, aquel año no nos dieron leña. De nuevo recurrimos al ramaje seco del bosque y a los desperdicios forestales. Las reservas acopiadas durante el verano de este combustible poco valioso se agotaron en noviembre, y de nuevo volvimos a sentir una crisis aguda de combustible. A decir verdad, todos nos sentíamos terriblemente cansados del trajín que suponía para nosotros este trabajo. No era difícil talar las ramas secas, pero, para reunir un centenar de puds de esa leña, por llamarla de algún modo, había que rebuscar en desiatinas de bosque, abrirse paso entre espesos matorrales y transportar a la colonia toda la menudencia recogida con una grande e inútil pérdida de energías. En este trabajo se destrozaba muchísimo la ropa, que, de por sí, nos faltaba ya, y, además, en invierno las operaciones de acopio de combustible estaban acompañadas de pies helados y de feroces escándalos en la cochera. Antón ni siquiera quería oír hablar del acopio de combustible.
- Dedicaos vosotros mismos a ese mísero trabajo; no hace falta mover a los caballos para ello. ¡Ya ves tú: que van a recoger leña! ¡Vaya una leña!
- Brátchenko, ¿hace falta o no encender la calefacción? -intervenía Kalina Ivánovich, planteando la pregunta mortal.
Antón se evadía:
- A mí me es igual que no la encendáis. De todas formas, no dais calefacción a la cochera. Nosotros estamos bien así.

En esta situación difícil, logramos, a pesar de todo, convencer a Shere, en una reunión general, de que redujese por algún tiempo los trabajos de transporte de estiércol, lo que nos permitió movilizar a los colonos más fuertes y mejor calzados para las faenas forestales. Constituimos un grupo de veinte muchachos, en el que entró todo nuestro activo: Burún, Belujin, Vérshnev, Vólojov, Osadchi, Chóbot y otros. Por la mañana llenaban de pan sus bolsillos y se pasaban el día entero trajinando en el bosque. Al anochecer, nuestro sendero empedrado se adornaba de montones de ramiza, y Antón, dando a su rostro una expresión desdeñosa, salía a buscarla con un par de trineos.
Los muchachos regresaban hambrientos y alegres. Frecuentemente acompañaban su vuelta a la colonia de un juego original, en el que introducían algunos elementos de sus recuerdos bandidescos. Mientras Antón y dos muchachos más llenaban de ramaje los trineos, los otros se perseguían mutuamente por el bosque y todo ello era rematado por la lucha contra los bandidos y su captura. Una sección armada de hachas y serruchos conducía a los bandidos capturados hasta la colonia. Bromeando, les empujaban a mi despacho, y Osadchi o Korito, que había servido en las bandas de Majnó (1) y que incluso había perdido allí un dedo de una mano, me exigía ruidosamente:
- ¡Cortarles la cabeza o fusilarles! Andan armados por el bosque; debe de haber muchos por allí.
Comenzaba el interrogatorio. Con las cejas fruncidas, Vólojov apremiaba a Belujin:
- ¿Cuántas ametralladoras tenéis?
Belujin, riéndose a carcajadas, inquiría:
- ¿Qué es una ametralladora? ¿Algo que se come?
- ¡Una ametralladora! ¡Eh, tú, morros de bandido!...
- ¿Qué? ¿No se come? Entonces, la ametralladora me interesa muy poco.
De pronto se dirigían a Fedorenko, muchacho terriblemente pueblerino:
- Confiesa: ¿has estado con Majnó?
Fedorenko comprendía con bastante rapidez cómo era preciso contestar para que no se interrumpiese el juego:
- Sí.
- ¿Y qué hacías allá?
Mientras Fedorenko medita la contestación, a sus espaldas responde alguien, imitando su voz, torpe y soñolienta:
- Estaba al cuidado de las vacas.
Fedorenko mira hacia atrás, pero le contemplan rostros inocentes. Todos se ríen. Fedorenko, azorado, comienza a perder el tono del juego, adquirido con tanta dificultad y, mientras, una nueva pregunta se abate sobre él.
- ¿Las vacas iban en las
tachankas?
El tono del juego se pierde definitivamente, porque Fedorenko sale con el clásico:
- ¿Eh?
Korito le mira terriblemente colérico y después, volviéndose hacia mí, pronuncia con un concentrado susurro:
- Ahorcarle. ¡Qué hombre tan terrible! No hay más que mirarle a los ojos.
Yo le contesto en el mismo tono:
- Sí, no merece ninguna conmiseración. Llevadle al comedor y dadle dos raciones.
- ¡Terrible castigo! -exclama, trágico, Korito.
Belujin empieza veloz:
- En realidad, yo también soy un bandido terrible... Y también apacentaba vacas en las bandas de la madrecita Marusia (2)...

Sólo ahora sonríe Fedorenko y cierra su boca sorprendida. Los muchachos empiezan a cambiar impresiones acerca del trabajo. Burún refiere:
- Nuestro destacamento ha recogido hoy, por lo menos, doce carros. Le dijimos que para Navidades tendríamos mil
puds, y los tendremos...

La palabra destacamento era un término de la época revolucionaria, de aquel tiempo en que las olas de la Revolución no se habían formado aún en las esbeltas columnas de los regimientos y las divisiones. La guerra de guerrillas, sobre todo larga en Ucrania, era llevada a cabo exclusivamente por destacamentos. Un destacamento podía contar con varios miles de personas y con menos de cien: tanto para unos como para otros estaban destinadas las hazañas heroicas y las salvadoras espesuras de los bosques.

Nuestros colonos se sentían atraídos más que nadie por el romanticismo guerrillero-militar de la lucha revolucionaria. Incluso los que, por un juego del azar, habían sido llevados al campo de una clase hostil, encontraban, ante todo, en él ese sabor romántico. Para muchos de ellos, la esencia de la lucha, las contradicciones de clase eran incomprensibles y desconocidas. Eso explicaba también que el Poder soviético no exigiese demasiado de ellos y los enviara a la colonia.

El destacamento de nuestro bosque, aunque armado tan sólo del hacha y el serrucho, resucitaba la imagen entrañable y habitual de otro tipo de destacamento, del que los muchachos, si no tenían recuerdos, conocían, por lo menos, múltiples leyendas y relatos.
Yo no quería impedir ese juego semiconsciente de los instintos revolucionarios de nuestros colonos. Los escritorzuelos pedagógicos que condenaron. con tanta severidad nuestros destacamentos y nuestros juegos militares eran simplemente incapaces de comprender de qué se trataba. Para ellos, los destacamentos no eran un recuerdo agradable: no respetaban sus casitas ni su sicología y disparaban tanto contra lo uno como contra lo otro, sin tener compasión ni de su ciencia ni de sus entrecejos fruncidos.
No había nada que hacer. En contra de sus gustos, la colonia empezó por el destacamento.
En el destacamento forestal, Burún había sido siempre el primero y nadie le disputaba este honor. Siguiendo el juego, los muchachos comenzaron a llamarle atamán.
Yo les dije:
- El nombre de atamán no es adecuado. Sólo entre los bandidos hay atamanes.
Los muchachos me objetaron:
- No sólo entre los bandidos. También entre los guerrilleros ha habido atamanes. Muchos han estado con los guerrilleros rojos.
- En el Ejército Rojo no se dice atamán.
- En el Ejército Rojo hay jefes. Pero nosotros estamos lejos del Ejército Rojo.
- Nada de eso, y jefe es mucho mejor que atamán.

Terminamos la tala: a principios de enero teníamos más de mil puds. Pero no disolvimos el destacamento de Burún, que pasó íntegro a la construcción de invernaderos en la segunda colonia. Por la mañana, el destacamento se iba al trabajo, comía fuera de casa y no regresaba hasta el anochecer.
Una vez, Zadórov me preguntó:
- ¿Qué es lo que ocurre entre nosotros? Tenemos el destacamento de Burún, ¿y los demás muchachos qué?
No lo pensamos mucho. Por aquel tiempo habíamos implantado ya la orden del día, y en una de estas órdenes se dispuso la organización de un segundo destacamento al mando de Zadórov. El segundo destacamento trabajaba íntegro en los talleres, y en él ingresaron maestros tan calificados como Belujin y Vérshnev, que hasta entonces habían formado parte del destacamento de Burún.
El desarrollo de los destacamentos transcurrió con extraordinaria rapidez. En la segunda colonia se organizó un tercero y un cuarto destacamentos con sus jefes propios. Las muchachas integraron el quinto destacamento al mando de Nastia Nochévnaia.
Para la primavera, el sistema de los destacamentos estaba ya definitivamente elaborado. Los destacamentos menos densos por su número de componentes tendían a la distribución de los colonos por los talleres. Recuerdo que los zapateros tenían siempre el número uno; los herreros, el seis; los caballerizos, el dos; los porqueros, el diez. Al principio, no teníamos ninguna constitución. Yo era quien designaba a los jefes, pero en la primavera empecé a convocar con más y más frecuencia reuniones de jefes, a las que los muchachos tardaron poco en dar un nombre nuevo y hermoso Soviet de jefes. Yo me acostumbré pronto a no emprender nada importante sin consultar con los jefes, y, poco a poco, la propia designación de los jefes pasó a ser asunto del Soviet, que, por lo tanto, empezó a completarse mediante la cooptación. La verdadera electividad de los jefes, su responsabilidad, no se consiguieron fácilmente, pero yo no he considerado eso nunca ni tampoco lo considero hoy como un progreso. En el Soviet de jefes, la elección de cada nuevo jefe se acompañaba siempre de una discusión sumamente minuciosa. Gracias al sistema de cooptación, disponíamos siempre de excelentes jefes y, al mismo tiempo, de un Soviet que, como un todo único, jamás interrumpió su actividad ni presentó su dimisión.
Norma muy importante, mantenida hasta hoy, fue la prohibición absoluta de que el jefe gozase del menor privilegio: nunca obtenía ningún suplemento ni se libraba del trabajo.

En la primavera del año 23 nos enfrentamos con una importante complicación en el sistema de los destacamentos. Esta complicación, hablando en propiedad, fue la innovación más importante de nuestra colectividad en sus trece años de existencia. Sólo ella permitió a nuestros destacamentos fundirse en una colectividad auténtica, fuerte y única, dentro de la que había diferencias de trabajo y de organización, democracia de la asamblea general, órdenes y sometimiento del camarada al camarada, pero en la que no se formó ninguna aristocracia, ninguna casta de jefes.
Esta innovación fue el destacamento mixto.
Los enemigos de nuestro sistema, que tanto atacaban la pedagogía de mandos, jamás habían visto a nuestro jefe vivo en el trabajo. Pero eso mismo no tenía tanta importancia. Mucho más importante era que ni siquiera habían oído hablar del destacamento mixto, es decir, no tenían la menor idea de la corrección determinante y fundamental introducida en el sistema.
El destacamento mixto nació porque en aquel tiempo nuestro trabajo principal era agrícola. Teníamos aproximadamente unas setenta desiatinas de tierra, y en verano Shere exigía que todos trabajaran en ellas. Al mismo tiempo, cada colono estaba adscrito a algún taller, y nadie quería dejar de trabajar en él: todos veían en las faenas agrícolas un medio de existencia y de mejoramiento de nuestra vida, mientras que el taller era considerado como una especialización. En invierno, cuando los trabajos agrícolas se reducían al mínimo, todos los talleres estaban repletos de muchachos, pero ya a partir de enero Shere comenzaba a reclamar gente para los invernaderos y el estiércol, y sus exigencias eran mayores cada día.

El trabajo agrícola estaba acompañado de continuos cambios en el lugar y el carácter del trabajo y, por lo tanto, conducía a una original distribución de la colectividad para el cumplimiento de las tareas. Desde el primer momento nos pareció que el mando único de nuestro jefe en el trabajo y su responsabilidad concentrada eran una institución muy importante; por otra parte, también Shere insistía en que un solo colono respondiera de la disciplina, de las herramientas, del trabajo y de su calidad. Hoy día ninguna persona de buen juicio se opondría a esa exigencia e incluso entonces me parece que no se oponían más que los pedagogos.

Saliendo al encuentro de una necesidad de organización plenamente comprensible, llegamos al destacamento mixto.
El destacamento mixto era un destacamento provisional, constituido a lo sumo para una semana, con una función breve y concreta; escardar la patata en un campo determinado, labrar tal o cual sector, limpiar las semillas, sacar el estiércol, sembrar, etc.
Según el trabajo, así era el número de colonos que se exigía. Algunos destacamentos mixtos necesitaban dos miembros; otros, cinco, ocho, veinte. El trabajo de estos destacamentos se distinguía también por su duración. En invierno, cuando funcionaba nuestra escuela, los muchachos trabajaban antes o después del almuerzo, en dos turnos. Después de cerrarse la escuela, implantamos la jornada de trabajo de seis horas de un tirón para todos, pero la necesidad de utilizar plenamente el inventario vivo y muerto hacía que algunos muchachos trabajasen desde las seis de la mañana hasta el mediodía, otros desde el mediodía hasta las seis de la tarde. A veces, recaía tanto trabajo sobre nosotros, que nos veíamos obligados a prolongar la jornada.
Toda esta diversidad de tipos de trabajo y de su duración determinó también la gran diversidad de los destacamentos mixtos. Entre nosotros apareció un gráfico de los destacamentos mixtos, que recordaba un poco el horario de una estación ferroviaria.
En la colonia todos sabían muy bien que el tercer destacamento mixto H trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde con un intervalo para el almuerzo y, además, obligatoriamente en la huerta; que el tercero J debía trabajar en el jardín, el tercero R en la reparación y el tercero I en los invernaderos; que el primer destacamento mixto trabajaba desde las seis de la mañana hasta las doce del día y el segundo mixto, desde las doce hasta las seis. La nomenclatura de los destacamentos mixtos se elevó rápidamente a trece.
El destacamento mixto era siempre un destacamento exclusivamente de trabajo. En cuanto concluía su trabajo, los muchachos regresaban a la colonia, y el destacamento dejaba de existir.
Cada colono conocía su destacamento permanente, con su jefe también permanente, su lugar determinado en los talleres, su puesto en el dormitorio y en el comedor. El destacamento permanente era la colectividad primaria de los colonos, y su jefe debía ser obligatoriamente miembro del Soviet de jefes. Pero, al empezar la primavera y, sobre todo, a medida que iba acercándose el verano, el colono entraba con más y más frecuencia en esos destacamentos mixtos de trabajo, que le tenían atareado toda una semana en una u otra faena. A veces, un destacamento mixto estaba formado sólo por un par de colonos; de todas formas, uno de los dos era nombrado jefe del destacamento. Este jefe asignaba el trabajo y respondía de él. Pero, tan pronto como finalizaba la jornada de trabajo, el destacamento mixto se disolvía.
Todo destacamento mixto era constituido para una semana; por lo tanto, cada colono, al comenzar la semana siguiente, solía ser designado para un nuevo destacamento mixto, que tenía a su cargo un nuevo trabajo y estaba mandado por un nuevo jefe. El Soviet de jefes designaba a los jefes de los destacamentos mixtos también para una semana y, después de ello, cada jefe pasaba a formar parte de algún nuevo destacamento mixto, por lo común ya no como jefe, sino como simple miembro.
El Soviet de jefes procuraba siempre que todos los colonos pasaran por la prueba del mando, a excepción de los más incapaces. Esto era natural, porque el mando del destacamento mixto estaba vinculado a grandes responsabilidades y preocupaciones. Gracias a tal sistema, la mayoría de los colonos participaba no sólo en las funciones de trabajo, sino también en las funciones de organización. Esto tenía mucha importancia: era exactamente lo que hacía falta para la educación comunista. Gracias, precisamente, a ello, nuestra colonia se distinguía, a partir de 1926, por una capacidad visible de adaptarse a cualquier tarea, y para el cumplimiento de los detalles aislados de esta tarea, siempre encontrábamos en abundancia organizadores capaces y ricos en iniciativa, gente dinámica, a la que se podía confiar lo que fuese.
La significación del jefe del destacamento permanente se hizo en extremo moderada. Los jefes permanentes no eran casi nunca designados jefes de los destacamentos mixtos, porque se suponía que, sin necesidad de ello, tenían ya bastante qué hacer. El jefe del destacamento permanente iba al trabajo como un simple miembro del destacamento mixto, y durante el trabajo estaba a las órdenes del jefe del destacamento mixto, frecuentemente miembro de su propio destacamento. Esto originaba una cadena muy compleja de dependencia dentro de la colonia, y, en tal cadena, era imposible que se destacara y alzase sobre la colectividad un colono aislado.
El sistema de destacamentos mixtos hacía la vida en la colonia muy intensa y llena de interés, de sucesión de funciones de trabajo y de organización, de ejercicios de mando y de subordinación, de movimientos colectivos y personales.

**NOTAS**

(1).- De la edición de la editorial Progreso: Majnó: Jefe de una banda contrarrevolucionaria que actuó en Ucrania durante la guerra civil.
De Omar Cortés y Chantal Lopez: carismático jefe guerrillero anarquista, opuesto tanto al régimen totalitario de los bolcheviques, a los blancos, como a los ejércitos invasores. La historia no perdona: después de haber sido un reconocido líder, respetado, y temido... terminó su vida trabajando en París como obrero en una fábrica... queriendo olvidar su gloria pasada en el alcohol. ¡Uno de los más patéticos desenlaces que puedan darse!.
Para los posibles interesados, les proponemos consultar la obra de Pedro Archinoff: Historia del movimiento machnovista.

(2). Marusia: Jefe de una banda contrarrevolucionaria.

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