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EL LAICISMO EN LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN EN MÉXICO

Documentos históricos

CAPÍTULO CUARTO
El Congreso Constituyente de 1857



El mayor triunfo de los hombres del Partido Liberal, a mediados del pasado siglo (Tómese en cuenta que esta obra fue editada a mediadios del siglo XX, por lo que se hace referencia al siglo XIX. Señalamiento de Chantal López y Omar Cortés), fue, sin duda alguna, la expedición de la Carta Magna de 1857, formulada por el Congreso Constituyente reunido en la ciudad de México el 14 de febrero de 1856, conforme a una de las bases del Plan de Ayutla.

Los más destacados liberales tomaron parte en los apasionados debates de aquella asamblea; pero descollaron entre los que defendieron con mayor entusiasmo los principios y programa del Partido Liberal, Ponciano Arriaga, José Justo Alvarez, Juan de Dios Arias, José María Castillo Velasco, Francisco P. Zendejas, Santos Degollado, Luis de la Rosa, Benito Gómez Farías, Valentín Gómez Farías, León Guzmán, Justino Fernández, Ignacio Mariscal, José María Mata, Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, Ignacio Herrera y Sairo y otros más.

La lucha agitada y sangrienta, que desde antes de 1824 sostuvieron los elementos progresistas y liberales de México contra el clero y las clases conservadoras, culminó con la Constitución del 57 (1), que vino a consagrar muchas de las disposiciones y leyes expedidas por los gobiernos reformistas, afirmó los postulados liberales, señaló nuevas normas progresistas para el país y suprimió todo aquello que encadenaDa a México con el pasado y le impedía su evolución y prosperidad.

La trascendencia, valor político y social de la Carta del 57 puede conocerse por la simple enumeración de los puntos más salientes que contenía en su articulado. Estableció la libertad personal, la de enseñanza, de imprenta, de asociación, de petición, de portación de armas, de tránsito; la incapacidad de las corporaciones para poseer bienes. Organizó las instituciones públicas, tomando por base la soberanía popular, dentro de las normas de República democrática y representativa. Consignó derechos para el acusado en los juicios penales, etc. Suprimió el fuero eclesiástico, el monopolio del clero en la educación, los privilegios, el allanamiento de morada, la violación de la correspondencia, la imposición de la pena de muerte, la expedición de leyes retroactivas, los monopolios, las penas infamantes o de mutilación, la multa excesiva, las penas trascendentales, etc.

El artículo 3° de dicha Constitución consagró la libertad de enseñanza al expresar textualmente:

Artículo 3° La enseñanza es libre. La ley determinará qué profesiones necesitan título para su ejercicio.

Por el debate sobre las cuestiones educativas, efectuado en la sesión del 11 de agosto de 1856, se podrán conocer las ideas que los liberales sustentaban sobre tan importante asunto. Helo aquí:

Se pone a discusión el artículo 18.

El Sr. Soto (D. Manuel Fernando), para fundarlo, leyó el discurso siguiente:

Voy a hablar sobre la libertad de enseñanza, porque la libertad de la enseñanza es una de las cuestiones más importantes para los pueblos. La libertad de la enseñanza está íntimamente ligada con el problema social, que debe ser el fin del legislador. Las sociedades caminan impulsadas por el espíritu del siglo en que viven, y el nuestro, siendo todo de luz, no se contenta ya con exigir del legislador la seguridad y conservación del ciudadano, avanza un poco más y quiere también su perfeccionamiento.

El hombre vive en sociedad para perfeccionarse, y la perfección se consigue por el desarrollo de la inteligencia, por el desarrollo de la moralidad y por el desarrollo del bienestar material.

He aquí, señores, el triple objeto del problema social. La libertad de la enseñanza toca directamente al desarrollo de la inteligencia, y por esto es de tanto interés para los pueblos.

Señores, cuando la comisión ha colocado el principio de la libertad para la enseñanza entre los derechos del hombre ha hecho muy bien, porque la libertad de la enseñanza entraña entre sí los derechos de la juventud estudiosa, los derechos de los padres de familia, los derechos de los pueblos a la civilización.

Señores, voy a hablar de los derechos de la juventud estudiosa, para hablar después de los otros dos puntos.

El hombre se aproxima a Dios por la inteligencia; por esto se dice que fue hecho a su imagen y semejanza. El hombre percibe, juzga y discurre por la inteligencia. La inteligencia lo hace superior a todas las obras de la creación; por ella ha dominado a los animales, ha arrancado y multiplicado los frutos de la tierra, ha sorprendido los secretos de la Naturaleza. Por ella las tribus nómadas han fundado JOagníficas y poderosas ciudades y los salvajes se han hecho ciudadanos.

Pues bien, señores, la libertad de la enseñanza es una garantía para el desarrollo de ese don precioso que hemos llamado inteligencia, y los jóvenes que se dedican a esa difícil y espinosa carrera de las ciencias están verdaderamente interesados en la existencia de esa garantía. No todas las inteligencias tienen igual poder. Yo, señores, y todos vosotros los que me escucháis, habéis sido testigos de esta verdad.

Yo recuerdo en este momento que muchos de mis queridos condiscípulos de colegio, dotados de una inteligencia clara y de una memoria felicísima, comprendían fácilmente las lecciones diarias, discurrían y argumentaban maravillosamente sobre ellas y sacaban consecuencias desconocidas hasta para el autor que nos servía de texto.

Recuerdo, señores, que ellos nos resolvían todas nuestras dudas y que eran consultados por nuestro mismo maestro en los casos difíciles. Para ellos el estudio no era un trabajo, era una diversión. Una hora les era suficiente para aprender una lección, cuando a los demás dos o tres horas no nos eran bastante muchas veces.

Recuerdo, señores, que mientras muchos de nosotros aprendimos las materias de un año, ellos aprendieron las materias de dos.

Señores, estas pruebas me son bastantes para apoyar a la comisión y para pedir la libertad de la enseñanza.

La sociedad no tiene derecho para oprimir con su nivel de hierro a esas inteligencias privilegiadas que sobresalen entre las demás como un gigante. La sociedad no tiene derecho de encadenarlas ni de detener su vuelo majestuoso. La sociedad, semejante a Diógenes, que con su linterna buscaba a un hombre, debe buscarlas cuidadosamente para protegerlas dondequiera que se hallen. ¡Cuántos hombres de esos que con su callosa mano están dedicados a cavar la tierra o al ejercicio de algún arte se encuentran hoy desconocidos a pesar de la superioridad de su talento!

Y bien, señores, si la sociedad no busca los cerebros privilegiados para protegerlos, ¿hay razón para que venga todavía a poner trabas a aquellos que la casualidad ha traído al estudio de las ciencias? No, señores, no queramos medir con el tosco compás de nuestros reglamentos el poder de esas inteligencias que sólo Dios puede medir porque las ha criado. Dejémoslas que se desarrollen libremente, señalémosles el texto, pero no queramos alargarles el tiempo. Exigamos de ellas la aptitud y nada más que la aptitud.

Yo conozco, señores, a muchos jóvenes de talento luchando valerosamente con la miseria, rodeados de las mayores privaciones, pero llenos de fe y dedicados al cstudio con tanta asiduidad y sufriendo tantas vigilias, que ciertamente en cualquiera sociedad menos egoísta que la nuestra serían recompensados. Muchos de estos jóvenes sienten que arde en su cabeza la llama del genio, que les dice: Trabaja y vencerás, y ellos trabajan para vencer. Otros que ven a su familia sumida en la miseria hacen esfuerzos sobrehumanos para proseguir sus estudios con la esperanza de ser algún día su providencia.

Esta generosidad, este amor tierno, inefable, que tienen por su familia y que produce en ellos esa fuerza de voluntad superior al destino, para triunfar de él, ¿no merece, señOTes, una mirada de compasión del legislador? Si estos jóvenes pueden ahorrar la tercera parte de ese tiempo y angustia y sufrimiento, si pueden ahorrar aunque sea en un año o dos porque tengan la aptitud suficiente para sufrir sus exámenes respectivos, ¿tiene derecho la sociedad para impedirlo? No, señores, la sociedad no tiene ese derecho. La sociedad busca el fin, que es el desarrollo de la inteligencia, y si el estudiante ha llegado a este fin, nada le importa el medio.

Nada tampoco le importa a la sociedad el que sea rico o pobre el joven que tenga esa aptitud y carezca del tiempo. Si yo he invocado la miseria y el sufrimiento del estudiante pobre, es porque en él se comete una doble injusticia, es porque he presenciado sus dolorosas angustias, unidas a su sublime abnegación.

¿Sábéis, señores, cuántos son los males y los dolores que ha causado la falta de libertad en materia de enseñanza? Bajad hasta la familia del estudiante pobre, examinad lo que en ella pasa y comprenderéis su situación. Allí veréis al padre encorvado bajo el peso de un trabajo cotidiano, muy poco productivo las más veces. Le veréis apurando sus escasos recursos y sujetando a toda su familia a multitud de privaciones para proporcionar a su hijo, que estudia, la subsistencia en el colegio. Mirad una tierna madre con cuánta solicitud, con cuánto empeño hace algunas pequeñas economías en el hogar doméstico para enviar algunos recursos a su querido hijo. Estos sacrificios de una madre, esta abnegación de su amor inefable, valen más para mí que todos los tesoros del mundo. Apelo, señores, a vuestros propios sentimientos.

Volved los ojos al resto de la familia, mirad a los demás hermanos trabajando con el padre, y con una educación casi abandonada, porque los esfuerzos del padre apenas bastan para la educación de un solo hijo. Ese hijo que ha causado tantos desvelos y tantos sacrificios a una familia entera es su única esperanza, su porvenir. La educación de ese hijo ha venido a identificarse con su futuro bienestar.

¿Comprendéis ahora las felices consecuencias de la libertad de la enseñanza? ¿Calculáis lo que vale para la familia el ahorro de uno o dos años en la carrera literaria de un joven?

Pues bien, señores, os diré lo que vale para él mismo. Hay una época felicísima en la existencia del hombre que puede llamarse la primavera de la vida. Epoca, señores, llena de encanto y de poesía, en que mil hermosos fantasmas, revestidos con los radiantes colores del iris, desfilan ante nuestra imaginación. La materia es nada, el espíritu es todo. La luz de la luna no aparece melancólica ni las sombras de la noche se comunican a nuestra alma. Entonces, señores, todavía la hiel no ha penetrado hasta el fondo del corazón, y el movimiento y la alegría rebosan sobre nuestra existencia.

Estos días dichosísimos, que se deslizan suavemente y que pasan para no volver más, son los que la juventud sacrifica ante las aras de la cIencia.

Señores, si la ciencia contribuye a la felicidad del hombre, en el estado actual de nuestra sociedad le cuesta demasiado cara. Las privaciones del colegio, la ausencia de la familia, las distribuciones molestas, la multiplicidad de obligaciones que agobian al alumno a toda hora y que le quitan toda especie de libertad, os indica también lo que vale para él el ahorro de uno o dos años en su carrera literaria. Pero reflexionad todavía que estos sacrificios y los de su familia, muchas veces se hacen inútiles por defecto de libertad en la enseñanza. Observad que muchas veces, por las faltas consiguientes a una enfermedad, a una desgracia de familia, o también por el desnivel de la inteligencia, existen muchos alumnos que no pueden presentarse a examen a fin del año escolar. Entonces el joven pierde el año, y tras la pérdida del año vienen el desaliento, la apatía, el hábito de perder el tiempo y muchas veces la pérdida completa de su carrera literaria.

Establezcamos la libertad de la enseñanza, y esos jóvenes sacrificarán los placeres de sus vacaciones, se examinarán en los primeros meses del siguiente año para igualar así a sus condiscípulos.

Quitemos los estorbos que se oponen en la carrera literaria y procuremos siempre que no se pierdan esos nobles sacrificios de las familias, porque deben mirarse como sagrados por el legislador.

Señores, he hablado del derecho de los jóvenes a la libertad de la enseñanza. Hablaré de los derechos de los padres de familia.

En materia de enseñanza, los intereses del individuo, de la familia, del Estado y de la humanidad son solidarios. Todos los hombres son hermanos: el pueblo no es más que una asociación de hermanos; la familia es una sección pequeña de esa inmensa asociación; el individuo es su elemento primitivo. La ciencia es la herencia universal del género humano; es un tesoro preciosísimo recogido laboriosamente por las generaciones que nos han precedido y a que nosotros tenemos derecho como miembros de la familia humana. Es un deber de todos los hombres aumentar su riqueza en el círculo de la esfera en que se hallen, para legarlo más espléndido todavía a las generaciones venideras.

Señores, la inoculación de la ciencia en las masas del pueblo no puede ser un privilegio ni mucho menos un monopolio, porque es un derecho social. Al padre de familia, o a sus delegados, le corresponde primitivamente educar a los hijos, porque él es el jefe de la asociación más íntima que existe en el Estado. Si la familia no puede desempeñar este derecho, le corresponde a la municipalidad, porque la municipalidad debe suplir su impotencia y ayudada cuando sea necesario a cumplir con sus deberes sociales.

Por esto, señores, la municipalidad se encarga de las salas de asilo, de los hospitales, de las casas de educación y de todos los establecimientos de beneficencia. Cuando ni la familia ni la municipalidad pueden proporcionar la educación, este derecho le corresponde al Estado, porque el Estado no es más que la suma de las fuerzas individuales y todas deben contribuir al perfeccionamiento de sus miembros.

Señores, la enseñanza es una atribución del padre de familia, o de sus delegados, porque él se interesa más que nadie en el adelanto de sus hijos.

El pacto que hace con el maestro es un pacto verdaderamente privado; el padre le delega su facultad y le paga, y por esto sólo él tiene el derecho de vigilar sus actos.

Señores, en las Repúblicas de la antigüedad, los derechos del hombre y de la familia desaparecían ante los derechos del Estado. Los hijos pertenecían al Estado más bien que a la familia y su educación estaba estrictamente reglamentada por la ley. Entre nosotros, republicanos demócratas, de corazón y de conciencia, es preciso que exista la libertad civil, y por lo mismo, la libertad de la enseñanza; porque la libertad de la enseñanza es una consecuencia necesaria de la libertad civil.

Nosotros no podemos subordinar de una manera absoluta los derechos de los padres de familia a los derechos del Estado, ni aun bajo el pretexto de vigilar sobre la moral, porque para nosotros el hogar doméstico debe ser un santuario.

Después de la familia, los miembros de la municipalidad forman la asociación más íntima; veamos las ventajas que les resultan a ambas personas morales con la libertad en materia de enseñanza.

En muchas poblaciones y lugares pequeños, los padres de familia que hoy envían a sus hijos hasta los colegios de las capitales, y que gastan por año cuatrocientos pesos en la educación de cada uno de ellos, se asociarán voluntariamente para pagar un maestro. Tres padres de familia que se asocien proporcionarán una cantidad suficiente para su dotación anual, y si el jefe de la familia apenas podía educar en el colegio a uno de sus hijos con los cuatrocientos pesos anuales, podrá entonces educarlos a todos por el beneficio de la asociación y de la libertad de la enseñanza.

Muchas municipalidades que tienen fondos suficientes abrirán cátedras para la educación de sus jóvenes. Cuando la municipalidad tenga los fondos necesarios para el objeto, los padres de familia se asociarán con ella para contribuir a sostenerla. Muchos padres de familia acaudalados que viven fuera de las capitales y que no envían a sus hijos a los colegios por las privaciones que en ellos se sufren, o porque quieren vigilar más de cerca su educación moral y religiosa, o porque el entrañable amor que les profesan no les permite separarse de ellos, contratarán un mastro y llamarán a algunos jóvenes pobres para que estudien al lado de sus hijos y les sirvan de estímulo.

Señores, la ilustración de todos los hombres acaudalados interesa demasiado a la República. Su elevada posición social, unida al perfecto desarrollo de su inteligencia, contribuirá poderosamente al engrandecimiento del país. Facilitémosles el medio de instruirse votando la libertad de la enseñanza.

Esta misma libertad hará que muchos hombres, impulsados por el amor que profesan a la ciencia, abran cátedras para instruir por sí mismos, o por medio de otros, a los jóvenes gratuitamente.

La libertad de la enseñanza hará que muchos padres de familia instruídos, y muchas veces pobres, puedan educar por sí mismos a sus hijos en el hogar doméstico; hará también que muchas personas acomodadas y piadosas puedan legar algunas cantidades para la apertura de cátedras en las poblaciones en que vivieron.

Mirad, señores, ¡cuántos nuevos caminos se abrirán desde luego en el inmenso campo de las ciencias! ¡Cuánta economía para las familias! ¡Cuánto placer para los padres educando a todos sus hijos en su propia casa! ¡Cuánta ilustración para la República multiplicando los planteles científicos de todas partes!

Mirad, señores, la libertad de la enseñanza con la antorcha de la ciencia en la mano derramando la luz por todas partes, llamando a los jóvenes cariñosamente, buscándolos hasta en las poblaciones más pequeñas y hasta en las aldeas más miserables. Miradla cómo rompe las cadenas inútiles que hoy sujetan a la inteligencia de los jóvenes y que no le permiten volar con toda aquella fuerza que Dios le ha concedido.

Señores, hay otra razón poderosa que me obliga a defender la libertad de la enseñanza.

En nuestro país, las inteligencias cultivadas son demasiado pocas y no todas se aprovechan debidamente. Existen muchísimos abogados sin negocios; muchas personas de conocimientos profundos en la filosofía, pero que carecen de profesión. Los jóvenes de talento que más se distinguieron en los colegios son tal vez los que han venido, por la casualidad o la desgracia, a la situación más lamentable. Estos talentos cultivados y ociosos se harán los más útiles a las familias y a la sociedad porque el profesorado les abre una carrera muy recomendable y les da una ocasión para ensanchar el círculo de sus conocimientos y para difundirlos entre todas las clases. La libertad de la enseñanza los convierte en propagadores de la luz, en apóstoles de la ciencia.

Señores, la libertad de enseñanza entraña también el derecho de los pueblos a la civilización, porque la civilización es imposible sin el desarrollo de la inteligencia.

La ley de la humanidad es el movimiento. La humanidad marcha sin cesar, constantemente, de transformación en transformación, hacia su perfectibilidad. El hombre, las sociedades y el universo entero caminan siempre en esa escala inmensa de las transformaciones. El movimiento continuo, ascendente, es lo que se llama progreso. El progreso no es más que el camino que conduce a la perfección. Toda institución que esté basada sobre el principio de inmovilidad social, sobre el statu quo, es una institución deplorabIe y funesta, es una institución antinatural que fatalmente causará la desgracia de los pueblos que se rigen por ella. Toda institución que sea contraria a la ley del desarrollo es contraria a la naturaleza, y no sólo debe reformarse, sino cambiarse por otra que le sea opuesta

Señores, yo soy progresista porque sé que el progreso conduce a la perfección y que el Partido Liberal Progresista de nuestro país quiere la perfección del hombre por medio de su desarrollo libre y espontáneo. Los que niegan la ley del progreso, niegan la tradición, niegan la historia, niegan la naturaleza misma, son pirrónicos que no merecen más que compasión.

Señores, cuando se ha dicho que la civilización corrompe y hace degenerar al hombre, se ha dicho una blasfemia social. Montlosier decía que la primera cosa que un gobierno debería hacer sería marchar bien armado y con artillería de grueso calibre, si fuese posible, contra todo lo que se llama acrecimiento de las luces y progreso de la civilización. Otro escritor célebre asegura que cuando la especie humana ha llegado a un grado excesivo de civilización parece degradada. Chateaubriand dice que las costumbres del hombre están en contraste con su ilustración, y su corazón con su espíritu. Bellard afirmaba que las sociedades perecen por el exceso de civilización, como los hombres por el exceso de gordura. Marchagny escribía que la Francia, marchando la primera al frente de la civilización, corría naturalmente el riesgo de llegar la primera al abismo.

Señores, cuando algunos espíritus melancólicos se han expresado así contra la civilización, se han hecho el eco de una preocupación popular de que participan muchos hombres de ingenio.

Cuando el filósofo de Ginebra proponía la retrogradación del hombre al estado salvaje, perdía la fe en el porvenir de la humanidad. A la hora en que estamos, esta fe no puede perderse, porque el porvenir de la humanidad no debe medirse por la suerte de algunos pueblos; las huestes del Partido Progresista se multiplican, combaten decididamente y hacen bambolear en estos momentos al trono español, al coloso del siglo XVI. Todos los hombres de corazón, todas las almas generosas, todos los cerebros privilegiados de las primeras naciones del globo trabajan incansablemente por el perfeccionamiento del hombre. A la vuelta de algunas generaciones, cuando la política se halle confundida con la ciencia, cuando nuestras leyes puedan ser las más perfectas, cuando la libertad de enseñanza haya producido sus frutos, no podremos decir de México lo que dijo lord Byron tristemente de la Grecia: Todo es hermoso, menos la suerte del hombre.

Señores, he dicho anteriormente que la ciencia es la herencia universal de la familia humana y que cada hombre, por el mismo hecho de ser hombre, tiene el derecho de participar de esa misma herencia. Pues bien, señores, la libertad de la enseñanza es un medio para adquirirla fácilmente y con ella la civilización más elevada en su más alto grado de esplendor. La civilización no sólo nos hace más ingeniosos y más sabios, sino también más justos, más ricos, más sociables. La civilización aplica los descubrimientos de la ciencia perfeccionando las artes y la industria, suavizando las costumbres, difundiendo y multiplicando las luces y la riqueza entre todas las clases, entre todos los individuos.

La libertad de la enseñanza es un principio eminentemente civilizador; es un principio que emancipa las inteligencias de la tutela del monopolio y que derramará la luz sobre la cabeza del pueblo. El pueblo necesita de ese principio luminoso para marchar rápidamente por la vía gigantesca de la civilización; tiene derecho a él; a nosotros toca consignarla en la Constitución como sus legítimos representantes, como verdaderos amantes de la' civilización y del progreso.

Señores, es necesario prevenir una objeción. En México, la lucha entre el pasado y el porvenir ha durado treinta y seis años. La conquista de cada principio nos ha costado torrentes de sangre. Existe un partido artero y mañoso que trabaja por hacer retroceder al país hasta el año 8. Si concedemos la libertad de enseñanza se nos dirá: ese partido se apoderará de ella como de una espada, para esgrimirla contra la democracia; corromperá la inteligencia de los jóvenes, haciéndoles enemigos de las instituciones de su país, y será un verdadero germen de discordia que prolongará esta lucha fratricida.

Señores, yo no temo la luz; quiero la discusión libre, franca, espontánea, la discusión sin trabas, que hará siempre resplandecer la verdad, a pesar de todos los sofismas, de todas las maquinaciones de los apóstoles del oscurantismo. El Gobierno debe determinar los autores para la enseñanza, y esto me basta; los autores más a propósito, los más ilustres en la materia, los más conformes al desarrollo completo de la democracia. Por la elección que se haga de los autores de asignatura se elevará la inteligencia del pueblo a la altura del siglo en que vivimos.

Yo querría que el Gobierno delegase la facultad de determinar los aulores de asignatura a una junta compuesta de los catedráticos de todos los colegios, dividida en secciones, según su facultad, dotada con un fondo especial, relacionada con todos los cuerpos científicos de las naciones civilizadas.

Esta junta, señores, representaría los inlereses intelectuales de la sociedad, los intereses de la ciencia y los de los cuerpos científicos. Esta junta recibiría de las otras naciones todas las obras, todos los métodos, todos los instrumentos, tudos los descubrimientos que salgan a luz. Los examinaría en su seno para difundirlos y trasplantarlos inmediatamente en el país, colocando así a la enseñanza al nivel de las más adelantadas del globo.

Esta junta haría sus publicaciones periódicas sobre el resultado de sus trabajos, y la República y la ciencia recibirían por ellas un gran bien. Pero, señoros, aquí no se trata de saber a quién corresponde la elección de autores de asignatura, porque siendo los Estados libres y soberanos, a sus respectivos gobiernos les toca determinar qué personas deben hacer dicha elección.

Tampoco se trata de saber qué profesiones necesitan título para su ejercicio y cuáles no; ésta será materia de una ley orgánica.

Aquí se trata simplemente de consignar el principio de libertad para la enseñanza.

Señores, este principio de libertad no ataca a los colegios, por el contrario, los estimulará en sus adelantos. Siempre habrá jóvenes que vengan a ellos buscando la ciencia porque sus padres no tengan con qué pagar su enseñanza particular. Otros vendrán buscando las dotaciones, las becas y las capellanías que en ellos se reparten. Muchos jóvenes bien hallados con la vida de los colegios, por las afecciones y por los laureles que en ellos se adquieren, los buscarán siempre. Muchos padres no querrán experimentar en sus mismos hijos un método desconocido, y los llevarán a esos establecimientos, que, mejorados, le darán muchos días de gloria a la República.

Sí, señores, los obstáculos que hoy se oponen a las mejoras y al progreso de los colegios deben removerse. Sus mismos directores y catedráticos, con la mezquindad de las ideas, la superficialidad en los conocimientos, la necesidad de cambiar algunos autores de asignatura, la de mejorar los métodos, la de introducir buenas máquinas y nuevos instrumentos para la enseñanza de las ciencias de observación, la de quitar muchas costumbres inútiles que degradan la dignidad de los alumnos y que nada contribuyen al buen orden de los establecimientos.

Existen colegios contra todas las reglas de la higiene y donde no se conoce la educación física. La educación física, señores, que tanto contribuye a la salud y a la buena moral de los alumnos. Estos males subsisten las más veces a pesar de los directores y de los catedráticos, porque no tienen facultades ni recursos para remediarlos. Pues bien, señores, coloquemos la libertad de la enseñanza frente a frente de esos establecimientos, para que se mejoren por el estímulo, para que el Gobierno, en los que le pertenecen, y los reverendos obispos en sus seminarios, cuiden de alimentar y de educar mejor a los alumnos.

Entonces, señores, se suprimirán esas economías que hoy se hacen con menoscabo de la salud y del estómago del estudiante; y el estudiante, por el deseo de ahorrar el tiempo, será más empeñoso en el cumplimiento de su deber.

Señores, he manifestado cuánto contribuye la libertad de la enseñanza para la resolución del problema social, para el perfeccionamiento del hombre.

La juventud estudiosa, los padres de familia y la causa de la civilización se interesan demasiaoo en la aprobación de este artículo del proyecto de Constitución que hoy se discute.

La bandera del Partido Progresista es la bandera de la emancipación del hombre de todas las tutelas injustas que pesan sobre él, de todas las cadenas que le oprimen; emancipemos la enseñanza del monopolio más funesto para la propagación de la ciencia, para la economía de las familias en la educación de sus hijos y para la pronta conclusión de la carrera de los jóvenes.

Seamos consecuentes con nuestros principios. Si la tiranía pasada procuró segar las fuentes de la ilustración, cerrando los colegios y las academias de jurisprudencia, estableciendo las visitas domiciliarias para la requisición de los libros, prohibiendo su introducción a la República e imponiendo a los estudiantes un plan de estudios verdaderamente tiránico, a nosotros nos toca decretar la libertad de la enseñanza, para difundir la luz en los entendimientos y el amor en los corazones.

Señores, cada vez que esta augusta asamblea aprueba un artículo sobre los derechos del hombre, ataca una preocupación o suprime un abuso. Suprimamos los abusos, pulvericemos las preocupaciones en materia de enseñanza decretando la libertad y no exigiendo de los jóvenes más que la aptitud, aprobada y reconocida plenamente por medio de examen. Marchemos adelante, señores; el país necesita de nuestros principios para salvarse. Marchemos sobre los obstáculos que se nos opongan. Hagamos reflejar la luz de nuestros principios hasta en la misma frente de nuestros enemigos. Si la borrasca nos envuelve, permanezcamos impávidos como Cristo sobre las ondas embravecidas: tengamos fe y salvaremos a la República.

Proclamemos desde lo alto de esta tribuna que el pueblo es una asociación de hermanos, que la libertad es la juventud eterna de las naciones.

El Sr. Balcárcel, declarando que ni por sistema ni por educación es partidario del monopolio de la enseñanza ni de las trabas a la instrucción; no por sistema, porque en todas materias profesa ideas liberales y está persuadido de que este país necesita, ante todo, generalizar la enseñanza; no por educación, porque tiene la fortuna de haber hecho su carrera en un establecimiento en que no hay grados universitarios, ni trabas injustas, ni requisito preciso de cierto tiempo, y en que sólo se exigen aptitud y conocimientos; ataca, sin embargo, el artículo porque teme que abra la puerta al abuso y a la charlatanería, y los padres de familia puedan ser engañados por extranjeros poco instruídos, por verdaderos traficantes de enseñanza, y que así, queriendo quitar trabas a la instrucción, se le pondrán al verdadero progreso.

En cuanto a que no se exija más tiempo que el necesario para los cursos, este inconveniente quedará remediado con sólo adoptar para todos los establecimientos el sistema del Colegio de Minería, donde sólo se exige aptitud e instrucción.

Sostiene que los establecimientos nacionales son muy útiles a las familias pobres, pues son mucho más baratos que los establecimientos privados.

El orador quiere que se generalice la instrucción, que se remuevan todos los obstáculos, pero cree indispensable que la enseñanza esté vigilada por el Gobierno.

El Sr. Olvera dice que después del discurso del Sr. Soto, muy poco le queda que añadir. Le parecen infundadas las alarmas del Sr. Balcárcel. Refiere los inconvenientes que tiene la enseñanza forzada y lo que influyen las antipatías de los maestros en la carrera de algunos jóvenes. Cree que la segunda parte del artículo, dejando a la ley que fije los requisitos de los exámenes, da garantías suficientes al bien de la sociedad.

El Sr. Velázquez considera la cuestión bajo tres distintos aspectos. 1° La libertad de enseñarlo todo le parece útil, necesaria y conforme a las necesidades de nuestra época, pero cree conveniente alguna restricción en favor de la moral y del Estado. 2° Enseñanza privada; no la combate, pero nota que en ella faltan el estímulo y la discusión entre los alumnos. 3° Libertad de enseñar en menos tiempo del establecido por la ley; no la aprueba porque no habría bastante solidez en la enseñanza.

El Sr. Mata dice que de cuantas observaciones se han hecho sólo una se refiere a la cuestión, y es la de las restricciones en favor de la moral. Todo lo demás sobre colegios privados y nacionales, sobre duración de los cursos y sobre exámenes no es de este momento, pues se trata de algo más elevado que las minuciosidades y los reglamentos. Lo que hay que examinar es si conviene al país la libertad de enseñanza y si es conveniente que todo hombre tenga derecho de enseñar.

Si el Partido Liberal ha de ser consecuente con sus principios, tiene el deber de quitar toda traba a la enseñanza, sin arredrarse por el temor al charlatanismo, pues esto puede conducir a restablecer los gremios de artesanos y a sancionar el monopolio del trabajo. Contra el charlatanismo no hay más remedio que el buen juicio de las familias y el fallo de la opinión. A pesar de todas las leyes, hay charlatanes que ejercen como abogados y hay curanderos sin ninguna clase de estudios.

La comisión ha creído que no podía tomar más precaución que la de exigir títulos para el ejercicio de ciertas profesiones. Por lo demás, si hay maestros que ofrecen enseñar en poco tiempo, la autoridad debe dejarlos en paz sin sujetarlos a prueba.

El temor de que sea atacada la moral carece de fundamento, pues dondequiera que la enseñanza es libre, el que sea tan necio y tan imbécil que se ponga a enseñar máximas inmorales, en el pecado llevará la penitencia, quedándose sin discípulos. Si hay quien tema que los jesuítas y los clérigos se dediquen al profesorado y combatan el principio de la soberanía del pueblo enseñando el derecho divino, de esto no se origina ningún mal, y los liberales, para ser consecuentes con sus principios, no deben oponerse a que enseñen los jesuítas ni coartar la libertad de los padres de familia para buscar maestros a sus hijos.

El Sr. García Granados se opone a la libertad de enseñanza por interés de la ciencia, de la moral y de los principios democráticos, pues teme mucho a los jesuítas y al clero; teme que en lugar de dar una educación católica, den una educación fanática. Le parece que los que enseñan deben ser antes examinados y que el Gobierno debe intervenir en señalar los autores de los cursos, para evitar, por ejemplo, que una ciencia como la física, que progresa todos los días, se enseñe por el Jacquier.

El Sr. Aranda, para desvanecer estas alarmas, dice que el artículo sólo deja en libertad a las familias para escoger maestros. donde mejor les parezca; pero no suprime los establecimientos nacionales, ni concluye en ellos la dirección y la vigilancia del Gobierno. La vigilancia del mismo Gobierno aparece en los exámenes cuando se trata de ejercer una profesión, y así lo que queda libre es la elección de los medios de adquirir la enseñanza. Si hay quien enseñe algo contrario a la moral, será perseguido, no como profesor, sino como promovedor de crímenes y delitos.

El Sr. Lafragua, ministro de Gobernación, está conforme con el fin del artículo, pero desea la vigilancia del Gobierno como una garantía contra el charlatanismo; y creyendo que es mejor precaver el mal que tener que corregirlo, propone como adición que se diga que la autoridad pública no tendrá en la enseñanza más intervención que la de cuidar de que no se ataque la moral. Y como los exámenes para el ejercicio de las profesiones coartan hasta cierto punto la libertad, desea que se diga que es libre la enseñanza privada.

El Sr. Ramírez (D. Ignacio) no quiere bajar a considerar la cuestión bajo el punto mezquino del interés del maestro de escuela, pues en su concepto se trata de uno de los derechos del hombre.

Si todo hombre tiene derecho de hablar para emitir su pensamiento, todo hombre tiene derecho de enseñar y de escuchar a los que enseñan. De esta libertad es de la que trata el artículo, y como ya está reconocido el derecho de emitir libremente el pensamiento, el artículo está aprobado de antemano.

Nada hay que temer de la libertad de enseñanza; a las cátedras concurren hombres ya formados, que son libres para ir o no ir, o niños que van por la voluntad de sus padres.

La segunda parte del artículo no es excepción de la regla, sino su aplicación, y para comprender esto es menester examinar lo que es un plan de estudios. En el estado actual de la civilización no puede reglamentarse, tiene que ser una vasta enciclopedia, a riesgo de ser incompleto pocos años después.

Los gobiernos quieren la vigilancia porque tienen interés en que sus agentes sepan ciertas materias, y las sepan de cierta manera que está en los intereses del poder, y así crían una ciencia puramente artificial. La teología ya no sería considerada en nuestros días como ciencia, si no fuera a veces un medio de gobierno en sus aplicaciones y si no tuviera el aliciente de las ventajas sociales que sacan los teólogos. La jurisprudencia, filosóficamente considerada, no es la misma que se enseña de orden de los gobiernos que tienen interés en monopolizar el conocimiento de los códigos y de las leyes. El derecho canónico y la historia eclesiástica no se enseñan como son, sino como conviene a ciertas clases que sean, y así, en esta clase de cuestiones, no ha muchos días que han desbarrado completamente los abogados más sabios de la asamblea. Los médicos que estudian botánica aprenden lo puramente necesario para sus recetas, pero están muy lejos de ser verdaderos botánicos. Los literatos, en vez de leer los buenos modelos y de estudiar los autores clásicos, aprenden unas cuantas reglas de retórica que los vuelven pedantes. Los gobiernos forman, pues, profesores artificiales que son la primera barrera de la ciencia, y el profesor pagado por el Gobierno, amigo de la rutina, está generalmente muy atrás de los conocimientos de la época.

Presentando bajo nuevas formas estas ideas, termina defendiendo la libertad de enseñanza.

El Sr. Moreno tiene la duda de si a los poderes generales o a los Estados corresponde legislar en materias de instrucción pública.

El Sr. Gamboa cree que del sistema actual resulta un gran número de charlatanes, y que para evitar este mal, el mejor medio es establecer completa libertad. Se decide por el principio de la Convención francesa: Al individuo, el culto; a la familia, la enseñanza; al Estado, la calificación de las capacidades para las funciones civiles. Se detiene a exponer el sistema de enseñanza en Francia, y opina que la inspección de la autoridad debe comenzar cuando el individuo quiera ejercer una profesión en servicio de la sociedad. Sostiene la libertad de enseñanza como consecuencia de la libertad de cultos y cree que la asamblea no ha reprobado la idea capital del artículo 15, y que al declararlo sin lugar a votar sólo quiere una nueva redacción.

El Sr. Balcárcel rectifica brevemente algunas de las ideas de su discurso anterior.

El Sr. Prieto declara que por algún tiempo le alucinó la idea de la vigilancia del Estado como necesaria para arrancar al clero el monopolio de la instrucción pública y corregir el abuso de las hipocresías y de su inmoralidad, pero una reflexión más detenida le hizo comprender que había incompatibilidad entre las dos ideas; que querer libertad de enseñanza y vigilancia del Gobierno es querer luz y tinieblas, es ir en pos de lo imposible y pretender establecer un vigía para la inteligencia, para la idea, para lo que no puede ser vigilado y tener miedo a la libertad. El orador considera la instrucción como base de la libertad, y asienta que los pueblos embrutecidos deben sufrir gobiernos tiranos.

La comisión, en la segunda parte del artículo, reconoce la desigualdad de las inteligencias y no fija tiempo preciso para los cursos, pues esto era querer igualar el vuelo de la golondrina con el del águila. La comisión quiere la reivindicación de la inteligencia por medio del saber y acabar con la aristocracia de las aulas, donde no puede llegar la miseria con sus harapos.

El Sr. Ramírez (D. Mariano) dice que la enseñanza está íntimamente ligada con la moral y con el orden público; cree que en un país católico no puede haber completa libertad de enseñanza; teme grandes perjuicios del artículo; cita el hecho de haberse cerrado en los Estados las escuelas de medicina por falta de alumnos, y cree, por último, que la segunda parte del artículo destruye la primera.

El Sr. Soto (D. Manuel) rectificó, insistiendo en que con la libertad de la enseñanza (2) puede ser más barata la educación, particularmente en los pueblos cortos.

El Sr. Arriaga no opina como el Sr. Gamboa sobre la suerte del artículo 15, pues teme que realmente lo reprobado haya sido el principio de la libertad religiosa. Sostiene, sin embargo, que la libertad de enseñanza es consecuencia de la libertad de cultos, y que donde hay alarmas contra las religiones que difieren de la dominante habrá graves temores con respecto a la enseñanza libre.

Se opone a que se establezca la vigilancia del Gobierno, aunque la reclame en favor de la moral y de la ciencia, pues no puede haber agentes de policía para calificar en estas materias; no sólo en las cátedras se enseña, sino que enseñan también los amigos, los libros y las madres. Cuando una madre da consejos a su hijo, ¿puede el Gobierno irla a vigilar? ¿Pretende examinarla en materia de moral? El Gobierno, con estas pretensiones, no hace más que ponerse en ridículo. La moral y la ciencia sólo se depuran por medio de la libertad.

Hoy, con todas las trabas y todas las restricciones, existen todo género de inconvenientes, y no porque nuestros abogados estudien siete años pueden llamarse jurisconsultos.

El Sr. Gamboa rectifica el hecho citado por el Sr. Ramírez (D. Mariano), diciendo que las escuelas de medicina de los Estados se cerraron no por falta de alumnos, sino por orden de Santa Anna.

El artículo es declarado con lugar a votar por 59 señores contra 20, y es aprobado por 69 contra 15. (Artículo 3° de la Constitución.)

El Sr. Buenrostro (D. Manuel) propone, como adición, que se establezca la vigilancia del Gobierno en favor de la moral.

Esta adición, apoyada por su autor, queda admitida a discusión por 41 votos contra 40, y pasa a la comisión de Constitución.


Notas

(1) Véase haciendo click aquí, Congreso Constituyente, La Constitución mexicana de 1857, México, Biblioteca Virtual Antorcha, primera edición cibernética, marzo del 2008. Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés.

(2) El sector conservador, después de la caida del Presidente Gómez Farías, no se concretó tan sólo a destruir la obra de este gran liberal, sino que procedió a elevar a la categoría de constitucional el monopolio que tenía en matería educativa, y en el artículo 60 de las Bases orgánicas expedidas por Santa Anna en junio de 1843 se dispuso que la enseñanza estaría orientada hacia una finalidad religioaa. El clero volvió a afirmar su dominio sobre la educación publica.

Por ello, los grupos liberales y progresistas levantaron, desde entonces, la bandera de la libertad de enseñanza, que venia a constituir, en aquella época, la posición avanzada, en materia educativa, de los revolucionarios de entonces, pues significaba la terminación del privilegio que el clero tenía en la instrucción, así como el fin de las barreras que impedlan dar a la enseñanza una orientación filosófica distinta de la impartida por la Igiesia católica.

Los constituyentes de 1857 defendieron con apasionamiento la libertad de enseñanza, que significó el primer triunfo del Partido Liberal contra los enemigos del progreso, para, más tarde, continuar con el laicismo, implantado en 1874.
Índice de El laicismo en la historia de la educación en México Documentos históricosCapítulo tercero - José María Luis MoraCapítulo quinto - El Lic. Benito JuárezBiblioteca Virtual Antorcha