Índice de El laicismo en la historia de la educación en México Documentos históricosCapítulo segundo - Valentín Gómez FaríasCapítulo cuarto - Congreso Constituyente de 1857Biblioteca Virtual Antorcha

EL LAICISMO EN LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN EN MÉXICO

Documentos históricos

CAPÍTULO TERCERO
José María Luis Mora



Al Dr. D. José María Luis Mora debe considerársele como el guiador y orientador de los reformadores mexicanos que actuaron después de 1824.

Fue el Dr. Mora el filósofo y cerebro de la reforma social, política y económica que realizaron los liberales, entonces agrupados en el llamado Partido del progreso. Pero sn influencia ideológica no terminó con su vida, sino que fincó los postulados fundamentales del partido liberal 'que más tarde plasmaría sus aspiraciones en la Constitución de 1857 y en las Leyes de Reforma dictadas por el Presidente Juárez.

La clara inteligencia del Dr. Mora, su amplia cultura y, sobre todo, la firme convicción y sinceridad de sus ideas, le permitieron plantear las más acertadas y valientes soluciones a los problemas de su época, como el tiempo y los acontecimientos lo confirmaron.

A Mora tocó el honor de inscribir en la bandera de lucha de los hombres liberales y progresistas de México los principios y el programa que tendrían que defender en las contiendas cívicas y en los campos de batalla cuando, al definir lo que debía entenderse por marcha política de progreso, expresó:

Entiendo aquella que tiende a efectuar de una manera más o menos rápida: la ocupación de los bienes del clero; la abolición de los privilegios de esta clase y de la milicia; la difusión de la educación pública en las clases populares, absolutamente independiente del clero; la supresión de los monacales; la absoluta libertad de las opiniones; la igualdad de los extranjeros con los naturales, en los derechos civiles, y el establecimiento del jurado en las causas criminales.

El Dr. Mora ha sido considerado como el creador de la sociología mexicana, y su obra política y social, contenida en proyectos y publicaciones, sintetiza las aspiraciones de los idealistas, de los revolucionarios de aquel tiempo, así como los primeros y más fuertes argumentos filosóficos que se esgrimieron para destruir el criterio teológico y escolástico de los conservadores de aquella época. Pero la figura de Mora se agiganta cuando se conoce su ideario en materia educacional y cuando se valoriza su destacada intervención en la obra educativa del gobierno de Gómez Farías, que antes hemos dado a conocer.

Las bases fundamentales de la educación laica en México fueron señaladas por el Dr. Mora desde 1824, mucho antes de que el Presidente Juárez estableciese legalmente el laicismo en 1874 y se implantase en Francia en 1882.

Por vez primera en México, el Dr. Mora señaló, en el mismo año del 24, el principio de que las orientaciones de la educación debían estar acordes con el criterio del Estado.

La libertad de enseñanza, el alejamiento del clero respecto de la educación, la popularización de la enseñanza y la planeación científica de la misma, en sus ramas primaria, secundaria y profesional, fueron las ideas reformadoras de Mora que convirtió Gómez Farías en realidades mediante la Ley de instrucción pública, expedida en octubre de 1833, y demás disposiciones legales.

Abundantes fueron las publicaciones del doctor Mora, pero sus Obras sueltas y México y sus revoluciones contienen sus más importantes producciones. Publicó además: Catecismo político (1), El indicador de la Federación mexicana, Observador de la República mexicana, Derecho eclesiástico, Semanario político y literario y varios discursos sobre cuestiones económicas.

A continuación insertamos los más interesantes fragmentos del ideario, en materia educativa, de este gran reformador:

I

PROGRAMA DE LOS PRINCIPIOS POLITICOS DEL PARTIDO DEL PROGRESO

Mejora del estado moral de las clases populares por la destrucción del monopolio del clero en la educación pública, por la difusión de los medios de aprender y la inculcación de los deberes sociales, por la formación de museos, conservatorios de artes y bibliotecas públicas y por la creación de establecimientos de enseñanza para la literatura clásica, de las ciencias y la moral.

LA EDUCACION DEBE LLEGAR A LAS MASAS

El elemento más necesario para la prosperidad de un pueblo es el buen uso y ejercicio de su razón, que no se logra sino por la educación de las masas, sin las cuales no puede haber gobierno popular.

Si la educación es el monopolio de ciertas clases y de un número más o menos reducido de familias, no hay que esperar ni pensar en sistema representativo, menos republicano, y todavía menos popular.

La oligarquía es el régimen inevitable de un pueblo ignorante en el cual no hay o no puede haber monarca: esta forma administrativa será ejercida por clases o por familias, según que la instrucción y el predominio se hallen en las unas o en las otras, pero la masa será inevitablemente sacrificada a ellas, como lo fue por siglos en Venecia.

México no corría riesgo de caer en la oligarquía de familias, porque la Revolución de Independencia fue un disolvente universal y eficaz que acabó no Sólo con las distinciones de castas, sino con las antiguas filiaciones, privilegios nobiliarios y notas infamantes, que fueron por ella enteramente olvidados.

LA SUPRESION DE LA UNIVERSIDAD REAL Y PONTIFICIA

En esto vino la revolución de 1833, y con ella la administración del señor Farías, en la que se hablaba poco, pero se procuraba hacer mucho. En ella no tuvieron cabida los charlatanes (hecha siempre la debida excepción de D. José Tornel, que entró como lacayo del Presidente Santa Anna, cubierto con la librea de la casa): los hombres positivos fueron llamados a ejecutar las reformas, especialmente de educación; se pusieron a contribución las luces de los tímidos, que no saben más que desear y proponer, y se emplearon imparcialmente, tomándolas de todos lados, las capacidades que pudieron encontrarse. En esto pudo haber habido y de facto hubo algunas equivocaciones, pero nadie dudó entonces ni después de la sanidad de intención.

Instalada la Comisión del plan de estudios con las mismas personas que más adelante formaron la Dirección general de Instrucción Pública, se ocupó ante todas cosas de examinar el estado de los establecimientos existentes destinados al objeto. La Universidad se declaró inútil, irreformable y perniciosa: inútil, porque en ella nada se enseñaba, nada se aprendía; porque los exámenes para los grados menores eran de pura forma, y los de los grados mayores muy costosos y difíciles, capaces de matar a un hombre y no de calificarlo; irreformable, porque toda reforma supone las bases del antiguo establecimiento, y siendo las de la Universidad inútiles e inconducentes a su objeto, era indispensable hacerlas desaparecer sustituyéndoles otras, supuesto lo cual no se trataba ya de mantener sino el nombre de Universidad, lo que tampoco podía hacerse, porque representando esta palabra en su acepción recibida el conjunto de estatutos de esta antigua institución, serviría de antecedente para reclamarlos en detalle, y uno a uno, como vigentes. La Universidad fue también considerada perniciosa porque daría como da lugar a la pérdida de tiempo y a la disipación de los estudiantes de los colegios, que, so pretexto de hacer sus cursos, se hallan la mayor parte del día fuera de estos establecimientos, únicos en que se enseña y se aprende. Se concluyó, pues, que era necesario suprimir la Universidad.

LA EDUCACION MONACAL QUE SE IMPARTIA

La educación de los colegios es más bien monacal que civil: muchas devociones, más propias de la vida mística que de la del cristiano; mucho encierro, mucho recogimiento, quietud y silencio, esencialmente incompatibles con las facultades activas propias de la juventud y que deben procurar desarrollarse en ellas; muchos castigos corporales, bárbaros y humillantes, entre los cuales, a pesar de las prohibiciones, no dejan de figurar todavía los azotes y la vergonzosa desnudez que debe, por el uso, precederlos y acompañarlos.

Al educando se le habla mucho, por los eclesiásticos sus institutores, de los deberes religiosos, de las ventajas y dulzuras de la vida devota; se le pone a la vista y se le recomienda para imitar los hechos de las vidas de los santos, que son por lo común eclesiásticos; se le insinúan de la misma manera, y sin hacer la debida distinción, los deberes de la vida del cristiano y los consejos evangélicos que constituyen la devoción. Nada se le habla de patria, de deberes civiles, de los principios de la justicia y del honor; no se le instruye en la historia ni se le hacen lecturas de la vida de los grandes hombres, a pesar de que todo esto se halla más en relación con el género de vida a que están destinados la mayor parte de los educandos. Hasta los trajes contribuyen a dar el aspecto monástico a instituciones que no son sino civiles: el manto del educando se diferencia muy poco de la cogulla del monje, y tiene, entre otras, la desventaja de todos los talares: de contribuir al poco aseo y al ningún gusto en vestirse que manifiestan los que lo portan, cosas todas que hoy tienen una importancia real en la sociedad culta y en la estimación de las personas con quienes debe vivirse.

Este conjunto de preceptos, ejemplos, documentos, premios y castigos que constituyen la educación de los colegios, no sólo no conduce a formar los hombres que han de servir en el mundo, sino que falsea y destruye de raíz todas las convicciones que constituyen a un hombre positivo.

El que se ha educado en colegio ha visto por sus propios ojos que de cuanto se le ha dicho y enseñado, nada o muy poca cosa es aplicable a los usos de la vida ordinaria; que ésta reposa bajo otras leyes que le son desconocidas, de que nada se le ha hablado, y que tienen por bases las necesidades comunes y ordinarias que jamás son el objeto del estudio, y se hallan, por lo mismo, abandonadas a la rutina. Esto le conduce naturalmente a establecer una distinción entre lo que se enseña y lo que se obra, o como se dice entre nosotros, la teoría y la práctica. La primera se hace consistir en ciertos conocimientos capaces sólo de adornar el entendimiento, y que se da por averiguado no son susceptibles de un resultado práctico; ella sirve para charlar de todo y no se la cree buena para más. La segunda, es decir, la práctica, se hace consistir en la manera de obrar establecida de años y siglos atrás en determinados casos y circunstancias, sin examinarla ni creerla susceptible de mejorss ni adelantos.

LOS PRINCIPIOS DE LA REFORMA EDUCATIVA

La comisión partió de esta exigencia social, que hoy nadie pone en cuestión, y se fijó en tres principios: primero, destruir cuanto era inútil o perjudicial a la educación y enseñanza; segundo, establecer ésta en conformidad con las necesidades determinadas por el nuevo estado social, y tercero, difundir entre las masas los medios más precisos e indispenSables de aprender. Esto era lo necesario y sobre todo lo asequible por entonces, condiciones indispensables en cualquier proyecto que se pretenda realizar; lo demás lo daría el tiempo, la experiencia y las nuevas necesidades del orden social, a las cuales no sería difícil acudir una vez sentadas las bases en conformidad con este orden mismo.

Se declaró que la educación y la enseñanza era una profesión libre como todas las demás y que los particulares podían ejercerla sin necesidad de permiso previo, bajo ]a condición de dar aviso a la autoridad local y de someter sus pensionados o escuelas a los reglamentos generales de moralidad y policía.

Por la supresión de los antiguos establecimientos se precavían las resistencias y obstáculos que semejantes cuerpos opondrían a la nueva marcha, y con las cuales, supuesta su existencia, era necesario contar; con la libertad de la enseñanza se removían los obstáculos de todo género que supone el permiso previo de enseñar y son indefectibles en él. Verdad es que una multitud de escuelas enseñarían mal a leer y escribir, pero enseñarían, y para la multitud siempre es un bien aprender algo, ya que no lo puede todo. Que los hombres puedan explicar, aunque defectuosamente, sus conceptos por escrito, y que puedan de la misma manera encargarse de los de otros expresados por los caracteres de un libro o manuscrito es ya un progreso, si se parte, como se partía en México, de la incapacidad de hacerlo que tenía la multitud en un estado anterior; esto y no otra cosa era lo que se buscaba por la libertad de la enseñanza, y esto se ha obtenido y se obtiene todavía por ella misma.

LOS ERRORES Y PERJUICIOS DE LA EDUCACION CLERICAL

Los establecimientos de enseñanza se constituyeron bajo nuevas bases, en todo diferentes de las antiguas.

El primer objeto que se propuso la administración fue sacarlos del monopolio del clero, no sólo por el principio general y solidísimo de que todo ramo monopolizado es incapaz de perfección y adelantos, sino porque la clase en cuyo favor existía este monopolio es la menos a propósito para ejercerlo en el estado que hoy tienen y supuestas las exigencias de las sociedades actuales.

Los conocimientos del clero, más que los de las otras clases, propenden por su naturaleza al estado estacionario, o lo que es lo mismo, dogmático. Los eclesiásticos, que hacen y deben hacer su principal estudio de la religión, en la cual todo se debe creer y nada se puede inventar, contraen un hábito invencible de dogmatizar sobre todo, de reducir y subordinar todas las cuestiones a puntos religiosos y de decidirlas por los principios teológicos.

Esta inversión de principios, fines y medios extravía completamente la enseñanza, convirtiendo en fuentes de todos los conocimientos humanos las que deben sólo serlo de los principios religiosos. Así, en lugar de crear en los jóvenes el espíritu de investigación y de duda que conduce siempre y aproxima más o menos el entendimiento humano a la verdad, se les inspira el hábito de dogmatismo y disputa, que tanto aleja de ella en los conocimientos puramente humanos.

El joven que adopta principios de doctrina, sin conocimiento de causa, o lo que es lo mismo, sin examen ni discusión; el que se acostumbra a no dudar de nada y a tener por inefable verdad cuanto aprendió; finalmente, el que se hace un deber de tener siempre razón y de no darse por vencido aun de la misma evidencia, lejos de merecer el nombre de sabio no será en la sociedad sino un hombre presuntuoso y charlatán. ¿Y podrá dudarse que produce este resultado la enseñanza clerical recibida en los colegios? ¿No se enseña a los eStudiantes a conducirse de este modo en las cátedras, en los actos públicos y privados, para obtener los grados académicos o las canonjías de oposición?

En efecto, la disputa, y la obstinación y terquedad, sus compañeras inseparables, son el elemento preciso y el único método de enseñanza de la educación clerical; él comienza con los primeros rudimentos y no acaba sino con la vida del hombre, que continúa, en el curso de toda ella, bajo el imperio del sistema de ideas que se ha formado, de cuya verdad es muy raro llegue a dudar. De aquí nace la aversión con que se ve toda reforma y la resistencia obstinada a toda perfección o mejora; de aquí el atraso de las ciencias y el desdén con que se ve toda enseñanza en que no hay disputa; de aquí, en fin, ese charlatanismo universal que es la plaga de la República, y esas pretensiones inmoderadas de reglar el mundo y la sociedad por los principios aprendidos en los colegios, que nada tienen de común con lo que se pasa en el uno y con lo que es indispensable saber para regir la otra.

En cuanto a la educación, ya se ha hecho ver antes que el clero ni da ni puede dar otra que la monástica, o alguna que más o menos se le parezca; y siendo como es ésta incompatible, o a lo menos inconducente a formar hombres que deben vivir en el mundo y ocuparse de otras cosas que de las prácticas de los claustros, claro es que era necesario exonerar a la clase eclesiástica de este trabajo y de prestar a la sociedad un servicio que no lo era. Hombres más a propósito fueron llamados a hacerla tomándolos indistintamente de todas las clases de la sociedad y de todos los partidos políticos.

EDUCACION PRIMARIA PARA LAS MASAS

Este ramo era el favorito del gobierno del señor Farías, y justamente, porque si la mejora de las masas en todas partes es urgente, lo era y lo es mucho más en México, en razón de que, bien o mal, de una manera o de otra, ellas hacen o influyep de un modo muy directo en la confección de las leyes. Este género de instrucción no puede, pues, sufrir retardos y debe extenderse a los que sin ella se hallan en el ejercicio de los derechos políticos y a los que deben ejeTcerlos en la generación que ha de reemplazarlos; los primeros son los adultos; los segundos, los niños, y para unos y otros se establecieron escuelas primarias, cuyo número se habría aumentado si no se hubiese abolido cuanto se hizo.

Este servicio patriótico fue debido, casi en su totaliqad, al ciudadano D. Agustín Buenrostro, la persona más inteligente y celosa por el progreso de la enseñanza primaria que pueda encontrarse en la República. Este hombre modesto y sin pretensiones, cosa bien rara en México, en medio de la escasez de fortuna y de la necesidad de proveer a la subsistencia de la familia de un hermano víctima del cólera, supo desempeñar el cargo de inspector, penoso a la par que difícil y sin brillo.

APOYO POPULAR A LA REFORMA EDUCATIVA DE 1833

El nuevo arreglo de la instrucción pública fue de la aprobación de todas las clases de la sociedad, sin otra excepción que la del clero. Hasta el señor Alamán (2, que es el jefe ostensible del partido eclesiástico, no pudo menos que aprobarlo, pues que en su defensa no disimula sus pretensiones a ser el autor de sus bases. ¿Por qué, pues, no subsistió? Porque en la administración arbitraria del general Santa Anna hubo un hombre que quiso vengar en las instituciones del nuevo arreglo los desaires que en su establecimiento tuvo quc sufrir de parte del vicepresidente Farías. Este hombre fue don Francisco Lombardo, que lleva el nombre de ministro, pero no era en la administración Farias más que un secretario responsable a quien se daban hechos y redactados los proyectos de decretos para que los firmase sin haberlos acordado anticipadamente con él. Lombardo, que había aceptado de una manera implícita, pero no menos verdadera, estas condiciones degradantes, concibió grande encono con cuanto se le hacía firmar, y aunque con el general Santa Anna continuó bajo el mismo pie, no dejó de aprovechar la disposición en que éste se hallaba para abolir cuanto había hecho su antecesor, especialmente en asuntos que, como el de instrucción pública, eran poco conocidos y menos apreciados del Presidente, que obraba por facultades omnímodas y usurpadas.

II

PENSAMIENTOS SUELTOS SOBRE EDUCACION PUBLICA

Uno de los grandes bienes de los gobiernos libres es la libertad que tiene todo ciudadano para cultivar su entendimiento.

El más firme apoyo de las leyes es aquel convencimiento íntimo que tiene todo hombre de los derechos que le son debidos y de aquel conocimiento claro de sus deberes y obligaciones hacia sus conciudadanos y hacia la patria.

En el sistema republicano, más que en los otros, es de necesidad absoluta proteger y fomentar la educación; éste requiere, para subsistir, mejores y más puras costumbres, y es más perfecto cuando los ciudadanos poseen en alto grado todas las virtudes morales; así, el interés general exige que leyes sabias remuevan los obstáculos que impiden la circulación de las luces.

La mano protectora de un gobierno benéfico debe extenderse sobre la gran familia que ha puesto en sus manos el bienestar común, debe penetrarse de que para hacer la felicidad de todos es indispensable esparcir hasta la más pequeña choza los rayos de luz que vivifican el espíritu.

Para convencer de la verdad de estas proposiciones, presentaremos al público nuestro modo de pensar en materia tan importante.

A) ESTADO DE NULIDAD EN QUE SE HALLA NUESTRA EDUCACION

Bajo la dominación de un gobierno que contemplaba en sus intereses el mantener a sus vasallos en la más profunda ignorancia de sus derechos se ponían obstáculos al cultivo de las ciencias sociales.

El temor de perder la posesión de un país rico ofuscó a la España hasta el grado de desconocer su propia utilidad; creyó que la ignorancia era el medio más seguro de impedir la emancipación de la América, y para oprimir sin dejar arbitrio a reclamos, debía poner trabas a la cultura de las facultades mentales y acostumbrar a los americanos a obedecer ciegamente las órdenes de una autoridad lejana, presentándoselas como emanación de una divinidad.

El único período, en tres siglos, en que se comenzó a vislumbrar en América un rayo de razón duró poco, y la Constitución de Cádiz nos llegó cuando ya habíamos levantado el estandarte de la independencia. Los pocos conocimientos que entonces teníamos sobre materias políticas, las preocupaciones en que yacía sumergida la mayoría de la nación y la falta de un plan combinado para llevar adelante la gloriosa empresa de nuestra independencia nos impidieron el lograr no sólo la separación de la metrópoli, sino aprovechar la pequeña libertad que debiéramos haber gozado.

En aquellas circunstancias sólo sirvió la Constitución para inferimos el agravio de no verla planteada en nuestro país, y bajo el especioso pretexto de que, de hacerlo, se daba margen a que sacudiésemos el yugo que nos agobiaba.

En 1814 destruyó Fernando el código que había contribuído a salvar a la península; restableció el funesto sistema que antes existía, y una persecución desenfrenada contra los más ilustres españoles y americanos marcó el período que corrió desde aquelld época hasta 1820.

En este año inmortal para la historia de México se corrió el velo que cubría los sentimientos de los mexicanos; la nación entera proclamó unísonamente la independencia; el plan que entonces se presentó conciliaba todos los intereses y garantizaba a los españoles sus vidas y haciendas; no hubo más que una voz, no se oyó más qUe un grito, y todos los habitantes de la República, sin distinción del lugar de su nacimiento, se presentaron gustosos a trabajar para formar una nación de lo que antes fue una colonia. Los ilustres diputados que la opinión pública sentó en el Congreso, que era un foco de civilización, se hallaron en posición muy crítica para dar el impulso que merecía la educación pública.

Apenas tuvieron tiempo para salvar a la patria de la ruina en que se intentaba sepultarla; de aquella augusta reunión quedaron leyes que harán honor eterno a sus autores, y la posteridad sabrá colocarlos con justicia en la memoria de las generaciones futuras.

Sensible es que no hubieran tenido tiempo para dictar las que imperiosamente reclama una nueva República para el arreglo de la instrucción pública.

De ahí que como antes de la independencia no la había cual debía ser, ni después de proclamada ésta se ha dado un paso adelante en la materia y sí muchos retrógrados en nuestro concepto, en el día podemos decir que la educación está reducida a cero.

B) SIN INSTRUCCION ES DIFICIL LOGRAR EN UNA REPUBLICA TODOS LOS BIENES QUE PROMETE ESTE GOBIERNO

Para entender la Constitución y las leyes es indispensable saber leer; para pesar las razones alegadas en la tribuna nacional, sea para la formación o reforma de la una y las otras, se requiere tener algunos conocimientos generales, a lo menos haber adquirido algunas reglas en el arte de pensar, para sujetar el juicio; de lo contrario, no es posible que las reglas morales que deben servir de guía al hombre social tengan todo el buen resultado que desean los filósofos y los legisladores.

¿Cómo puede guardarse la religiosa aplicación de ellas no entendiéndolas? Un individuo dotado de un regular talento será siempre un déspota, que gobernará a su salvo a un puñado de hombres que no tienen voluntad propia ni son capaces de juzgar de las cosas por si mismos.

Los hombres grandes se conocen por sus escritos o por sus acciones; la imprenta es el canal por donde se trasmiten sus nombres; siendo entre nosotros tan corto el número de los que saben leer y escribir, ¿será posible que la mayoría de la nación elija para sus representantes a los que por su saber y virtudes debían ocupar las sillas de legisladores?

¿Los pueblos no sufragarán siempre movidos por un intrigante, y no se correrá el riesgo de que depositen sus más preciosos intereses entre las manos de un hombre que sólo aspira a hacer su fortuna? ¿No es tanto más temible este peligro cuando el ciudadano honrado y virtuoso, por lo regular, no se mezcla en ambicionar ni pretender empleos? El riesgo es de mayor trascendencia si consideramos que un cuerpo legislativo puede estar formado de miembros inmorales, sin conocimientos, sin virtudes cívicas y que únicamente buscan ocasión en que hacer un tráfico de sufragios. El poder ejecutivo, a cambio de un empleo, logrará de ellos leyes que le convengan a sus fines particulares; ¿y podrá decirse que las ha dictado la sana razón y el bien de los pueblos? Los infelices que sencillamente dieron su voto serán las primeras víctimas; sobre ellos gravitará el peso de la opresión, sobre ellos caerá el torrente de todos los males.

No es preciso agotar las razones, tenemos en apoyo de nuestra opinión a la experiencia; no necesitamos ocurrir a lo que ha sucedido en otros tiempos y en otros países, basta tener la vista fija en lo que pasa en el continente americano: los sujetos que reúnen la opinión de los hombres de bien, los sujetos que por su literatura y virtudes debían ser la columna de la República, se han retirado de los negocios públicos, cansados de sufrir groseras injusticias y desmerecidos insultos. No es cosa difícil extraviar a un pueblo que en lo general carece de ilustración y de experiencia; en los momentos en que arde en los pechos el amor sagrado de la patria y de la libertad es cuando puede conocerse la opinión pública.

En Francia, la Asamblea Constituyente vió en su seno a los más ilustrados ciudadanos; las Cortes constituyentes de Cádiz presentaron igual ejemplar; y si volvemos la vista a los primeros cuerpos legislativos de toda la América, encontraremos que han estado en ellos los hombres únicos que con desinterés deseaban la felicidad de la patria.

Lejos de nosotros querer desacreditar los congresos posteriores: han tenido y tienen en su seno hombres cuyo nombre honrará nuestra historia y que serán un modelo para las generaciones futuras, libres ya del espíritu de partido y en disposición de poder juzgar sin pasiones. Hablamos únicamente con el objeto de manifestar que cuando la opinión pública se declara libremente, que cuando los habitantes de un país que ha gemido bajo la opresión, y que acaba de sacudir el yugo, buscan los medios de remediar los males que antes sufrieron, entonces las elecciones son el resultado del deseo de mejorar y de establecer la felicidad sobre bases sólidas.

Para sacudir un yugo no se requiere más que sentir: una carga pesada agobia; pero para establecer el sistema que reemplace al duro despotismo es indispensable tener conocimiento de la ciencia social; para llevar a cabo la obra de la regeneración es preciso formar un espíritu público, es preciso grabar en el corazón de cada individuo que sus leyes deben respetarse como dogmas, en una palabra, es preciso que las luces se difundan al máximo posible.

¿No debía, pues, llamar muy particularmente la atención de los legisladores la enseñanza pública? ¿No será más duradero el edificio social, sentado sobre buenos cimientos? ¿De qué sirven, no decimos ya mil leyes de circunstancias, sino buenas, si no se ha de conocer el bien que han de producir?

Desengañémonos: de nada sirve un edificio, por majestuoso que aparezca, si no tiene base sobre que descansar. Por sí mismo vendrá a tierra y sepultará bajo sus ruinas a los desgraciados que lo habitan.

C) EL OBJETO DE UN GOBIERNO ES PROPORCIONAR A LOS GOBERNADOS LA MAYOR SUMA DE BIENES, Y ESTA NO PUEDE OBTENERSE SIN EDUCACIÓN

Ninguno llena más este objeto que el republicano: en él son los mismos interesados los que se dan leyes. Como cada individuo tiene su deseo de mejorar su suerte, si es que la disfruta mala, de aumentar su felicidad y de conservarla, debe necesariamente buscar los medios para lograr sus fines.

Careciendo de instrucción, ¿no será más difícil que acierte a fijar las reglas que deben sujetar sus acciones y que al mismo tiempo que garantizan derechos también imponen obligaciones? ¿No sería muy difícil que, guiado por su interés personal, desconociese el bien de sus conciudadanos? Se requiere algo más que la luz natural para conocer que el bienestar de la comunidad redunda en beneficio propio, y la ignorancia jamás extiende la vista a lo futuro, no calcula sobre las diferentes edades del hómbre, cree que es eterna la juventud, o a lo menos que los placeres de esta época de la vida lo son. El amor a las ciencias es casi en nosotros la sola pasión duradera, las demás nos abandonan a medida que sus resortes se relajan. La juventud impaciente vuela de uno a otro placer; en la edad que la sigue los sentidos pueden proporcionar deleites, pero no placeres; en esa época es cuando conocemos que nuestra alma es la parte principal de nosotros; entonces es cuando conocemos que la cadena de los sentidos se ha roto, que todos nuestros goces son ya independientes de ellos y que quedan reducidos a la meditación.

En este estado, el alma, que no apela a sus propios recursos, que no se ocupa de sí misma, experimenta un hastio cruel que le hace amarga la vida. Si intenta buscar placeres que no le son ya propios, tiene el dolor de verlos huir cuando cree acercarse a ellos. La imagen de la juventud nos hace más dura la vida, como que no podemos gozar; el estudio sólo nos cura de este mal, y el placer que n0s causa nos hace olvidar que caminamos al sepulcro.

Es muy útil proporcionarnos goces que nos sigan en todas las edades; es un consuelo tener recursos que nos alivien en la adversidad. Las ciencias solas son las que nos sirven en todas las épocas de la vida, en todas las situaciones en que podemos encontrarnos.

La cultura del espíritu suaviza el carácter, reforma las costumbres. La razón ilustrada es la que sirve de freno a las pasiones y hace amar la virtud. ¿Y no es el sistema que nos rige donde se requiere más moralidad, más desprendimiento del propio interés? Por eso decía, y con razón, el profundo filósofo ginebrino que si los hombres examinasen de cerca todas las virtudes que se necesitan en un gobierno popular se confundirán del enorme peso que cargaría sobre ellos. Ser soberano y ciudadano, juez y parte al mismo tiempo, requiere una virtud heroica para desprenderse de los sentimientos del hombre y adornarse en algunos momentos de las cualidades propias de la divinidad. ¿Cómo será posible que la naturaleza sola baste en estos casos? ¿No será indispensable que la filosofía haya ganado el corazón para que éste obre con arreglo a lo que exige el bien comunal independiente del propio?

Estas cortas reflexiones nos parecen suficientes para convencer de la necesidad que tenemos de educación pública. Legisladores: a vosotros toca dictar las leyes que la conveniencia nacional exige a fin de proteger la enseñanza. En vuestras manos está remover los obstáculos que contienen en su marcha los adelantos del entendimiento. Nada haréis si vuestro edificio queda sentado sobre cimientos movedizos; vuestra obra caerá por sí sola y todos seremos sepultados bajo sus ruinas.

III. PROPOSICION SOBRE INSTRUCCION PUBLICA HECHA POR EL DR. JOSE MARIA LUIS MORA AL CONGRESO DEL ESTADO DE MEXICO, SIENDO DIPUTADO AL MISMO
INTERVENCIÓN DEL ESTADO EN LA EDUCACIÓN
CONGRESO DEL ESTADO DE MEXICO

En la sesión del 17 de noviembre de 1824 se dió primera lectura a la siguiente proposición:

Señor:

Nada es más importante para un Estado que la instrucción de la juventud. Ella es la base sobre la cual descansan las instituciones sociales de un pueblo cuya educación religiosa y política esté en consonancia con el sistema que ha adoptado para su gobierno: todo se puede esperar, así como todo debe temerse, de aquel cuyas instituciones políticas están en contradicción con las ideas que sirven de base a su gobierno; la experiencia de todos los siglos ha acreditado esta verdad de un modo incontestable. ¿Por qué se sostuvo por tantos años la República romana, sino porque sus hijos mamaban desde su infancia el amor a la libertad y el odio a los tiranos? ¿Por qué los cantones suizos, rodeados por todas partes de déspotas, han sabido conservar su independencia exterior y su libertad interior, aun en estos tiempos en que la liga prepotente de Europa se ha repartido como rebaños todos los pueblos de este continente? No por otra razón, sino porque los individuos de esta nación libre han oído proclamar la libertad desde la cuna.

¿Por qué, finalmente, la Inglaterra y los Estados Unidos del Norte de América marchan con paso majestuoso por la senda de la libertad hacia un término que no es posible concebir, sino porque sus instituciones están enteramente conformes con las ideas políticas que imbuyen a los jóvenes desde los primeros pasos que dan por la senda de la vida?

Por el contrario, ¿qué trabajo no ha costado desarraigar el despotismo, el fanatismo y superstición de las monarquías de Europa? Y ¿cuál ha sido el origen de esta grande dificultad?

No otro que la educación fanática y supersticiosa que han recibido los jóvenes.

Señor, las ideas que se fijan en la juventud por la educación hacen una impresión profunda y son absolutamente invariables.

Los niños poseídos de todas ellas, cuando llegan a ser hombres las promueven y sostienen con calor y terquedad, y es un fenómeno muy raro el que un hombre se desprenda de lo que aprendió en sus primeros años. Todos vemos las distintas ideas, hábitos y sentimientos que constituyen el diverso carácter de las naciones, debidas todas a la varia y diversa educación que reciben los miembros que las componen. Así, pues, es inconcuso que el sistema de gobierno debe estar en absoluta conformidad con los principios de educación.

Ahora bien, señor, ¿en el Estado de México están en consonancia las ideas políticas del sistema de gobierno adoptado y las que imbuyen a los jóvenes en su educación? Nada menos: los establecimientos literarios están montados bajo los principios del sistema despótico y supersticioso en cuya época fueron establecidos; se advierte en ellos una invencible repugnancia a todo lo que es reforma.

Cuando el Estado, por la fuerza de la razón y de la ilustración, y a pesar de las preocupaciones dominantes en él, ha llegaqo a ilustrarse y convencerse de la ninguna importancia de lo que en ellos se enseña, ellos permanecen estacionarios, y con los mismos principios y hábitos viciosos se educan, bajo los cuales fueron establecidos. Así, pues, nada hay que esperar de ellos, ya porque no son susceptibles de reforma, pues cuantas se han emprendido se han frustrado, ya porque están en estado de una absoluta decadencia, precursora de su ruína, pues no se 'Sostienen sino de las pensiones que pagan sus alumnos, y los más de ellos se han retirado bien convencidos del poco provecho que podrían sacar de aprender cosas que tanto importa saberlas como ignorarlas.

De lo expuesto, señor, resulta que el Estado de México se halla como en un vacío que debe llenarse a toda costa. Un establecimiento de educación religiosa y literaria en que se ilustren sus jóvenes, y que formándolos desde sus principios los ponga en estado de desempeñar los cargos públicos, será el monumento que haga más honor al Congreso actual.

Es verdad que habrá dificultades para llevarlo a cabo, pero éstas no son tantas como a primera vista parece. Los pueblos del Estado, por conducto de sus ayuntamientos, pueden contribuir mensualmente con pequeñas cantidades, que deberá recoger el subprefecto del partido y ponerlas a disposición del gobierno del Estado, para invertirlas precisamente en el fomento y prosperidad de este establecimiento: las contribuciones de los partidarios, unos con otros, pueden llegar a cien pesos mensuales, que hacen sesenta mil anuales.

En cada partido podrán sus ayuntamientos designar cierto número de jóvenes que deberán educarse gratis en dicho establecimiento. Con la cantidad expresada podrán mantenerse anualmente hasta ciento veinte jóvenes y dotarse cátedras en que se enseñe gramática castellana y latina, francesa e inglesa, lógica y filosofía moral, aritmética, álgebra y geometría, nociones de física general, economía política, derecho público y constitución y principios de legislación, derecho romano y canónico, dogma y moral religiosa, y últimamente, principios de dibujo.

También deberá procurarse, y será asequible con la cantidad expresada, que los alumnos de dicho establecimiento se eduquen y mantengan con la limpieza y decencia correspondientes, cosa de que están muy ajenos los establecimientos actuales.

Por tanto, y para que sirvan de bases para instrucción tan benéfica, hacemos al Congreso las siguientes propOsiciones:

1.- Habrá en el Estado un establecimiento de educación religiosa y literaria que llevará este título.

2.- Este se sostendrá con las contribuciones de los partidos del Estado.

3.- Se procurará que el producto de estas contribuciones sea de sesenta mil pesos anuales, haciendo que los partidos, uno con otro, contribuyan con cien pesos mensuales.

4.- Cada partido designará, para que sean mantenidos y educados gratis, el número de jóvenes que la ley le prevenga.

5.- En dicho establecimiento habrá las cátedras siguientes: primera, de gramática latina y castellana; segunda, de francés e inglés; tercera, de lógica y filosofía general; sexta, de economía política; séptima, de derecho público constitucional y principios de legislación; octava, de derecho rOmano; novena, de derecho canónico; décima, de derecho patrio; undécima, de dogma y moral religiosa; duodécima, de dibujo.

6.- Ninguna de estas cátedras estará dotada con más de dos mil quinientos pesos ni con menos de mil, siendo perpetuos sus profesores.

7.- Habrá un director que sea el jefe supremo del establecimiento, cuyo sueldo no podrá exceder de dos mil quinientos pesos.

8.- La ley determinará el modo y forma con que deban enseñarse todas estas facultades y nombrar sus profesores.

9.- Todos los aprobados en este establecimiento están habilitados para enseñar en cualquier punto del Estado y desempeñar todas aquellas funciones para las cuales están habilitados los que han recibido los grados en las universidades.

10.- Este establecimiento queda bajo la inmediata inspección del gobierno del Estado.

México, 17 de noviembre de 1824.

Suscribieron esta proposición el Dr. Mora y los señores Martínez de Castro, Guerra, Jáuregui, Villa, Lazo, Valdovinos, Fernández y Tamariz.


Notas

(1) Véase haciendo click aquí, Mora, José María Luis, Catecismo político de la Federación Mexicana, México, Biblioteca Virtual Antorcha, Segunda edición cibernética, septiembre del 2007. Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés.

(2) Don Lucas Alamán, que después de larga estancia en el extranjero y sin haber movido un dedo en favor de la independenria de México, volvió al país al realizarse esta última y se convirtió, por su indudable talento, siempre ajeno a las profundas corrientes renovadoras mexlcanas, en el mentor de los sectores clericales y militaristas. (Nota del editor de la obra impresa).
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