Índice de El arte de aprenderTercera parte
Capítulo 4

Se aprende a sentir.
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TERCERA PARTE
¿Qué se debe aprender?

Capítulo 5

El asunto de las lenguas. Dos maneras de saberlas. Una (muy usual) es prácticamente inútil y no tiene nada que ver con la cultura del espíritu. La otra es una formación magnífica, pero laboriosa. El latín. Las lenguas extranjeras. Método uniforme para aprender todas las lenguas, muertas y vivas.

¿Por qué consagrar un capítulo entero, el último de este libro, al estudio de las lenguas?
Por dos razones.

Ante todo, porque el estudio completo de una lengua, es la aplicación resumida de todo el arte de aprender; se aprenden en ella gestos; gestos de la lengua, del paladar, de la garganta, de los labios y de los dientes: es decir, la pronunciación. Se aprenden en ella, hechos: el vocabulario y las flexiones, que es lo que los pedantes llaman la morfología. Aun limitándose a la sintaxis razonada, se aprenden en ella deducciones: la lingüística es una ciencia. Por último, poseer la morfología y la sintaxis de un idioma, hablar, por ejemplo, alemán correctamente, es saberlo a medias, si nos dejan insensibles la belleza artística de su prosa y de sus versos, y los juegos sonoros y las invenciones verbales de los maestros Goethe y Heine, por ejemplo. Dice Fenelón: Ay de aquel que no sintiera la belleza de estos versos: ¡Fortunate senex ergo tua rura manebunt! La verdad es que no sabrá latín. El estudio de las lenguas, es, pues, artístico... Como ves, controla todas las aplicaciones del espíritu.

Segunda razón para consagrarle todo este último capítulo: existe hoy, por lo menos en Francia, desacuerdo sobre la manera y aún sobre la oportunidad de aprender idiomas; confieso ser uno de los responsables de ese desacuerdo. Yo no me he inclinado respetuosamente ante la doctrina (nacida de nuestros desastres militares), que proclamaba: Las lenguas extranjeras, ante todo. Era necesaria una mayor disciplina, puesto que haber dicho: Aprende, ante todo, tu lengua materna, ha provocado tal alboroto... Creo útil resumir aquí la cuestión. Se me disculpará, si por falta de espacio, este resumen es un poco seco.

La cuestión puede descomponerse así:
¿Cuál es la utilidad de aprender las lenguas vivas?
¿Cuál es la utilidad de aprender las antiguas (latín y griego)?
¿Cómo se deben aprender y en qué orden -además de la propia lengua-, las otras, tanto antiguas como modernas?

Para muchas personas (hasta hace muy poco tiempo), saber idiomas extranjeros, era la forma definitiva de la cultura intelectual. Esto formaba parte de la dote de las jóvenes, y elevaba la situación social de un novio. Ella lee el inglés como el francés... Él habla tres idiomas... No se preguntaba casi nada más.

Descubramos la verdad. Saber una lengua extranjera, como él o como ella la saben de ordinario, no tiene ninguna relación con la cultura del espíritu. El espíritu de un muchacho o de una joven no es sensiblemente más fino ni más comprensivo, no está adornado de ideas, ni es más propio para contener una imagen amplia y bella del mundo, porque una personalidad extranjera, mediocre por lo general, haya vertido en él, las escasas facultades de expresión que ellos poseen en otra lengua.

Ejemplo:
Una señorita me dice: Yo sé inglés.
La llevo a Westminster y la hago asistir a una sesión del Parlamento.
-¡Ah! -confiesa al salir-, no he comprendido nada; ahí todo el mundo habla demasiado ligero.
Por último le tiendo una novela de Meredith (1) , y le digo:
-Tradúzcame esta página...
Ella choca en todas las líneas con las palabras y con los giros. Es incapaz de comprender, no sólo la fuerza y el matiz de los pensamientos, sino el sentido mismo. Arroja el libro con desprecio y dice:
-Es demasiado difícil... Yo le aseguro que sé muy bien el inglés. ¿No ha visto que me desenvuelvo espléndidamente, lo mismo en el hotel que en la calle?
-Es verdad, señorita. He apreciado la facilidad con que se desempeña verbalmente, lo que no es una ventaja despreciable; pero no hablemos aquí de cultura, puesto que el portero del hotel habla seis lenguas de la misma manera que usted habla inglés; le aseguro que a pesar de sus galones, no es un espíritu cultivado.

Escribamos en bastardilla esta gran verdad, a fin de ponerla de relieve:
Saber idiomas extranjeros a la manera del ejemplo citado no tiene ninguna influencia sobre la cultura del espíritu.

Convengo en ello -se dirá-; pero dejemos de lado la cultura del espíritu. No puede negarse al estudio de las lenguas extranjeras, una utilidad práctica. Para salir de apuros en el extranjero... Y además, en el comercio, en la industria...

Sigamos a nuestro interlocutor en este terreno. Y, como el tiempo nos apremia, separemos en dos categorías a los que estudian idiomas: los ricos y los pobres.

Para los jóvenes de sociedad, esta práctica fácil de un corto vocabulario extranjero (el vocabulario de los intérpretes y de los porteros de hotel), en fin, lo que se llama en el mundo saber inglés o alemán -es, sin duda, uno de los conocimientos de adorno, más útiles, puesto que la sociedad moderna es esencialmente cosmopolita; conviene, cuando se ha afiliado a ella, tener facilidad para hacerse entender, lo mismo en Roma que en Viena, en Londres que en París; por lo mismo, es conveniente también saber bailar, jugar al tenis, patinar, jugar bridge, etc. No creas que quiero hacer una paradoja; se trata ahora de las comodidades y los adornos mundanos, en una palabra, de elegancias; cosas, todas ellas, muy importantes para las personas destinadas a pasar toda su vida en el mundo elegante, y a no hacer, aproximadamente, más que recibir, hacer visitas, ir a las carreras, cazar, hablar, flirtear, etc., y esto tanto en Europa como en América... Escribamos también en bastardilla:
Los idiomas extranjeros sabidos a la manera de un portero de hotel son, para la gente de mundo, uno de los conocimientos de adorno más provechosos.

Así, a medida que se sube a los más altos grados de la escala social, el cosmopolitismo lingüístico se hace más agudo; colman la medida las familias reales; los jóvenes príncipes y las jóvenes princesas hablan, como se ha dicho, todas las lenguas, todas, por lo demás, con un acento indefinible que no es el acento de ninguna nación; y, en casi todos los casos, son incapaces de expresar un pensamiento preciso y matizado.

Muy bien. Los príncipes, las princesas y la gente del gran mundo forma una categoría humana considerable, pero en número, no son más que una débil parte de la humanidad. Al otro extremo de la escala social, hay una categoría mucho más numerosa y también más interesante: personas que no llevaron jamás esa elegante vida cosmopolita, que no tuvieron nunca ocio, y cuyo tiempo está principalmente consagrado a ganar el pan. A éstos se les dice corrientemente:
Aprende idiomas; con ellos te ganarás fácilmente la vida.
Pero yo respondo:
-Es verdad; pero no en el sentido que lo entienden los promotores exaltados de las lenguas extranjeras, y los padres demasiado crédulos.

El sentido estricto, el sentido real es éste: un muchachito de diecisiete años que conoce el alemán usual y comercial, encontrará en una Sociedad de Crédito un empleo, en el que puede ganar unos cuatrocientos francos. Una chica de dieciséis años, si al mismo tiempo que sabe inglés, conoce taquigrafía, podrá ganar, en el mismo establecimiento, quinientos francos. Quinientos y cuatrocientos francos a los dieciséis y a los diecisiete años, es realmente maravilloso; pero deja que pasen los años, y encontraremos a nuestros jóvenes amigos sentados, el uno ante su diccionario, y a la otra ante su máquina de escribir; si han sido buenos empleados, ganarán al cabo de seis o siete años, seiscientos y setecientos francos, respectivamente; pero no irán mucho más lejos; no se puede aumentar indefinidamente el sueldo, puesto que el rendimiento no varía.

Ahora bien, frente al caso de los dos muchachos citados, está el pilluelo inteligente que no habla más que el parisiense de Montmartre y que ha entrado como groom del director, ganando cien francos mensuales; por una cierta vivacidad de comprensión ha sido utilizado en diligencias delicadas y, poco a poco, ha llegado al rango de intermediario indispensable y, como a medida que ganaba en importancia, iba completando su instrucción, se encontró un día metido en el pellejo de un jefe. Te repito una vez más que no escribo paradojas: en la mayoría de los grandes establecimientos se encuentran tipos semejantes al citado. Si quieres informarte desde arriba, pregunta a los jefes, a los administradores y a los directores de esos mismos establecimientos; no llegan al veinte por ciento los poliglotas. Yo no puedo decir que conozca millones de americanos; pero debo hacer notar que de todos aquellos que he encontrado, ninguno habla más que inglés...

Resumamos:
La ventaja utilitaria de saber idiomas para triunfar en los negocios se reduce a encontrar fácilmente puestos de poca importancia, cuando se es joven y pobre; pero esto crea un peligro de estancamiento que no contribuye a los grandes éxitos.

De esta manera, la famosa utilidad práctica de las lenguas extranjeras (sabidas en la forma corriente), lo es únicamente para los muy ricos y para los muy pobres. Lo divertido, es que la burguesía media que, casi no viaja, que no tiene relaciones mundanas cosmopolitas ni tiene necesidad de ganarse la vida como el intérprete o la dactilógrafa, acaba con este mirífico resultado: lee malas novelas inglesas en el texto original, olvidando que debe aprender a la perfección su propio idioma.

Porque la manía de los idiomas extranjeros ha tenido entre nosotros tan deplorable efecto, que hay quien ha enseñado a los niños dos idiomas al mismo tiempo; y generalmente (no es posible desmentirme) la persona que les enseñaba sabía la lengua extranjera mediocremente, y el francés mal. El efecto caótico que esta enseñanza bilingüe produce en el espíritu de los niños ya lo he señalado en otra parte e invito al lector a leerlo.

Todo lo que precede se refiere a la forma común de aprender los idiomas; la manera de las familias y de las escuelas comerciales. Pero existe otra forma, y es la que, una vez conocida la propia lengua a la perfección, trata de iniciarse y adaptarse a otra forma verbal, a otro orden de ideas, a otra literatura; entonces sí, se acrecienta el espíritu y se amplifica y perfecciona la imagen del mundo. No es esto un trabajo para porteros de hotel; es una empresa larga que exige mucho esfuerzo, método, conversación y, sobre todo, (insisto en ello) saber lo que no sabe el portero poliglota: su propia lengua. El estudiante más mediocre, si pasa un año en el extranjero, aprenderá la lengua usual del país, pero para conocer literariamente el mismo idioma, cuatro o cinco años de labor asidua no es demasiado... Recién entonces habrá extendido su cultura, y como justa recompensa utilitaria, podrá sacar de lo que ha aprendido, una profesión y aun esperar honores. Un hombre que sabe perfectamente un idioma extranjero, vive de este conocimiento tan bien como puede hacerlo un ingeniero, y a menudo el Instituto lo acoge.

Sin alimentar ambiciones tan altas, ¿cómo se comportará un hombre que, con respecto a las lenguas, quiere ser un verdadero hombre culto moderno?

Tú, por ejemplo, lector, ¿cómo te comportarías?
Ante todo, es necesario despreocuparse por completo de ese género de cultura que consiste en hablar el inglés o el alemán a la manera de los cosmopolitas; puedes considerar eso como una cultura igual a cero; simple pasatiempo que, disciplinado como estás a estudiar, lo adquirirías cuando quisieras, con sólo pasar seis meses en el extranjero o en la escuela Berlitz. Cuando se conoce verdaderamente un idioma, se piensa que la vida es demasiado corta para adquirirlos en gran número; que es muy arduo saber una lengua, además de la propia, y que saber otras dos es admirable. De ahí la necesidad de elegir.

Elegirás según tus gustos y según las circunstancias. Cualquiera que sea la elección, repito:
De una lengua extraña a la propia, perfectamente aprendida y literariamente adquirida, resulta, cualquiera que sea el idioma, una alta formación intelectual y un magnífico desarrollo de la personalidad.

Si ahora el lector francés solicita de mí un consejo para ayudarlo en su elección, no vacilaré un instante en responderle:
En cuanto poseas bien el francés, aprende latín. Que el latín sea tu primera lengua extranjera. En el estudio del latín debes disciplinarte al método uniforme, invariable y fácil, por el cual debe aprenderse todo idioma extranjero, método que después aplicarás a las otras lenguas.
¿Por qué ante todo el latín?
He escrito en otra parte:

Encontrarás en todo momento las razones de esa preferencia; conténtate ahora con saber que es el más importante: saber latín es el medio más corto de saber francés. Es más corto que enseñar en detalle, puesto que nos explica por qué inmenso no quiere decir solamente muy grande; cómo del verbo dudar ha salido el adjetivo indudable, etc. Además, el latín es un tipo de lengua extranjera excelente para estudiar el método general de aprendizaje. Muy parecido al francés, por el espíritu y las palabras, es decir, por las declinaciones y las conjugaciones; difiere notablemente en la construcción, lo que es una ocasión de ejercitar el espíritu de análisis.

Agrego aquí gue el latín ofrece al espíritu una cultura como ninguna otra lengua (salvo el griego) puede darla. Es el idioma de una civilización magnífica, cuya historia ha terminado. Poseer la lengua, la literatura y la historia latina, da al espíritu una firmeza, una seguridad y un reposo incomparables. Saber todo esto es conocer algo desde sus comienzos hasta su fin, algo que no cambiará. No ocurre lo mismo con las literaturas vivas. Federico II, el amigo de Voltaire, sabía perfectamente nuestra lengua, pero, ¿conoció, acaso, todo el genio francés no habiendo leído ni a Chateaubriand, ni a Flaubert, ni a Balzac, ni a Hugo?

¿Cómo aprender lenguas extranjeras?
Acabo de decir que el método es uno para todas las lenguas, antiguas y modernas.
Ante todo, aprender de memoria y por una práctica verbal inteligente, el vocabulario y las flexiones.
Aprender los elementos de la gramática por anotaciones hechas en las conversaciones y sobre los libros leídos.
Tener bajo llave el diccionario y la gramática. Habrá tiempo de abrirlos (no creas que es paradoja) cuando se sepa la lengua.

He aquí lo que quiero decir al pedir que se excluya el diccionario y la gramática: es un procedimiento bárbaro obligar a los pobres pequeños latinistas de colegio, a buscar en el diccionario cien veces la misma palabra que olvidarán otras cien; el vocabulario debe aprenderse directamente, por medio de conversaciones y de lecturas dirigidas por un verdadero maestro (y no por una cocinera nacida en Stuttgart o en Galway, como es costumbre entre los burgueses franceses cuando quieren enseñar el alemán o el inglés a sus hijos). Este sistema sirve para el latín lo mismo que para el griego y para todas las lenguas vivas. Un idioma sigue siendo una lengua aunque no se hable hace quince siglos. El órgano esencial de su transmisión es la lengua, la palabra humana; es debilitar esa fuerza de transmisión, leer palabras antes de entenderlas, y escribirlas antes de pronunciarlas. En la única época en que las personas cultas de todos los países sabían verdaderamente el latín, servía de lengua corriente en las escuelas. Así aprendió Montaigne, a quien su padre dió por maestro un alemán que sabía el latín como un cónsul, y que, sobre todo, no hablaba más que esta lengua con el niño, tanto que más tarde dice Montaigne que en los momentos de emoción, el latín llegaba a su boca antes que el francés o el dialecto de su país de origen. Procedimiento admirable, puesto que el latín es el comienzo natural del francés.

Pero debes observar que el profesor de Montaigne era un sabio. Para aplicar legítimamente el método directo, es necesario un profesor muy instruido y una progresión que no tiene nada de arbitraria. Cada frase oída, leída o pronunciada, debe ser inmediatamente objeto de advenencias gramaticales: así se forma en el espíritu del alumno una gramática aprendida al mismo tiempo que el vocabulario.

Una vez que sepas la lengua extranjera aproximadamente como se sabe la propia a los siete años, es decir, una vez que poseas un amplio vocabulario, y que las flexiones y los giros te sean familiares, entonces es el momento, como se hace con la lengua materna, de abordar el estudio analítico y literario.

En ese momento será útil una buena gramática escrita. Entonces, ayudándose con el diccionario (puesto que no se utiliza en la conversación todo el vocabulario de una lengua), se harán composiciones y traducciones, lo que producirá un doble efecto ventajoso, pues ejercitará el espíritu analítico y facilitará el uso de la propia lengua.

Así se aprenderá, entonces, el latín. Así se aprenderá, si se quiere, el griego. Es muy fácil encontrar eclesiásticos que hablen correctamente el latín. Todo profesor griego de la Universidad de Atenas puede enseñar el griego clásico, el griego de Alejandro Magno, por el método directo. En cuanto a las lenguas vivas, la facilidad de encontrar maestros es más grande aún. ¡Demasiado grande! No te imagines que puedes aprender una lengua extranjera con una sirvienta. Lo mejor para aprender una lengua moderna es, ciertamente, la estadía en su país de origen, pero en un medio intelectual, culto y de preferencia entre profesores; por ejemplo, vivir bajo el mismo techo y sentarse a la mesa de un profesor del país... En tales condiciones, se entiende que trabajando, es imperdonable no franquear en seis meses la primera etapa: saber la lengua extranjera, como un niño bien educado sabe la propia a los siete años.

Henos aquí al final de este largo capítulo, y al mismo tiempo del libro. Convengo en que hay todavía muchas cosas que decir sobre el arte de aprender en general, y sobre el de aprender idiomas en particular... Una obra como ésta para cada materia no sería demasiado.

Pero por lo menos tengo conciencia de que lo que he dicho tan sucintamente no es gran cosa, y ¡son tantos los libros que creen decir mucho y no dicen absolutamente nada!

**NOTA**

(1).- George Meredith (1828-1909) Novelista y poeta británico. Crítico de la hipocresía imperante en la sociedad victoriana.NdE.
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