Índice de El arte de aprenderSegunda parte
Capítulo 5

La retención.
Tercera parte
Capítulo 2

El aprendizaje de los hechos.
Biblioteca Virtual Antorcha

TERCERA PARTE
¿Qué se debe aprender?

Capítulo 1

El espíritu humano cercado por la multitud de cosas a aprender. Ensayo de una división. Los gestos, los hechos, los razonamientos, las sensaciones. El aprendizaje de los gestos; los deportes. Uso y exceso; ventajas y peligros. Cómo se aprenden los deportes. El baile.

Se comprende que no se puede saber todo; pero sentimos que un espíritu verdaderamente culto debe tener por lo menos chispazos de todo.

Claridades, no penumbras; lo que se sabe debe formar imágenes claras en el fondo del espíritu. Claridades de todo, es decir, que la colección de esas imágenes claras debe presentarse, en el espíritu, como una reducción de todo el saber humano.

Un hombre culto del presente no puede ignorar (elegiremos expresamente, entre las cosas más diversas) cuáles son las reglas esenciales de la prosodia de su propio idioma, cuáles fueron las principales épocas de la historia de su país, cómo debe cultivar sus músculos, etcétera.

Por otra parte, el espíritu de un hombre de esta época se encuentra rodeado de cosas por conocer. Se concibe que se aterrorice y hasta se descorazone, aun cuando desee aprender y sea ordenado y paciente y, aunque disponga de buenos maestros y de buenos libros y lo aguijonee la curiosidad inventiva. ¿Es posible llegar a saber algo, claramente, habiendo tantas cosas que aprender? ¿No es la vida demasiado breve? ¿No existe el peligro de que se cansen la inteligencia y la memoria?

Vamos a verlo. Tratemos, ante todo, de organizar ese caos de cosas que debemos aprender, no siguiendo la división artificial y casi infinitesimal de los programas escolares, sino en grandes conjuntos con ayuda del sentido común.

¿Qué se puede aprender?
Se pueden aprender gestos, hechos, razonamientos. Es posible también, por extraño que parezca a primera vista, aprender sensaciones: es decir, que nuestra aptitud para experimentar las sensaciones suministradas por nuestros sentidos puede desarrollarse, disciplinarse y ordenarse. Más aún: existe una educación de la misteriosa sensibilidad interior, de la que podría decirse que está en lo profundo de nosotros mismos, más allá de los ojos, de los oídos y de los dedos. Cuando lees en la Iliada el adiós de Héctor a Andrómaca, tus pupilas se humedecen y sientes que, al mismo tiempo, una dicha singular se apodera de ti; vives, en ese momento, una vida más intensa, más entusiasta: no son tus ojos, tus oídos, ni tu tacto los que gozan. ¡pues bien!, esa sensación interior también se educa; una disciplina previa produce alegrías que no experimenta un alma inculta.

El aprendizaje de los gestos, de los hechos, de los razonamientos y de las sensaciones lo comprende todo. Debemos examinarlos sucesivamente, conocer cómo se diversifica la aplicación de las reglas fundamentales de aprender, según cada actividad: voluntad, orden y uso del tiempo; discernir qué ayuda aportan la invención, el maestro y el libro. Entendiéndose que en este metódico examen, no volveremos atrás a cada instante para detallar o verificar la aplicación de las reglas fundamentales, pues el procedimiento se haría fastidioso e intolerable; únicamente serán sañalados los casos singulares. Por lo demás, la persona que haya leído atentamente los capítulos precedentes, se ejercitará en ello sin mucho trabajo. Se propondrá, por ejemplo, sacar, por sí solo, la conclusión de cuál es el papel del oden en el aprendizaje de los razonamientos, cuál el del uso del tiempo en la educación de las sensaciones, cuál es el apoyo del descubrimiento en el estudio de los hechos y el del libro en la leccción de los gestos. Y esto será, como se dice en la jerga escolar, une especie de deber sobre el arte de aprender.

Comencemos por estudiar el aprendizaje de los gestos. Creo que debo empezar por explicar y justificar la elección de semejante principio.

Una idea que yo creo haber sido el primero (¿se sabe siempre con seguridad, que uno es realmente el descubridor?), es que lo que los hombres conocen mejor. entre todo lo gue han aprendido, son los gestos. La razón consiste en que es casi imposible, al aprenderlos, mantener esa peligrosa y común ilusión de saber que arruina tantas educaciones. El caballo que te desconcierta, la espada que te ataca, te imponen la clarividencia sobre tu destreza en equitación o en esgrima; puedes conocer con cino centímetros de aproximación, cual es la altura de la valla que saltas, y con veinte segundos la velocidad con que caminas. Por otra parte, nada es más propio que el aprendizaje de los gestos -digamos deportes- para desarrollar los agentes esenciales del arte de aprender. Agreguemos que, en nuestros días, la enseñanza deportiva se ha convertido en el modelo de todas las otras; los profesores y los métodos son excelentes, y se obtienen resultados maravillosos. No olvidemos, pues, enviar de cuando en cuando, nuestro espíritu a la escuela. Admiramos esa bella idea del aleta completo, que no es otra cosa, interpretado físicamente, que la idea del hombre culto.

Pero no sólo para practicar en lo vivo el arte de aprender y para disciplinar su espíritu con métodos perfectos, debe entregarse él a la cultura física -es decir, sacar de sus gestos todo lo que pueden contener de fuerza, de precisión, de velocidad o de gracia, sino porque un inteligente completo que no fuera más que intelectual, nos parecería un hombre muy incompleto. Por intelectual que sea un escolar, sus padres no piensan hacer de él, el tipo del sabio de comedia, con gafas, débil, distraído, tímido y asustado; ahora concebimos, mucho más, un Renán alpinista y un Berthelot campeón de remo; hace mucho tiempo que estos tipos no extrañan a nadie en Inglaterra. Hoy estamos convencidos de la necesidad de una cultura física iniciada en la infancia y continuada durante toda la vida, por lo que es superfluo insistir en ello. En el siglo xx, la noción del hombre culto contiene, en sí misma, si no la del atleta completo, por lo menos, la de un hombre hecho a los deportes, como un inglés de la clase media.

Lo difícil en estos tiempos en que están de moda los deportes, es saber practicarlos sin convertirse en su esclavo. Puede decirse que el músculo es glorioso, puesto que el equilibrio del cuerpo influye favorablemente en lo moral, pero acaba por estorbar. En Inglaterra, donde por haberse abandonado durante mucho tiempo, el tipo caricaturesco del gordo John Bull correspondía a la realidad corriente, los deportes se pusieron de moda en los comienzos del siglo XIV; vemos claramente las ventajas que Inglaterra sacó de su renovación deportiva, pero sabemos también que los deportes ocuparon un lugar desmesurado; llegó un día en que en las escuelas inglesas no se hablaba más que de foot-ball. Las consecuencias se hicieron evidentes en la guerra anglo-boer. La nación británica constató que es peligroso abdicar de la cultura de la inteligencia para darse exclusivamente a la de los músculos; el mismo poeta imperialista que había hecho célebres los tres malos soldados de su país como el símbolo del poder inglés, se burló de los imbéciles de franela para quienes la vida se limita a la red de tenis.

Entre nosotros, el renacimiento del músculo data de ayer; la inteligencia no está comprometida; pero el capricho es fuerte; corremos el riesgo de hacer demasiado ejercicio físico, de sufrir de un surmenage más peligroso que el otro, de hacerlo por esnobismo creyendo afiliarse a una categoría social superior, y de exagerar la especialidad de un deporte, despreciando la cultura física general. Todos estos excesos concluyen en un desequilibrio físico, en un desorden o en una penuria moral.

En la vida moderna es necesario darle a los deportes el lugar que merecen, pero ¡nada más! Además de higiénicos son un placer, salvo para los profesionales que, fuera de eso, no hacen nada, porque a medida que el atleta completo aumenta, el hombre completo disminuye. La vida de un noble, que en el verano juega al tenis, al golf, al foot-ball y al polo; que en el otoño se dedica a la caza, y en el invierno se da por entero al ski y al bobsleigh, no me parece muy ejemplar; el noble lord ejercita sus músculos y atrofia su cabeza; es un hombre extremadamente incompleto.

Lo que se debe proponer todo hombre razonable es ser despabilado en la vida corriente; saber saltar una zanja, pasar un muro, correr una buena carrera, subir una montaña, andar en bicicleta, y en caso de necesidad, montar a caballo, empuñar una espada, y todas las armas defensivas: todo esto, convenientemente, sin ninguna pretensión. Si agrega a este modesto atletismo completo, una especialidad en la que sobresalga, mejor aún, pero lo importante es que esas aptitudes musculares no sean ejercidas con empecinamiento, por capricho o sólo durante la juventud. El entrenamiento del cuerpo como el del espíritu, debe ser continuo; he aquí la dificultad para quien no tiene los ocios de cualquier noble. Muchos hombres y también muchas mujeres se ven impedidos, por necesidades vitales, de consagrar a los deportes una hora diaria; a estas personas debería dedicárseles una obra especial para indicarles el arte de cultivar sus músculos, aun en medio de una vida intelectual y sedentaria. El fondo de esta cultura, son las admirables gimnasias suecas, especie de comprimido de ejercicios; hoy nadie tiene el derecho de ignorarlas; pero tienen un inconveniente: resultan, a la larga, aburridoras. ¡Pero son tan eficaces y requieren tan poco tiempo!... El burócrata más fatigado puede ubicarlas en su jornada, y agregando treinta días de vacaciones deportivas, divididas en dos quincenas por año, retardará la enfermedad y alargará su vida.

Los deportes no se inventan, o más bien, nuestros abuelos emplearon millares de años para coordinar nuestros gestos más simples. No se estudian los deportes en los libros, y por otra parte, como los hábitos de los gestos son extremadamente tenaces, es necesario aprenderlos de una manera definitiva desde el principio. He aquí por qué, en materia de gestos, el aprendizaje con maestro es el único rápido y seguro. El mejor método es empezar en clase individual, y cuando se comienza a salir de los tanteos, estudiar en clases colectivas: el ejemplo y la emulación son poderosos agentes de progreso.

No existe una vida completamente dichosa sin ejercicio físico moderado, pero continuo. El empleado de la city sonríe a su ruda labor, pensando en el foot~ball del sábado; el notario parisiense se imagina la caza del domingo, la caminata alegre entre las cañas, y el correr tras el conejo brincador, en el bosque, mientras sus viejos clientes le repiten prolijamente sus asuntos...

Las personas que no hacen ningún ejercicio son pesadas, feas y tristes; y las que hacen demasiado, o simplemente, las que no hacen ningún ejercicio intelectual, pueden ser hermosas ligeras y alegres, pero ahí reside, precisamente, la peligrosa tentación con que nos seducen los deportes... Porque tú no querrás ser como un noble; el alma de este noble lord contiene una imagen muy imperfecta de la amplia y diversa belleza del mundo... Tú te acordarás, querido lector, que la división del género humano en dos categorías, en intelectual y muscular, es completamente artificial; por otra parte, es relativamente reciente, pero es bárbara y medieval. Sófocles era un hombre completo, atleta y poeta; también lo eran Marco Aurelio, Montaigne y Goethe. Un gran número de artistas y sabios modernos son intelectuales hechos a todos los ejercicios corporales.

Además de los gestos propiamente dichos -caminatas, esgrima, tiro al blanco, etc.-, se pueden aprender otros, donde accesoriamente interviene cierta habilidad muscular. Se comprende que el canto, la escultura, la ejecución musical no son deportes, sino artes que deben estudiarse como tales; más adelante volveremos sobre este tema. Entre las artes y los deportes, está el baile: venerable como arte, agradable y práctico como deporte; no es aquí el lugar de comentar el paralelo existente entre el baile de ayer y el de hoy; se les reprocha a aquellos el ser extranjeros, pero ¿acaso el nombre de los pretendidos viejos bailes franceses, como la polca, la mazurca, el vals, el scottisch indican un origen vernáculo? Se les reprocha también el ser inconvenientes, lo que, sin embargo, ya se decía del vals. Werther después de haber bailado un vals con Carlota se promete que jamás su mujer valsará con otro que no sea él. Pero nuestro fin no son estas controversias. Antiguo o moderno, el baile es un ejercicio útil y del que se puede abusar. Aunque quieras hacer de tu hijo un calculador, enséñale a bailar: no es poca cosa para un hombre entrar en la vida con una naturalidad graciosa. El baile es uno de los mejores medios de educar la conversación, en una época en que las lecciones de esta clase no están de moda. Por otra parte, es hermano de la música a la que está unida por el ritmo. Se me asegura que se llega hoy a rápidos y excelentes resultados, enseñando a los niños los elementos de la música por intermedio del baile. El baile tiene casi todas las ventajas del deporte y, además, es un arte social y hasta sentimental. A mi manera de ver no puede envilecer a nadie.

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