Índice de El arte de aprenderCapítulo 3
El alimento físico y el otro
Capítulo 5
Los hombres y el tiempo
Biblioteca Virtual Antorcha

PRIMERA PARTE
¿Qué es aprender?

Capítulo 4

Los dos primeros elementos del acto de aprender: voluntad, orden. La pereza. Escuela de la voluntad. Sobre el desorden escolar. Educación del orden. Cómo el aprender repercute en la vida.

Cuando oyes decir a un niño o a un adulto: -¡No puedo aprender esto o aquello! O bien: -¡No puedo aprender nada!, puedes estar seguro de que ese aprendiz, joven o maduro, peca contra la voluntad, el orden o el tiempo.

Carecer de voluntad para aprender, es una de las formas de ese pecado capital que se llama pereza. Pero todos los perezosos no se parecen; hay perezosos conscientes, y confieso que éstos no son antipáticos. En mis tiempos, en los bancos de la escuela he conocido algunos entre mis camaradas, que no negaban la satisfacción que les producía no hacer nada y que no trataban de disimularlo; eran, además, muy buenos compañeros, por lo que los queríamos; los castigos que recibían, parecían injustos aun a los más laboriosos. En realidad, existen débiles de la voluntad, para quienes la menor aplicación del espíritu es un esfuerzo imposible, casos que son sólo dignos de lástima. Pero existen pocos como éstos. La mayoría de los seres humanos están dotados de una voluntad suficiente para aprender; lo que sucede es que no han hecho el esfuerzo inicial; creen que se aplican, y en realidad no lo hacen; es ésta una vasta especie de perezosos inconscientes o disfrazados.

Estos últimos son odiosos; odio al hombre que afecta aplicación o gusto por el estudio, tanto o más, que al falso sabio. Los perezosos inconscientes son dignos de interés; creen esforzarse y no lo hacen o lo hacen mal; culpan a su escasa inteligencia, cuando el verdadero culpable es el desfallecimiento de la voluntad.

¡Ah! ¡Qué pocas personas tienen voluntad! ¡Qué pocas saben utilizar, mediante un esfuerzo proporcionado, las posibilidades físicas o intelectuales, otorgadas por la naturaleza! Esta verdad se observa, más claramente, en el orden de las posibilidades físicas; desde que el hombre se decide a utilizar uno de sus miembros, queda asombrado del resultado que obtiene: se tiene la sensación de aventajarse a sí mismo. Antes que un ciclista recorriera en quince horas la distancia París-Burdeos, ¿hubiéramos creído al ser humano capaz de tal resistencia? Sucede lo mismo con las cosas del espíritu. La más obtusa de las personas, encontrándose exilada en un país de lengua extranjera, comprende y se hace comprender, al cabo de algunos meses; sin embargo, sus aptitudes lingüísticas no han variado; lo que sucedió es que, la necesidad ha fustigado su débil voluntad, lo ha obligado a escuchar, a recordar, a balbucir sílabas nuevas... No existe ningún aprendizaje sin voluntad: es necesario estar convencido de esto antes de comenzar a aprender. Si desde la infancia se hubiera disciplinado la voluntad (y tal debiera ser la primera enseñanza de los pedagogos), sería como usar una herramienta en buenas condiciones y de la cual se conoce el manejo. Pero si -como sucede en la mayoría de los casos- no se dispone más que de una voluntad débil, aprender será, precisamente, una ocasión admirable de dirigirla, ejercerla, fortificarla y disciplinaria. Primeramente, un acto inicial de energía: QUIERO aprender esto o aquello. Todo el éxito del porvenir está contenido en este acto inicial: tantum in incoopto opus est. Debe meditarse acerca de la importancia de esto; prever que le costará a la pereza grandes esfuerzos, pero pensar también que la voluntad se fortalecerá y que finalmente saldrá ganando el equilibrio general; que muy pronto se verá alejado de la dicha del pordiosero pero muy próximo a la de Goerhe. .. Después de este arranque voluntario, proceder hacia adelante sin exceso. Los deportes que se enseñan, hoy, tan maravillosamente, nos proporcionan grandes ejemplos; nadie puede entrenarse de golpe; una lenta progresión es indispensable para llegar al éxito. Neófito de la voluntad, no le pidas demasiado el primer día. La mayoría de los adultos (no hablo sólo de los estUdiantes) son incapaces de un cuarto de hora de aplicación continua. El día que seas capaz de ello, se ha salvado todo. Continuando este entrenamiento metódico podrás alcanzar, con la ayuda del tiempo, los límites de tUs posibilidades, y te repito que ellas son mucho más extensas de lo que supones.

Un medio práctico para un adulto poco acostumbrado de medir su voluntad disponible y aunar toda su aplicación posible, es el de proponerse aprender de memoria algunos hermosos versos y luego algunas célebres frases de autores en prosa. Esto no será tiempo perdido, y muy pronto se apercibirá (aparte de la memoria) un progreso que el entrenamiento impone a la atención. La voluntad se vuelve rápidamente más amplia y más fácil. Pero me parece oír protestar al lector.

-Pienso -dice él-, en el gran número de cosas que se aprenden sin el menor esfuerzo de voluntad. Me parece que son, justamente, las que se aprenden mejor; por ejemplo, todo lo que nos han enseñado de niños, como caminar, hablar, etc... y aun más: los juegos que nos divierten y que muchas veces son difíciles; ¡mire a los pilluelos haciendo virajes acrobáticos sobre sus velocípedos medio deshechos! Y, sobre todo, ciertas artes, para las cuales se nace, como la pintura, y, sobre todo, la música... ¿No sería sostenible una doctrina opuesta a la suya? ¿No es cierto que cuanto más inconsciente es un aprendizaje, más eficaz es y más rápidamente se llega al conocimiento del objeto?

No, caro lector.

Todo eso es paralogismo, observación insuficiente y reflexión sumaria. Que uno pueda estar dotado desde la infancia de un genio manifiesto, como Mozart a los siete años, o Pascal a los doce, no me contradice, pues este libro no ha sido escrito ni para un geómetra como Pascal, ni para un músico como Mozart, los cuales son, el uno y el otro, admirables monstruos. Este libro fué escrito para los ejemplares medios de la humanidad intelectual. Para todos estos, créeme, a cada cosa que deben aprender, corresponde un esfuerzo de voluntad equivalente; aun para el niño que aprende a caminar y a hablar. ¡Es que no te acuerdas de la tensión voluntaria que experimentaste cuando tenías esa edad! Observa a un niño que comienza a caminar y a hablar: su esfuerzo tiene desfallecimientos, pausas, desórdenes, pero en algunos momentos ¡cómo se esfuerza! Hasta las voluntades de su mamá, de su niñera, de toda la casa se aplican en su provecho en el mismo sentido; y veremos además que, para aprender, la voluntad del prójimo se puede unir a la del aprendiz, o, por el contrario, producir un mayor desgaste de voluntad... No, el aprendizaje del bebé no es, ni con mucho, involuntario. Y mucho menos el aprendizaje de los juegos; ni siquiera las distracciones artísticas, para las cuales se poseen aptitudes especiales. Ahí también la voluntad se empeña y generosamente, bajo el impulso del deseo. ¿He dicho, acaso, que el empeño de la voluntad es siempre doloroso? Lo que sucede es que en el goce, (en el juego, como en las artes que nos distraen), no la sentimos.

Existen otros casos en los cuales el esfuerzo pasa desapercibido, aun para nosotros mismos; por ejemplo, en la necesidad: correr para huir de un peligro, o simplemente (lo hemos hecho notar hace poco), aprender una lengua diferente a la nuestra. Y para terminar, un último caso particularmente consolador: cuando el empeño de la voluntad para aprender se ha convertido en un hábito, cuando se está bien entrenado, no se siente. Sí, para aquellos que han manejado durante mucho tiempo la herramienta de la voluntad, llega un momento en que este manejo resulta tan familiar que se utiliza sin trabajo y hasta con placer; un buen gimnasta ejecuta con alegría los juegos del balancín, del trapecio y de los anillos. Aprendiz del arte de aprender, conviene para reconfortarte, encararte con esa lejana y dichosa meta, mientras te decides a sentarte a la mesa de trabajo, abres el arduo libro, tomas tu cabeza entre las manos y te aplicas. Llegará un día en el que será ese esfuerzo un placer, no estarás dispensado de hacerlo, pero lo cumplirás con una fac11idad asombrosa y no podrás pasarte sin él.

Y voy a hacerte entrever, aprendiz del arte de aprender, otra recompensa por tu trabajo actual. No solamente tu voluntad acabará por actuar sin esfuerzo en el trabajo especial de aprender, sino que la disciplina y el entrenamiento al cual tú la habrás sometido, la fortalecerán, poco a poco, templándola por completo; tendrás una voluntad fuerte, disponible no sólo para el acto de aprender, sino para todos los casos de la vida, puesto que ella es una sola. En mi provincia, Gascuña, en donde el campesino es más inteligente que laborioso, hay una expresión interesante. De un trabajador activo se dice que sabe mandarse a sí mismo. Saber mandarse a sí mismo es todo. Y esto no es, en su esencia, un acto diferente al de decidirse a sentarse a la mesa de trabajo, o al de marchar al frente.

Sería justo insistir sobre el aspecto volitivo del acto de aprender puesto que es el fundamento de todo. Pero una voluntad que se aplicara y ejerciera sin orden, muy pronto quedaría enervada, desanimada, rota. El orden es, para la voluntad, un apoyo y una ayuda. Divide en partes más cortas, más ligeras y más fáciles el gran esfuerzo integral de aprender.

Es de notar el desorden en que se ejerce, en general, el esfuerzo de aprender, lo que excusa las voluntades desfallecientes. Esto sucede aún en los medios profesionales y en las escuelas para la educación infantil. Lo que se pierde, para siempre, gracias al desorden escolar, en curiosidad y energía, es incalculable; no son los alumnos los responsables de esta pérdida. Desorden en los programas que se redactan a gusto de un profesor que no es precisamente un pedagogo; no existe ninguna relación entre la materia enumerada en esos programas y las posibilidades del alumno. Desorden en los libros de enseñanza, frangollados a toda prisa, ridículamente voluminosos y tontamente confusos. Desorden en las lecciones de los maestros, que casi nunca terminan su curso en el espacio de un año, ganduleando al principio para chapucear al final. Atolladero en la distribución de las horas de trabajo: algunas cosas se repiten diez veces, mientras otras no se abordan jamás. La enseñanza se hace en el aire, sin establecer conexión con lo que se enseñó antes y lo que se enseñará después; un alumno de esa clase aprende un trozo de historia, pero es incapaz de soldar ese trozo a la totalidad de sus conocimientos de la materia. Cada año, un nuevo maestro, un nuevo libro, un nuevo método.¡Pobres alumnos! Es necesario que tengan una gran voluntad de aprender para resistirse a todas las razones que les ofrece, para no aprender nada, el desorden escolar. Por lo demás, la más severa crítica de ese desorden consiste en que malgastan diez años para aprender lo que sabe un vulgar bachiller. Si se hiciera con orden, sólo serían nécesarios apenas dos años. La prueba de esto se ve a cada paso; alumnos que, obligados por las circunstancias, se esfuerzan un poco, obtienen su título de bachiller, tan fácilmente como los otros.

Para reformar la enseñanza e imponer el orden necesario, sería preciso estar en el poder. Ni mi lector ni yo nos encontramos en ese caso. A fin de no predicar en el desierto, afrontemos la realidad, tal como es: consideremos un individuo aislado, que frecuente o que haya frecuentado la escuela y que quiere poner orden en sus estudios.

Ante todo, debe ponerlo en el empleo de su voluntad y de su esfuerzo; es necesario aplicarse, sin fatiga, por un entrenamiento progresivo. El día que te resuelvas a aprender, debes excluir de tu actividad el azar y las cosas hechas a la buena de Dios. Debes ayudarte por el método del esfuerzo voluntario, creando progresivamente el hábito. Todos los días a la misma hora es un poderoso sostén de la voluntad; sirve hasta para crear el hábito del orden universal; así se obra de acuerdo a la naturaleza. Fíjate en sus procedimientos para reproducir, cotidianamente, las mismas condiciones de labor; cambia lo menos posible de libro y de maestro una vez que hayas hecho tu elección. No empieces un estudio como el viajero atolondrado que no sabe a dónde va ni tiene la menor idea de los cambios de tren. Trata, por el contrario, de tener por adelantado una idea general del estudio que comienzas y de sus grandes divisiones. La primera lección del maestro, el primer capítulo de una obra didáctica, debería tener esta amplia perspectiva de la materia abordada; sin embargo, libros y maestros comienzan por definiciones autoritarias... Como un prudente navegante debes fijar siempre tu posición; saber en todo momento en qué punto estás de la travesía, fija la mirada en el camino que falta por hacer, pero recordando minuciosamente la ruta recorrida. No aprendas jamás nada que no quede bien unido a lo que ya sabías; lo que se aprende en el aire es como si no se hubiera aprendido... Tales son algunos de los principios del orden, esenciales para un aprendizaje fructífero. Los volveremos a ver y los estudiaremos en detalle, analizando primeramente los procedimientos prácticos para aprender y las diversas materias que se pueden aprender.

Pero, antes de abandonar estas consideraciones generales sobre el orden en el acto de aprender, hagamos una advertencia análoga a la que sugiere la aplicación de la voluntad a ese mismo acto. Decíamos que terminaba por llevar a la voluntad más allá aún del acto de aprender, que la voluntad integral se disciplinaba. ¡Y bien!, sucede lo mismo con el orden en el estudio: perfecciona el orden de todo el pensamiento; corrige todo el individuo. Y no es pequeño el beneficio cuando se ha conquistado el orden en la vida. Aunque así lo creo, no es aquí el lugar para demostrar que es condición esencial de la dicha humana; es uno de los pocos puntos en el que condición esencial de la dicha humana; es uno de los pocos puntos en el que estoy seguro de no equivocarme.

En el próximo capítulo estudiaremos el tercer elemento necesario para el acto de aprender: el tiempo.

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