Índice de La máquina del tiempo de H. G. WellsPrólogo de H. G. WellsSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

UNO

El Viajero del Tiempo (porque así le llamaremos en nuestro relato) estaba exponiéndonos un asunto demasiado recóndito para nuestra inteligencia. Sus ojos grises brillaban y parpadeaban y su cara, corrientemente pálida, estaba sonrosada y excitada. La chimenea llameaba y castañeteaba, y la suave radiación de las luces incandescentes en las luces de plata iluminaba las burbujas que se formaban y bullían en nuestros vasos. Las sillas en que nos sentábamos, que eran patentes de su invención, nos abrazaban y acariciaban, sin resignarse a que nos apoyásemos sobre ellas. En el aire se palpaba esa atmósfera agradecida y venturosa de después de cenar, en que el pensamiento circula y vibra graciosamente, libre de todas las limitaciones de la precisión. Y nos lo iba explicando así (acompañando sus conceptos con un movimiento de su delgado dedo índice), mientras estábamos cómodamente sentados, admirando lo extraño de esta nueva paradoja (por lo menos, así lo creíamos nosotros) y lo maravilloso de su fecundidad ideológica:

- Tienen ustedes que seguirme con todo cuidado. No voy a tener más remedio que llevar la contraria a una o dos ideas que son universalmente aceptadas por todos. Por ejemplo, la geometria que les enseñaron a ustedes en la escuela está basada en una idea errónea.

- ¿No le parece a usted que esa afirmación es algo que, en primer lugar, debemos poner un poco en tela de juicio, sin aceptarla de buenas a primeras? -objetó Filby, un individuo pelirrojo que parecía muy amigo de discutir.

- Bueno, no quiero que acepten lo que digo, sin exponerles mis positivas razones. Estoy seguro de que estarán de acuerdo conmigo en cuanto me escuchen, por lo menos en los puntos en que tenemos que coincidir. Ustedes saben, naturalmente, que no existe en realidad una línea matemática, es decir, una línea sin espesor ninguno. ¿Les enseñaron esto en la escuela? Lo mismo ocurre con el plano matemático. Estos valores son puras abstracciones.

- Tiene razón -asintió el Sicólogo.

- Ni puede ser cierto que exista realmente un cubo que sólo tenga longitud, latitud y profundidad.

- No estoy de acuerdo -dijo Filby-. Claro que puede existir un cuerpo sólido. Todas las cosas reales ...

- Así cree la mayor parte de la gente. Pero espere un momento. ¿Puede existir un cubo instantáneo?

- No le entiendo -dijo Filby.

- ¿Puede existir, realmente, un cubo que no dura ni un instante?

Filby se quedó pensativo.

- No cabe duda -continuó diciendo el Viajero del Tiempo- que cualquier cuerpo real, sea el que fuere, tiene que ser extenso en cuatro direcciones: debe tener, forzosamente, Longitud, Latitud, Profundidad y ... Duración. Pero, merced a las limitaciones naturales de nuestra carne, como explicaré a su tiempo, nos inclinamos a ignorar este hecho. Existen en realidad cuatro dimensiones, a tres de las cuales llamamos los tres planos del Espacio, más una cuarta, que es el Tiempo. Sin embargo, existe una tendencia a levantar una especie de pantalla, o crear una distinción que no existe, entre las tres primeras dimensiones y la última, debido a que nuestra conciencia se mueve intermitentemente en una dirección a lo largo de la última, desde que empezamos a vivir hasta que morimos.

- Eso es -terció un individuo muy joven, mientras hacia movimientos nerviosos para volver a prender su puro apagado por encima de la lámpara-. Eso ... me parece muy puesto en razón.

- Por eso, precisamente, resulta tan extraño que haya tanta gente que lo ignore -continuó diciendo el Viajero del Tiempo, con un ligero barrunto de jovialidad-. Esto es lo que realmente se entiende por Cuarta Dimensión, aunque muchas personas que hablan sobre ella no saben lo que quiere decir. Eso no es más que otra forma de considerar al Tiempo. No hay diferencia ninguna entre el Tiempo y cualquiera de las otras tres dimensiones del Espacio, como no sea que nuestra conciencia se mueve a lo largo del primero. Pero algunos individuos superficiales han tomado, por decirlo así, el rábano por las hojas, es decir, han entendido las cosas al revés. ¿Han oído ustedes alguna vez cómo explican ellos la Cuarta Dimensión?

- Yo no -contestó el Mayor Provincial.

- Es muy sencillo. Según nuestros matemáticos, el Espacio se describe como consistente de tres dimensiones, que se podrían llamar Longitud, Latitud y Profundidad, y siempre se define con referencia a tres planos, cada uno de los cuales está en ángulo recto con los demás. Pero algunas personas inclinadas a filosofar y razonar las cosas se han preguntado por qué han de ser precisamente tres dimensiones (por qué no puede haber otra dirección en ángulo recto con estas tres) ... y hasta han intentado formar o construir una geometría de Cuatro Dimensiones.- Sin ir más lejos -siguió diciendo el Viajero del Tiempo, después de una pausa, con objeto de que le entendiesen sus interlocutores- hace un mes, poco más o menos, que el profesor Simon Newcomb exponía esta idea en una asamblea de la Sociedad Matemática de Nueva York. Ustedes saben cómo podemos representar en una superficie plana, que sólo tiene dos dimensiones, una figura de un sólido de tres dimensiones. Pues bien, ellos creen, de manera semejante, que pueden representar por medio de modelos de tres dimensiones otro de cuatro ..., con que sólo consigan la perspectiva del objeto en cuestión. ¿Entienden?

- Creo que sí -murmuró el Mayor Provincial. Después frunció el entrecejo, se quedó absorto en alguna contemplación interior y sus labios se movían, como repitiendo palabras misteriosas y cifradas-. Sí, creo que lo entiendo ahora -dijo después de unos instantes, como si lo acabase de comprender todo.

- Bueno, no tengo inconveniente en decirles que he estado dedicándome a esta geometría de las Cuatro Dimensiones desde hace algún tiempo. He tenido algunos resultados verdaderamente curiosos. Por ejemplo, supongamos que tenemos el retrato de un hombre a los ocho aRos, otro a los quince, otro de cuando tenía diecisiete, otro de veintitrés, y así sucesivamente. Estas, evidentemente, no son más que secciones, es decir, representaciones tridimensionales de su ser cuatridimensional, que es una cosa fija e inalterable.

- Los científicos -prosiguió el Viajero del Tiempo, después de hacer una pausa para que los otros asimilasen su idea- saben muy bien que el Tiempo es sólo una especie de Espacio. Aquí tenemos un diagrama científico que todo el mundo conoce, una gráfica del clima. Esta línea que estoy trazando con mi dedo representa el movimiento del barómetro. Ayer tenía esta altura determinada, por la noche volvió a descender, al llegar la mañana subió de nuevo y su línea continúa hacia arriba, como ven ustedes. Supongo que no creerán que el mercurio siguió esta línea en ninguna de las dimensiones que generalmente se conceden al Espacio ... Sin embargo, es verdad que trazó esta línea, por lo cual debemos sacar la consecuencia de que dicha línea seguía la Dimensión del Tiempo.

- Pero -intervino el Médico, mirando con ojos fijos una brasa que chisporroteaba en la chimenea-, si el Tiempo no es más que una cuarta dimensión del Espacio, ¿a qué se debe el que se le considere y se le haya considerado siempre como algo diferente? ¿Y cómo se explica que no podamos movernos en la direción del Tiempo, lo mismo que nos movemos en las otras dimensiones del Espacio?

El Viajero del Tiempo se sonrió.

- ¿Están ustedes seguros de que nos podemos mover libremente en el Espacio? Podemos caminar hacia la derecha y hacia la izquierda, hacia adelante y hacia atrás, como lo han hecho siempre los hombres a su antojo. Concedo que nos movemos libremente en el sentido de dos dimensiones. Pero, ¿podemos decir lo mismo respecto a la dirección hacia arriba y hacia abajo? La ley de la gravedad nos limita y nos impide hacerlo.

- Bueno, no del todo -dijo el Médico-. Hay globos.

- Pero antes de que se inventasen los globos, el hombre no podía moverse libremente en dirección de la vertical, como no fuese en virtud de saltos espasmódicos y de las desigualdades de la superficie.

- Pero siempre pudieron moverse un poco hacia arriba y hacia abajo -insistió el Médico.

- Hacia abajo mucho más que hacia arriba.

- Sí, pero usted no puede moverse de ninguna manera en el Tiempo, porque ni usted, ni nadie, puede salirse del momento presente.

- Mi querido amigo, precisamente ahí es donde está la equivocación. Ahí es donde el mundo entero ha errado. Siempre estamos escapándonos del momento presente. Nuestras existencias mentales, que son inmateriales y no tienen dimensiones, están pasando y circulando a lo largo de la Dimensión del Tiempo con velocidad uniforme desde la cuna hasta la sepultura. Lo mismo que ocurriría si hubiésemos empezado a existir a cincuenta millas sobre la superficie de la tierra: no tendríamos más remedio que viajar hacia abajo.

- Pero la dificultad principal radica en esto -interrumpió el Sicólogo-. Uno puede moverse en el sentido de todas las direcciones del Espacio, pero no puede moverse en el Tiempo.

- Aquí está precisamente el núcleo germinal de mi gran invento. Están ustedes equivocados al decir que no podemos deslizarnos en el sentido del Tiempo. Por ejemplo, en estos momentos me acuerdo de algún incidente, que me ocurrió y vuelvo a representármelo vívidamente con sus pelos y señales. ¿Qué pasa? Pues que retrocedo al instante en que me sucedió aquello. Como ustedes suelen decir, me ausento, o me distraigo, o me abstraigo. Salto hacia atrás unos momentos. Claro está que no tenemos medios para quedamos atrás un determinado intervalo de tiempo, más de los que tendría un salvaje para permanecer dos metros suspendido por encima de la tierra. Un hombre civilizado tiene más posibilidades que un salvaje en ese aspecto. Puede ascender en un globo contra la fuerza de la gravedad ... Pues, entonces, ¿por qué no abrigar la esperanza de que consiga algún día detener o acelerar su viaje a lo largo de la Dimensión del Tiempo e, inclusive, dar la vuelta y retroceder en dirección contraria?

- Bueno, esto -empezó a protestar Filby- no es más que ...

- ¿Por qué ha de ser imposible? -sostuvo el Viajero del Tiempo.

- Es que va contra toda lógica -objetó Filby.

- ¿Qué lógica? -dijo el Viajero del Tiempo.

- Con sofismas me podrá usted demostrar que lo negro es blanco -dijo Filby-, pero no logrará convencerme.

- Puede ser -repuso el Viajero del Tiempo-. Pero el caso es que ya empiezan ustedes a comprender el objeto de mis investigaciones, al consagrarme a la Geometría de las Cuatro Dimensiones. Hace mucho tiempo se me ocurrió la idea vaga de una máquina ...

- ¡Para viajar por el Tiempo! -exclamó, interrumpiéndole el Joven.

- Que pudiese viajar lo mismo por el Espacio que por el Tiempo, como quisiese su conductor.

Filby soltó la carcajada.

- Bueno, ya he hecho un experimento -dijo el Viajero del Tiempo.

- Sería un acontecimiento digno de escribirse en las páginas de la historia -comentó el Sicólogo-. Podría uno viajar hacia atrás y ver si tenía razón en el relato corriente sobre la Batalla de Hartings, pongamos por caso.

- ¿No cree usted que llamaría la atención? -advirtió el Médico-. Nuestros antepasados no eran muy aficionados a los anacronismos.

- Podría uno aprender el griego de los labios mismos de Homero y Platón -observó el Joven.

- En cuyo caro, no le iban a dejar pasar a usted tan fácilmente los exámenes. Los profesores alemanes han hecho grandes progresos en el estudio del griego.

- Por otra parte está el futuro -dijo el joven-. ¡Imagínense ustedes! Podría uno invertir o depositar todo su dinero en algún banco, dejarlo allí para que produjese intereses y avanzar hacia el porvenir a toda prisa.

- Lo cual traería como consecuencia -dije yo- una sociedad estructurada sobre una base comunista.

- ¡Qué teorías más extravagantes e inverosímiles! -exclamó el Sicólogo.

- Sí, así me lo parecía a mí, por lo cual me decidí a callar harta que ...

- ... ¡Realizó su experimento! -exclamé yo-. ¿Nos lo va a demostrar?

- ¡El experimento! -prorrumpió Filby, que empezaba a marearse un poco.

- Pues veamos su experimento, entonces -dijo el Sicólogo-, aunque todo ello es pura invención, como usted bien sabe.

El Viajero del Tiempo echó una mirada en torno y nos sonrió. Después, con la sonrisa todavía reflejada en el rostro y con las manos hundidas en los bolsos de su pantalón, salió a paros lentos de la habitación. Oímos el sonido acolchado de sus zapatillas por el largo pasillo que iba a dar a su laboratorio.

El Sicólogo nos miró.

- ¿Qué le habrá pasado?

- Irá a hacernos algún juego de manos, o cualquier otro truco -dijo el Médico, mientrar Filby quería contarnos algo sobre un brujo que había visto en Burslem. Pero antes de que hubiese terminado con los preámbulos de su anécdota, se presentó de nuevo el Viajero del Tiempo y Filby se calló la boca.

El objeto que traía en la mano el Viajero del Tiempo era un brillante aparato metálico, poco más grande que un reloj de mesa, pero de una confección delicada. Estaba hecho de marfil y de cierta substancia transparente y cristalina.

Y ahora voy a hablar con toda claridad, porque lo que sigue es algo absolutamente inverosímil, como no se dé alguna explicación. Cogió una de las pequeñas mesas octagonales que estaban esparcidas por la habitación y la colocó frente a la hoguera, con dos patas sobre la estera de la chimenea. Encima de la mesa colocó el mecanismo. Acercó después una silla y se sentó. El único objeto que había sobre la mesa era una pequeña lámpara con su pantalla, cuya luz brillante caía sobre el modelo. Por la habitación había, además, una docena, por lo menos, de velas, dos sobre la repisa de la chimenea en sendos candelabros de bronce y otras varias en distintos anaqueles, de manera que la habitación estaba iluminada radiantemente. Yo me senté en un sillón bajo junto al fuego y lo acerqué de tal manera, que me había interpuesto casi entre el Viajero del Tiempo y el hogar. Filby se sentó detrás de él, mirando por encima de su hombro. El Médico y el Mayor Provincial le observaban desde su lado derecho, mientras el Sicólogo se había colocado a la izquierda. El Joven se puso tras el Sicólogo.

Todos estábamos alerta con los cinco sentidos. Me parece increíble que, en tales condiciones, pudiese pensarse en una martingala o en un truco de habilidad, por sutil y sagazmente que se hubiesen preparado.

El Viajero del Tiempo nos miró y después se concentró sobre el mecanismo.

- ¿Se puede saber qué significa esto? -preguntó el Sicólogo.

- Este pequeño aparato -contestó el Viajero del Tiempo, mientras colocaba sobre la mesa los codos y ponía las manos juntas sobre aquel artilugio- no es más que una maqueta. Es el proyecto que tengo de una máquina para viajar por el Tiempo. Observarán ustedes que tiene una extraña traza de estar torcido y hasta parece que esta barra oscila y tiembla, como si estuviese estropeada o fuese algo completamente irreal.

Apuntó con el dedo a una parte del aparato y añadió:

- Además, vean ustedes esta pequeña palanca blanca y la otra que hay al otro lado.

El Médico se levantó de su asiento y se puso a examinar aquel objeto.

- Está confecionado estupendamente -dijo.

- Ha costado dos años hacerlo -observó el Viajero del Tiempo. Todos nos acercamos, lo mismo que el Médico y examinamos con atención el aparato. El Viajero del Tiempo exclamó:

- Ahora quiero que se hagan ustedes perfectamente cargo de que, cuando se aprieta esta palanca, la máquina se desliza hacia el futuro, mientras que esta otra le imprime una dirección contraria. Este asiento es la silla que ocupará el viajero del tiempo. Voy ahora a activar la palanca y verán cómo se va la máquina. Se desvanecerá en los ámbitos del Tiempo Futuro y desaparecerá. Observen ustedes con atención. Escudriñen también la mesa, para que vean que no se trata de ningún juego de prestidigitación. No quiero echar a perder este modelo y que después me digan que estoy loco y tengo la cabeza llena de pájaros.

Siguió una pausa de cerca de un minuto. El Sicólogo hizo como que iba a decir algo, pero cambió de parecer. Por fin el Viajero del Tiempo acercó el dedo a la palanca.

- No -exclamó de pronto-. Déme usted la mano.

Y volviéndose hacia el Sicólogo, le tomó la mano con la suya y le dijo que sacase el dedo índice.

Por tanto, fue el Sicólogo el que lanzó aquel modelo de Máquina del Tiempo con rumbo a su viaje interminable. Todos vimos cómo se movió la palanca. Estoy absolutamente seguro de que no hubo truco. Pasó una ráfaga de aire que hizo temblar la llama de la lámpara. Una de las velas que había sobre la repisa de la chimenea se apagó. La maquinita giró súbitamente en redondo, se desdibujó y sus contornos se hicieron borrosos, durante un segundo pareció algo espectral, como un remolino fulgurante de bronce y marfil, ¡y desapareció! Sobre la mesita no quedaba más que el candelero.

Todos nos quedamos en silencio durante unos instantes. Filby lo rompió con una exclamación de asombro.

El Sicólogo salió de su estupefacción y se puso a buscar frenéticamente debajo de la mesa. El Viajero del Tiempo se rió alegre y regocijado.

- ¿Qué les parece? -preguntó, refiriéndose principalmente al escepticismo del Sicólogo.

Después se levantó, se dirigió hacia la repisa de la chimenea, donde estaba el bote del tabaco y llenó su pipa, dándonos la espalda.

Nos quedamos mirando todos.

- ¡Pero, hombres! -exclamó el Médico-. ¿Se extrañan ustedes de esto? Pero, ¿es que han tomado en serio lo de que la máquina ha emprendido su marcha por el Tiempo?

- Pues claro que sí -le contestó el Viajero del Tiempo, encorvándose un poco para atizar ligeramente el fuego.

Después se volvió, encendió su pipa y observó el rostro del Sicólogo. Este, para mostrar a todo el mundo que no se había desconcertado, cogió un puro y quiso encenderlo, sin cortar.

- Más aún, ahí dentro -y el Viajero del Tiempo señaló a su laboratorio- tengo casi terminada una máquina más grande; cuando la termine, pienso hacerme un viaje yo solo.

- Pero, ¿quiere usted decir que la máquina ha viajado hacia el futuro? -preguntó Filby.

- Bueno, ha partido con dirección hacia el futuro, o hacia el pasado ... No lo sé de seguro.

Pasaron unos momentos, en los cuales el Sicólogo tuvo una inspiración:

- Ha tenido que dirigirse al pasado, si es que se ha dirigido a algún punto -afirmó.

- ¿Por que? -preguntó el Viajero del Tiempo.

- Porque me parece que no se ha movido en el Espacio y si hubiese partido rumbo al futuro, estaría todavía aquí, puesto que tenía que haberse puesto en marcha a través de este tiempo.

- Pero -dije yo-, si se ha dirigido hacia el pasado, hubiese sido visible cuando entramos en esta habitación; y el jueves pasado que estuvimos aquí, y el jueves anterior ... ¡Y así sucesivamente!

- He aquí una objeción seria -observó el Mayor Provincial con cierto aire de imparcialidad, mientras se volvía hacia el Viajero del Tiempo.

- Ni mucho menos -contestó éste, diciendo al Sicólogo:

- Usted es hombre que piensa. Usted puede explicárnoslo. Es una presentación por debajo del umbral, ya sabe, una presentación diluida.

- Claro que sí -afirmó el Sicólogo, con lo cual nos tranquilizó y fijó nuestra posición-. Es un punto sencillo de sicología. Debería haber pensado en ello. Es de lo más claro y da pie a las más deliciosas paradojas. No podemos verlo, ni somos capaces de apreciar el valor de esta máquina, ni podemos distinguir sus movimientos, como no podemos hacerlo con el radio de una rueda o con una bala mientras describe su trayectoria por el aire. Si está viajando por el Tiempo cincuenta o cien veces más rápida que nosotros, si atraviesa un minuto mientras nosotros atravesamos un segundo, la impresión que produce será naturalmente una cincuentésima o centésima parte de la velocidad que desarrollaría, de no estar viajando por la ruta del Tiempo. Creo que está bastante claro -pasó su mano por el espacio en el cual había estado la máquina y añadió, riéndose-: ¿Ven ustedes?

Nosotros seguimos sentados y estuvimos mirando a la mesa varia durante un minuto, poco más o menos. Por fin, el Viajero del Tiempo nos preguntó qué pensábamos de todo aquello.

- Por esta noche, la cosa nos parece perfecta -contestó el Médico-, pero esperemos a mañana. Esperemos a que nos vuelva mañana el sentido común.

- ¿Quieren ustedes ver la Máquina del Tientpo auténtica? -preguntó el Viajero del Tiempo. E inmediatamente, cogiendo una lámpara, nos llevó por un largo corredor, por el cual circulaba una molesta corriente de aire, hasta su laboratorio. Recuerdo vívidamente la luz que oscilaba, la silueta excéntrica de la ancha cabeza de aquel hombre, la danza de las sombras y me parece estar viendo todavía cómo seguimos nosotros sus explicaciones, desorientados y sin acabar de darle crédito y cómo, una vez dentro del laboratorio, contemplamos un modelo más grande del pequeño mecanismo que acabábamos de ver desvanecerse ante nuestros ojos. Tenía partes de níquel, de marfil y no cabía duda de que habían sido limadas o serradas del vivo cristal de roca otras piezas del mismo aparato. Se podía decir que el artilugio estaba terminado, aunque había algunas barras de cristal torcidas y sin acabar sobre el banco, en el cual se veían algunos extraños dibujos. Cogí una de ellas para observarla más detenidamente. Me pareció de cuarzo.

- Bueno -dijo el Médico-, pero, ¿va en serio la cosa? ¿O se trata de un truco como el espectro que nos enseñó usted la Navidad pasada?

- A bordo de esta máquina -declaró el Viajero del Tiempo, levantando su lámpara- me propongo explorar el Tiempo. ¿Está claro? Nunca he hablado con más seriedad en mi vida.

Nadie supo cómo tomar sus palabras.

Me encontre con los ojos de Filby por encima de los hombros del médico y ví que me guiñaba solemnemente.

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