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MALVA

IV

Dormía dulcemente el mar, iluminado por la pura luz del alba y reflejaba las nacaradas nubes. En el cabo los pescadores, aún adormilados, arreglaban las redes y colocaban en las barcas todo lo necesario para la pesca.

Aquel trabajo habitual se cumplía rápidamente y en silencio. La masa oscura de las redes se arrastraba desde la costa a la barca y se amontonaba en la cala.

Serejka, descalzo y casi desnudo, como de costumbre, estaba en la proa y daba prisa con la voz enronquecida por la tajada de la víspera. El viento jugaba con los jirones de su blusa y los mechones de su pelo.

- ¿Dónde están los remos verdes, Basilio? -gritó alguien.

Basilio, sombrío como un día de otoño, colocaba la red dentro de la baarca, y Serejka le miraba por la espalda; relamíase los labios, lo cual significaba que quería beber un trago.

- ¿Tienes aguardiente? -preguntó.

- -gruñó Basilio.

- ¡Bueno! entonces no embarco.

- ¿Está todo preparado? -gritó una voz.

- ¡Soltad la amarra! -exclamó Serejka, saltando a tierra-. Idos, me quedo; procuren coger viento y no enredar las redes ... échenlos con cuidado ... eviten los nudos ... En marcha.

Empujaron la barca al mar; saltaron dentro de ella los pescadores, y luego de afianzar los remos, los levantaron al aire.

- ¡Va!

Cayeron los remos al agua; la barca corrió hacia adelante por la ancha llanura de agua luminosa.

- ¡Uno! ¡dos! -gritó el timonel; y como las patas de una enorme tortuga, los remos se levantaban y caían.

- ¡Uno! ¡dos!

Cuidando de la red que había quedado en seco, permanecían cinco hombres en la playa; Sereka, Basilio y otros tres.

Uno de estos tendióse en la arena y dijo:

- Podríamos descabezar un sueño.

Los otros dos le imitaron, tendiéndose a su lado.

- ¿Por qué no viniste el domingo? -preguntó Basilio al pelirrojo.

- No pude.

- ¿Estabas borracho?

- No; cuidaba de tu hijo de su madrastra -afirmó Serejka con gran pachorra.

- No te falta ocupación -replicó el viejo con sonrisa forzada-. Al cabo ya no se trata de niños.

- Peor aún. Uno es un imbécil y la otra una loca.

- ¿Te parece loca? -preguntó Basilio, y en sus ojos brilló una llamarada de ira.

- .

- ¿Desde cuándo?

- ¡Lo fue siempre. Créeme, Basilio, que su alma no se hizo para su cuerpo. ¿Entiendes?

- ¡Sí, lo comprendo ...! Su alma es vil.

Serejka se le acercó y dijo desdeñosamente:

- ¿Vil? ¡Ah! No sabes lo que es la vida. Basta para ustedes que una mujer tenga carnes; de su carácter no se cuidan. El carácter es lo que distingue a las gentes. Una mujer sin carácter es un pan sin sal ... ¿Para qué vale una balalaika sin cuerdas? ¡Perro!

- Aún estás borracho, amigo mío.

Sentía ganas de preguntarle cuándo y dónde viera la víspera a Malva y a su hijo; pero no se decidió.

Ya en la barraca, dio a Serejka un vaso de aguardiente esperando que el tunante se emborracharía y se lo contaría todo sin necesidad de preguntarle.

Pero Serejka tosió, bebió y se sentó junto a la puerta desperezándose y bostezando.

- ¡Cuando se bebe, parece que se traga fuego!

- ¡Bien bebes! -replicó Basilio, admirado de la rapidez con que Serejka sorbía el aguardiente.

- Sí, no le hago ascos.

Se limpió el bigote con el dorso de la mano y dijo en tono doctoral:

- Sí, sé beber, amigo ... Todo lo hago aprisa y sin vacilación. Sin titubear ... Anda derecho y te irá bien ... Poco importa adónde se llega ... No se puede salir del mundo ...

- ¿Querías ir al Cáucaso? -preguntó Basilio, tratando de hacerle hablar.

- Iré cuando me plazca. Cuando quiero nunca me detengo; ¡una! ¡dos! y ya está. O logro mi objeto o gano un chichón en la frente; es muy sencillo ...

- ¡Ya lo creo! Es poco más o menos como si no tuvieras sesos.

Serejka contestó con burla:

- Como eres tan listo ... ¿Cuántas veces te han azotado en el pueblo?

Basilio le miró sin contestar.

- Muy a menudo, a lo que parece ... ¿Quieres decirme para qué te sirven los sesos? ¿Adónde vas? ¿Qué inventas? En cambio yo, sin cuidarme de nada, sigo mi camino y me va mejor. Creo que así iré más lejos que tú.

- Es muy posible -confirmó Basilio-; quizá llegues a Siberia ...

- ¡Ay! ¡ay!

Serejka se echó a reír.

Pero no perdía la serenidad como hubiera deseado Basilio. Dolíale ofrecerle otro vaso; Serejka mismo fue en su ayuda.

- ¿Por qué no me preguntas lo que hace Malva?

- ¿Qué me importa eso? -contestó Basilio con indiferencia, aunque estremeciéndose movido de un secreto presentimiento.

- Como no vino aquí el último domingo, pensé que te gustaría saber lo que era de ella. ¡Ya sé que estás celoso, pobre viejo!

- Hay muchas como ella -afirmó Basilio con desdén.

- ¿Muchas? ¿De veras? -dijo remedándole Serejka-. ¡Ah! ¡brutos campesinos! Miel o alquitrán, todo es igual para ustedes.

- ¿A cuenta de qué la alabas? ¿Quieres que me case con ella? Hace ya mucho tiempo que me casé -contestó con ironía Basilio.

El otro le miró, calló un instante, y después empezó a hablar razonablemente a Basilio, poniéndole una mano en el hombro.

- Ya lo sé ... Ya sé que está contigo ... No quería molestarte, no tenía necesidad de ello, pero ahora tu hijo está pegado todo el día a sus sayas; ¡pégale de firme! Si no, seré yo quien le pegue. Eres un robusto mozo, aunque bastante tonto ... Acuérdate de que nunca te molesté.

- Y ¿qué? ¿Ahora también estás enamorado de ella? -preguntó sórdamente Basilio.

- Si lo estuviera ya les habría apartado de mi camino a todos juntos. Pero ¿qué necesidad tengo de ella?

- Entonces, ¿qué te importa?

Serejka enarcó las cejas y soltó una carcajada.

- ¿Que, qué me importa? Sólo el demonio lo sabe. Es una mujer muy graciosa. Me gusta. Quizá me inspira lástima ...

Basilio le miraba con desconfianza. Comprendía bien, por la franca risa de Serejka, que el joven era sincero y no tenía ninguna idea preconcebida acerca de Malva; pero, sin embargo, dijo:

- Podrías compadecerla si fuera una muchacha inocente, pero ahora, ¡tiene gracia!

No contestó el otro, pues miraba cómo la barca trazaba un semicírculo y ponía proa a tierra. El rostro de Serejka tenía una expresión abierta y parecía bueno y sencillo.

Basilio se tranquilizó viéndolo.

- Tienes razón, es una buena muchacha ... sólo que es ligera de cascos ... Iakov tendrá noticias mías, ¡perro!

- No me gusta; huele todavía a pueblo y me fastidia ese olor -declaró Serejka.

- ¿Acaso la busca? -murmuró entre dientes Basilio pasándose la mano por la barba.

- ¡Ya lo creo! Dentro de poco estará entre ustedes dos como una valla.

- No le aconsejo que lo pruebe.

A lo lejos, sobre el mar, abríase el rosado abanico de los rayos de la aurora. Emergía el sol del agua dorada. Entre el ruido de las olas, oyóse gritar desde la barca:

- ¡Tira!

- Arriba, muchachos. ¡A la cuerda! -mandó Serejka poniéndose en pie.

Bien pronto los cinco hombres tiraban de la red. Del agua salía una larga cuerda flexible y vibrante, y los pescadores tiraban de ella jadeando.

El otro extremo de la red iba hacia la playa arrastrado por la barca que se dislizaba sobre las olas, y el mástil cortaba el aire, balanceándose a derecha e izquierda. El sol, deslumbrador y soberbio, salía del mar.

- Cuando veas a Iakov, dile que venga a verme -recomendó Basilio a Serejka.

- Bien.

Llegó la barca, y los pescadores, saltando a la arena, tiraron de la red. Ambos grupos se juntaron poco a poco, y los flotadores de corcho, saltando sobre el agua, formaban un semicírculo regular.

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