Índice de Padres e Hijos de Ivan TurguenievAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha

17

El tiempo, ya se sabe, unas veces vuela como un pájaro y otras se arrastra como una tortuga. Pero un hombre se encuentra especialmente a gusto cuando no piensa en el ritmo del tiempo y no se pregunta si éste es lento o veloz. Arkadi y Basárov pasaron precisamente de ese modo unos quince días en casa de Odintsova. A ello contribuyó, en parte, el orden que la joven había establecido en su casa y en Su vida, que ella mantenía rigurosamente y obligando a los demás a mantenerlo. Todo se realizaba a la hora señalada. Por la mañana, a las ocho en punto, todos se reunían para el té; después, hasta la hora del almuerzo, cada uno hacía lo que le parecía; ella se ocupaba de los asuntos con el intendente (tenía la casa arrendada), con el mayordomo, con la ama de llaves principal. Antes del almuerzo se reunían todos de nuevo para conversar o leer; la tarde se dedicaba a pasear, a jugar a las cartas, a las veladas de música; a las diez y media Anna Serguiéievna se retiraba a sus habitaciones, daba órdenes para el día siguiente y se acostaba. A Basárov no le gustaba aquella perfección en el ritmo, un tanto ritual, de la vida cotidiana. Todo marcha como sobre ruedas, decía. Los lacayos de librea, los mayordomos circunspectos eran una ofensa para sus sentimientos democráticos. Se le antojaba que puestos a ser ceremoniosos, debían acudir al almuerzo de frac y con corbatas blancas, y una vez se lo confesó a Odintsova, ya que ésta era tan llana que todos podían expresar ante ella sus opiniones sin que se ofendiera. Ella le escuchó y luego le dijo: Desde ese punto de vista, usted tiene razón, y yo soy quizás, desde ese punto de vista, una señora. Pero en la aldea no se puede vivir sin orden, porque el tedio se adueñaría de uno. Así continuó llevando las cosas a su modo. Basárov gruñó, mas tanto para él como para Arkadi la vida en casa de Odintsova resultaba tan fácil, precisamente porque todo marchaba como sobre ruedas. Sin embargo, en ambos jóvenes se había operado un cambio desde los primeros días de su llegada a Nikólskoie. En Basárov, con quien Anna Serguiéievna se mostraba benevolente, aunque rara vez estaba de acuerdo con él, comenzó a notarse una inquietud desconocida. Se irritaba fácilmente, hablaba con desgana, parecía enojado y no podía permanecer quieto en un sitio. En cuanto a Arkadi, para quien ya era indudable su amor hada Odintsova, se había entregado a una oculta melancolía, lo cual no le impedía estrechar su amistad con Katia, sino al contrario, le ayudó a entablar con ella relaciones cariñosas, amigables. Ella no me aprecia. ¡No importa ...! Sin embargo, este ser bondadoso no me rechaza, pensaba. Y su corazón experimentaba de nuevo la dulzura de tan magnánimes sensaciones. Katia comprendía vagamente que el joven buscaba algún consuelo en su compañía y no le privaba, ni se privaba ella misma, del ingenuo placer de aquella amistad semipudorosa, semiconfiada. En presencia de Anna Serguiéievna ellos no hablaban entre sí. Katia se sentía siempre encogida bajo la mirada perspicaz de su hermana, mientras que Arkadi, como ocurre a todo joven enamorado, no podía prestar atención a nadie ni a nada cuando se hallaba en presencia del objeto de su amor. Pero a solas con Katia se encontraba bien. Sabía que no era capaz de interesar a Odintsova, era demasiado joven para ella. Por el contrario, con Katia se sentía completamente a sus anchas; era condescendiente con ella, dejaba que la muchacha compartiera con él las sensaciones que en ella despertaba la música, la lectura de relatos, versos y diversas pequeñeces, sin darse cuenta él mismo que aquellas pequeñeces también le interesaban a él. Por su parte Katia no estorbaba su melancolía. Arkadi se sentía bien con Katia, Odintsova con Basárov y por ello de ordinario sucedía lo siguiente: ambas parejas, después de hallarse juntas un poco tiempo, se separaban luego, cada una por su lado, sobre todo a la hora del paseo. Katia adoraba la naturaleza y a Arkadi también le gustaba, aunque no se atreviese a confesárselo a sí mismo, mientras que a Odintsova la dejaba indiferente, lo mismo que a Basárov.

La separación casi total de nuestros amigos trajo consigo sus consecuencias. Lás relaciones entre ellos comenzaron a alterarse. Basárov dejó de hablar de Odintsova, con Arkadi, incluso dejó de censurar sus gustos aristocráticos. Cierto que continuaba ponderando a Katia, considerando, no obstante, que ésta debería moderar su propensión al sentimentalismo, mas sus elogios resultaban atropellados, sus consejos eran secos, y en general, hablaba con Arkadi mucho menos que antes ... Parecía evitar su trato, como si se avergonzase de él ...

Arkadi se percataba de todo, mas reservaba para sí sus observaciones.

El verdadero motivo ae toda aquella novedad era el sentimiento que Odintsova había inspirado en Basárov, sentimiento que al joven le atormentaba, le exasperaba, y del cual se habría desprendido inmediatamente con una risa despectiva y una exclamación cínica, si alguien, al menos, le hubiese insinuado lo que le estaba sucediendo. Era Basárov un gran amante de la belleza femenina, pero el amor, en el sentido ideal o romántico, como él decía, lo consideraba una bobería, una sandez imperdonable. Los sentimientos de caballerosidad le parecían una deformación o una dolencia y más de una vez manifestó su asombro de que no hubiesen encerrado, a su debido tiempo, en un manicomio a Tochenburg con todos sus pequeños cantores y trovadores. ¿Que te gusta una mujer? -solía decir-, procura llegar a un acuerdo con ella. ¿Que no lo consigues? ¡Ni falta que hace!, la dejas, que con eso no se acaba el mundo. Odintsova le gustaba. Los rumores que corrían acerca de ella, de su libertad e independencia de pensamiento, su indudable predisposición hacia él, todo parecía hablar en su favor; mas Basárov comprendió en seguida que con ella no llegaría a un acuerdo. Pero con gran asombro propio, no hallaba en sí fuerzas para retirarse. Toda su sangre se enardecía en cuanto la recordaba. Le hubiese sido fácil calmar la sangre, pero se había adueñado de él algo más, algo que no podía admitir, contra lo cual siempre se había rebelado y que hería su orgullo. En sus coloquios con Anna Serguiéievna seguía expresando con más elocuencia todavía su indiferencia, su desdén hacia todo lo romántico, pero al quedarse solo reconocía y lamentaba con indignación su propio romanticismo. Entonces se iba al bosque, andaba a grandes pasos, rompiendo las ramas que encontraba en su camino, recriminando a Anna Sergiéievna y recriminándose a sí mismo; o bien se encerraba en el pajar, y cerrando tenazmente los ojos hacía esfuerzos por quedarse dormido, aunque no siempre lo conseguía. De pronto se imaginaba que aquellos pudorosos brazos alguna vez rodearían su cuello, que aquellos labios orgullosos le devolverían sus besos y aquellos ojos inteligentes se fijarían en los suyos con ternura, sí, con ternura; entonces la cabeza le daba vueltas y se olvidaba de todo por un instante, hasta que surgía de nuevo la indignación. Se sorprendía a sí mísmo en toda clase de meditaciones bochornosas, como si el mismo diablo se estuviera burlando de él. A veces le parecía que Odintsova se transformaba, que en la expresión de su rostro se reflejaba algo especial, que tal vez ... Pero al llegar a este punto generalmente golpeaba el suelo con el pie, rechinaba los dientes y se amenazaba con el puño.

Y entre tanto Basárov no se equivocaba del todo. Había causado impacto en la imaginación de Odintsova, llegando a interesarla; pensaba mucho en él. En su ausencia no se aburría, no le esperaba, pero su aparición la animaba inmediatamente. Se quedaba de buena gana a solas con Basárov, conversaba encantada con él, incluso cuando éste le enojaba u ofendía sus gustos, sus costumbres refinadas. Era como si desease experimentarle a él y conocerse a sí misma.

Una vez, paseando los dos por el jardín, inesperadamente manifestó él con acento lúgubre su deseo de partir a la aldea para ver a su padre ... Ella palideció como si algo la hubiese herido en el corazón, y herido de tal suerte, que se asombró y meditó luego largo tiempo sobre qué podía ser aquello. Basárov le hahía comunicado su partida no con idea de probarla y ver qué resultaba de ello: él jamás se entregaba a patrañas. La mañana de aquel mismo día se había entrevistado con el administrador de su padre, Timofiéich, su antiguo preceptor. Era Timofiéich un viejecito decrépito y ágil, con cabello descolorido y pallizo, rostro curtido y pequeñas lagrimillas en los ojos saltones. Había comparecido inesperadamente ante Basárov con su corto caftán de purdo cuero azulgrisáceo, ceñido por una correa, y sus botas de goma.

- ¡Hola, viejo! ¿Cómo estás? -exclamó Basárov.

- ¡Hola, querido Evgueni Vasílich! -comenzó el anciano y sonrió, marcándosele las arrugas de todo el rostro.

- ¿Para qué has venido? ¿Te han enviado en mi busca?

- ¿Qué dice, querido mío? ¡Qué ocurrencia! -musitó Timofiéich recordando la orden tajante de su señor al partir-. Fui a la ciudad a resolver unos asuntos y oí hablar del señor. Entonces pensé en llegarme aquí, de paso, o sea para ver al señor ..., de lo contrario ¿cómo iba a molestarle?

- Bueno, no mientas -le interrumpió Basárov-. ¿Acaso el camino de la ciudad pasa por aquí?

Timofiéich titubeó y no respondió nada.

- ¿Está bien mi padre?

- Sí, gracias a Dios.

- ¿Y mi madre?

- Arina Vlásievna también está bien, gracias al Señor.

- Sin duda esperan mi llegada.

El anciano inclinó hacia un lado su pequeña cabeza.

- ¡Oh! Evgueni Vasílich ¿cómo no van a esperarle? Le juro por Dios que el corazón se me consume de tristeza viendo a sus padres.

- Está bien, está bien, no exageres, diles que pronto iré.

- Lo que usted ordene -respondió Timofiéich suspirando.

Al salir de casa se caló con ambas manos el gorro, montó en el mísero cochecillo de carrera que había dejado a la puerta, y salió a galope, pero no en dirección a la ciudad.

Por la tarde de aquel mismo día Odintsova estaba sentada en su habitación en compañía de Basárov, mientras que Arkadi se paseaba por el salón escuchando a Katia, que tocaba el piano. La princesa había subido a sus habitaciones; en general, no podía soportar a los huéspedes y mucho menos a aquellos nuevos desenfrenados, como dio en llamarles. En los salones sólo se atrevía a mostrarse enojada, pero en sus alcobas, ante la doncella, se entregaba a tales arrebatos de cólera, que la toca le bailaba en la cabeza, junto con los postizos. Odintsova estaba enterada de ello.

- ¿Cómo es que se dispone a partir? -comenzó Anna Serguiéievna-. ¿Y su promesa?

Basárov se estremeció.

- ¿Qué promesa?

- ¿La ha olvidado? Prometió darme algunas lecciones de química.

- ¿Qué puedo hacer? Mi padre me espera. Por lo demás, puede usted leer Pelouse et Frémy, Notions Générales de Chimie, es un buen libro y está escrito con claridad. En él hallará cuanto necesite.

- Pero usted me aseguró que un libro no puede suplir ..., he olvidado su expresión exacta, pero usted sabe lo que quiero decir, ¿recuerda?

- ¿Qué puedo hacer? -repitió Basárov.

- ¿Por qué partir? -murmuró Odintsova bajando la voz.

Basárov la miró. La joven había reclinado la cabeza sobre el respaldo del asiento y con los brazos cruzados, desnudos hasta el codo, parecía aún más pálida, a la luz de la única lámpara, velada por una pantalla de papel. Su amplio vestido la cubría con sus suaves pliegues, dejando ver apenas las puntas de los pies, también cruzados.

- ¿Y para qué voy a quedarme? -respondió él.

Odintsova volvió ligeramente la cabeza.

- ¿Cómo que para qué? ¿Acaso no está bien en mi casa? ¿O es que piensa que aquí no le vamos a echar de menos?

- Estoy seguro de ello.

Odintsova calló.

- En vano lo piensa, aunque no puedo creerle, no ha podido decir eso en serio. Evgueni Vasílich, ¿por qué está callado?

- ¿Y qué quiere que le diga? La gente no merece ese sentimiento de añoranza y yo, mucho menos.

- ¿Por qué motivo?

- Soy un hombre positivista, carente de interés. No sé hablar.

- Me está usted pidiendo que le haga cumplidos, Evgueni Vasílich.

- No acostumbro a ello. ¿Acaso no sabe usted que la parte elegante de la vida, esa parte que usted estima tanto, es inaccesible para mí?

Odintsova mordió un pico de su pañuelo.

- Piense lo que quiera, pero yo me aburriré sin usted.

- Se queda Arkadi -observó Basárov.

- Me aburriré -repitió ella.

- ¿De veras? En todo caso no será por mucho tiempo.

- ¿Por qué supone eso?

- Porque usted misma dijo que sólo se aburre cuando se altera el orden establecido en su casa. Usted ha dispuesto su vida con una corrección tan intachable, que en ella no cabe el tedio, ni la aflicción ..., ni cualquier otro sentimiento triste.

- ¿Usted me encuentra tan intachable ...? ¿Piensa, de veras, que he dispuesto mi vida con tanta perfección?

- Ya lo creo. He aquí un ejemplo: dentro de unos instantes darán las diez, y ya sé de antemano que usted me echará de aquí.

- No, no le echaré, Evgueni Vasílich. Puede quedarse. Abra esa ventana ..., siento cierto ahogo.

Basárov se levantó y empujó la ventana; ésta se abrió de golpe, con ruido ..., al joven le temblaban las manos y no esperaba que se abriese tan fácilmente. La noche, oscura y suave penetró en la habitación, con su cielo casi negro, el vago rumor de los árboles y el fresco olor del aire, libre y puro.

- Baje la persiana y siéntese -dijo Odintsova-, quiero hablar con usted antes de su partida. Cuénteme algo de sí mismo. Usted nunca habla de sí.

- Procuro hablarle de cosas útiles, Anna Serguiéievna.

- Es usted muy modesto ..., mas yo desearía saber algo de usted, de su familia, de su padre, por quien nos abandona.

¿Por qué me hablará de este modo?, pensó Basárov.

- Todo eso no ofrece el menor interés, sobre todo para usted: somos gente oscura ...

- ¿Y a su modo de ver yo soy una aristócrata?

Basárov alzó los ojos y miró a Odintsova.

- -respondió con afectada rudeza.

Ella sonrió.

- Veo que me conoce poco, aunque asegura que todos los seres nos parecemos y que no merece la pena estudiarnos por separado. Alguna vez le contaré mi vida ..., pero antes cuénteme usted la suya.

- La conozco poco, tal vez tenga razón, quizá cada persona sea un enigma. A usted, por ejemplo, la deprime la sociedad y se aleja de ella; sin embargo, invita a su casa a dos estudiantes. ¿Cómo usted, con su belleza, con su inteligencia, vive en una aldea?

- ¿Ha dicho usted con mi ... belleza? -preguntó Odintsova con vivacidad.

Basárov frunció el ceño.

- ¿Qué más da? Quise decir que no comprendo bien cómo vive en una aldea.

- Usted no lo comprende bien ..., sin embargo, se lo explica de algún modo.

- ..., supongo que permanece constatemente en un mismo lugar porque se mima demasiado a sí misma, porque ama demasiado el confort, las comodidades, y todo lo demás la deja indiferente.

Odintsova sonrió de nuevo.

- Entonces ¿decididamente se niega usted, de antemano, a suponer que yo sea capaz de sentirme atraída, de apasionarme?

Basárov la miró de soslayo.

- Por curiosidad, tal vez, pero no de otro modo.

- ¿De veras? Bueno, ahora comprendo por qué nosotros nos hemos aproximado, porque usted es igual que yo.

- Nos hemos aproximado ... -repitió Basárov sordamente.

- Sí, mas he olvidado que usted desea alejarse.

Basárov se levantó. La lámpara ardía opaca en la penumbra de la habitación, perfumada y solitaria. A través de la persiana, que se agitaba de vez en cuando, se filtraba la incitante frescura de la noche, dejando oír su misterioso murmullo. Odintsova no movía un solo miembro, pero poco a poco se iba adueñando de ella una secreta emoción. Lo mismo le ocurría a Basárov, que de pronto se sintió a solas con una mujer joven, bellísima ...

- ¿Adónde va? -preguntó ella pausadamente.

El se dejó caer en la silla sin responder nada.

- De modo que usted me considera un ser impávido, refinado, mimado -continuó Odintsova en el mismo tono, sin apartar la vista de la ventana-. Sin embargo, yo sé que soy muy desgraciada.

- ¿Desgraciada usted? ¿Por qué motivo? ¿Acaso concede alguna importancia a esas calumnias mezquinas?

Odintsova hizo un gesto de contrariedad al ver que Basárov había interpretado sus palabras de aquel modo.

- Esas calumnias ni siquiera hacen mella en mí, Evgueni Vasílich, y soy demasiado orgullosa para consentir que me inquieten. No soy feliz porque ... en mí no hay deseo, ganas de vivir. Usted me mira con desconfianza pensando: Eso lo dice una aristócrata, toda vestida de encajes, sentada en un sofá de terciopelo. No lo oculto, me gusta eso que usted llama confort y al mismo tiempo, apenas deseo vivir. Concilie esa contradicción como le plazca. Aunque para usted todo esto es romanticismo.

Basárov movió la cabeza.

- Usted tiene salud, es rica e independiente, ¿qué más puede desear?

- ¿Qué puedo desear? -repitió Odintsova suspirando-. Estoy muy cansada, soy vieja, tengo la impresión de que hace mucho tiempo que vivo. Sí, soy vieja -añadió estirando suavemente los picos de su mantilla, que caía sobre sus brazos desnudos. Sus ojos se encontraron Con los de Basárov y se ruborizó ligeramente-. Detrás de mí quedan tantos recuerdos: la vida en Petersburgo, la riqueza, luego la pobreza, después la muerte de mi padre, mi boda, más tarde, mi viaje al extranJero. Como ve, muchos recuerdos y nada que recordar, y ante mí, un camino largo, largo y sin finalidad ..., no tengo ganas de seguirlo.

- ¿Tan decepcionada se siente? -preguntó Basárov.

- No -respondió Odintsova, haciendo una pausa-, pero no estoy satisfecha. Creo que si pudiera sentirme muy atraída por algo ...

- Usted desea amar -la interrumpió Basárov-, pero no puede, esa es su desgracia.

Odintsova se puso a contemplar los encajes de su mantilla.

- ¿Acaso yo no puedo amar? -murmuró.

- Lo veo muy difícil. Sólo que en vano he calificado de desgracia no poder amar. Por el contrario, más bien es digno de lástima aquel a quien le ocurre eso.

- ¿Le ocurre qué?

- Que ama.

- ¿Y usted cómo lo sabe?

- De oídas -respondió Basárov malhumorado.

Estás coqueteando -pensó-, te aburres y me incitas por puro tedio, mientras que yo ... En efecto, parecía que el corazón le iba a estallar.

- Además, usted quizá sea demasiado exigente -añadió él inclinando todo su cuerpo hacia adelante y jugando con los flecos del sillón.

- Es posible. A mi modo de ver, o todo o nada. Una vida por otra vida. Tomas la mía, entrega la tuya. Y entonces sin lamentaciones e irrevocablemente. De no ser así, mejor es dejarlo.

- Esa condición me parece justa -observó Basárov- y me asombra que hasta ahora no haya encontrado lo que busca.

- ¿Y cree usted que es fácil entregarse por entero a algo, sea lo que fuere?

- No es fácil si comienza uno a reflexionar y a ponerse un precio demasiado elevado; pero sin reflexionar, es muy fácil.

- ¿Y cómo no apreciarse a sí mismo? Si yo no me reconozco ningún valor, ¿a quién le hace falta mi lealtad?

- Eso ya no es cosa mía, son los otros quienes deben ponerme precio, lo esencial es saber entregarse.

Odintsova se apartó del respaldo de la silla.

- Habla usted como si hubiera experimentado todo eso -dijo.

- Dicho sea de paso, Anna Serguiéievna, todo eso no va conmigo.

- ¿Pero usted sabría entregarse?

- No lo sé, no quiero vanagloriarme.

Odintsova no dijo nada y Basárov se calló. Los acordes del piano llegaron hasta ellos desde el salón.

- ¿Cómo es que Katia toca a estas horas? -se asombró Odintsova.

- Sí, ahora efectivamente es tarde. Debe usted descansar.

- Espere, ¿acaso tiene prisa ...? Tengo que decirle una palabra todavía.

- ¿Qué palabra?

- Espere -susurró Odintsova.

Sus ojos se posaron en los de Basárov. Parecía que le contemplaban con atención.

El se puso a andar por la habitación. Después súbitamente se acercó a ella y estrechándole la mano de tal forma que la joven estuvo a punto de gritar, dijo precipitadamente: ¡Adiós!, y salió de la habitación.

Odintsova se llevó los dedos doloridos a la boca, soplándolos y levantándose súbitamente del sillón se dirigió con pasos acelerados hacia la puerta, como si desease llamar a Basárov ... Entró la doncella trayendo una jarrita en una bandeja de plata. Odintsova se detuvo, ordenó a la doncella que saliera, se sentó de nuevo y otra vez comenzó a meditar. Su oscura trenza se había deshecho, cayendo graciosamente sobre uno de sus hombros. La lámpara continuó ardiendo largo tiempo en el aposento de Anna Serguiéievna. Permaneció bastante rato inmóvil; tan sólo de vez en cuando pasaba las manos por sus brazos, estremecidos por el frío de la noche.

En cuanto a Basárov, al cabo de dos horas volvió a su dormitorio, taciturno y furioso, con las botas mojadas por el rocío. Encontró a Arkadi sentado a la mesa, con un libro en las manos y con la levita abotonada.

- ¿Cómo es que no te acuestas? -le preguntó como contrariado.

- Estuviste mucho tiempo hoy con Anna Serguiéievna -observó Arkadi sin responder a su pregunta.

- Sí, estuve con ella todo el tiempo que Katerina Serguiéievna y tú estuvisteis tocando el piano.

- Yo no tocaba ... -comenzó Arkadi y se calló de golpe. Sintió que las lágrimas acudían a sus ojos, y no quería echarse a llorar ante su burlón amigo.

Índice de Padres e Hijos de Ivan TurguenievAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha