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El otro grupo lo formaban en la familia, no Rosita y Ramiro, sino la mujer de éste, Caridad, y aquella su cuñada. Aunque en rigor era Rosita la que buscaba a Caridad y le llevaba sus quejas, sus aprensiones, sus suspicacias. Porque iba, por lo común, a quejarse. Creíase, o al menos aparentaba creer, que era la desdeñada y la no comprendida. Poníase triste y como preocupada en espera de que le preguntasen qué era lo que tenía, y como nadie se lo preguntaba sufría con ello. Y menos que los otros hermanos se lo preguntaba Manolita, que se decía: Si tiene algo de verdad y más que gana de mimo y de que nos ocupemos especialmente en ella, ya reventará! Y la preocupada sufría con ello.

A su cuñada, a Caridad, le iba sobre todo con quejas de su marido; complacíase en acusar a éste, a Ramiro, de egoísta. Y la mujer le oía pacientemente y sin saber qué decirle.

Yo no sé, Manuela -le decía a ésta Caridad, su cuñada- qué hacer con Rosa ...Siempre me está viniendo con quejas de Ramiro: que si es un orgulloso, que si un egoísta, que si un distraído ...

-¡Llévale la hebra y dile que sí!

-¿Pero cómo? ¿Voy a darle alas?

-No, sino a cortárselas.

-Pues no lo entiendo. Y además, eso no es verdad; ¡Ramiro no es así!

-Lo sé, lo sé muy bien. Sé que Ramiro podrá tener, como todo hombre, sus defectos ...

-Y como toda mujer.

-¡Claro, sí! Pero los de él son defectos de hombre ...

-¡De zángano, vamos!

-Como quieras; los de Ramiro son defectos de hombre, o si quieres, pues que te empeñas, de zángano ...

-¿Y los míos?

-¿Los tuyos, Caridad? Los tuyos ... ¡de reina!

-¡Muy bien! ¡Ni la Tía ...!

-Pero los defectos de Ramiro no son los que Rosa dice. Ni es orgulloso, ni es egoísta, ni es distraído ...

-¿Y entonces por qué voy a llevarle la hebra como dices?

-Porque eso será llevarle la contraria. Lo sé muy bien. La conozco.

Cierta mañana, encontrándose las tres, Caridad, Manuela y Rosa, comenzó ésta el ataque. -¡Vaya unas horas de llegar anoche tu maridito!

Nunca hablando con su cuñada le llamaba a Ramiro mi hermano, sino siempre tu marido. -¿Y qué mal hay en ello?

-Y tú, Rosa, estabas a esas horas despierta ...

-Me despertó su llegada ...

-¿Sí, eh?

-Pues a mí apenas si me despertó ...

-¡Vaya una calma!

-Aquí Caridad duerme confiada y hace bien.

-¿Hace bien ...? ¿Hace bien ...? No lo comprendo.

-Pues yo sí. Pero tú, parece que te complaces en eso, que es un juego muy peligroso y muy feo ...

-¡Por Dios, Manuela!

Déjale, déjale a la tía ...

-Con el acento que ahora le pones, la tía aquí eres ahora tú ...

-¿Yo? ¿Yo la tía?

-Sí, tú, tú, Rosa. ¿A qué viene querer provocar celos en tu hermana?

-Pero si Rosa no quiere hacerme celosa, Manuela ...

-Yo sé lo que me digo, Caridad.

-Sí, aquí ella sabe lo que se dice ...

-Aquí sabemos todos lo que queremos decir y yo sé, además, lo que me digo, ¿me entiendes, Rosa?

-El estribillo de la Tía ...

-Sea. Y te digo que serías capaz de aceptar el peor novio que se te presente y casarte con él no más que para provocarle a que te diese celos, no a dárselos tú ...

-¿Casarme yo? ¿Yo casarme: ¿Yo novio? ¡Las ganas ...!

-Sí, ya sé que dices, aunque no sé si lo piensas, que no te has de casar, que tú no quieres novio ... Ya sé que andas en si te vas o no a meter monja ...

¿Y cómo lo has sabido, Manuela?

-Ah, pero ¿vosotras creéis que no me percato de vuestros secretos? Precisamente por ser secretos ...

-Bueno, y si pensara yo en meterme de monja, ¿qué? ¿Qué mal hay en ello? ¿Qué mal hay en servir a Dios?

-En servir a Dios, no, no hay mal ninguno ... Pero es que si tú entrases de monja no sería por servir a Dios ...

-¿No? ¿Pues por qué?

-Por no servir a los hombres ..., ni a las mujeres ...

-Pero por Dios, Manuela, qué cosas tienes ...

-Sí, ella tiene sus cosas y yo las mías ... ¿Y quién te ha dicho, hermana, que desde el convento no se puede servir a los hombres ...?

-Sin duda, rezando por ellos ...

-¡Pues claro está! Pidiendo a Dios que les libre de tentaciones ...

-Pero me parece que tú más que a rezar no nos dejes caer en la tentación vas a no me dejes caer en la tentación ...

-Sí, que voy a que no me tienten ...

-¿Pues no has venido acá a tentar a Caridad, tu hermana? ¿O es que crees que no era tentación eso? ¿No venías a hacerle caer en tentación?

-No, Manuela, no venía a eso. Y además sabe que no soy celosa, que no lo seré, que no puedo serlo ...

-Déjale, déjale, Caridad, déjale a la abejita, que pique ..., que pique ...

-Duele, ¿eh? Pues, hija, rascarse ...

-Hija ahora, ¿eh?

-Y siempre hermana.

-Y dime tú, hermanita, la abejita, ¿tú no has pensado nunca en meterte en un panal así, en una colmena ...?

-Se puede hacer miel y cera en el mundo ...

-Y picar ...

-¡Y picar, exacto!

- Vamos, sí, que tú, como tía Tula, vas para tía ...

-Yo no sé para lo que voy, pero si siguiera el ejemplo de la Tía no habría de ir por mal camino. ¿O es que crees que marró ella el suyo? ¿Es que has olvidado sus enseñanzas? ¿Es que trató ella nunca de encismar a los de casa? ¿Es que habría ella nunca denunciado un acto de uno de sus hermanos?

-Por Dios, Manuela, por la memoria de tía Tula, cállate ya ... Y tú, Rosa, no llores así ..., vamos, levanta esa frente ..., no te tapes así la cara con las manos ..., no llores así, hija, no llores así ...

Manuela le puso a su hermanastra la mano sobre el hombro y con una voz que parecía venir del otro mundo, del mundo eterno de la familia inmortal, le dijo:

-¡Perdóname, hermana, me he excedido ..., pero tu conducta me ha herido en lo vivo de la familia y he hecho lo que creo que habría hecho la Tía en este caso ..., perdónamelo!

Y Rosa, cayendo en sus brazos y ocultando su cabeza entre los pechos de su hermana, le dijo entre sollozos:

-¡Quien tiene que perdonarme eres tú, hermana, tú! Pero hermana ... no, sino madre ..., ni madre ... ¡Tía! ¡Tía!

-¡Es la Tía, la tía Tula, la que tiene que perdonarnos y unirnos y guiarnos a todos! -concluyó Manuela.

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