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Una profunda tristeza henchía aquel hogar después del matrimonio de Ramiro con la hospiciana. Y ésta parecía aun más que antes la criada, la sirvienta, y más que nunca Gertrudis el ama de la casa. Y esforzábase ésta más que nunca por mantener al nuevo matrimonio apartado de los niños, y que éstos se percataran lo menos posible de aquella convivencia íntima. Mas hubo que tomar otra criada y explicar a los pequeños el caso.

Pero ¿cómo explicarles el que la antigua criada se sentara a comer con los de la casa? Porque esto exigió Gertrudis.

-Por Dios, señora -suplicaba la Manuela-, no me avergüence así ..., mire que me avergüenza ... Hacerme que me siente a la mesa con los señores, y sobre todo con los niños ..., y que hable de tú al señorito ..., ¡eso nunca!

-Háblale como quieras, pero es menester que los niños, a los que tanto temes, sepan que eres de la familia. Y ahora, una vez arreglado esto, no podrán ya sorprender intimidades a hurtadillas. Ahora os recataréis mejor. Porque antes el querer ocultaros de ellos os delataba.

La preñez de Manuela fue, en tanto, molestísima. Su fragilísima fábrica de cuerpo la soportaba muy mal. Y Gertrudis, por su parte, le recomendaba que ocultase a los niños lo anormal de su estado.

Ramiro vivía sumido en una resignada desesperación y más entregado que nunca al albedrío de Gertrudis.

-Sí, sí, bien lo comprendo ahora -decía-, no ha habido más remedio, pero ...

-¿Te pesa? -le preguntaba Gertrudis.

-De haberme casado, ¡no! De haber tenido que volverme a casar, ¡sí!

-Ahora no es ya tiempo de pensar en eso; ¡pecho a la vida!

-¡Ah si tú hubieras querido, Tula!

-Te di un año de plazo; ¿has sabido guardarlo?

-¿Y si lo hubiese guardado como tú querías, al fin de él qué, dime? Porque no me prometiste nada.

-Aunque te hubiese prometido algo habría sido igual. No, habría sido peor aún. En nuestras circunstancias, el haberte hecho una promesa, el haberte sólo pedido una dilación para nuestro enlace, habría sido peor.

-Pero si hubiese guardado la tregua como tú querías que la guardase, dime: ¿qué habrías hecho?

-No lo sé.

-¿Que no lo sabes ..., Tula ..., que no lo sabes...?

-No, no lo sé; te digo que no lo sé.

-Pero tus sentimientos ...

-Piensa ahora en tu mujer, que no sé si podrá soportar el trance en que la pusiste. ¡Es tan endeble la pobrecilla! Y está tan llena de miedo. Sigue asustada de ser tu mujer y ama de su casa.

Y cuando llegó el peligroso parto, repitió Gertrudis las abnegaciones que en los partos de su hermana tuviera, y recogió al niño, una criatura menguada y debilísima, y fue quien lo enmantilló y quien se lo presentó a su padre.

-Aquí le tienes, hombre, aquí le tienes.

-¡Pobre criatura! -exclamó Ramiro sintiendo que se le derretían de lástima las entrañas a la vista de aquel mezquino rollo de carne viviente y sufriente.

-Pues es tu hijo, un hijo más ... Es un hijo más que nos llega.

-¿Nos llega? ¿También a ti?

-Sí, también a mí; no he de ser madrastra para él, yo que hago que no la tengan los otros.

Y así fue que no hizo distinción entre uno y otros.

-Eres una santa, Gertrudis -le decía Ramiro-, pero una santa que ha hecho pecadores.

-No digas eso; soy una pecadora que me esfuerzo por hacer santos, santos a tus hijos y a ti y a tu mujer.

-¡Mi mujer!

-Tu mujer, sí; la madre de tu hijo. ¿Por qué la tratas con ese cariñoso despego y como a una carga?

-¿Y qué quieres que haga, que me enamore de ella?

-¿Pero no lo estabas cuando la sedujiste?

-¿De quién? ¿De ella?

-Ya lo sé, ya sé que no; pero lo merece la pobre ...

-¡Pero si es la menor cantidad de mujer posible, si no es nada!

-No, hombre, no; es más, es mucho más de lo que tú te crees. Aún no la has conocido.

-Si es una esclava ...

-Puede ser, pero debes libertarla ... La pobre está asustada ..., nació asustada ... Te aprovechaste de su susto ...

-No sé, no sé cómo fue aquello ...

-Así sois los hombres; no sabéis lo que hacéis ni pensáis en ello. Hacéis las cosas sin pensarlas ...

-Peor es muchas veces pensarlas y no hacerlas.

-¿Por qué lo dices?

-No, nada, por nada ...

-¿Tú crees sin duda que yo no hago más que pensar?

-No, no he dicho que crea eso ...

-Sí, tú crees que yo no soy más que pensamiento ...

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