Índice de La tia Tula de Miguel de UnamunoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

13

Y de pronto observó Gertrudis que su cuñado era otro hombre, que celaba algún secreto, que andaba caviloso y desconfiado, que salía mucho de casa. Pero aquellas más largas ausencias del hogar no le engañaron. El secreto estaba en él, en el hogar. Y a fuerza de paciente astucia logró sorprender miradas de conocimiento íntimo entre Ramiro y la criada de servicio.

Era Manuela una hospiciana de diecinueve años, enfermiza y pálida, de un brillo febril en los ojos, de maneras sumisas y mansas, de muy pocas palabras, triste casi siempre. A ella, a Gertrudis, ante quien sin saber por qué temblaba, llamábale señora. Ramiro quiso hacer que le llamase señorita.

-No, llámame así, señora; nada de señorita ...

En general parecía como que la criada le temiera, como avergonzada o amedrentada en su presencia. Y a los niños los evitaba y apenas si les dirigía la palabra. Ellos, por su parte, sentían una indiferencia, rayana en despego, hacia la Manuela. Y hasta alguna vez se burlaban de ella, por ciertas sus maneras de hablar, lo que la ponía de grana. Lo extraño es -pensaba Gertrudis- que a pesar de todo no quiera irse ...; tiene algo de gata esta mozuela. Hasta que se percató de lo que podría haber escondido.

Un día logró sorprender a la pobre muchacha cuando salía del cuarto de Ramiro, del señorito -porque a éste sí que le llamaba así- toda encendida y jadeante. Cruzáronse las miradas y la criada rindió la suya. Pero llegó otro en que el niño, Ramirín, se fue a su tía y le dijo:

-Dime, mamá Tula, ¿es Manuela también hermana nuestra?

-Ya te tengo dicho que todos los hombres y mujeres somos hermanos.

-Sí, pero como nosotros, los que vivimos juntos ...

-No, porque aunque vive aquí ésta no es su casa ...

-¿Y cuál es su casa?

-¿Su casa? No lo quieras saber. ¿Y por qué preguntas eso?

-Porque le he visto a papá que la estaba besando ...

Aquella noche, luego que hubieron acostado a los niños, dijo Gertrudis a Ramiro:

-Tenemos que hablar.

-Pero si aún faltan ocho meses ...

-¿Ocho meses?

-¿No hace cuatro que me diste un año de plazo?

-No se trata de eso, hombre, sino de algo más serio.

A Ramiro se le paró el corazón y se puso pálido.

-¿Más serio?

-Más serio, sí. Se trata de tus hijos, de su buena crianza, y se trata de esa pobre hospiciana, de la que estoy segura que estás abusando.

-Y si así fuese, ¿quién tiene la culpa de eso?

-¿Y aún lo preguntas? ¿Aún querrás también culparme de ello?

-¡Claro que sí!

-Pues bien, Ramiro: se ha acabado ya aquello del año; no hay plazo ninguno; no puede ser, no puede ser. Y ahora sí que me voy, y, diga lo que dijere la ley, me llevaré a los niños conmigo, es decir, se irán conmigo.

-¿Pero estás loca, Gertrudis?

-Quien está loco eres tú.

-Pero qué querías ...

-Nada, o yo o ella. O me voy o echas a esa criadita de casa.

Siguióse un congojoso silencio.

-No la puedo echar, Gertrudis, no la puedo echar. ¿Adónde se va? ¿Al hospicio otra vez?

-A servir a otra casa.

-No la puedo echar, Gertrudis, no la puedo echar y el hombre rompió a llorar.

-¡Pobre hombre! -murmuró ella poniéndole la mano sobre la suya-. Me das pena.

-Ahora, ¿eh?, ahora.

-Sí; me das lástima ... Estoy, ya dispuesta a todo ...

-¡Gertrudis! ¡Tina!

-Pero has dicho que no la puedes echar ...

-Es verdad; no la puedo echar -y volvió a abatirse.

-¿Qué, pues?, ¿que no va sola?

-No, no irá sola.

-Los ocho meses del plazo, ¿eh?

-Estoy perdido, Tula, estoy perdido.

-No, la que está perdida es ella, la huérfana, la hospiciana, la sin amparo.

-Es verdad, es verdad ...

-Pero no te aflijas así, Ramiro, que la cosa tiene fácil remedio ...

-¿Remedio? ¿Y fácil? Y se atrevió a mirarle a la cara.

-Sí; casarte con ella.

Un rayo que le hubiese herido no le habría dejado más deshecho que esas palabras sencillas.

-¡Que me case! ¡Que me case con la criada! ¿Que me case con una hospiciana? ¡Y me lo dices tú! ...

-¡Y quién si no había de decírtelo! Yo, la verdadera madre hoy de tus hijos.

-¿Que les dé madrastra?

-¡No, eso no!, que aquí estoy yo para seguir siendo su madre. Pero que des padre al que haya de ser tu nuevo hijo, y que le des madre también. Esa hospiciana tiene derecho a ser madre, tiene ya el deber de serlo, tiene derecho a su hijo y al padre de su hijo.

-Pero Gertrudis ...

-Cásate con ella, te he dicho; y te lo dice Rosa. Sí -y su voz, serena y pastosa, resonó como una campana-. Rosa, tu mujer, te dice por mi boca que te cases con la hospiciana. ¡Manuela!

-¡Señora! -se oyó como un gemido, y la pobre muchacha, que acurrucada junto al fogón, en la cocina, había estado oyéndolo todo, no se movió de su sitio. Volvió a llamarla, y después de otro ¡señora!, tampoco se movió.

-Ven acá, o iré a traerte.

-¡Por Dios! -suplicó Ramiro.

La muchacha apareció cubriéndose la llorosa cara con las manos.

-Descubre la cara y míranos.

-¡No, señora, no!

-Sí, míranos. Aquí tienes a tu amo, a Ramiro, que te pide perdón por lo que de ti ha hecho.

-Perdón, yo, señora, y a usted ...

-No, te pide perdón y se casará contigo.

-¡Pero señora! -clamó Manuela a la vez que Ramiro clamaba: ¡Pero Gertrudis!

-Lo he dicho, se casará contigo: así lo quiere Rosa. No es posible dejarte así. Porque tú estás ya ..., ¿no es eso?

-Creo que sí, señora, pero yo ...

-No llores así ni hagas juramentos; sé que no es tuya la culpa ...

-Pero se podría arreglar ...

-Bien sabe aquí Manuela -dijo Ramiro- que nunca he pensado en abandonarla ... Yo la colocaría ...

-Sí, señora, sí; yo me contento ...

-No, tú no debes contentarte con eso que ibas a decir. O, mejor, aquí Ramiro no puede contentarse con eso. Tú te has criado en el hospicio, ¿no es eso?

-Sí, señora.

-Pues su hijo no se criará en él. Tiene derecho a tener padre, a su padre, y le tendrá. Y ahora vete ..., vete a tu cuarto, y déjanos.

Y cuando quedaron Ramiro y ella a solas:

-Me parece qué no dudarás ni un momento ...

-¡Pero eso que pretendes es una locura, Gertrudis!

-La locura, peor que locura, la infamia, sería lo que pensabas.

-Consúltalo siquiera con el padre Álvarez.

-No lo necesito. Lo he consultado con Rosa.

-Pero si ella te dijo que no dieses madrastra a sus hijos.

-¿A sus hijos? ¡Y tuyos!

-Bueno, sí, a nuestros hijos ...

-Y no les daré madrastra. De ellos, de los nuestros, seguiré siendo yo la madre, pero del de ésa ...

-Nadie le quitará de ser madre ...

-Sí, tú si no te casas con ella. Eso no será ser madre ...

-Pues ella ...

-¿Y qué? ¿Porque ella no ha conocido a la suya pretendes tú que no lo sea como es debido?

-Pero fíjate en que esta chica ...

-Tú eres quien debió fijarse ...

-Es una locura ..., una locura ...

-La locura ha sido antes. Y ahora piénsalo, que si no haces lo que debes el escándalo lo daré yo. Lo sabrá todo el mundo.

-¡Gertrudis!

-Cásate con ella, y se acabó.

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