Índice de Don Juan Tenorio de José Zorrilla | Anterior | Siguiente | Biblioteca Virtual Antorcha |
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SEGUNDA PARTE
Acto primero
La sombra de doña Inés
Personajes. Don Juan, El Capitán Centellas, Don Rafael de Avellaneda, un escultor y la sombra de doña Inés.
Panteón de la familia Tenorio. El teatro representa un magnífico cementerio, hermoseado a manera de jardín. En primer término, aislados y de bulto, los sepulcros de don Gonzalo de Ullóa, de doña Inés y de don Luis Mejía, sobre los cuales se ven sus estatuas de piedra. El sepulcro de don Gonzalo, a la derecha, y su estatua de rodillas; el de don Luis, a la izquierda, y su estatua también de rodillas; el de doña Inés, en el centro, y su estatua de pie. En segundo término, otros dos sepulcros en la forma que convenga; y en tercer término, y en puesto elevado, el sepulcro y estatua del fundador don Diego Tenorio, en cuya figura remata la perspectiva de los sepulcros. Una pared llena de nichos y lápidas circuye el cuadro hacia el horizonte. Dos florones a cada lado de la tumba de doña Inés, dispuestos a servir de la manera que a su tiempo exige el juego escénico. Cipreses y flores de todas clases embellecen la decoración, que no debe tener nada de horrible. La acción se supone en una tranquila noche de verano y alumbrada por una clarísima luna).
ESCENA I
El escultor, disponiéndose a marchar.
Escultor. Pues, señor, es cosa hecha;
el alma del buen don Diego
puede, a mi ver, con sosiego
reposar muy satisfecha.
La obra está rematada
con cuanta suntuosidad
su postrera voluntad
dejo al mundo encomendada.
Y ya quisieran, ¡pardiez!,
todos los ricos que mueren,
que su voluntad cumplieren
los vivos como está vez.
Más ya de marcharme es hora;
todo corriente lo dejo,
y de Sevilla me alejo
al despuntar de la aurora.
¡Ah! Mármoles que mis manos
pulieron con tanto afán,
mañana os contemplarán
los absortos sevillanos;
y al mirar de este panteón,
las gigantes proporciones,
tendrán las generaciones
la nuestra en veneración.
Mas yendo y viniendo días,
se hundirán unas tras otras,
cuando en pie estaréis vosotras,
póstumas memorias mías.
¡Oh! Frutos de mis desvelos,
peñas a quien yo animé,
y por quienes arrostré
la intemperie de los cielos;
el que forma y ser os dio,
va ya a perderos de vista;
velad mi gloria de artista,
pues viviréis más que yo.
Más ... ¿quién llega?
ESCENA II
El escultor y don Juan, que entra embozado
Escultor. Caballero.
Don Juan. Dios le guarde.
Escultor. Perdonad,
mas ya es tarde, y ...
Don Juan. Aguardad
un instante, porque quiero
que me expliquéis ...
Escultor. ¿Por acaso
sois forastero?
Don Juan. Años ha
que falto de España ya,
y me chocó el ver al paso,
cuando a esas verjas llegué,
que encontraba este recinto
enteramente distinto
de cuando yo le dejé.
Escultor. Ya lo creo, como que esto
era entonces un palacio,
y hoy es panteón el espacio
donde aquel estuvo puesto.
Don Juan. ¡El palacio hecho panteón!
Escultor. Tal fue de su antiguo dueño
la voluntad, y fue empeño
que dio al mundo admiración.
Don Juan. ¡Y por Dios, que es de admirar!
Escultor. Es una famosa historia,
a la cual debo mi gloria.
Don Juan. ¿Me la podéis relatar?
Escultor. Sí; pero sucintamente,
pues me aguardan.
Don Juan. Sea.
Escultor. Oíd,
la verdad pura.
Don Juan. Decid,
que me tenéis impaciente.
Escultor. Pues habitó esta ciudad
y este palacio, heredado,
un varón muy estimado
por su noble calidad.
Don Juan. Don Diego Tenorio.
Escultor. El mismo.
Tuvo un hijo este don Diego,
peor mil veces que el fuego,
un aborto del abismo,
mozo sangriento y cruel,
que, con tierra y cielo en guerra,
dicen que nada en la tierra
fue respetado por él.
Quimerista seductor
y jugador con ventura,
no hubo para él segura
vida, ni hacienda, ni honor.
Asi le pinta la historia;
y si tal era, por cierto
que obró cuerdamente el muerto
para ganarse la gloria.
Don Juan. Pues ¿cómo obró?
Escultor. Dejó entera
su hacienda al que la empleara
en panteón que asombrara
a la gente venidera.
Más con la condición, dijo,
que se enterrara en él
los que a la mano cruel
sucumbieron de su hijo.
Y mirad en derredor
los sepulcros de los más
de ellos.
Don Juan. ¿Y vos sois quizá
el conserje?
Escultor. El escultor
de estas obras encargado.
Don Juan. ¡Ah! ¿Y las habéis concluido?
Escultor. Ha un mes; mas me he detenido
hasta ver ese enverjado
colocado en su lugar,
pues he querido impedir
que pueda el vulgo venir
este sitio a profanar.
Don Juan. (Mirando).
Bien empleo sus riquezas
el difunto.
Escultor. ¡Ya lo creo!
Miradle allí.
Don Juan. Ya le veo.
Escultor. ¿Le conocisteis?
Don Juan. Sí.
Escultor. Piezas
son todas muy parecidas
y a conciencia trabajadas.
Don Juan. ¡Cierto que son extremadas!
Escultor. ¿Os han sido conocidas
las personas?
Don Juan. Todas ellas.
Escultor. ¿Y os parecen bien?
Don Juan. Sin duda,
según lo que a ver me ayuda
el fulgor de las estrellas.
Escultor. ¡Oh! Se ven como de día
con esta luna tan clara.
Esto es de marmol Carrara.
(Señalando a la de don Luis).
Don Juan. ¡Buen busto es el de Mejía!
¡Hola! Aquí el Comendador
se representa muy bien.
Escultor. Yo quise poner también
la estatua del matador
entre sus víctimas; pero
no pude a monos haber
su retrato. Un Lucifer
dicen que era el caballero
don Juan Tenorio.
Don Juan. ¡Muy malo!
Mas como pudiera hablar,
le había algo de abonar
la estatua de don Gonzalo.
Escultor. ¿También habéis conocido
a don Juan?
Don Juan. Mucho.
Escultor. Don Diego
le abandonó desde luego,
desheredándole.
Don Juan. Ha sido
para don Juan poco daño
ese, porque la fortuna
va tras él desde la cuna.
Escultor. Dicen que ha muerto.
Don Juan. Es engaño;
vive.
Escultor. ¿Y dónde?
Don Juan. Aquí, en Sevilla.
Escultor. ¿Y no teme que el furor
popular ...?
Don Juan. En su valor
no ha echado el miedo semilla.
Escultor. Mas cuando vea el lugar
en que está ya convertido
el solar que suyo ha sido,
no osará en Sevilla estar.
Don Juan. Antes ver tendrá a fortuna
en su casa reunidas
personas de él conocidas,
puesto que no odia a ninguna.
Escultor. ¿Creeis que ose aquí venir?
Don Juan. ¿Por qué no? Pienso, a mi ver,
que donde vino a nacer
justo es que venga a morir.
Y pues le quitan su herencia
para enterrar a estos bien,
a él es muy justo también
que le entierren con decencia.
Escultor. Sólo a él está prohibida
en este panteón la entrada.
Don Juan. Trae don Juan muy buena espada,
y no sé quién se lo impida.
Escultor. ¡Jesús! ¡Tal profanación!
Don Juan. Hombre es don Juan que, a querer,
volverá al palacio a hacer
encima del panteón.
Escultor. ¿Tan audaz ese hombre es
que aun a los muertos se atreve?
Don Juan. ¿Qué respetos gastar debe
con los que tendió a sus pies?
Escultor. Pero ¿no tiene conciencia
ni alma ese hombre?
Don Juan. Tal vez no,
que al cielo una vez llamó
con voces de penitencia,
y el cielo, en trance tan fuerte,
allí mismo le metió,
que a dos inocentes dió,
para salvarse, la muerte.
Escultor. ¡Qué monstruo, supremo Dios!
Don Juan. Podéis estar convencido
de que Dios no lo ha querido.
Escultor. Tal será.
Don Juan. Mejor que vos.
Escultor. (Aparte).
¿Y quien será el que a don Juan
abona con tanto brío?
Caballero, a pesar mío,
como aguardándome estás ...
Don Juan. Idos, pues, en hora buena.
Escultor. He de cerrar.
Don Juan. No cerréis
y marchaos.
Escultor. Mas ¿no véis ...? Don Juan. Veo una noche serena, y un lugar que me acomoda para gozar su frescura, y aquí he de estar a mi holgura, si pesa a Sevilla toda. Escultor. (Aparte). ¿Si acaso padecerá de locura, desvarios? Don Juan. (Dirigiéndose a las estatuas). Ya estoy aquí, amigos míos. Escultor. ¿No lo dije? Loco está. Don Juan. Mas, ¡cielos!, ¿qué es lo que veo? ¡O es ilusión de mi vista, o a doña Inés el artista aquí representa, creo! Escultor. Sin duda. Don Juan. ¿También murió? Escultor. Dicen que de sentimiento cuando de nuevo al convento abandonada volvió por don Juan. Don Juan. ¿Y yace aquí? Escultor. Sí. Don Juan. ¿La visteis muerta vos? Escultor. Sí. Don Juan. ¿Cómo estaba? Escultor. ¡Por Dios que dormida le creí! La muerte fue tan piadosa con su cándida hermosura, que le envió la frescura y las tintas de la rosa. Don Juan. ¡Ah! Mal la muerte podría deshacer con torpe mano el semblante soberano que un ángel envidiaría. ¡Cuán bella y cuán parecida su efigie en el mármol es! ¡Quién pudiera, doña Inés, volver a darte la vida! ¿Es obra del cincel vuestro? Escultor. Como todas las demás. Don Juan. Pues bien merece algo más un retrato tan maestro. Tomad. Escultor. ¿Qué me dais aquí? Don Juan. ¿No lo veis? Escultor. Más ... caballero ..., ¿por qué razón? ... Don Juan. Porque quiero yo que os acordéis de mí. Escultor. Mirad que están bien pagadas. Don Juan. Así lo estarán mejor. Escultor. Mas vamos de aquí, señor, que aun las llaves entregadas no están, y al salir la aurora tengo que partir de aquí. Don Juan. Entregádmelas a mí, y marchaos desde ahora. Escultor. ¿A vos? Don Juan. A mí, ¿qué dudáis? Escultor. Como no tengo el honor ... Don Juan. Ea, acabad, escultor. Escultor. Si el nombre al menos que usáis supiera ... Don Juan. ¡Viven los cielos! Dejad a don Juan Tenorio velar el lecho mortuorio en que duermen sus abuelos. Escultor. ¡Don Juan Tenorio! Don Juan. Yo soy. Y si no me satisfaces, compañía juro que haces a sus estatuas desde hoy. Escultor. (Alargándole las llaves). Tomad (Aparte). No quiero la piel dejar aquí entre sus manos. Ahora, que los sevillanos se la compongan con él. (Vase). ESCENA III Don Juan Don Juan. Mi buen padre empleó en esto entera la hacienda mía; hizo bien; yo el otro día la hubiera a una carta puesto. (Pausa). No os podréis quejar de mí, vosotros a quien maté; si buena vida os quité, buena sepultura os dí. ¡Magnífica es en verdad la idea de tal panteón! Y ... siento que al corazón me halaga esta soledad. ¡Hermosa noche! ... ¡Ay de mí! ¡Cuantas como ésta tan puras desatinado perdí! ¡Cuántas al mismo fulgor de esa luna transparente arranqué a algún inocente la existencia o el honor! Sí; después de tantos años cuyos recuerdos espantan, siento que aquí se levantan (Señalando a la frente). pensamientos en mí extraños. ¡Oh! Acaso me los inspira desde el cielo, en donde mora, esa sombra protectora que por mí mal no respira. (Se dirige a la estatua de doña Inés, hablándole con respeto). Mármol en quien doña Inés, en cuerpo sin alma existe, deja que el alma de un triste llore un momento a tus pies. De azares mil a través conserve tu imagen pura; y pues la mala ventura te asesinó de don Juan, contempla con cuánto afán vendrá hoy a tu sepultura. En tí nada más pensó desde que se fue de tí, y desde que huyó de aquí sólo en volver meditó. Don Juan tan sólo esperó se doña Inés su ventura, y hoy que en pos de su hermosura vuelve el infelíz don Juan, mira cuál será su afán al dar con tu sepultura. Inocente doña Inés, cuya hermosa juventud encerró en el ataúd quien llorando está a tus pies; si de esa piedra a través puedes mirar la amargura del alma que tu hermosura adoró con tanto afán, prepara un lado a don Juan en tu misma sepultura. Dios te crió por mi bien, por tí pensé en la virtud, adoré su excelsitud y anhelé su santo Edén. Sí; aun hoy mismo en tí también mi esperanza se asegura, y oigo una voz que murmura en derredor de don Juan palabras que con su afán se calma en la sepultura. ¡Oh doña Inés de mi vida! Si esa voz con quien deliro es el postrimer suspiro de su eterna despedida; llega esa voz a la altura, y hay un Dios tras de esa anchura por donde los astros van, dile que mire a don Juan llorando en tu sepultura (Se apoya en el sepulcro ocultando el rostro; y mientras se conserva en esta postura, un vapor que se levanta del sepulcro oculta la estatua de doña Inés. Cuando el vapor se desvanece, la estatua ha desaparecido. Don Juan sale de su enajenamiento). Este mármol sepulcral adormece mi vigor, y sentir creo en redor un ser sobrenatural. Más ... ¡cielos! ¡El pedestal no mantiene su escultura! ¿Qué es esto? ¿Aquella figura fue creación de mi afán? ESCENA IV Don Juan y la sombra de doña Inés (El florón y las flores de la izquierda del sepulcro de doña Inés se cambian en una apariencia, dejando ver dentro de ella, y en medio de resplandores, la sombra de doña Inés). Sombra. No; mi espíritu, don Juan, te aguardó en mi sepultura. Don Juan. (De rodillas). ¡Doña Inés, sombra querida, alma de mi corazón, no me quites la razón si me has de dejar la vida! Si eres imagen fingida, sólo hija de mi locura, no aumentes mi desventura burlando mi loco afán. Sombra. Yo soy doña Inés, don Juan, que te oyó en su sepultura. Don Juan. ¿Conque vives? Sombra. Para tí; mas tengo mi purgatorio en ese mármol mortuorio que labraron para mí. Yo a Dios mi alma ofrecí en precio de tu alma impura, y Dios al ver la ternura con que te amaba mi afán, me dijo: Espera a don Juan en tu misma sepultura. Y pues quieres ser tan fiel a un amor de Satanás, con don Juan te salvarás, o te perderás con él. Por el vela; mas si cruel te desprecia tu ternura, y en su torpeza y locura sigue con bárbaro afán, llévese tu alma don Juan de tu misma sepultura. Don Juan. (Fascinado). ¡Yo estoy soñando quizá con las sombras de un Edén! Sombra. No, y ve que si piensas bien, a tu lado me tendrás; más si obras mal, causarás nuestra eterna desventura. Y medita con cordura que es esta noche, don Juan, el espacio que nos dan para buscar sepultura. Adiós, pues; y en la ardua lucha en que va a entrar tu existencia, de tu dormida conciencia la voz que va a alzarse escucha; porque es de importancia mucha meditar con sumo tiento la elección de aquel momento que, sin poder evadirnos, al mal o al bien ha de abrirnos la losa del monumento. (Ciérrase la apariencia; desaparece doña Inés, y todo queda como al principio del acto, menos la estatua de doña Inés, que no vuelve a su lugar. Don Juan queda atónito). ESCENA V Don Juan Don Juan. ¡Cielos! ¿Qué es lo que escuche? ¡Hasta los muertos así dejan sus tumbas por mí! Mas ... sombra, delirio fue. Yo en mi mente lo forjé; la imaginación le dio la forma en que se mostró, y ciego, vine a creer en la realidad de un ser que mi mente fabricó. Mas nunca de modo tal fanatizó mi razón mi loca imaginación con su poder ideal. Sí; algo sobrenatural vi en aquella doña Inés tan vaporosa, a través aun de esa enramada espesa; mas ... ¡bah! Circunstancia es ésa que propia de sombra es. ¿Qué más diáfano y sutil que las quimeras de un sueño? ¿Dónde hay nada más risueño, más flexible y más gentil? ¿Y no pasa veces mil que, en febril exaltación, ve nuestra imaginación como ser y realidad la vacía vanidad de una anhelada ilusión? Sí, por Dios, ¡delirio fue! Mas su estatua estaba aquí. Sí, yo la ví y la toqué. y aun en albricias le dí al escultor no sé qué. ¡Y ahora, sólo el pedestal veo la urna funeral! ¡Cielos! ¿La mente me falta, o de improviso me asalta algún vértigo infernal? ¿Qué dijo aquella visión? ¡Oh! Yo la oí claramente, y su voz, triste y doliente, resonó en mi corazón. ¡Ah! ¡Y breves las horas son del plazo que nos asegura! ¡No, no; de mi calentura delirio insano es! Mi fiebre fue a doña Inés quien abrió la sepultura. ¡Pasad y desvaneceos; pasad, siniestros vapores de mis perdidos amores, de mis fallidos deseos! ¡Pasad, vanos devaneos de un amor muerto al nacer; no me volváis a traer entre vuestro torbellino ese fantasma divino que recuerda a una mujer! ¡Ah! ¡Estos sueños me aniquilan; mi cerebro se enloquece ... y esos mármoles parece que estremecidos vacilan! (Las estatuas se mueven lentamente, vuelven la cabeza hacia él). ¡Sí, sí, sus bustos oscilan, su vago contorno medra! ... Pero don Juan no se arredra: ¡alzaos, fantasmas vanos, y os volveré con mis manos a vuestros lechos de piedra! No, no me causan pavor vuestros semblantes esquivos; jamás, ni muertos ni vivos, humillaréis mi valor. Yo soy vuestro matador, como al mundo es bien notorio; si en vuestro alcazar mortuorio me aprestáis venganza fiera, daos prisa, que aquí os espera otra vez don Juan Tenorio. ESCENA VI Don Juan, el Capitán Centellas y Avellaneda Centellas. (Dentro). ¿Don Juan Tenorio? Don Juan. (Volviendo en sí). ¿Qué es eso? ¿Quién me repite mi nombre? Avellaneda. (Saliendo). ¿Veis a alguien? (A Centellas). Centellas. (Saliendo). Sí; allí hay un hombre Don Juan. ¿Quién va? Avellaneda. El es. Centellas. (Yéndose a don Juan). Yo pierdo el seso con la alegría. ¡Don Juan! Avellaneda. ¡Señor Tenorio! Don Juan. ¡Apartaos, vanas sombras! Centellas. Reportaos, señor don Juan ... Los que están en vuestra presencia ahora no son sombras, hombres son, y hombres cuyo corazón vuestra amistad atesora. A la luz de las estrellas os hemos reconocido, y un abrazo hemos venido a daros. Don Juan. Gracias, Centellas. Centellas. Mas, ¿qué tenéis? Por mi vida que os tiembla el brazo, y está vuestras faz descolorida. Don Juan. (Recobrando su aplomo). La luna tal vez lo hará. Avellaneda. Mas, don Juan, ¿qué hacéis aquí? ¿Este sitio conocéis? Don Juan. ¿No es un panteón? Centellas. ¿Y sabéis a quién pertenece? Don Juan. A mí; mirad a mi alrededor, y no veréis más que a amigos de mi niñez, o testigos de mi audacia y mi valor. Centellas. Pero os oímos hablar, ¿con quién estabais? Don Juan. Con ellos. Centellas. ¿Venís aún a escarnecellos? Don Juan. No; los vengo a visitar. Mas un vértigo insensato que la mente me asaltó un momento me turbó, y a fe que me dio un mal rato. Esos fantasmas de piedra me amenazaban tan fieros, que a mi acercado no haberos pronto ... Centellas. ¡Ja, ja, ja, ja! ¿Os arredra, don Juan, como a los villanos, el temor de los difuntos? Don Juan. No a fe; contra todos juntos tengo aliento y tengo manos. Si volvieran a salir de las tumbas en que están, a las manos de don Juan volverían a morir. Y desde aquí en adelante sabed, señor Capitán, que yo soy siempre don Juan, y no hay cosa que me espante. Un vapor calenturiento un punto me fascinó, Centellas, mas ya pasó; cualquier duda un momento. Avellaneda y Centellas. (Al unísono). Es verdad. Don Juan. Vamos de aquí. Centellas. Vamos, y nos contaréis como a Sevilla volvéis por tercera vez. Don Juan. Lo haré así. Si mi historia os interesa, a fe que oirse merece, aunque mejor me parece que la oigáis de sobremesa. ¿No opináis? ... Avellaneda y Centellas. (Al unísono). Como gustéis. Don Juan. Pues bien, cenaréis conmigo, y en mi casa. Centellas. Pero digo: ¿es cosa de que dejéis algún huesped con nosotros? ¿No tenéis gato encerrado? Don Juan. ¡Bah! Si apenas he llegado; no habrá allí más que vosotros esta noche. Centellas. ¿Y no hay tapada a quien algún plantón demos? Don Juan. Los tres solos cenaremos. Digo, si de esa jornada no quiere igualmente ser alguno de éstos. (Señalando a las estatuas de los sepulcros). Centellas. Don Juan, dejad tranquilos yacer a los que con Dios están. Don Juan. ¡Hola! ¿Parece que vos sois ahora el que teméis, y mala cara ponéis a los muertos? ¡Mas, por Dios, que ya de mi os burlasteis cuando me visteis así, en lo que penda de mí os mostraré cuando errasteis! Por mí, pues, no ha de quedar y, a poder ser, estad ciertos que cenaréis con los muertos, y os los voy a convidar. Avellaneda. Dejaos de esas quimeras. Don Juan. ¿Duda en mi valor ponerme cuando hombre soy para hacerme platos de sus calaveras? Yo a nada tengo pavor (Dirigiéndose a la estatua de don Gonzalo, que es la que tiene más cerca). tú eres el más ofendido, mas, si quieres, te convido a cenar, Comendador. Que no lo puedes hacer creo, y es lo que me pesa; mas, por mi parte, en la mesa te haré un cubierto poner. Y a fe que favor me harás, pues podré saber de tí si hay más mundo que el de aquí y otra vida, en que jamás, a decir verdad, creí. Centellas. Don Juan, eso no es valor; locura, delirio es. Don Juan. Como lo juzguéis mejor; yo cumplo así. Vamos, pues. Lo dicho, Comendador. FIN DEL ACTO PRIMEROÍndice de Don Juan Tenorio de José Zorrilla Anterior Siguiente Biblioteca Virtual Antorcha