Índice de Romeo y Julieta de William ShakespeareAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO TERCERO

ESCENA QUINTA

Galería cerca del cuarto de Julieta, con una ventana que da al jardín

(Romeo y Julieta)

Julieta: ¿Tan rápido te marchas? Todavía falta mucho para que amanezca. Es el canto del ruiseñor, no el de la alondra el que se escucha. Todas las noches se posa a cantar en aquel granado. Es el ruiseñor, amado mío.

Romeo: Es la alondra que advierte que ya va a amanecer; no es el ruiseñor. Observa, amada mía, cómo se van tiñendo las nubes de levante con los colores del alba. Ya se extinguen las teas de la noche. Ya se adelanta el día con veloz paso sobre las mojadas cumbres de los montes. Tengo que marcharme, de otra manera aquí me aguarda la muerte.

Julieta: No es ésa la luz del alba. Te lo puedo aseverar. Es un meteoro que de su lumbre ha despojado el Sol para guiarte por el camino a Mantua. No te vayas. ¿Por qué partes tan rápido?

Romeo: ¡Que me capturen, que me maten! Si lo ordenas tú, poco me importa. Diré que aquella luz gris que allí veo no es la de la mañana, sino el pálido destello de la Luna. Diré que no es el canto de la alondra el que retumba. Más quiero quedarme que abandonarte. Ven, muerte, pues Julieta lo quiere. Amor mío, sigamos conversando, que todavía no rompe el día.

Julieta: Es mejor que te vayas porque es la alondra la que canta con voz ronca y desentonada. ¡Y muchos aseguran que sus sones son melodiosos, cuando a nosotros vienen a apartarnos! También aseguran que cambia de ojos como el sapo. ¡Ojalá cambiara de voz! Maldita sea porque me aleja de tus encantos. Vete, que cada vez se clarea más la luz.

Romeo: ¿Has dicho la luz? No, sino las tinieblas de nuestro destino. (Entra el Ama).

Ama: ¡Julieta!

Julieta: ¡Ama!

Ama: Tu madre viene hacia acá. Ya casi rompe el alba. Prepárate y no te descuides.

Romeo: ¡Un beso! ¡Adiós! (Vase por la escala).

Julieta: ¿Te marchas? Mi señor, mi dulce dueño, envíame informes de ti todos los días, a cada segundo. Tan lentos transcurren los días infelices, que tengo miedo de marchitarme antes de volver a ver a mi Romeo.

Romeo: Adiós. Te enviaré informes de mí y mi bendición mediante todas las formas que tenga al alcance.

Julieta: ¿Crees que volveremos a vernos?

Romeo: Tengo la seguridad; además también tengo la certeza de que en dulces conversaciones de amor recordaremos nuestras aflicciones de ahora.

Julieta: ¡Por Dios! ¡Qué présaga tristeza la mía! Parece que te veo muerto encima de un armazón. Aquél es tu cuerpo, o me mienten los ojos.

Romeo: Pues también a ti te ven los míos pálida y manchada de sangre. ¡Adiós, adiós! (Vase).

Julieta: ¡Oh, ventura! Te nombran mudable: a mi amante fiel poco le importan tus mudanzas. Sé mudable en buena hora, y así no lo retrasarás y me lo devolverás después.

Señora de Capuleto (dentro): Hija, ¿aún no te duermes?

Julieta: ¿Quién me llama? Madre, ¿aún no te duermes? ¿Qué noticias te traen a mi? (Entra la señora de Capuleto).

Señora de Capuleto: ¿Qué es esto, Julieta?

Julieta: Estoy enferma.

Señora de Capuleto: ¿Sigues llorando la muerte de tu primo? ¿Crees que con tus lágrimas le podrás devolver la vida? Qué inútil esperanza. Deja de llorar, que a pesar de que es señal de amor, parece locura.

Julieta: Permíteme seguir llorando por tan severa suerte.

Señora de Capuleto: Eso es llorar la pérdida y no al amigo.

Julieta: Llorando la pérdida, lloro también al amigo.

Señora de Capuleto: Más que por Teobaldo ¿lloras por ese perverso que lo ha matado?

Julieta: ¿ Qué ofensiva eres, madre?

Señora de Capuleto: Romeo.

Julieta (aparte): ¡Cuánta distancia hay entre él y un perverso! (Alto). Dios lo perdone como lo perdono yo, pese a que nadie me ha afligido tanto como él.

Señora de Capuleto: Eso será porque aún vive el asesino.

Julieta: Sí, Y donde mi venganza no puede alcanzarlo. Yo quisiera vengar a mi primo.

Señora de Capuleto: Ya lograremos la venganza. Deja de llorar. Yo le pedí a uno de Mantua, donde ese indigno ha sido exiliado, que lo envenene con alguna mortal droga. Entonces irá a hacer compañía a Teobaldo, y tú quedarás feliz y vengada.

Julieta: Conforme no estaré, mientras no vea a Romeo ... muerto ... Señora, si encuentras a alguno que se arriesgue a darle el tóxico, yo misma lo prepararé, y así cuando lo reciba Romeo, podrá dormir tranquilo. Hasta su nombre me es detestable cuando no lo tengo cerca. Para vengar en él la sangre de mi primo.

Señora de Capuleto: Busca tú la manera de preparar el veneno, mientras yo busco quién se lo administre. Ahora escucha una noticia agradable.

Julieta: ¡Esta es una buena oportunidad para gratas nuevas! ¿Y cuál es, señora?

Señora de Capuleto: Hija, tu padre es tan generoso que deseando animarte, te prepara un día de felicidad que ni tú ni yo esperábamos.

Julieta: ¿Y qué día es ése?

Señora de Capuleto: Pues el jueves, por la mañana, muy temprano, el conde París, ese apuesto y sensato caballero, se esposará contigo en la iglesia de San Pedro.

Julieta: Pues te prometo, por la iglesia de San Pedro, y por San Pedro inmaculado, que no me matrimoniaré. ¿Por qué tanta urgencia? ¿Casarme con él cuando aún no me ha hablado de amor? Coméntale a mi padre, señora, que aún no deseo casarme. Cuando lo haga, con juramento les digo que antes será mi esposo Romeo, a quien amo. ¡Vaya noticia que me traes!

Señora de Capuleto: Aquí viene tu padre. Coméntaselo tú, y verás cómo no le agrada.

(Entran Capuleto y el Ama).

Capuleto: A la puesta del sol cae el rocío, pero cuando muere el hijo de mi hermano, cae la lluvia a torrentes. ¿Todavía no ha acabado la tormenta, niña? Tu frágil cuerpo es nave y mar y viento. En tus ojos hay marea de lágrimas, y en ese mar navega la barca de tus ansias, y tus suspiros son el viento que la impulsan. Dime, esposa mía, ¿has cumplido ya mis instrucciones?

Señora de Capuleto: Sí, pero Julieta no lo agradece. ¡Majadera! Con su sepultura debía desposarse.

Capuleto: ¡Eh! ¿Qué dices, esposa mía? ¿Explícame bien? ¿No le satisface el que le hayamos encontrado para esposo a tan noble caballero?

Julieta: ¿Satisfacerme? No ..., agradecer, sí. ¿Quién ha de estar satisfecha de lo que detesta? Sin embargo siempre se agradece la buena voluntad, hasta cuando nos ofrecen lo que aborrecernos.

Capuleto: ¿Qué retórica es ésa? ¡Enorgullecerse! ... Sí y no. ¡Agradecer y no agradecer! ... Nada de agradecimientos ni de orgullo, señorita. Prepárate a ir por tus pies el jueves próximo a la iglesia de San Pedro a casarte con Paris, o si no, te llevo arrastrando en un zarzo, ¡trastornada, nerviosa, pálida, terca!

Señora de Capuleto: ¿Estás en ti? Guarda silencio.

Julieta: Padre mío, de rodillas te suplico que me escuches una palabra sola.

Capuleto: ¡Oírte! ¡Terca, malvada! Escucha, el jueves irás a San Pedro, o no me volverás a mirar la cara. No me implores ni me digas una palabra más. El pulso se me agita. Esposa mía, yo siempre creí que era poca bendición de Dios el tener una hija sola, sin embargo ahora veo que es una maldición, y que aun ésta sobra.

Ama: ¡Dios sea con ella! No la maltrates, señor.

Capuleto: ¿Y por qué no, vieja entrometida? Cállate, y habla con tus iguales.

Ama: A nadie ofendo ... no puede una hablar.

Capuleto: Calla, cigarrón, y vete a hablar con tus comadres, que aquí no metes mano.

Señora de Capuleto: Estás loco.

Capuleto: Loco, sí: por la noche, durante el día, por la mañana, de tarde, cuando duermo, velando, solo y acompañado, en casa y en la calle. Siempre fue mi empeño el casarla, y ahora que le encuentro un joven de excelente familia, rico, apuesto, sensato, lleno de perfecciones, según comentan, esta mocosa responde que no quiere casarse, que no puede amar, que es muy joven. Pues bien, te perdonaré si no te casas, sin embargo no vivirás un instante más aquí. Poco falta para el jueves. Piénsalo bien. Si no, te ahorcarás, o irás a pedir limosna, y te morirás de hambre por esas calles, sin que ninguno de los mios te auxilie. Piénsalo bien, que yo cumplo mis promesas. (Vase).

Julieta: ¿Y no hay justicia en el cielo que esté enterada de todo el abismo de mis males? No me dejes, madre. Retarda un mes, una semana, el enlace, o si no mi lecho nupcial será la tumba de Teobaldo.

Señora de Capuleto: No me pidas nada, porque no he de contestarte. Decídete como quieras. (Se va).

Julieta: ¡Por Dios! Ama mía, ¿qué debo hacer? Mi esposo está en la Tierra, mi fe en el cielo. ¿Y de qué manera ha de volver a la tierra mi fe, si mi esposo no la envía desde el cielo? Aconséjame, consuélame. ¡Infeliz de mí! ¿Por qué el cielo ha de emplear todos sus recursos contra un ser tan débil como yo? ¿Qué me dices? ¿Ni una palabra que me consuele?

Ama: Solamente te diré que Romeo está exiliado, y puede apostarse doble contra sencillo a que no volverá a verte, o regresa secretamente, en caso de retornar. Lo mejor sería, según mi opinión, que te casaras con el conde, que es mucho más gentil y sensato caballero que Romeo. Ni un águila tiene tan verdes y vivaces ojos como Paris. Este segundo esposo te conviene más que el primero. Además, al primero puedes darlo por muerto. Para ti como si lo estuviera.

Julieta: ¿Estás hablando con el alma?

Ama: Con el alma, o maldita sea yo.

Julieta: Así sea.

Ama: ¿Por qué?

Julieta: Por nada. Buen confortamiento me has dado. Vete, di a mi madre que he salido. Voy a confesarme con Fray Lorenzo, por el enfado que he provocado a mi padre.

Ama: Obras con inteligencia. (Vase).

Julieta: ¡Malvada vieja! ¡Aborto de los infiernos! ¿Cuál es mayor pecado en ti: querer hacerme infiel o ultrajar con tu lengua a quien tantas veces pusiste por las nubes? Maldita sea yo si vuelvo a pedirte un consejo. Sólo mi confesor me consolará, o me dará fuerzas para morir.

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