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¿PARA QUÉ SIRVE LA AUTORIDAD? Y OTROS CUENTOS

RICARDO FLORES MAGÓN

POR TIERRA Y LIBERTAD



Pedro era un inconsciente; desde la edad de siete años comenzó a trabajar. Su padre era peón de una hacienda del Estado de Michoacán, cuyo salario no pasaba de veinticinco centavos diarios por trabajar de sol a sol. La familia no podía vivir con aquel miserable jornal; la manta era cada vez más cara; los artículos de primera necesidad alcanzaban precios de plaza sitiada, y la deuda del peón con el dueño de la hacienda crecía, crecía ...

Un día el peón llevó a Pedro al trabajo. Era indispensable que el chico trabajase para aumentar, siquiera con un puñado más de maíz, el cotidiano atole y las obligadas tortillas. De allí para adelante, Pedro debía ganar su sustento con el sudor de su rostro.

Pedro llegó a la edad de hombre, y llegó también, como su padre, a ganar veinticinco centavos diarios trabajando de sol a sol; pero si la vida era cara cuando su padre lo inició en el trabajo, lo era más aotualmente; las levas eran más frecuentes; la ley fuga había alcanzado su máximum de aplicación; las fatigas -servicio personal gratuito a la Autoridad- menudeaban más y más, y, para colmo de desdichas, según la costumbre tradicional, sobre sus pobres lomos había caído la deuda de su padre, agravando la propia.

En busca de mejor fortuna, Pedro se vino a los Estados Unídos, encontrando trabajo en una sección de ferrocarril. Un día cayó en sus manos un ejemplar de Regeneración, que algún propagandista viajero había dejado en la sección. Pedro leyó el periódico y sintió que algo se derrumbaba en lo más profundo de su ser. El había aprendido a respetar a sus patrones como si fueran sus padres; en su sencillez creía que, si no hubiera ricos, los pobres no tendrían qué comer. Respetaba al Gobierno, a pesar de lo mal que lo había tratado en México; consideraba al sacerdote como un representante de Dios sobre la tierra. En suma: el pobre Pedro era un reaccionario de tomo y lomo.

Sentado en un cajón vacío que le servía de silla, Pedro leyó Regeneración aquella vez, a la luz de una vieja lámpara de petróleo, y, mientras leía el periódico, un nudo le subía a la garganta ... y sintió que algo se derrUmbaba en lo más profundo de su ser, y que un horizonte más amplio se extendía ante su vida.

Antes, Pedro se sentía desgraciado; pero creía que era lo más natural el sufrir en este mundo, al menos así lo aseguraba el cura. Ahora se daba cuenta de las engañifas de los señores de sotana para tener apaciguados a los esclavos, y su corazón latía con violencia.

Con los puños crispados, decía: Iré a México y no dejaré con vida a uno solo de estos pajarracos.

Recordaba entonces los sermones del cura de su aldea cuando éste, fingiendo amor y caridad, decía a voz en cuello: Tened paciencia, hijos míos, que Dios os premiará en la otra vida; respetad y amad a vuestros patrones como si fueran vuestros segundos padres; conformaos con vuestra pobreza; no envidiéis los bienes de los ricos, porque esos bienes les han sido dados por Dios misericordioso para que os den trabajo y no os falte el pan; respetad al Gobierno, que él es el encargado de velar por la seguridad de los bienes y de las personas, de dar las leyes, de castigar el crimen y premiar la virtud ...

- ¡Ah, si antes hubiera yo leído Regeneración!, decía Pedro, y en la pocilga escueta resonaba su voz como en el fondo de una caverna: si antes hubiera leído Regeneración, otra cosa habría sido de mí y de los míos.

El viento se filtraba por las rendijas del tugurio, gimiendo como si llevase los lamentos de los esclavos que nacen, viven y mueren, sin conocer otra cosa de la vida, que la miseria y el dolor.

A lo lejos aullaba un perro; un pájaro nocturno hacia más triste el luto de la noche con su canto fúnebre.

Pedro continuaba leyendo, y, mientras leía, en su mente acariciaba una idea: comprar un rifle; y apartando por momentos la vista de las apretadas líneas del periódico, pensaba, pensaba, pensaba.

No era viejo; no tenía más que veinticinco años de edad; pero él creía haber perdido mucho tiempo para la lucha por el ideal.

- ¡No dejaré un burgués con vida tan pronto como pise territorio mexicano, gritó con ardor, y su voz vibró como un clarín llamando a combate a los esclavos decididos a ser hombres.

El viento sollozaba en las rendijas del cuchitril, como si fuera el rumor del Manto, y de los suspiros, y de las quejas y de los ayes de los hombres, de las mujeres, de los ancianos y de los niños proletarios que nacen, viven y mueren sin conocer otra cosa que la miseria y el dolor ... Afuera, los hilos telegráficos, sacudidos por el viento, lanzaban notas quejumbrosas. Un gallo cantó a lo lejos; una pareja de gatos denunciaba, en las sombras, sus ruidosos amores.

Pedro continuaba leyendo, y pensaba, pensaba, pensaba.

- ¡Tendré una bala para cada representante de la Autoridad tan pronto como esté en México!, gritó, y su voz resonó como el estallido de la metralla en las trincheras del enemigo ...

Poco tiempo después de esta noche, en que el cerebro de un hombre se iluminó con una luz nueva, un destacamento carrancista se rebeló contra la autoridad de Venustiano Carranza, desconociendo Gobierno, Capital y Clero.

Sucedió que Pedro, convertido en apóstol de la Buena Nueva, marchó hacia territorio dominado por el carrancismo, se presento en un campamento carrancista y sentó plaza de soldado. Una vez entre aquellos rebeldes dio rienda suelta a sus pensamientos generosos.

- Hermanos, decía, ¿por qué hemos de echarnos encima el yugo de otro Gobierno?

Y proseguía: Ya que tenemos las armas en las manos, acabemos de una vez con el principio de Autoridad, con el Capital y con el Clero.

Entonces, sacando de su bolsillo un librito rojo, lo leía a sus compañeros de armas, ya que no de ideales.

Era el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911.

Los rebeldes escuchaban al apóstol, y la opinión se iba generalizando, de que, si se quiere que la revolución dé buen fruto, es preciso que el pueblo, durante la misma, esto es, durante la lucha armada, tome posesión de la tierra, de la maquinaria y de los medios de transportación; pues si espera a que un Gobierno haga feliz al pueblo, eso nunca se conseguirá porque el Gobierno no tiene otra misión que la de dar protección a los ricos, con perjuicio de los pobres.

Y los rebeldes carrancistas pensaban, pensaban, pensaban.

Uno se acordaba de cómo una vez que los obreros de su distrito se declararon en huelga solicitando unos cuantos centavos más de salario y un menor número de horas de trabajo, el Gobierno envió tropas para ametrallarlos y hacerlos reanudar sus labores en las mismas condiciones de antes.

Otro trajo a su memoria la suerte de Juan, en su pueblo, que fue sacado de su jacal a altas horas de la noche por la Acordada, y acribillado a balazos, como un perro, a la vuelta de un camino, por no haber permitido que el dueño de la hacienda saciara sus apetitos carnales en la persona de la compañera de su vida.

Otro más recordaba al pobre Santiago, el vaquero cargado de familia, que fue enviado a las filas y murió de malaria en la Tierra Caliente porque no permitió que el patrón le robase su salarío.

Cada uno de aquellos rebeldes tenía más de un recuerdo de cómo la Autoridad protege al rico con perjuicio del pobre, y en cada uno de aquellos pechos, endurecidos por las privaciones y el sufrimiento, ardía un fuego de venganza.

- ¡No queremos más gobierno!, gritaron, y su grito repercutió en los cantiles de la sierra como un trueno.

- ¡Muera el Capital; muera el Clero!, repitieron, y las voces formidables rodaron por las cañadas hasta perderse en la llanura.

Los oficiales se apercibieron del motín y acudieron en tropel a imponer el orden. Unos cuantos disparos dieron fin a esos oficiales, y los nuevos libertaríos, con la bandera roja en alto y enardeciendo el ambiente con las notas heroicas de El Hijo del Pueblo, emprendieron la marcha hacia la conquista de Tierra y Libertad.

(De Regeneración, del número 175, fechado el 7 de febrero de 1914).
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