Índice de la ORESTIADA de EsquiloLAS EUMÉNIDES - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha

LA ORESTIADA

LAS EUMÉNIDES
Segunda parte

ESQUILO


Sale Alenea.


CORO
Hoy habrá un desquiciamiento por obra de las leyes nuevas, si triunfa la causa y la ofensa de este matricida. Esta acción armonizará a todos los mortales con la licencia: muchas, en verdad, dolorosas heridas, abiertas por los propios hijos, aguardarán a los padres con el tiempo. Porque ninguna ira de las ménades, que vigilan a los mortales, perseguirá estos desmanes; dejaré realizar todo destino de muerte. Uno irá preguntando a otro, mientras cuenta los males del vecino, el fin o el alivio de estas miserias, y en vano se consolarán, desgraciados, con remedios no seguros. Que nadie herido por la desgracia me invoque, pronunciando estas palabras: Oh justicia, oh trono de las Erinis. Quizá un padre o una madre, recién ofendidos, gemirán lastimosamente, puesto que se hunde la morada de la justicia. Hay casos en que es bueno el temor y, guardián de los corazones, debe permanecer entronizado. Es difícil aprender la sensatez bajo el dolor. ¿Quién, pues, ciudad o mortal igualmente, si en su corazón nada teme bajo el sol, podrá venerar la justicia? No alabes ni una vida anárquica ni sometida a un déspota. A toda medida otorga Dios el poder; lo demás lo gobierna de otra manera. Digo una verdad oportuna, la insolencia es hija, en verdad, de la impiedad; pero, de una sana mente nace la dicha, de todos querida y tan invocada. Ante todo te digo: venera el altar de la justicia. Ni al ver una ganancia lo ultrajes con un puntapié impío. Pues el castigo vendrá: el fin permanece soberano. Así coloca en primer lugar de honor la reverencia a los padres y respeta los derechos de los extranjeros que se acogen a tu casa. Aquél que de grado, sin coacción, es justo, no será desgraciado y no perecerá del todo. Mas el rebelde audaz que lleva una carga de tesoros injusta y violentamente acumulada, lo afirmo, con el tiempo amainará velas, cuando, roto el mástil, se apodere de él la angustia. Llama a los que nada oyen, en medio del irresistible torbellino. Y el destino se ríe del hombre insolente, viendo a aquél, que jamás se lo esperaba, abatido en medio de males sin remedio, e incapaz de saltar por encima de la cresta de la ola. Su dilatada felicidad de antaño lo ha lanzado contra el escollo de la justicia, y perece sin que nadie lo llore, sin que nadie lo vea.


Regresa Atenea con el mensajero, los jueces y gente del pueblo. El coro y Orestes se sitúan en frente uno de otro.

ATENEA
Haz la proclama, mensajero, y contén al pueblo. Que la penetrante trompeta tirrénica, llena de soplo humano, llegue hasta el suelo y manifieste su aguada voz a la multitud. Estando lleno este Consejo, conviene que haya silencio, que toda la ciudad conozca las leyes que establezco, y que estos jueces pronuncien un veredicto justo. (Se aparece Apolo). Soberano Apolo, dirige tus propios asuntos. ¿Qué parte tienes, dime, en esta causa?

APOLO
Vengo para dar testimonio -pues, según la ley, este hombre es mi suplicante y huésped de mi hogar, y yo mismo lo he purificado de su crimen- y también como defensor. Yo soy responsable del matricidio. Pero tú abre este proceso y según tu pericia dicta sentencia.

ATENEA
(A las Erinis). Vosotras tenéis la palabra: Doy comienzo al debate. El acusador, hablando el primero, debe ser rectamente informador del caso.

CORIFEO
Somos muchas, pero hablaremos poco. (Dirigiéndose a Orestes). Tú responde sucesivamente palabra por palabra a mis preguntas. Dime ante todo: ¿mataste a tu madre?

ORESTES
La maté: no es posible negar el hecho.

CORIFEO
Esta es una de las tres caídas.

ORESTES
No pregones jactanciosamente tu hazaña, ya que no estoy todavía vencido.

CORIFEO
Sin embargo, es preciso que digas cómo la mataste.

ORESTES
Lo digo: por mi mano, con la espada le corté el cuello.

CORIFEO
¿Quién te persuadió y aconsejó?

ORESTES
Los oráculos de éste: él es mi testigo.

CORIFEO
¿El dios profeta te indujo a matar a tu madre?

ORESTES
Y hasta ahora no me reprocha mi suerte.

CORIFEO
Pero si la votación te condena, otra cosa, quizá, dirás.

ORESTES
Tengo confianza: mi padre me enviará ayuda desde la tumba.

CORIFEO
Sí, confía ahora en los muertos después que has matado a tu madre.

ORESTES
Ella tenía la mancha de dos crímenes.

CORIFEO
¿Cómo? Explícalo a los que han de juzgarte.

ORESTES
Matando a su esposo mató a mi padre.

CORIFEO
Pero tú vives; ella, en cambio, está libre del asesinato.

ORESTES
¿Y por qué no la perseguiste en vida?

CORIFEO
No era pariente del hombre que mató.

ORESTES
¿Es que yo estoy en la sangre de mi madre?

CORIFEO
¿Cómo, pues, te crió en tus entrañas, malvado? ¿Reniegas, tú, de la sangre queridísima de una madre?

ORESTES
(A Apolo). Es hora ya de que des tu testimonio. Explica por mí, Apolo, si la maté justamente. El hecho, tal como es, no lo niego; pero decide si, seiún tu criterio, esta sangre ha sido justamente derramada o no, para que informe a los jueces.

APOLO
Os lo voy a decir, augusto tribunal de Atenas: Justamente, y siendo profeta no mentiré. Nunca desde mi trono profético he dicho algo referente a un hombre o a una mujer o una ciudad que no me lo mandara Zeus, padre de los Olímpicos. Habéis de saber la fuerza de esta justificación y os invito a seguir la voluntad de mi padre; porque no hay juramento que prevalezca sobre Zeus.

CORIFEO
¿Zeus, según dices, te apremió a revelar este oráculo a Orestes, que vengando la muerte de un padre no tuviera en cuenta el honor debido a una madre?

APOLO
Sí, porque no es lo mismo la muerte de un noble héroe investido con el cetro, regalo de Zeus, y esto por obra de una mujer que no ha lanzado desde lejos, como una amazona, dardos impetuosos, sino de la manera que oiréis, Palas y vosotros que estáis aquí sentados, para decidir con vuestro voto esta causa. Cuando regresaba de la guerra, habiendo conseguido los mejores éxitos, ella lo recibe con dulces palabras, lo conduce al baño y, al salir de la bañera, lo envuelve con un velo y golpea al varón impedido por aquel inextricable peplo bordado. Ya os he expuesto el fin de este héroe augusto entre todos, del caudillo de la armada. He hablado así de ella para excitar al pueblo que está encargado de decidir este proceso.

CORIFEO
Según tus palabras, Zeus honra preferentemente la muerte de un padre; pero él mismo encadenó a su viejo padre Cronos. ¿Cómo esto no está en contradicción con lo anterior? Yo os tomo por testigos de que habéis oído estas razones.

APOLO
¡Oh monstruos odiados por todos, abominación de los dioses! Zeus puede desatar unas cadenas; esto tiene remedio y hay muchos medios de librarse de ellas. Pero cuando el polvo se ha bebido la sangre de un hombre, una vez muerto, ya no hay resurrección. Mi padre no ha creado encantamientos contra este mal, él que remueve todas las cosas arriba y abajo, sin jadear por el esfuerzo.

CORIFEO
Mira, pues, cómo defiendes su absolución. Habiendo derramado por el suelo la sangre de una madre, ¿habitará en Argos el palacio de su padre? ¿En qué altares públicos presentará ofrendas? ¿Qué fratría lo admitirá en sus lustraciones?

APOLO
También te lo diré, y entérate de que hablo justamente. La madre no es la engendradora del que se llama su hijo, sino la nodriza del germen recién sembrado. El que engendra es el hombre; ella, como una extranjera para un extranjero, salva el retoño, si la divinidad no lo malogra. Te voy a dar una prueba de este argumento: se puede ser padre sin una madre. Cerca tenemos un testimonio, la hija de Zeus Olímpico, que no ha sido alimentada en las tinieblas de un vientre, y, sin embargo, ninguna diosa podría dar a luz un vástago semejante. Yo, ¡oh Palas!, como en todo sé hacerlo, engrandeceré tu ciudad y tu pueblo; y he enviado este hombre al lugar de tu templo para que te sea por siempre fiel y consigas con él un nuevo aliado, diosa, así como a sus hijos, y esta alianza permanezca por siempre querida por sus descendientes.

ATENEA
Ruego ya a los jueces que, según su opinión, despositen un voto justo, puesto que ya se ha hablado suficiente.

CORIFEO
Nosotras hemos lanzado ya todos los dardos. Mas aguardo para escuchar cómo se resuelve el debate.

ATENEA
(A Apolo y Orestes). Y vosotros, ¿qué he de hacer para no recibir vuestros reproches?

APOLO
(A los jueces). Habéis oído lo que habéis oído. Al depositar vuestro voto, conservad en el corazón el respeto debido al juramento, extranjero.

ATENEA
Escuchad ahora la norma que instituyo, pueblo de Ática, que vais a resolver la primera causa por sangre derramada. Este Consejo de jueces permanecerá siempre en el futuro entre el pueblo de Egeo. Esta colina de Ares, asiento y tienda de las amazonas un día, cuando por odio a Teseo trajeron aquí la guerra -una nueva ciudadela de altas torres levantaron y sacrificaron a Ares, de donde la roca y la colina tomaron el nombre de Ares-, en esta colina, digo, el respeto del pueblo y el miedo, hermano suyo, impedirán a los ciudadanos, de día y de noche, cometer injusticias con tal que ellos mismos no alteren sus leyes; si ensucias agua clara con afluentes impuros y con cieno, no podrás beber ya más. Ni anarquía ni despotismo: tal es la máxima que aconsejo a los ciudadanos mantener con reverencia y no desterrar enteramente de la ciudad el temor. ¿Qué mortal se mantiene en la justicia si nada teme? Venerad, como se debe, este poder augusto, y tendréis un baluarte salvador de vuestro país y vuestra ciudad, como nadie lo tiene, ni entre los escitas ni en las regiones de Pélope. Incorruptible, venerable, severo, tal es el Consejo que establezco, guardián de la tierra, siempre vigilante por los que duermen. Tal es la exhortación que he dirigido a mis ciudadanos para el futuro. Ahora debéis alzaos, emitir vuestro voto y decidir el litigio respetando el juramento. He dicho.


Los jueces van depositando los votos en las urnas.

CORIFEO
Yo, en verdad, os aconsejo que no despreciéis esta pesada compañia mía asentada en el país.

APOLO
Por mi parte, yo os invito a respetar los oráculos, míos y de Zeus, y no hacerlos infructuosos.

CORIFEO
Pero no te incumbe intervenir en causas de sangre. Ya nunca más podrás anunciar vaticinios puros.

APOLO
¿Entonces mi padre se equivocó en sus designios con ocasión de las súplicas de Ixión, el primer homicida?

CORIFEO
Tú lo dices. Pero yo, si no gano la causa, haré sentir pesadamente mi presencia sobre este país.

APOLO
Pero tú no tienes honra alguna, ni entre los dioses nuevos ni viejos. Yo ganaré.

CORIFEO
Tal fue también tu proceder en el palacio de Feres: persuadiste a las Parcas de hacer inmortales a los hombres.

APOLO
¿Acaso no es justo favorecer al que honra a uno, sobre todo cuando él tiene necesidad?

CORIFEO
Pero tú destruiste antiguas asignaciones, engañando con vino a viejas divinidades.

APOLO
Y tú pronto, no obteniendo votos favorables, vomitarás un veneno que ya no dañará a los enemigos.

CORIFEO
Ya que tú, joven dios, machacas mi ancianidad, aguardo en espera de oír esta sentencia, porque no sé si habré de enfurecerme contra esta ciudad.

ATENEA
Esta es mi función: juzgar la última. Yo añadiré mi voto a los que defienden a Orestes; no tengo madre que me haya dado a luz, y en todo, salvo en concertar nupcias, me decido por el varón con toda el alma: sin duda estoy al lado del padre. Así no me preocuparé del destino de una mujer que ha muerto al marido, guardián de la casa. Orestes ganará, aun en igualdad de votos. Sacad apresuradamente los sufragios de las urnas, jueces encargados de esta tarea.


Se sacan y cuentan los votos.

ORESTES
¡Oh Apolo!, ¿cómo se decidirá el juicio?

CORIFEO
¡Oh noche!, ¿ves lo que sucede?

ORESTES
Atenea, mi final será colgarme o ver todavía la luz.

CORIFEO
Para nosotras, desaparecer o conservar nuestros honores.

APOLO
Contad exactamente los sufragios que salen, extranjeros, procurando no cometer fraude en el reparto: un sufragio de menos produce un gran dolor y un solo voto puede derribar o levantar una casa.

ATENEA
Este hombre es absuelto del delito de sangre: el número de votos es igual por ambas partes.


Apolo desaparece.

ORESTES
¡Oh Palas, salvadora de mi casa! Privado de la tierra de mis padres, tú me has restablecido en ella. Y alguien de los helenos dirá: Este hombre vuelve a ser argivo y habita en medio de los bienes paternos por obra de Palas y Loxias, y de aquel que todo lo gobierna, tercer Salvador. El cual, compadeciéndose del destino paterno, me salva, al ver a estas defensoras de la causa de mi madre. Pero yo a este país y a tu pueblo, para el porvenir y para la plenitud del tiempo futuro, hago este juramento ahora, al partir hacia mi casa: nadie que sea allí timonel del país traerá jamás contra estos lugares un ejército bien equipado. Yo mismo, estando entonces en la tumba, a los transgresores de mi presente juramento, les castigaré con irremediables desgracias, volviendo sus caminos irresolutos y sus pasos llenos de funestos presagios para que se arrepientan de su empresa. En cambio, si mantienen mis juramentos y, honran siempre esta ciudad de Palas con lanza aliada, yo les seré propicio. Y ahora adiós, tú y tu pueblo que guarda la ciudad. ¡Ojalá que esta lucha, irresistible para los enemigos, te traiga salvación y victoria en las armas!


Sale Orestes.

CORO
¡Oh jóvenes dioses! Habéis machacado las leyes antiguas y me habéis arrancado a ese hombre de mis manos. Mas yo así deshonrada, mísera, haré sentir sobre esta tierra, ¡ay!, el peso de mi ira, veneno, veneno en venganza vertiendo de mi corazón, destilación causa de esterilidad para el país. De ella saldrá una lepra, funesta a las hijas, funesta a los hijos, ¡oh justicia!, que abatiéndose sobre esta tierra arrojará contra la región plagas homicidas. ¿Gimo? ¿Qué haré? Seamos abrumadoras a los ciudadanos. Hemos padecido, ¡ay un gran ultraje, las miserables hijas de la noche, deshonrosamente afligidas.

ATENEA
Escuchadme, no lo soportéis quejándoos gravemente. Pues no habéis sido vencidas, sino que una sentencia igualada en votos ha salido verdaderamente de las urnas, no para vuestra humillación. Había hermosos testimonios de parte de Zeus y los traía el mismo dios que había profetizado que Orestes no sufriría ningún daño por su acción. Queréis vomitar sobre esta tierra una pesada cólera; reflexionad, no os irritéis; no provoquéis la esterilidad destilando licores demoníacos, lanzas salvajes devoradoras de gérmenes. Yo con toda lealtad os prometo que tendréis una morada y un refugio legítimo en este país, sentadas sobre los altares de maravillosos tronos, honradas por estos ciudadanos.

CORO
¡Oh jóvenes dioses! Habéis machacado las leyes antiguas y me habéis arrancado a ese hombre de mís manos. Mas yo así deshonrada, mísera, haré sentir sobre esta tierra, ¡ay!, el peso de mi ira, veneno, veneno en venganza vertiendo de mi corazón, destilación causa de esterilidad para el país. De ella saldrá una lepra, funesta a las hijas, funesta a los hijos, ¡oh justicia!, que abatiéndose sobre esta tierra lanzará contra la región plagas homicidas. ¿Gimo? ¿Qué haré? Seamos abrumadoras a los ciudadanos. Hemos padecido, ¡ay!, un gran ultraje, las desgraciadas hijas de la noche, deshonrosamente afligidas.

ATENEA
No sois despreciadas; en vuestra ira excesiva no hagáis, diosas, la tierra difícil de cultivar para los mortales. Yo tengo confianza en Zeus y -¿por qué he de decirlo?- soy el único de los dioses que conoce las llaves del aposento en donde está guardado el rayo; pero no es necesario nada de esto. Tú préstame oídos y de tu lengua insolente no lances sobre este país palabras que llevan el fruto de una total desgracia. Aplaca la amarga cólera de esta negra ola, como destinada a ser verdaderamente honrada y habitar conmigo. Las primicias de este dilatado país, ofrendas por el nacimiento de los hijos y por las nupcias, serán para ti y siempre alabarás mi consejo.

CORO
¡Yo sufrir esta humillación, ¡ay!, yo, con mi antigua sabiduría habitar en este país, despreciada, ¡ay!, e impura! Respiro todo mi furor y cólera. ¡Ay, ay, Tierra! ¡Qué dolor penetra en mis costados! Escucha, madre noche, mi ira: me han quitado mis inveterados honores, a nada los han reducido los ineluctables engaños de los dioses.

ATENEA
Soportaré tus ataques de cólera; tú eres más vieja que yo y en verdad más sabia, aunque Zeus también me ha concedido no razonar malamente. Vosotras, si marcháis a otras tierras de gente distinta, sentiréis nostalgia de este país. Os anticipo lo siguiente: el curso del tiempo aumentará la gloria de estos ciudadanos, Y tú, en una hermosa estancia cerca de la morada de Erecteo, recibirás de los cortejos de hombres y de mujeres lo que nunca habrías obtenido de otros mortales. Mas tú, en estos lugares que son míos, no lances sangrientos aguijones que destrozan las entrañas de los jóvenes y enloquecen con furias abstemias ni, como si excitase el corazón de unos gallos, introduzcas entre mis ciudadanos las guerras intestinas y la audacia mutua. Sea externa la guerra, fácil alcance para aquél que tiene un violento deseo de fama; pero que no me hablen de combates entre las aves de corral. Tales ofrecimientos de mi parte puedes escoger; haciendo bien, recibiendo bien, bien honrada, compartir esta tierra predilecta de los dioses.

CORO
¡Yo sufrir esta humillación, ¡ay!, yo, con mi antigua sabiduría habitar en este país, despreciada, ¡ay!, e impura! Respiro todo mi furor y cólera. ¡Ay, ay, Tierra! ¡Qué dolor penetra en mis costados! Escucha, madre noche, mi ira: me han quitado mis inveterados honores, a nada los han reducido los ineluctables engaños dé los dioses.

ATENEA
No me cansaré de aconsejarte estos bienes. Que nunca puedas decir que una anciana divinidad ha sido arrojada por mí, que soy más joven, y por los mortales que guardan mi ciudad, sin honor y desterrada de esta tierra. Pero si te es sagrada la majestad de la persuasión, dulzura y encanto de mi lengua, tú permanecerás aquí; pero si no quieres quedarte, no serías justa lanzando sobre esta ciudad una cólera o un resentimiento o un daño para mi pueblo; porque te es posible tener legítimamente la posesión de este país y ser por siempre honrada.

CORIFEO
Soberana Atenea, ¿qué morada dices que tendré?

ATENEA
Libre de todo infortunio; acéptala.

CORIFEO
Y si la acepto, ¿qué honores me esperan?

ATENEA
Ninguna casa prosperará sin ti.

CORIFEO
¿Tú harás qué mi poder sea tan grande?

ATENEA
Dispondré los sucesos en favor del que te honre.

CORIFEO
¿Y me lo garantizarás por todo el tiempo futuro?

ATENEA
Me es posible dejar de prometer lo que no he de cumplir.

CORIFEO
Me parece que me hechizas y renuncio a mi cólera.

ATENEA
Residiendo en estas tierras, conseguirás nuevos amigos.

CORIFEO
¿Qué honores, pues, me exhortas, que cante en favor de esta tierra?

ATENEA
Los que no tengan por blanco una dañina victoria. Que todas las brisas de la tierra y del rocío marino y del cielo, soplando a la propicia luz del sol, pasen sobre este país. Que el fruto ubérrimo de la tierra y de los animales no se canse de hacer prosperar a mis ciudadanos y guarde también el germen humano. Mas, a los impíos, extermínalos; pues, como un buen jardinero, me place ver a la raza de los justos libre de este castigo. He aquí lo que te pertenece; pero yo no permitiré que las nobles empresas guerreras dejen de honrar a esta ciudad, victoriosa entre los hombres.

CORO
Aceptaré la convivencia con Palas y no rechazaré una ciudad que también Zeus todopoderoso y Ares habitan, fortaleza de los dioses y resplandeciente protección de los altares de las divinidades helénicas. Por ella con oráculos propicios imploro que la brillante luz del sol haga brotar en abundancia de la tierra los bienes útiles para la vida.

ATENEA
Yo actúo bondadosamente en favor de mis ciudadanos estableciendo aquí unas poderosas e implacables divinidades, pues les ha sido asignado regirlo todo entre los hombres. El que no incurrió en su ira, no sabe de dónde vienen los golpes crueles de la vida. Las faltas de sus antepasados le arrastrarán ante ellas, y por más que grite una muda ruina lo aniquila con furia enemiga.

CORO
¡Que no sople jamás un viento funesto a los árboles -os anuncio mis favores-, que los ardores que agostan las yemas de las plantas no pasen las fronteras del país! ¡Que la estéril y funesta plaga de los campos no se arrastre hasta aquí! ¡Que la tierra críe fecundas ovejas, madre cada una de dos corderos en el tiempo establecido! ¡Y que el producto sacado de un rico suelo haga siempre honor al feliz presente de los dioses!

ATENEA
¿Escucháis, guardianes de la ciudad, lo que quiere cumplir? Grande, pues, es el poder de la augusta Erinis, cabe los inmortales y los dioses infernales; y entre los hombres clara y plenamente dispone, a unos dando canciones, a otros una vida sombría de lágrimas.

CORO
Alejo de vosotros los destinos que matan prematuramente a lo hombres. Conceded a las jóvenes amables una vida al lado de un esposo, ¡oh Moiras soberanas! hermanas nuestras de madres divinidades distribuidoras de equidad, que residiendo en todas las casas hacéis sentir en todo tiempo el peso de vuestra presencia justiciera, vosotras las más respetadas entre todos los dioses.

ATENEA
Al oír lo que con benévolo ánimo afirmáis a mi tierra me lleno de alegría. Venero los ojos de la persuasión, porque ha protegido mi lengua y mi boca frente a estas que tan fieramente negaban. Pero ha ganado Zeus, dios de la palabra; y vence para siempre nuestra obstinación al bien.

CORO
¡Que jamás la discordia, insaciable de males, brame, ruego, en esta ciudad! ¡Que el polvo, abrevado con la negra sangre de los ciudadanos, no exija en su cólera, como represalia, desgracias de mutua sangre para la ciudad! ¡Que cambien entre ellos alegrías en un espíritu de común amistad y odien con un solo corazón! Porque de muchos males éste es el remedio entre los mortales.

ATENEA
¿No es verdad que saben hallar el camino de una lengua propicia? De estos terribles rostros veo salir una inmensa ganancia para los ciudadanos. Porque si siempre a estas benévolas las honráis con benévolo ánimo, todos os distinguiréis conduciendo vuestro país y vuestra ciudad por los caminos de la recta justicia.

CORO
Salud, salud en la justa posesión de la riqueza; salud a vosotros, pueblo de Atenas, sentados cabe el altar de Zeus, queridos de la virgen querida, sensatos en todo tiempo. Los que estén bajo las alas de Palas, su padre los respeta.

ATENEA
Salud también vosotras. Pero es necesario que yo vaya delante para enseñaros vuestras moradas, a la sagrada luz del cortejo. Id y con estas sagradas víctimas, alejad de nosotros la desgracia y enviadnos lo que es provechoso para el éxito de la ciudad. Y vosotros, guardianes de la ciudad, hijos de Cránao, mostrad el camino a estos nuevos habitantes. ¡Y que los ciudadanos tengan buenos y rectos designios!

CORO
Salud, salud de nuevo; para vosotros todos los de la ciudad, repito este augurio, deidades y hombres. Habitáis la ciudad de Palas: honrad mi residencia entre vosotros y no os lamentaréis de vuestra suerte en la vida.

ATENEA
Acepto el lenguaje de vuestros votos y voy a llevaros, a la luz de las brillantes antorchas, hasta los hogares inferiores y subterráneos. Vendrán conmigo, como es justo, las servidoras, guardianes de mi imagen; pues invito a salir al esplendor de todo el país de Teseo, tropa ilustre de niños y mujeres, cortejo de ancianas. Venerad a estos dioses con vestidos purpúreos y surja el resplandor del fuego, a fin de que esta bondadosa compañía en el país se manifieste, para siempre, en espléndidas generaciones humanas.

CORTEJO
Iniciad el camino, ¡oh grandes, ávidas de honores, hijas sin hijos de la noche!, con un cortejo amigo. Ciudadanos, callad. Hacia el antro subterráneo, en donde obtendréis, con las antiguas honras y ofrendas, un culto sin igual. Ciudadanos todos, callad. Propicias y leales al país, venid, Augustas, alegrándoos en el camino con las ardientes antorchas. Y ahora emitid gritos de alegría en respuesta a nuestros cantos. Alianza eterna entre las ahora domiciliadas y los ciudadanos de Palas. Zeus, que todo lo ve, y la Moira, así lo acordaron. Y ahora, emitid gritos de alegría en respuesta a nuestros cantos.

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