Índice de la ORESTIADA de EsquiloPERSONAJES DE LAS EUMÉNIDESLAS EUMÉNIDES - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

LA ORESTIADA

LAS EUMÉNIDES
Primera parte

ESQUILO


La acción se inicia en Delfos, ante el templo de Apolo. La profetisa entra por la derecha y se dirige hacia la puerta del templo, que está cerrada. Antes de entrar invoca a los dioses.


LA PITIA
Primeramente, con esta oración honro, entre los dioses, a la primera profetisa, la Tierra; después de ésta a Temis, que, según se dice, se sentó la segunda en este lugar profético de la madre; a su vez como tercera, con el permiso de Temis y sin violencia de nadie, otra Titánida, hija de la Tierra, se estableció, Febe; y ella lo ofrece como presente natalicio a Febo, que recibe este nombre sacado del de la diosa. Dejando el lago y la cima rocosa de Delos, arriba a las playas de Palas, frecuentadas de navíos, y llega por fin a esta tierra y las moradas del Parnaso. Le escoltan y grandemente veneran los constructores de caminos, hijos de Hefesto, amansando una tierra salvaje. A su llegada le tributan grandes honores el pueblo y Delfos, el señor que gobierna este país. Zeus, habiendo llenado su mente de un arte divino, lo coloca, cuarto profeta, en el trono. Y Loxias es hoy el intérprete de su padre Zeus. A estos dioses me dirijo en el comienzo de mis oraciones. Pero Palas Pronaia tiene en las historias un lugar privilegiado; y también adoro a las ninfas que habitan la gruta de Coricio, grata a las aves, morada de las diosas; Bromio reina allí, no lo olvido, desde el día en que este dios condujo a la lucha a las bacantes y acosando a Penteo como a una liebre le dio muerte. Invoco, en fin, las fuentes de Plisto, y el poder de Poseidón, y Zeus Supremo, que todo lo cumple; después, profetisa, me siento, en mi trono. Que los dioses me permitan conseguir obtener ahora, como antes, la mejor entrada posible al santuario Y si hay peregrinos de Grecia, que se aproximen según el turno señalado por la suerte, como es costumbre; pues yo profetizo como me dicta el dios. (La profetisa entra en el templo y vuelve a salir asustada ante el espectáculo de Orestes rodeado de la Erinis). ¡Oh! Una escena horrible de decir, horrible de ver, me hace salir del santuario de Loxias, tanto que estoy sin fuerzas ni puedo permanecer de ayuda de pie; corro con ayuda de las manos, no por la agilidad de mis piernas. Una vieja aterrada no es nada, o más bien, es un niño. Yo iba hacia el fondo del santuario coronado de guirnaldas, cuando veo sobre el ombligo a un hombre odioso a los dioses, sentado, en la actitud de un suplicante, con las manos goteando sangre, una espada recién sacada de una herida y una rama de olivo, cuidadosamente coronada de cintas larguísimas o, para decirlo más claramente, de vellón blanco. Delante de este hombre, un extraño grupo de mujeres duerme, sentado en sitiales; no mujeres, ¿qué digo?, Gorgonas; y ni siquiera las compararé a tales figuras. Las he visto hace poco, en un cuadro, llevándose la comida de Fineo; pero éstas no tienen alas, son negras y del todo repugnantes; roncan con resuellos esquivos; de sus ojos destila un horrible lagrimeo; su vestido no es justo llevarlo ni delante de las estatuas de las diosas ni en las mansiones del hombre. No, nunca he visto la raza de esta tropa, ni sé qué país se jacta de alimentar impunemente tal género sin que se arrepienta de este afán. De lo que sigue, cuídese el propio señor de este palacio, el poderoso Loxias: él es profeta médico, intérprete de pródigos y purificador de las casas ajenas.


Sale. En el interior del templo están Apolo, Hermes, Orestes y las Erinis.

APOLO
No, yo no te traicionaré. Hasta el final será tu protector, de cerca, de lejos, y no seré benigno a tus enemigos. Tú ves, ahora, cautivas a esas furiosas: vencidas por el sueño, las vírgenes abominables, viejas muchachas de un antiguo pasado, a las que nadie se acerca, ni dios, ni hombre, ni bestia. Nacieron para el mal, ya que habitan las dañinas tinieblas y el Tártaro subterráneo, odioso a los hombres y a los dioses olímpicos. Sin embargo, huye y no te acobardes: te perseguirán a través de un vasto continente, por cualquier tierra que pise tu huella vagabunda y allende el mar y las ciudades rodeadas por las olas. Pero no te canses de pacer tu afán. Y tan pronto llegues a la ciudad de Palas, siéntate rodeando con tus brazos la antigua imagen. y allí con jueces de nuestra causa y palabras embelesadas, hallaremos la forma de liberarte por siempre de tus sufrimientos; pues yo te persuadí de matar a tu madre.

ORESTES
Soberano Apolo, tú sabes no ser injusto; puesto que es así, aprende también a no ser negligente. Tu fuerza es garantía de tus beneficios.

APOLO
No te olvides de mis palabras: que el miedo no venza tu corazón. Y tú, sangre fraterna, hija de un padre común, Hermes, guárdalo; fiel a tu nombre, sé el conductor que guíe a mi suplicante. Zeus, en verdad, honra este respeto de los proscritos, que se presenta a los mortales con próspera suerte.


Apolo desaparece. Hermes y Orestes salen del templo y se alejan. Aparece la sombra de Clitemnestra.

SOMBRA DE CLITEMNESTRA
¿Cómo podéis dormir? ¡Ah! ¿Qué necesidad tengo de gente que duerme? Yo, menospreciada así por vosotras entre los restantes muertos, no ceso de oír reproches en boca de los difuntos porque maté, y voy errante vergonzosamente. Os declaro que me achacan un gran crimen, y después que he sufrido, un destino terrible de parte de los que más quería, ninguno de los dioses se indigna por mí, degollada por manos matricidas. Mira estos golpes con tu corazón: porque durmiendo, el alma se ilumina con los ojos, mientras que de día es incapaz de prever la suerte de los mortales. ¿No habéis saboreado a menudo mis ofrendas, libaciones sin vino, brebajes calmantes? ¿No os he ofrecido solemnes banquetes nocturnos sobre un hogar de fuego, en una hora no compartida con los otros dioses? Y todo esto lo veo pisoteado por tierra. Este se ha escapado y huye como un cervato; saltando ágilmente ha salido de las redes y se ha burlado de vosotras. Escuchadme: he hablado porque se trata de mi vida. ¡Recobrad el sentido, diosas subterráneas! En sueños, ahora yo, Clitemnestra, os llamo.

CORO.
(Quejido).

SOMBRA DE CLITEMNESTRA
Sí, podéis quejaros, pero el hombre se os escapa, muy lejos. Porque tiene amigos, no míos, a quien dirigirse.

CORO
(Quejido).

SOMBRA DE CLITEMNESTRA
Duermes demasiado y no tienes compasión de mis sufrimientos. Orestes, el asesino de esta madre, ha desaparecido.

CORO.
(Quejido).

SOMBRA DE CLITEMNESTRA
Refunfuñas, duermes. ¿No te levantarás pronto? ¿Qué función te ha sido encomendada sino hacer sufrir?

CORO
(Quejido).

SOMBRA DE CLITEMNESTRA
El sueño y la fatiga, en su conjura soberana, han embotado la furia de la terrible dragona.

CORO
(Doble gemido). ¡Toma, toma, toma! ¡Vigila!

SOMBRA DE CLITEMNESfRA
Persigues en sueños a una fiera y aúllas como un perro que no deja nunca la inquietud de su trabajo. ¿Qué haces? Levántate, no te dejes vencer por el cansancio. Ablandada por el sueño, no olvides el ultraje. Deja atormentar tu corazón con estos justos reproches; para los sensatos sirven de aguijones. Y tú lanza tu jadeo sangrante sobre este hombre, consúmelo con tu aliento, con el fuego de tu vientre. Síguelo, marchítalo con otra persecución.


Desaparece.

CORIFEO
Despiértate y despierta a tu vecina, como yo a ti. ¿Duermes? Levántate, cocea el sueño y veamos si hay algo inútil en este preludio.

CORO
¡Ah, ah! ¡Qué desgracia! ¡Cuánto sufrimiento, amigas! Mucho, en verdad, he sufrido yo y en vano. Hemos sufrido un infortunio de grave dolor, ¡oh dioses!, un mal insoportable. Ha escapado de la red y ha huido la fiera. Vencida del sueño, he perdido la caza. ¡Ah, hijo de Zeus, eres un ladrón! Joven numen, has pisoteado antiguas divinidades. Honrando a tu suplicante, hombre impío, cruel a sus padres. Nos has robado a un matricida, tú que eres un dios. ¿Cuál de estas cosas te diré que es justa? Del fondo de los sueños me ha llegado un reproche y, como un aguijón que el cochero empuña por el miedo, me ha herido el corazón, el hígado. Todavía siento, bajo el látigo de un verdugo feroz, un doloroso, dolorosísimo escalofrío. Así actúan los dioses jóvenes que todo lo gobiernan injustamente. El sitial que destila sangre de cabeza a pies, el ombligo del mundo, se ve cargado con horrible mácula sangrienta. Él, que es un adivino, por propio impulso, por propia invitación, ha ensuciado el santuario con una mancha doméstica, honrando a los mortales contra la ley, los dioses, ha desterrado las antiguas Moiras. A mí me es odioso y no me lo arrancará; ni que huya debajo de la tierra, nunca será liberado. Siendo un maldito, dondequiera que vaya, encontrará otro vengador sobre su cabeza.


Aparece Apolo.

APOLO
¡Fuera!, os lo mando; salid aceleradamente de esta casa, vaciad el santuario profético, si no queréis recibir la blanca serpiente alada que, saltando del arco de oro, os hará arrojar con dolor la negra espuma sacada de los hombres, vomitando los grumos de sangre que les habéis chupado. No, no es propio de vosotras acercaras a esta casa, sino allí en donde hay sentencias que cortan cabezas y vacían ojos, donde hay degüellos, donde, con la destrucción de la simiente, se pierde la flor viril de los niños, donde se mutila, donde se lapida, donde gruñen un largo lamento los hombres clavados por la espalda. ¿Oís, monstruos malditos de los dioses, las fiestas que os deleitan? Todo vuestro aspecto concuerda con estos horrores: vuestra morada propia sería la cueva de un león que se ahíta de sangre y no manchar con vuestra presencia estos lugares proféticos. Id, paced sin pastor: de tal grey ningún dios es amigo.

CORIFEO
Soberano Apolo, escucha a tu vez. Tú mismo eres, no cómplice, sino el único causante, el que tiene la culpa de todo lo que ha sucedido.

APOLO
¿Cómo? Explica, alarga tus razones.

CORIFEO
Tu oráculo mandó a tu huésped matar a su madre.

APOLO
Mi oráculo le dijo que condujera la venganza de un padre. ¿Qué, pues?

CORIFEO
Y luego te hiciste protector de la sangre reciente.

APOLO
Y le encargué que se refugiara en esta casa.

CORIFEO
¿Y por qué insultas a esta escolta?

APOLO
Porque no es propia para entrar en mi morada.

CORIFEO
Pero nos ha sido asignada esta tarea.

APOLO
¿Cuál es esta honorable función? Cuéntame esta antigua prerrogativa.

CORIFEO
Nosotras arrojamos a los matricidas de sus casas.

APOLO
¿Qué? ¿Y la mujer que se deshace del marido?

CORIFEO
Ella no ha dado muerte a un consanguíneo.

APOLO
Tú menosprecias por completo y en nada tienes los pactos nupciales garantizados por Zeus y por Hera. y Cipris, es rechazada indignadamente por tus razones, ella que otorga a los mortales las más dulces alegrías. Pues el lecho en donde el destino une al hombre y a la mujer y sobre el cual vela la justicia, es más fuerte que un juramento. Si con los que se matan entre ellos eres tan benigna que ni te preocupas ni los miras con ira, niego que seas justa desterrando a Orestes; pues veo que hay casos en que mucho te enfadas y otros que los tomas visiblemente con más calma. Pero la diosa Palas juzgará los derechos de ambas partes.

CORIFEO
Más yo nunca abandonaré a ese hombre.

APOLO
Tú persíguelo, pues, y aumenta tus desgracias.

CORIFEO
No busques con tus palabras cercenar mis honores.

APOLO
No aceptaría tener tales prerrogativas.

CORIFEO
Porque tú, según se dice, eres poderoso al lado de Zeus; pero yo, puesto que me empuja la sangre de una madre, voy con mi venganza tras este hombre y le sigo las huellas.

APOLO
Y yo socorreré a mi suplicante y lo salvaré. Terrible para los mortales y los dioses es la cólera de un suplicante, si alguien lo traiciona voluntariamente.


El coro sale. La escena cambia. Se ve a Orestes abrazado a la estatua de Atenea, en la acrópolis de Atenas.

ORESTES
Soberana Atenea, por orden de Loxias he venido; recibe benignamente a un maldito, no manchado ni impuro de manos, sino a uno enervado y gastado de restregarse por casas ajenas y por los caminos de los hombres. Atravesando igualmente tierra y mar, dócil a los preceptos proféticos de Loxias, llego a tu morada y abrazado a tu imagen, diosa, aquí permanezco esperando el resultado del juicio.


Llega el coro de las Erinis.

CORIFEO
Bien; esto es una señal manifiesta del hombre; sigue los indicios del mudo delator. Como un perro a un cervato herido, así nosotras rastreamos las gotas de sangre. Con tantas agotadoras fatigas, mi pecho jadea; he recorrido toda la Tierra y en vuelo sin alas he pasado por encima de las olas persiguiéndolo ligera como un navío. Y ahora aquí, en algún lugar, se ha acurrucado: el olor de la sangre humana me halaga.

CORO
Mira, mira bien, registra por todas partes, no sea que el matricida en huida furtiva escape sin castigo. Míralo, de nuevo ha encontrado apoyo. Abrazado a la estatua de una diosa inmortal, quiere someter a juicio la obra de sus manos. Más esto no es posible. La sangre materna, una vez derramada, ¡ay!, es difícil de recoger: el liquido vertido en el suelo desaparece. Tú, en resarcimiento de tus miembros todavía palpitantes has de darme a sorber la roja ofrenda de tu sangre. ¡Que en ti encuentre el alimento de horrenda bestia! Y una vez consumido en vida, te arrastraré bajo tierra, para que expíes con tormentos tu acción matricida. Allí veras que si algún otro mortal pecó ofendiendo impíamente a un dios, a un huésped o a sus padres, todos tienen el castigo que en justicia se merecen. Gran juez de los mortales es Hades bajo tierra, y todo lo ve y registra en su mente.

ORESTES
Yo, enseñado en la desgracia, conozco muchos ritos de purificación y cuándo es justo hablar e igualmente callar; y, en este presente caso, he recibido de un sabio maestro la orden de hablar; pues la sangre de mi mano duerme y se desvanece, y está lavada la mancha de la muerte de mi madre. Estando todavía fresca la he disipado con la ofrenda expiatoria de un cerdo en el hogar del dios Febo; y me sería muy largo de referir desde el principio a cuantos me acerqué con un contacto inocuo. El tiempo, al envejecer, todo lo supera. Ahora, pues, con boca pura invoco reverentemente a la soberana de esta tierra, a Atenea, que venga en mi ayuda. Ella, sin lanza, conquistará en mi y en el pueblo de la tierra argiva un aliado fiel en justicia y para siempre. Mas, ya sea que por las regiones del país líbico, alrededor de las corrientes del nativo Tritón, vaya, de pie o sentada, en ayuda de los amigos; ya sea que, como un audaz jefe de guerra, inspeccione la llanura de Flegra, le ruego que venga -pues un dios oye incluso de lejos- y me libre de estos males.

CORIFEO
No, ni Apolo ni la fuerza de Atenea podrían salvarte de ir a la perdición, abandonado de todos, sin saber dónde hay un rincón de alegría en tu corazón, sombra sin sangre, pasto de las diosas. No respondes, sino que rechazas, escupiendo, mis palabras, tú alimentado y consagrado para mí. Vivo, sin ser degollado en el altar, serás mi banquete; y ahora vas a oír el himno que te encadenará.


Las Erinis rodean la estatua de Atenea y fOrman un circulo alrededor de Orestes.

CORO
¡Ea! pues, entrelacemos una danza, ya que estamos decididas a entonar un horrendo canto y a decir cómo nuestra tropa reparte los destinos entre los hombres. Creemos ser rectas justicieras, ninguna ira nuestra acosa al hombre que presenta manos puras y su vida transcurre sin daño. Pero cuando un pecador, como éste, oculta unas manos ensangrentadas, entonces viniendo, testigos veraces, en socorro de los muertos aparecemos al fin como vengadoras de la sangre. Madre que me diste a luz, ¡oh madre noche!, para castigo de los muertos y de los vivos, escucha. Pues el hijo de Leto me priva de honores, arrebatándome esta liebre, legítima ofrenda en expiación de la sangre marchitamiento de los mortales. Esta es la tarea que la inflexible Moira me asignó demencia: alucinador, que pierde el alma, el himno de las Erinis, encadenador de los sentidos, sin lira, marchitamiento de los mortales. Ésta es la tarea que la inflexible Moira me asignó en perpetua posesión: acompañar a los mortales que en su locura se han precipitado a crímenes consanguíneos, hasta que descienden bajo tierra, pero, incluso muertos, no serán del todo libres. Pero para la víctima he aquí nuestro canto, demencial, alucinador, que pierde el alma, el himno de las Erinis, encadenador de los sentidos, sin lira, marchitamiento de los mortales. Ya al nacer nos fue asignada esta función que rehúyen las manos de los dioses. Ninguno toma parte en nuestros banquetes. Pero estoy excluida de las ropas blancas, no son cosa mía. Me incumbe la destrucción de las casas cuando Ares, doméstico, mata a un pariente. Entonces, ¡ah!, le perseguimos y, por poderoso que sea, le anonadamos por efecto de la sangre reciente. Nos damos prisa en quitar a otro estos afanes, en procurar la inmunidad de los dioses con mis cuidados, para que no hayan de instruir proceso. Pues Zeus ha juzgado indigno de su audiencia la abominable estirpe de los que gotean sangre. Las glorias humanas, aun las más augustas bajo el cielo, se derriten y consumen por tierra, humilladas ante el asalto de nuestros negros velos y las maléficas danzas de nuestro pie. Saltando con vigor desde lo alto, dejo caer pesadamente la fuerza de mi pie, y se quiebran las piernas de los ágiles corredores, desgracia insoportable. Cae, sin saberlo, en el delirio pernicioso; tales tinieblas extiende sobre el hombre su crimen; y una voz de muchos gemidos proclama que una bruma sombría envuelve toda la casa. Saltando con vigor desde lo alto, dejo caer pesadamente la fuerza de mi pie, y se rompen las piernas de los ágiles corredores, desgracia insoportable. Así permanece nuestro destino: ingeniosas, tenaces, memoriosas de los males, inexorables a los mortales somos las Venerables, que cumplimos un oficio despreciado y deshonroso, separadas de los dioses en la mansión tenebrosa, tarea nefasta por igual a los que ven la luz del sol y a los que están privados de ella. ¿Quién de los mortales no siente respeto y temor al oír la ley que nos ha fijado la Moira y que han ratificado los dioses? Conservo mi antiguo privilegio y no permanezco sin honores, aunque tengo mi lugar bajo tierra y en tinieblas sin sol.


Se aparece Atenea.

ATENEA
Desde lejos he oído el clamor de una voz, desde el Escamandro, cuando tomaba posesión de la tierra, espléndida porción de los tesoros conquistados a punta de lanza, que los caudillos y príncipes de los aqueos me asignaron del todo y para siempre, presente escogido para los hijos de Teseo. Desde allí he venido moviendo un pie infatigable, sin alas, haciendo resonar el seno de la égida, después de haber uncido este carro a potros vigorosos. Y ahora al ver esta tropa nueva en este país, no tiemblo, pero un asombro se ofrece a mis ojos. ¿Quiénes sois? A todos en común lo digo: a ese extranjero sentado junto a mi estatua y a vosotras que no os parecéis a ninguna raza humana: ni los dioses os ven entre las diosas ni por la forma sois semejantes a los mortales. Pero hablar mal de los demás sin motivo de reproche está lejos de lo justo y permitido.

CORIFEO
Lo sabrás todo enseguida, hija de Zeus: somos las sombrías hijas de la noche, y en las mansiones subterráneas somos denominadas las Imprecaciones.

ATENEA
Ya sé vuestro linaje y el sobrenombre que os dan.

CORIFEO
Pues ahora pronto sabrás mis honores.

ATENEA
Podré enterarme de ello si hablas un lenguaje claro.

CORIFEO
Echamos fuera de sus casas a los asesinos.

ATENEA
Y para el asesino, ¿dónde está el término de su huida?

CORIFEO
Donde la alegría es desconocida.

ATENEA
Así, ¿es ésta la huida a la qué, con tus gritos, condenas a este hombre?

CORIFEO
Sí, porqué creyó justo ser él asesino de su madre.

ATENEA
Pero ¿lo ha hecho por necesidad o por miedo a la cólera de alguien?

CORIFEO
¿Qué aguijón puede obligar a matar a una madre?

ATENEA
Estando presentes las dos partes, sólo he oído la mitad de la causa.

CORIFEO
Pero él no quiere ni aceptar ni prestar el juramento.

ATENEA
Tú prefieres pasar por justa más que serio.

CORIFEO
¿Cómo? Explícate, pues no carecemos de sabiduría.

ATENEA
Quiero decir que con juramentos la injusticia no triunfa.

CORIFEO
Entonces interroga y pronuncia una sentencia justa.

ATENEA
Así, ¿me confías a mí la decisión de la causa?

CORIFEO
¿Cómo no? Te honro dignamente tal como te mereces.

ATENEA
¿Qué quieres responder por tu parte, extranjero, a éstas acusaciones? Mas, dinos tu país, tu linaje y tus desgracias y luego defiéndete de este reproche. Si confiando en la justicia te has sentado, abrazándote a mi imagen, cerca de mi hogar, venerable suplicante a la manera de Ixión, responde cumplidamente a todas mis preguntas.

ORESTES
Soberana Atenea, ante todo voy a eliminarte una gran preocupación que se desprende de tus últimas palabras: no soy culpable. ni con manos impuras me he sentado junto a tu imagen. Te daré de ello una gran prueba: es ley que el hombre manchado no hable con nadie hasta que efusiones de sangre expiatoria de un animal recién nacido le ensangrenten por obra de un varón. Hace tiempo que me he purificado en otras casas, con víctimas y con líquidas corrientes. Así, digo, quítate de encima esta preocupación. En cuanto a mi linaje vas a saberlo en seguida. Soy argivo, y mi padre, bien le conoces: Agamenón, jefe del ejército naval con el que hiciste que Ilión, la ciudad de los troyanos, desapareciera como tal ciudad. Falleció sin gloria este monarca, al regresar a palacio: mi madre, de negro corazón, lo mató envolviéndolo en intrincados lazos que testimoniaban el asesinato en el baño. Yo, volvía a la patria, pues antes estuve exiliado, maté, no lo niego, a la que me dio a luz, muerte con muerte pagando en venganza de mi queridísimo padre. Pero de estos hechos, juntamente conmigo, es responsable Loxias, que me predijo sufrimientos, a manera de aguijones de mi corazón, si dejaba de cumplir alguna de sus órdenes contra los culpables. Tú juzga si he obrado o no justamente: cualquiera qué sea tu sentencia me someteré a ella del todo.

ATENEA
El asunto es sumamente grave, si algún mortal cree poder juzgarlo; pero tampoco me es lícito resolver en causas de muerte perpetradas en un arrebato de ira, máxime cuando, realizado todo rito expiatorio, te presentaste como suplicante puro y sin daño para mi morada, y cuando te admito en mi ciudad libre de culpa. Mas éstas tienen una función no fácil de aplacar, y si no consiguen un resultado victorioso, luego el veneno de su corazón, cayendo sobre este país, será un perpetuo e intolerable azote. Tal es la situación: lo mismo si se quedan que si las expulso, es causa de graves dolores, es difícil para mi. Con todo, ya que el asunto ha llegado a tal extremo, escogeré jueces de la sangre vertida, obligados por juramentos y constituiré un tribunal para siempre. Ahora vosotros llamad a los testigos y las pruebas, auxiliares juramentados de la justicia. Cuando haya escogido a mis mejores ciudadanos, volveré para que decidan este caso verídicamente, sin transgredir en nada los juramentos con ánimo injusto.

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