Índice de la ORESTIADA de EsquiloAGAMENÓN - Primera partePERSONAJES DE LAS COÉFORASBiblioteca Virtual Antorcha

LA ORESTIADA

AGAMENÓN
Segunda parte

ESQUILO


Clitemnestra sale del palacio junto a sus esclavas, que portall telas y tejidos preciosos.


CLITEMNESTRA
Ciudadanos, veneración de los argivos, no voy a avergonzarme de expresar delante de vosotros mi amor por mi marido: con el tiempo desaparece la timidez en las personas. Sin haberlo aprendido de otros, os contaré mi propia vida agobiante durante el tiempo en que este hombre estuvo al frente de Ilión. En primer lugar, es un mal terrible para una mujer quedarse sola en casa, lejos de su esposo; y luego, venga uno y otro a llevar noticias cada vez peores, gritando males para la casa. Y si este varón hubiera recibido tantas heridas como el rumor traía a la casa, bien se puede decir que estaría más agujereado que una red. y si estuviera muerto tantas veces como contaban los relatos, podría jactarse, Gerión segundo, de haber tenido tres cuerpos y de haber recibido una triple carga de tierra, muriendo una vez con cada una de estas tres formas. Por esos rumores tan malignos, otras personas soltaron violentamente muchos lazos que, colgando del techo, aprisionaban ya mi cuello. Por estas causas no está junto a mí, como debería, tu hijo garantía de nuestra fe, Orestes. No te extrañes: le cría un huésped amigo, Estrofo el focense, que me anunciaba penas dobles: tu peligro al pie de Ilión, y que un motín popular derribara el Consejo, ya que es innato a los hombres cocear al caído. En un alegato como éste no hay engaño. En cuanto a mí, se me han secado las fuentes copiosas de las lágrimas; no queda ni una gota. Con las largas vigilias mis ojos están enfermos de llorar esperando las llamas anunciadoras de tu vuelta, que siempre eran retrasadas. Y durante mis sueños, era despertada por los vuelos ligeros de un mosquito zumbador, después de ver más desgracias sobre ti que tiempo duraba el sueño. Ahora, tras tanto dolor, con el corazón libre de angustia, bien puedo llamar a este hombre perro guardián de la casa, cable salvador de la nave, firme columna del elevado techo, hijo unigénito de un padre, tierra aparecida a los navegantes contra toda esperanza, día bellísimo de ver después de la tormenta, chorro de fuente para el sediento caminante. Es dulce escapar de toda necesidad: de tales saludos le juzgo digno. ¡Que se aleje la envidia: muchas son las desgracias que hemos sufrido ya antes! Y ahora, querido, desciende de este carro sin poner en el suelo tu pie, ¡oh señor! destructor de Troya. ¿Qué esperáis, esclavas, a quienes se ha mandado cubrir con una alfombra el suelo de su carrera? Que el camino sea al punto cubierto de púrpura para que la justicia le conduzca a una mansión no esperada. Lo demás, mi cuidado, no vencido del sueño, lo cumplirá justamente con ayuda de los dioses, de acuerdo con lo fijado por el destino.

AGAMENÓN
Hija de Leda, guardián de mi casa, has hablado de manera semejante a mi ausencia, pues te has extendido largamente. Pero alabarme dignamente es un homenaje que ha de venir de otros. Por lo demás, no me mimes a manera de mujer, ni como si fuera un bárbaro me acojas, postrada, con clamores, ni extendiendo alfombras hagas envidioso mi camino. A los dioses hay que honrar así; pero, siendo yo mortal, no puedo caminar sin miedo en medio de bordadas maravillas. Digo que me honres como a un hombre, no como a un dios. Sin alfombras ni bordados también mi fama grita, y el no ser insensato es el mayor regalo del los dioses. Feliz se ha de llamar sólo al que ha terminado la vida en grato bienestar. Te lo dije, yo no podría hacer confiadamente lo que deseas.

CLITEMNESTRA
Ahora, respóndeme a esto con entera franqueza.

AGAMENÓN
Ten por cierto que no falsearé mi pensamiento.

CLITEMNESTRA
En un momento de temor, ¿habrías prometido a los dioses obrar así?

AGAMENÓN
Sí, si alguien bien entendido me hubiera manifestado este deber.

CLITEMNESTRA
Qué crees que hubiera hecho Príamo si hubiera logrado esta victoria?

AGAMENÓN
Me parece de cierto que habría pisado tejidos bordados.

CLITEMNESTRA
Así pues, no temas a las censuras humanas.

AGAMENON
Con todo, la opinión del pueblo tiene gran fuerza.

CLITEMNESTRA
El que no es envidiado no es digno de envidia.

AGAMENÓN
Ni es propio de mujer desear pendencias.

CLITEMNESTRA
A los afortunados también conviene el dejarse vencer.

AGAMENON
¿Tanto estimas la victoria en esta disputa?

CLITEMNESTRA
Créeme y concédeme voluntariamente la victoria.

AGAMENÓN
Pues bien, si así lo deseas, que me desaten al punto las sandalias, calzado esclavo de mi pie, y que al pisar esta púrpura ninguno de los dioses alce contra mí desde lejos una mirada envidiosa. Es una gran vergüenza arruinar la casa destrozando con los pies un tesoro de tejidos pagados en plata. Pero basta de esto. A la extranjera, acógela con bondad: la divinidad mira con ojos complacida al que gobierna con dulzura. Nadie con gusto lleva el yugo de esclavo. Y esta mujer que me acompaña es flor escogida entre muchas riquezas, regalo del ejército. Y puesto que me he sometido a obedecerte en esto, voy a entrar en las salas del palacio pisando púrpura.

CLITEMNESTRA
Existe el mar -¿quién podrá agotarlo?- que nutre el jugo de la abundante púrpura, preciado cual la plata, siempre renovado, tinte de los tejidos. La casa, gracias a los dioses, tiene de todo esto, señor: no conoce el palacio la pobreza. Habría ofrecido en mis votos el hollar de muchos tapices, si los oráculos lo hubieran ordenado a esta casa cuando buscaba yo la manera de rescatar tu vida. Porque mientras la raíz vive, el follaje llega a la casa, extendiendo su sombra que protege del perro Sirio. Así, cuando tú has regresado al hogar del palacio, el calor anuncia su llegada en medio del invierno; y cuando Zeus hace vino de la uva ácida, entonces hay en la casa un soplo fresco, si un varón cumplido retorna a palacio. ¡Oh Zeus, Zeus que todo lo cumples, cumple mis deseos, y toma interés en aquello que vayas a cumplir!


Clitemnestra entra en palacio.

CORO
¿Por qué este temor se cierne pertinaz en mi corazón y vaticina graciosa y espontáneamente? ¿Por qué no puedo escupir a la manera de los sueños oscuros y un valor persuasivo no se sienta en el trono de mi mente? El tiempo ya pasó desde que las amarras fueron arrojadas a las orillas arenosas, cuando el ejército naval llegó a Troya. Me he enterado de su regreso por mis ojos, testigo soy; sin embargo, mi corazón, desde dentro, sin lira, autodidacto, entona el canto fúnebre propio de la Erinis, y ya no poseo el querido valor de la esperanza. Pero mis entrañas no se equivocan: mi corazón en el vaticinio de mi mente gira y gira con movimientos que se cumplen. Solicito a los dioses que tales cosas caigan de mi esperanza, como mentiras, al lugar donde no se realicen. Sí, en verdad, el límite de la excelente salud es insaciable, pues la enfermedad, cual vecino medianero, se le echa encima y un próspero destino humano choca en invisible escollo. Si al menos, con honda moderada, el miedo ha arrojado una parte de la riqueza adquirida, la casa no se hunde por completo a pesar de la carga excesiva de opulencia y el navío no se precipita al fondo del mar. Un gran don de Zeus, abundante y nacido de los surcos de las cosechas anuales, aleja la plaga del hambre. Mas la negra sangre de un hombre, una vez vertida al suelo, ¿quién podría devolverla a la vida con encantos? Al que sabía la recta manera de hacer volver de entre los muertos, ¿no le detuvo Zeus para nuestro bien? Pero si un destino establecido por los dioses no impidiera al propio llevarse más de lo debido, mi corazón, adelantándose a la lengua, revelaría estas cosas; pero ahora brama en las tinieblas, con ánimo afligido, sin esperanza de que se cumpla oportunamente ningún propósito, mientras ardiente viva mi pecho.


Clitemnestra sale del palacio.

CLITEMNESTRA
Entra en palacio también tú, Casandra, a ti lo digo. Ya que Zeus, benévolamente, te ha hecho partícipe de las libaciones en el palacio -de pie entre numerosos esclavos junto a su altar-, baja de ese carro y no seas soberbia. También el hijo de Alemena dicen, fue vendido y se resignó a la vida de la hogaza servil. Pero si la necesidad inclina la balanza en este sentido, es una gran suerte hallar unos señores ricos de antiguo. Pero, los que sin esperarlo recogieron una hermosa cosecha, son siempre crueles y rigurosos con los esclavos. Tú has oído ya nuestras costumbres.

CORIFEO
(A Casandra). A ti acaba de hablarte claramente. Puesto que estás dentro de una red fatal, obedece si estás dispuesta a hacerlo; pero quizá no lo hagas.

CLITEMNESTRA
Si no posee, cual golondrina, una lengua bárbara desconocida, intentaré persuadirla con palabras que lleguen a su mente.

CORIFEO
Síguela. Te dice lo mejor en este caso. Obedece, deja el asiento de este carro.

CLITEMNESTRA
No tengo tiempo que perder ante la puerta; porque en el hogar interior del palacio las ovejas están ya dispuestas para el sacrificio. Tú, si vas a hacer algo de lo que te digo, no te demores. Pero si, incapaz de comprenderme, no aceptas mis palabras, en vez de con tu voz, explícate con tu mano bárbara.

CORIFEO
La extranjera parece que necesita un intérprete lúcido. Sus modales son los de una fiera acabada de atrapar.

CLITEMNESTRA
Está loca sin duda y sólo escucha sus locos consejos: una mujer que llega abandonando una ciudad conquistada y no sabe soportar el freno antes de echar fuera la cólera en una sangrante espuma. Ya no me rebajaré profiriendo más palabras.


Clitemnestra entra en palacio.

CORIFEO
Ya que, como me apiado de ella, no me alteraré. Ve, desgraciada, dejando este carro; cede al destino, estrena el yugo.


Casandra, que hasta el momento callaba, empieza a gritar.

CASANDRA
¡Ay, ay, ay, horror! ¡Apolo, Apolo!

CORIFEO
¿Por qué estos ayes sobre Loxias? Pues este dios nada tiene que ver con los lamentos.

CASANDRA
¡Ay, ay, ay, horror! ¡A polo, Apolo!

CORIFEO
De nuevo tu triste lamento vuelve a invocar al dios a quien no conviene un lugar en los gemidos.

CASANDRA
¡Apolo, Apolo, dios de los caminos, Apolo mío! Me has perdido sin remedio por segunda vez.

CORIFEO
Parece que va a vaticinar sus propios males. La inspiración divina permanece en su mente, aunque de esclava.

CASANDRA
¡Apolo, Apolo, dios de los caminos, Apolo mío! ¿Adónde, adónde me has traído? ¿A qué mansión?

CORIFEO
A la de los Atridas: si tú no lo sabes, yo te lo digo; y tú no podrás decir que es mentira.

CASANDRA
¡Ah! Casa odiosa a los dioses, testigo de muchos crímenes dentro de la familia, de desmembramientos; un matadero de gente, un suelo empapado en sangre.

CORIFEO
La extranjera, creo, tiene buen olfato, como una perra; sigue la pista de muerte de personas, cuya sangre va a descubrir.

CASANDRA
¡Ah! Creo en estos testimonios: esos niños que lloran su degüello, esas carnes asadas devoradas por un padre.

CORIFEO
Conocíamos tu fama de adivina; pero no buscamos profetas.

CASANDRA
¡Oh dioses! ¿Qué se prepara? ¿Qué es este nuevo y gran dolor? Un gran mal se trama en esta casa, insoportable para los amigos, incurable, y el socorro está lejos.

CORIFEO
No entiendo estos vaticinios; pero lo demás lo comprendo; toda la ciudad lo proclama.

CASANDRA
¡Oh miserable! ¿Vas a terminar esta acción? Al esposo que comparte tu lecho, después de haberlo lavado en el baño ... ¿cómo diré el final? Pues esto será rápido: extiende mano tras mano deseosa de alcanzarlo.

CORIFEO
Todavía no entiendo; ahora estoy desconcertado por tus oscuros oráculos, con sus enigmas.

CASANDRA
¡Eh, oh! ¿Qué es esto que aparece? ¿Es una red de Hades? No, más bien la red es su propia esposa, la cómplice del crimen. Que la discordia, insaciable a la familia, lance un grito de triunfo sobre sacrificio abominable.

CORO
¿A qué Erinis exhortas a gritar sobre el palacio? Tus palabras no me alegran. Corre a mi corazón una gota de tinte amarillo, semejante a la que llega al caído por la lanza con los rayos del ocaso de su vida, mientras la desgracia rápida se acerca.

CASANDRA
¡Ah, ah! ¡Ahí, ahí! Aparta el toro de la vaca. Entre vestidos la ha cogido, con un artificio de cuernos negros la hiere y cae en la bañera llena. Te cuento el suceso de un recipiente de sangrienta traición.

CORO
No me jactaría de ser un experto conocedor de oráculos, pero estas palabras las comparo a algo infausto. ¿Qué noticia buena sale nunca de los presagios para los mortales? Por medio de desgracias las artes parleras de los profetas dan a entender el error.

CASANDRA
¡Ay, ay, desgraciada! ¡malhadada suerte mía! Lloro mi propio dolor y lo vierto también a la copa. ¿Con qué fin me has traído aquí, desdichada de mí? No a otra cosa que compartir la muerte, sin duda.

CORO
Eres una loca, juguete de los dioses y lloras sobre ti misma un canto destemplado, como el rubio ruiseñor, insaciable de llanto que, ay, en su infeliz corazón grita: Itis, ltis durante toda su vida ubérrima de penas.

CASANDRA
¡Ay, ay, destino del melodioso ruiseñor! Los dioses le otorgaron un cuerpo alado y una vida feliz, sin lágrimas. En cambio a mí me espera una muerte a lanza de doble filo.

CORO
¿De dónde sacas esos tormentos inútiles, violentos, enviados por los dioses y esos horrores que modulas a la vez con lúgubres gritos y notas penetrantes? ¿De dónde los ominosos hitos de tu sendero profético?

CASANDRA
¡Oh la boda, la boda de Paris fatal a los suyos! ¡Oh Escamandro, río de la patria! En otro tiempo a tus orillas, desgraciada, crecía y me criaba, pero, ahora, cabe el Cocito y en las márgenes del Aqueronte, pronto, creo, cantaré mis oráculos.

CORO
¿Qué palabras son éstas demasiado claras que has pronunciado? Un niño oyéndolas las entendería. Estoy abatido por tu suerte dolorosa, como por una sangrienta mordedura, mientras tú cantas tus plañideras desgracias que me hieren al oírlas.

CASANDRA
¡Oh Miserias, Miserias de mi ciudad del todo destruida! ¡Oh sacrificios paternos por las murallas, inmolación de innumerables ovejas de nuestros prados! Ningún remedio ha evitado a la ciudad sufrir lo que sufre. Y yo inflamado el corazón pronto caeré en tierra

CORO
Tus palabras de ahora siguen a las de antes. Algún dios malévolo, cayendo sobre ti con peso enorme, te hace cantar sufrimientos lastimeros que traen la muerte. Pero no puedo conjeturar el fin.

CASANDRA
Ya el oráculo no mirará más a través de velos, como una joven recién desposada; brillante, estoy segura, llegará soplando hacia el sol naciente, de suerte que una desgracia mucho mayor surgirá, como una ola, a la luz. Ya no os informaré por medio de enigmas. Y sed testigos de que olfateo, sin perderme, las huellas de los crímenes antiguos. Este palacio nunca lo abandona un coro que si canta al unísono, no es de dulce melodía; pues no entona alabanzas. Sí, ha bebido para tener más coraje, sangre humana la tropa, difícil de expulsar, de las Erinis familiares que permanecen en el palacio. Sitiando esta morada, cantan el himno de la maldad inicial: después, a su vez, escupen sobre el lecho de su hermano, cruel al que lo mancilla. ¿Erré el blanco o lo acierto como un arquero? ¿O soy una falsa adivina que llama de puerta en puerta diciendo necedades? Jura en testimonio de que no has oído y no conoces el viejo crimen de esta casa.

CORIFEO
¿Y cómo un firme juramento, por sólido y sincero que fuera, podría ser una solución? Pero me admiro de que tú, criada al otro lado del mar, en una lengua extranjera, hables con acierto en todo, como si hubieras vivido entre nosotros.

CASANDRA
Apolo, el adivino, me encargó esta tarea.

CORIFEO
¿Cómo siendo un dios estaba herido por un deseo?

CASANDRA
En otro tiempo se avergonzaba de hablar de ello.

CORIFEO
Todo el mundo es más delicado en la prosperidad.

CASANDRA
Era un luchador que respiraba un completo amor por mí.

CORIFEO
¿Y llegasteis, como es costumbre, a la hora de los hijos?

CASANDRA
Tras consentir, engañé a Loxias.

CORIFEO
¿Estabas ya en posesión del arte adivino?

CASANDRA
Sí, ya vaticinaba a mis conciudadanos todas sus desgracias.

CORIFEO
¿Cómo, pues, te quedaste impasible a la ira de Loxias?

CASANDRA
A nadie convencía en nada, después de esta falta.

CORIFEO
Sin embargo, por todo esto creemos que vaticinas cosas dignas de fe.

CASANDRA
¡Ay, ay, oh desventura! De nuevo la terrible fatiga de la adivinación me agita profundamente, turbándome con sus siniestros preludios. ¿Veis estos niños sentados delante del palacio, semejantes a las formas de un sueño? Como niños muertos por sus parientes, las manos llenas de carne, alimento de sí mismos, llevando -carga lamentable- sus entrañas e intestinos de que gustó su padre. Por ello alguien, digo, medita su venganza, un cobarde insolente, casero, que se revuelve en el lecho contra el señor que ha llegado, el mío, pues debo soportar el yugo esclavo. Y el capitán de las naves y destructor de Troya no sabe lo que ha dicho y declamado extensa y alegremente la lengua de esa perra odiosa y que, a manera de infortunio solapado, cumpliré con perversas artes. Tal es su audacia: una mujer asesina del varón es ... ¿Qué nombre acertaría a dar a este monstruo repugnante? ¿Dragón de dos cabezas, Escila habitante de las rocas, ruina de navegantes? ¡Rabiosa madre de Hades, que respira para los suyos Ares sin tregua! ¡Qué alarido de triunfo ha lanzado la mujer toda audacia, como en una batalla victoriosa! ¡Y finge alegrarse de un retorno feliz! Y sí no me creéis, me es igual. ¿Qué importa? Lo que ha de ser, llegará. Y tú, estando presente, pronto me dirás, lleno de lástima, que soy una adivina demasiado verídica.

CORIFEO
El banquete de Tiestes y la carne de sus hijos he comprendido y me estremezco: estoy poseída de terror al oír la verdad y no con imágenes. Pero en cuanto a lo restante que he escuchado, he perdido la pista y corro fuera del camino.

CASANDRA
Digo que vas a ver la muerte de Agamenón.

CORIFEO
Cierra tu boca con un silencio propicio.

CASANDRA
Ningún dios salvador guía mis palabras.

CORIFEO
No, sí ha de ser así: pero ojalá no ocurra.

CASANDRA
Tú haces plegarías, pero ellos se cuidan de matar.

CORIFEO
¿Y qué varón prepara este sufrimiento?

CASANDRA
Demasiado te extravías de mis profecías.

CORIFEO
Sí, pues no comprendo los recursos del asesino.

CASANDRA
Sin embargo, conozco muy bien la lengua griega.

CORIFEO
También los oráculos de Delfos y, con todo, son difíciles de entender.

CASANDRA
¡Ah, ah! ¿Qué fuego avanza sobre mí? ¡Oh, oh, Apolo! ¡Ay, ay de mí! Esta leona de dos pies que yace con el lobo, por ausencia del león generoso, me matará a mí, miserable. Como si preparara un veneno, añadirá a su poción también un salario para mí. Se jacta, afilando el puñal contra el varón, que también me matará a mí como paga de mi llegada aquí. ¿Por qué entonces llevo estos adornos risibles, el bastón y las guirnaldas fatídicas alrededor del cuello? Os destruiré antes de mi muerte. Id a la perdición: así, arrojándoos al suelo, os pago. Colmad de calamidad a otro en vez de a mí. He aquí, Apolo desnudándome él mismo del vestido de profetisa, contemplándome bajo estos ornamentos el hazmerreír unánime de amigos y enemigos. Como una vagabunda de casa en casa en busca de limosna, soportaba ser llamada mendiga, miserable, hambrienta. Y ahora el profeta que me hizo profetisa me ha conducido a este destino de muerte: en vez del altar patrio me espera un tajo, ensangrentado con la sangre caliente de mi degüello. Más no moriremos impunes por parte de los dioses: vendrá un vengador nuestro, un vástago matricida que hará pagar la muerte de su padre. Desterrado, errante, extranjero a esta tierra, vendrá para coronar estas desgracias de los suyos; pues los dioses han jurado un gran juramento, que le traerá el cuerpo yaciente de su padre. ¿Por qué, entonces, enternecida, gimo así? Habiendo visto cómo trataron a Troya, los que tomaron la ciudad terminan de este modo por juicio de los dioses. Vamos, voy a entrar y seré fuerte para morir. Saludo en estas puertas a las del Hades: ruego sólo un golpe certero para que, sin convulsiones, derramando dulcemente mi sangre, cierre estos ojos.

CORIFEO
¡Oh mujer muy desgraciada y muy sabia también, mucho te has extendido! Pero si verdaderamente conoces tu propio destino, ¿cómo, a manera de una vaca conducida por un dios, caminas tan valiente hacia el altar?

CASANDRA
No hay salida posible, extranjeros, en el tiempo.

CORIFEO
Pero el último momento se estima en más.

CASANDRA
Este día ha llegado: poco provecho sacaré con la huida.

CORIFEO
Sabe que eres valiente, de corazón audaz.

CASANDRA
Nadie que es feliz escucha estos elogios.

CORIFEO
Mas morir de forma gloriosa es una gracia para un mortal.


Casandra se marcha hacia el palacio, pero se vuelve asustada.

CASANDRA
¡Ay padre, tú y tus nobles hijos!

CORIFEO
¿Qué ocurre? ¿Qué terror te hace retroceder?

CASANDRA
¡Ah, ah!

CORIFEO
¿Por qué gritas así, si no es algún espanto de tu mente?

CASANDRA
El palacio exhala un olor de muerte y de sangre derramada.

CORIFEO
¿Cómo? Es el olor de los sacrificios del hogar.

CASANDRA
Es un hedor como el que sale de un sepulcro.

CORIFEO
No hablas de aromas de Siria, esplendor para la casa.

CASANDRA
Voy a llorar en el palacio mi destino y el de Agamenón. Basta ya de vida. ¡Oh extranjeros! No lloro como un pájaro que pía de miedo ante una mata, sino porque, una vez muerta, deis testimonio cuando una mujer muera, a cambio de mí y un hombre caiga a cambio de otro mal casado. Es el presente de hospitalidad que pido a la hora de morir.

CORIFEO
¡Oh desgraciada! Te compadezco por tu destino previsto.

CASANDRA
Deseo aún decir una palabra o un lamento por mí misma. Al sol, hacia su última luz, imploro: que mis asesinos paguen a mis vengadores la deuda de esta esclava muerta, de tan fácil presa. ¡Oh empresas humanas! Prósperas, una sombra puede mudadas; adversas, unos golpes de esponja mojada borran el dibujo. Y esto, más que aquello, me llena de piedad.


Casandra entra en palacio.

CORIFEO
La prosperidad es insaciable para los mortales. Nadie renuncia a ella, ni la aleja de los palacios ya señalados, diciendo: no entres aquí. A este varón, los bienaventurados le otorgaron la gracia de conquistar la ciudad de Príamo y honrado por los dioses ha regresado a casa. Mas, si ahora ha de pagar la sangre derramada antes, y sacrificando a los muertos, provocar el castigo de otros muertos, ¿qué hombre, al oír esto, podría jactarse de haber nacido con venturoso destino?


Se oye un grito de Agamenón, procedente del palacio.

AGAMENÓN
¡Ay de mí! He recibido un golpe mortal dentro del pecho.

CORIFEO
¡Silencio! ¿Quién grita mortalmente herido?

AGAMENÓN
¡Ay de mí! Otra vez me hirieron.

CORIFEO
Me parece por los gemidos del rey que el crimen se ha realizado. Comuniquemos, pues, varones, seguros consejos.


Cada uno de los doce coreutas transmite su opinión.


1. Os digo mi opinión: enviemos mensajeros a los ciudadanos para que acudan al palacio.

2. Soy del parecer de precipitarnos rápidamente dentro y sorprender el crimen con la espada que mana todavía sangre.

3. Estoy de acuerdo. Mi voto es hacer algo; no es momento de vacilar.

4. Se puede ver: como un preludio, sus acciones presagian tiranía para la ciudad.

5. Nosotros perdemos tiempo; ellos, en cambio, pisoteando por tierra la gloria de la demora, no duermen con su mano.

6. No sé, en verdad, qué consejo formular.

7. Ésta es también mi opinión, porque no veo la manera de resucitar al muerto con palabras.

8. Para prolongar nuestras vidas, ¿vamos a ceder ante estos gobernantes que ultrajan el palacio?

9. No es soportable. Es preferible morir, la muerte es mejor que la tiranía.

10. Sí; pero por los indicios de esos gemidos, ¿vamos a profetizar que el rey ha muerto?

11. Es necesario enfadarse cuando se sabe cierto una cosa; conjeturar es distinto de saber.

12. Celebro esta idea y la comparto de lleno: saber exactamente qué es del Atrida.


Se abre la puerta del palacio y aparece Clitemnestra con la espada en la mano. Próximos de ella están los cadáveres de Agamenón y Casandra.

CLITEMNESTRA
No me avergonzaré de decir lo contrario de muchas cosas dichas antes oportunamente. Pues, ¿cómo el que prepara acciones enemigas contra sus enemigos que fingen ser amigos, podría tender los hilos de la perdición a mayor altura que su salto? Este encuentro no he dejado de meditarlo hace tiempo: la lucha del desquite ha venido a la postre y estoy donde he herido, sobre la obra realizada. La realicé de manera -y no lo negaré- que no pudiera huir ni evitar su muerte. En torno suyo extiendo una red sin escape, como la de los peces, una tela de fatal riqueza. Le hiero dos veces, y con dos gemidos se debilitan sus miembros; caído ya, le doy un tercer golpe, ofrenda votiva al Hades subterráneo, salvador de los muertos. Así, cayendo, exhala su alma, y lanzando con su aliento un vómito impetuoso de sangre, me alcanza con las negras gotas de sangriento rocío, alegrándome no menos que la lluvia de Zeus alegra a los sembrados en la maternidad germinal del grano. Así están las cosas, ancianos venerables de Argos; podéis regocijaros si os place; yo me ufano de ellas. Si fuera lícito verter libaciones sobre el cadáver, sería justo hacerlo aquí, e incluso más que justo. Pues éste ha llenado de tal manera en el palacio la crátera de crímenes malditos, que ahora a su regreso él mismo la ha apurado.

CORIFEO
Nos maravilla la osadía de tu lengua, ya que hablas con tanta jactancia de tu esposo.

CLITEMNESTRA
Me probáis como si fuera una mujer irreflexiva. Pero yo os hablo, bien lo sabéis, con un corazón valiente, y me es igual si queréis elogiarme o condenarme. Este es Agamenón, mi esposo, cadáver por obra de esta mano derecha, trabajo de justo artífice. Eso es todo.

CORO
¿Qué mala ponzoña de la tierra o qué bebida de las corrientes marinas probaste para cargar con este sacrificio y las maldiciones de un pueblo? Arrojaste, cortaste: serás mujer apátrida, odio abrumador de los ciudadanos.

CLITEMNESTRA
Ahora me castigas al exilio, lejos de la ciudad y a soportar el odio de los ciudadanos y las maldiciones del pueblo. Entonces nada hiciste contra este hombre que, sin importarle, como si se tratara de la muerte de una res entre innumerables ovejas de lanudos rebaños, sacrificó a su hija, mi parto más querido, para encantar los vientos tracios. ¿No era a éste al que debías haber desterrado de este país, como castigo a sus crímenes? En cambio, al enterarte de mis crímenes, eres un juez implacable. Mas yo te digo que puedes lanzar estas amenazas con la convicción de que estoy preparada del mismo modo: si me vences con tu mano, gobernarás; pero si la divinidad decide lo contrario, aprenderás, aunque sea tarde, a ser prudente.

CORO
Eres ambiciosa y hablaste con arrogancia. Así, a causa de una acción sangrienta la mente delira, una mancha de sangre brilla en tus ojos. Despreciada, privada de amigos, pagarás la herida con la herida.

CLITEMNESTRA
¿Y tú quieres oír la sagrada ley de mis juramentos? Por justicia que ha vengado a mi hija; por Ate y por Erinis, a quienes he sacrificado a este hombre, no se me ocurre ni pensarlo que el temor pise este palacio mientras encienda el fuego de mi hogar Egisto, leal a mí como hasta ahora. Ése es para mí escudo no pequeño de valor. Yace en tierra al que ha injuriado a esta mujer, felicidad de las Criseidas bajo Ilión; y también esa esclava y adivina, la profetisa que compartió su lecho, fiel concubina, que ha desgastado junto a él los bancos de la nave. Ambos han tenido lo que merecían. Pues él, así, sin más, y ella después de cantar el último lamento de la muerte, yace, su amante, y me la ha traído el propio marido para condimento de mi gozo.

CORO
¡Ay! ¿Qué destino podría venir en breve, sin excesivo sufrimiento, sin prolongada enfermedad, trayéndome el eterno sueño interminable, después que ha sucumbido el más bondadoso guardián y que tanto sufrió por obra de una mujer? Y ahora a manos de una mujer ha fallecido. ¡Ay, ay, la loca Helena, que tú sola has destruido tantas, tantísimas vidas bajo Troya! Te has adornado tú misma con una suprema, inolvidable corona, a causa de una sangre indeleble. En verdad, había entonces en el palacio una discordia, establecida allí para desgracia de un hombre.

CLITEMNESTRA
No invoques, abrumado por estas cosas, un destino de muerte. No vuelvas tu ira contra Helena, cruel destructora de hombres, como si ella sola hubiera perdido las almas de muchos dánaos y provocado un dolor incurable.

CORO
¡Oh demon, que te lanzas sobre este palacio y sobre los dos Tantálidas, y afirmas la fuerza, desgarradora de mi corazón, de dos mujeres de iguales sentimientos! Puesto encima del cadáver, a manera de cuervo enemigo, se jacta de cantar, según el rito, un himno triunfal.

CLITEMNESTRA
Ahora has rectificado la sentencia de tus labios, invocando al genio que tres veces se ha saciado de esta familia. Es él que alimenta en las entrañas este deseo de lamer sangre, y antes que cese el mal antiguo se declara un nuevo absceso.

CORO
Si, grande, grande es para esta casa y de pesada cólera el demon que recuerdas. ¡Ay, ay, doloroso recuerdo insaciable de destino calamitoso! ¡Ay, ay, por la voluntad de Zeus, causa de todo y que todo lo cumple! Pues ¿qué cosa para los mortales se termina sin Zeus? ¿Cuál de estos sucesos no es obra de un dios? ¡Ay, ay, rey mío, rey mío! ¿Cómo llorarte? ¿Qué puedo decirte del fondo de mi corazón? Yaces en esta tela de araña, exhalando la vida con muerte impía, ¡ay de mí!, domado en este lecho ignominioso por muerte traidora, bajo el arma de dos filos manejada por mano de mujer.

CLITEMNESTRA
Aseguras que esto es obra mía: no consideres que soy la esposa de Agamenón. Tomando la forma de la mujer de este muerto, el antiguo, amargo Alastor de Atreo, cruel anfitrión, lo ofreció en pago, sacrificando un adulto en venganza por unos niños.

CORO
¡Tú inocente de este crimen! ¿Quién dará testimonio? ¿Cómo, cómo el Alastor de los padres podría ser tu cómplice? Usando de violencia, entre arroyos de sangre fraterna, el negro Ares avanza hacia el lugar en que hará justicia por el cuajo de sangre de unos niños devorados. ¡Ay, ay, rey mío, rey mío! ¿Cómo llorarte? ¿Qué puedo decirte del fondo de mi corazón? Yaces en esta teja de araña, exhalando la vida con muerte impía, ¡ay de mí!, domado en este lecho ignominioso por muerte traidora, bajo el arma de dos filos manejada por una mano de mujer.

CLITEMNESTRA
No, innob]e no creo que haya sido la muerte de éste. Pues ¿no es éste quien ha traído una dolosa calamidad a la casa? Sufrió merecidamente por lo que hizo sufrir a mi retoño nacido de él, mi Ifigenia tan llorada. Que no se jacte demasiado en el Hades: con su muerte a filo de espada ha pagado todo cuanto hizo.

CORO
No sé, privado de la solicitud ingeniosa de mi mente, adónde volverme cuando se hunde la casa. Tengo miedo del ruido de este aguacero de sangre que abate la casa. La llovizna ya cesa y la Moira, a la vista de otro crimen, afila en otras piedras su justicia. ¡Oh tierra, ojalá me hubieras recibido antes de ver este hombre ocupando el lecho de bañera plateada! ¿Quién le enterrará o cantará su trino? ¿Te atreverás, después de dar muerte a tu esposo, a honrarlo con tus lamentos y por sus grandes empresas tributar pérfidamente a su alma un homenaje desagradable? ¿Y quién junto a la tumba se afanará en lanzar con sus lágrimas sobre el héroe un elogio con sincero corazón?

CLITEMNESTRA
No te concierne preocuparte de este cuidado. Por mis manos cayó y murió y también le enterraremos, acompañado no de los llantos de los de su casa, sino que Ifiginia, mi hija, cual conviene, saldrá dulcemente a1 encuentro de su padre, junto al impetuoso río de los dolores y, abrazándole, 1e besará.

CORO
Un ultraje en lugar de otro ultraje, y es difícil decidirse entre ellos. Quien despoja es despojado y el que mata paga su deuda. Mientras Zeus permanezca en su trono, subsiste: que el culpable pague, es la ley sagrada. ¿Quién podría echar de la casa al germen maldito? La raza está soldada a la calamidad.

CLITEMNESTRA
Has regado con verdad a este oráculo. Pues bien; yo quiero, concluyendo un pacto con el demon de los Plisténidas, sufrir esta situación por dura que sea; pero, para el futuro, que saliendo de esta casa abrume a otra familia con muertes intestinas. Me basta, en absoluto, con tener una parte de los bienes, si puedo quitar del palacio la locura de recíprocas matanzas.


Llega Egisto con una escolta de soldados.

EGISTO
¡Oh luz amable de este día justiciero! Ya podría decir ahora qué dioses vengadores de los mortales contemplan desde arriba los sufrimientos de la tierra, puesto que veo, en un manto tejido por las Erinis, a ese hombre que yace de manera grata para mí, pagando las maquinaciones de la mano paterna. Porque Atreo, señor de esta tierra, padre de ése, a Tiestis, mi padre, para decirlo claramente, le desterró de la ciudad y del palacio. Y regresando como suplicante del hogar, el desgraciado Tiestes encontró un destino seguro: no ensangrentar, muriendo aquí mismo, el suelo de la patria. Mas, como presente de hospitalidad, el padre impío de este hombre, Atreo, con más diligencia que amistad, fingiendo que celebraba alegremente un día sacrificar, ofreció a mi padre un banquete con la carne de sus hijos. Desmenuzó, retirado los pies y el peine extremo de las manos para que no fueran conocidos por los comensales; y Tiestes, en su ignorancia, cogiendo las carnes, comió un alimento funesto, como ves, para el linaje. Después, dándose cuenta de la acción abominable, se queja, y cae de espaldas vomitando el degüello e invoca sobre los pelápidas un destino insoportable, derribando con el pie la mesa al mismo tiempo que lanzaba esta imprecación: Así perezca todo el linaje de Plístenes. Por todo esto podéis ver a ese hombre caído; y yo soy en justicia el que ha urdido esta muerte. Decimotercero de los hijos me desterró, cuando era todavía niño en pañales, con mi desventurado padre; después que fui criado, la justicia me ha vuelto a la patria, y sin franquear la puerta he alcanzado a este hombre, anudando toda la trama del plan fatal. Así bello sería para mí morir, ahora que he visto a ése en las redes de la justicia.

CORIFEO
Egisto, no tengo respeto por aquel que se burla del crimen. ¿Dices que mataste intencionadamente a este varón y que tú solo has planeado este lamentable crimen? Pues yo te digo que a la hora de la justicia tu cabeza no escapará a las piedras y a las imprecaciones populares.

EGISTO
¿Tú, sentado en la última fila de remeros, hablas así, cuando mandan los que están en el puente de la nave? Aunque seas viejo, sabrás cuán duro es a tu edad aprender a ser discreto cuando la orden ha sido dada. Las cadenas y los ayunos son excelentes médicos profetas de las almas para enseñar incluso a la vejez. ¿No te das cuenta de ello viendo estas cosas? No lances coces contra el aguijón, no sea que te lastimes golpeándolo.

CORIFEO
¿Tú, mujer, aguardando en casa a los hombres, venidos de la guerra, has deshonrado el lecho del esposo y has tramado esta muerte para el caudillo del ejército?

EGISTO
También estas palabras serán causa de llanto. Tienes una lengua contraria a la de Orfeo: él se lo llevaba todo tras sí por la delicia de sus cantos. Tú, provocándome con tus necio ladridos, serás llevado; y una vez dominado te mostrarás más manso.

CORIFEO
¡Qué! ¿Tú serás mi rey de los argivos, tú que tras planear la muerte de éste, no osaste poner en obra esta acción matándole con tus manos?

EGISTO
Porque el engañarle era, sin duda, propio de una mujer; yo era un sospechoso enemigo de antiguo. Más, con su dinero intentaré gobernar a los ciudadanos; al que no obedezca unciré un pesado yugo: y no estará harto de cebada, cual potro sujeto por tirantes, sino que el hambre cruel asociada a las tinieblas se cuidará de su docilidad.

CORIFEO
¿Por qué en tu alma cobarde no mataste tú solo a este hombre, sino que una mujer, baldón para este país y los dioses locales, le mató? ¿Acaso Orestes ve la luz para que, regresando con un destino favorable, llegue a ser el victorioso matador de ambos?

EGISTO
Puesto que pretendes actuar y hablar así, pronto aprenderás: ¡ea, mis guardias, a la acción!

CORIFEO
¡Ea, espada en puño, todos preparados!

EGISTO
También yo tengo el puño en la espada y no rehúso morir.

CORIFEO
Hablas a quienes aceptan morir; elegimos este riesgo.

CLITEMNESTRA
De ningún modo, ¡oh el más querido de los hombres!, causemos otros males. Deplorable cosecha es el haber segado ya tantos. Basta de dolor; no nos manchemos con más sangre. Id, ancianos, a las casas que el destino os ha concedido, antes de sufrir o hacer algo inoportuno; debía suceder lo que hemos hecho. Si estos trabajos fueran suficientes, lo aceptaríamos, heridos cruelmente por la garra pesada de un dios. Tales el parecer de una mujer, si alguien estima escuchado.

EGISTO
¡Y que brote de estos contra mí una lengua insolente y lancen tales palabras desafiando a un dios, y se alejen del consejo prudente e insulten al que manda!

CORIFEO
No seria propio de argivos defender a un malvado.

EGISTO
Yo iré en tu busca todavía con el tiempo.

CORIFEO
No, si un dios conduce a Orestes hasta que llegue aquí.

EGISTO
Sé que los exiliados se alimentan de esperanzas.

CORIFEO
Sigue actuando, engorda la justicia, mientras te es posible.

EGISTO
Tú me vas a pagar cara tu locura.

CORIFEO
Jáctate animosamente, como un gallo al lado de la hembra.

CLITEMNESTRA
No te preocupes de esos vanos ladridos; tú y yo, señores de este palacio, restableceremos todo el orden.

Índice de la ORESTIADA de EsquiloAGAMENÓN - Primera partePERSONAJES DE LAS COÉFORASBiblioteca Virtual Antorcha