Índice de la ORESTIADA de EsquiloPERSONAJES DE AGAMENÓNAGAMENÓN - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

LA ORESTIADA

AGAMENÓN
Primera parte

ESQUILO


La escena representa el palacio de los Atridas, en Argos. Delante hay varios altares y estatuas de los dioses. Es de noche y en la azotea del palacio hay un guardián.


GUARDIÁN
A los dioses solicito el fin de esta tarea, la vigilancia de un largo año en que tumbado, a manera de perro, en lo alto del palacio de los Atridas, he llegado a conocer la asamblea de los astros nocturnos y los que traen a los hombres el invierno y el verano, poderosos luminares que brillan en el éter, con sus ocasos y salidas. Y ahora espero la señal de la antorcha, el resplandor del fuego que nos traiga desde Troya la noticia de su conquista: así lo manda un corazón esperanzado de mujer de varonil propósito. Pero, cuando tengo el lecho húmedo de rocío que me inquieta durante la noche, sin visita de sueños -pues el miedo, en vez de sueño, me acompaña y no me deja cerrar sólidamente los párpados de sueño- cuando, digo, quiero cantar o silbar y conseguir así con el canto un remedio contra el sueño, entonces lloro lamentando la desgracia de esta casa, no dirigida sabiamente como en el pasado. ¡Ojalá venga ahora una feliz liberación de estos trabajos, apareciendo en la noche el alegre mensaje de fuego! (Se ve de pronto lucir, a lo lejos, la llama de un fuego). ¡Oh salve, luminaria de la noche, que anuncias una luz diurna y la celebración de numerosas danzas en Argos, en gracia a este suceso! ¡Ah, ah! Estoy anunciando claramente a la esposa de Agamenón que se alce rápidamente de su lecho y eleve en la casa, con motivo de esta antorcha, un grito de alegría, si en verdad ha sido conquistada Ilión, como la hoguera proclama con su brillo. Y yo mismo bailaré el preludio, pues vaya mover mis fichas de acuerdo con la jugada de mis amos: tres veces seis me proporciona en suerte esta hoguera. ¡Ojalá que pueda, al volver el señor de este palacio, aguantar con mi mano la suya querida! Lo demás callo: un buey enorme pesa sobre mi lengua; pero el palacio mismo, si voz tuviera, hablaría con claridad. Pero yo, de grado, me explico para los que saben y me olvido del ignorante.

CORIFEO
Este es el décimo año desde que el gran aniversario de Príamo, el rey Menelao, y Agamenón, coyunda poderosa de Atridas, honrada por Zeus en un doble trono y cetro, sacaron de esta tierra una expedición argiva de mil naves. Con fuerza, de su pecho gritaban la guerra, a manera de buitres que en extremo dolor por sus polluelos revolotean por encima del nido, bogando con los remos de sus alas, tras perder el trabajo de empollar sus crías. Pero alguien -quizá Apolo, o Pan, o Zeus-, oyendo en las alturas el graznido agudo de estas aves, vecinas de su reino, envía a los culpables una Erinis, tardía vengadora. Así también el poderoso Zeus hospitalario manda contra Alejandro a los hijos de Atreo: y por culpa de una mujer de muchos hombres impone luchas numerosas y extenuantes -la rodilla hundida en el polvo y rota la lanza en combate preliminar- a dánaos y troyanos por igual. Las cosas permanecen donde ahora están, pero se cumplirán en el tiempo marcado por el destino; ni con sacrificios que arden ni con libaciones de no quemadas ofrendas aplacarán la inflexible ira de los dioses. Mas nosotros, incapaces por la carne vieja, excluidos de esta empresa, aquí permanecemos, guiando con el bastón nuestra fuerza de mitos. Porque la joven médula que reina en los pechos es igual que la de un viejo y Ares no habita en ellos. ¿Y qué es un hombre en su extrema vejez, marchito ya su follaje? Anda sobre tres pies, y no más fuerte que un niño camina errante cual sueño aparecido en pleno día. Pero tú, hija de Tindáreo, reina Clitemnestra, ¿qué sucede?, ¿qué noticias hay? ¿Qué sabes? ¿En virtud de qué nuevas, enviando avisos por todas partes, mandas hacer sacrificios? De todos los dioses protectores de la ciudad -supremos, subterráneos, domésticos, placeros- los altares arden de ofrendas. Aquí y allá, larga hasta el cielo, sube la llama animada con los dulces estímulos, sin engaño, de un aceite puro, sacado del fondo del palacio. Relátame de esto lo que puedas y debas; hazte médico de esta inquietud, que unas veces me llena de tristes pensamientos, y otras, a la vista de los sacrificios que haces brillar, una esperanza aleja de mi corazón la congoja insaciable, este sufrimiento que me destroza la vida.

CORO
Soy dueño de cantar el mando de feliz agüero de los caudillos de la expedición, pues mi vieja existencia por voluntad de los dioses todavía me inspira la persuasión, fuerza de los cantos. Diré cómo el poder de doble trono de los aqueos, autoridad concorde a la juventud helena, envía con lanza y mano vengadora un presagio impetuoso a la tierra téucrida: dos reyes de las aves contra dos reyes de las naves, una negra, otra blanca por la espalda. Aparecieron cerca del palacio, del lado de la mano que blande la lanza, en lugares bien visibles, devorando una liebre madre, cargada con su preñez, frustrada en su última carrera. Canta un himno lúgubre, lúgubre, pero que triunfe, al fin, lo mejor. Y el sabio adivino del ejército, al ver a los valerosos Atridas dispares en carácter, en las aves devoradoras de la liebre, reconoció a los caudillos de la guerra y dijo así, interpretando el prodigio: Con el tiempo, esta expedición conquistará la ciudad de Príamo, y una Moira aniquilará con violencia a todos, junto a la muralla, como ovejas numerosas de un rebaño, sólo que alguna envidia de los dioses, anticipando el golpe, no ensombrezca el gran bocado bélico forjado para Troya. Porque Artemis, la pura, por compasión está irritada contra los perros alados de su padre, que antes del parto inmolan con sus crías la liebre desgraciada, y aborrece el festin de las águilas. Canta un himno lúgubre, pero que triunfe, al fin, lo mejor. Ella la Hermosa, tan amiga de los tiernos cachorros de feroces leones y tan grata para los retoños deseosos, aún de la teta, de las fieras silvestres, pide que se cumplan los presagios de estos hechos y las visiones favorables y a la vez acusadoras de las aves. Pero yo invoco a Peán, el sanador, para que la diosa no proporcione a los dánaos una larga demora en el puerto, en las naves retenidas por vientos contrarios, provocando un nuevo sacrificio sin flautas ni festines, artífice familiar de discordias que no respeta ni al esposo. Pues aguarda un terrible traidor, infatigable intendente, el rencor memorioso que toma venganza de los hijos. Estos fueron los destinos fatales que, junto a los venturosos, sacados de las aves agoreras proclamó Calcante para la casa de los reyes. Y de acuerdo con ellos canta el himno lúgubre, lúgubre, pero que triunfe, al fin, lo mejor. Zeus, quienquiera que sea, si quiere ser designado así; así te invoco. Nada puedo, por más que todo lo pondero, comparar con Zeus, si es que en verdad hay que arrojar el peso vano de la cavilación. El que antes era grande, rebosante de audacia, invencible, nadie habla de él, ya existió; y el que vino después, halló un vencedor. Más, el hombre que con fervor hará resonar epinicios en honor de Zeus alcanzará la suprema sabiduría. El condujo a los hombres al saber, estableciendo como ley: el aprender sufriendo. En vez del sueño destila el corazón un dolor por males pasados, y a los rebeldes llega incluso la sensatez. Sin duda un favor violento de los dioses sentados cabe el timón augusto. De este modo el caudillo superior de las naves aqueas, sin censurar al adivino, cedió a los vientos del destino adverso cuando por la calma y el ayuno el pueblo aqueo sufría detenido enfrente de Calcis, en medio de las agitadas aguas de Áulide. Pues los vientos venían del Estrimón, trayendo funestos descansos, hambres, peligrosos anclajes, dispersión de hombres, ruina de naves y jarcias; y prolongando más la demora consumían con la tardanza la flor de los argivos. Y cuando el adivino, invocando a Artemis, anunció a los jefes otro remedio más penoso que la amarga tempestad, los Atridas golpeando la tierra con sus báculos no pudieron contener las lágrimas. Y así el rey más anciano habló de esta forma: Penoso es mi destino si desobedezco, pero penoso también si doy muerte a mi hija, orgullo de la casa, mancillando ante el altar mis manos paternas con arroyos de sangre virginal. ¿Cuál de las dos acciones está libre de males? ¿Cómo voy a dejar las naves, faltando a mi alianza? Porque si el sacrificio y la sangre virginal calman los vientos, es lícito desearlo apasionadamente. Sea para bien. Y después que su cuello fue uncido al yugo del destino, y sopló en su mente un viento contrario, impío, impuro, sacrílego, desde entonces cambió de opinión hasta resolver un acto de increíble audacia. Porque a los mortales enardece la mísera demencia, torpe consejera, causante de desgracias. Él, pues, se atrevió a hacerse verdugo de su hija, para ayudar a una guerra en venganza de una mujer, y como ofrenda propiciatoria por las naves. Las súplicas, los clamores a su padre, la edad virginal, en nada lo tuvieron los jefes deseosos de guerra. Después de la plegaria, al ver a la muchacha asida con toda su fuerza a los vestidos de su padre, ordenó éste a los siervos que, a manera de cabra, inclinando su cuello hacia adelante, la condujeran en vilo sobre el altar y ahogaran todo grito de maldición para la casa amordazando su hermosa boca con la violencia y la fuerza muda de un freno. Hasta el suelo se desliza su túnica teñida de azafrán y de sus ojos lanzaba dardos lastimeros a cada sacrificador. Parece por su porte una imagen que quiere hablar, ella que tantas veces en los banquetes suntuosos de los Atridas había cantado y entonado amorosamente con voz pura y virginal en la tercera libación, el feliz peán del padre querido. Lo que después sucedió ni lo vi ni lo digo, pero las artes de Calcante no fueron vanas. Justicia otorga, a los que han sufrido, conocimiento; el futuro, cuando suceda, lo oirás. De momento déjalo correr, no llores antes de hora, pues claramente llegará con los rayos de la aurora. Y en adelante salgan tan bien las cosas como las desea la que, aquí presente, es el único baluarte que defiende la tierra de Apis.


Sale Clitemnestra.

CORIFEO
Vengo, Clitemnestra, a rendir homenaje a tu poder, pues es justo honrar a la esposa de un príncipe, cuando el trono carece de varón. Pero ya sea que sacrifiques por haber recibido alguna buena noticia, ya sea por gratas esperanzas, te escucharía con gusto; pero no me ofenderé si callas.

CLITEMNESTRA
Dulce mensajera, como dice el proverbio, sea la Aurora, hija de la madre Noche. Oirás una alegre noticia mayor que toda esperanza: los argivos han conquistado la ciudad de Príamo.

CORIFEO
¿Qué dices? Tus palabras me han escapado de tan increíbles.

CLITEMNESTRA
Troya es de los aqueos. ¿Hablo claramente?

CORIFEO
La alegría me inunda provocando mis lágrimas.

CLITEMNESTRA
Sí, tus ojos revelan tus buenos sentimientos.

CORIFEO
¿Es digno de crédito? ¿Posees de ello alguna prueba?

CLITEMNESTRA
La tengo, ¿cómo no?, si un dios no me ha engañado.

CORIFEO
¿Acaso honras a las crédulas visiones de los sueños?

CLITEMNESTRA
No podría aceptar la opinión de una mente dormida.

CORIFEO
¿O es un rumor el que te ha engordado?

CLITEMNESTRA
Te burlas de mi juicio como si fuera el de una niña.

CORIFEO
¿Y desde cuándo ha sido destruida la ciudad?

CLITEMNESTRA
Te lo digo: en la noche que ha engendrado este día.

CORIFEO
¿Qué mensajero podría llegar tan rápido?

CLITEMNESTRA
Hefesto, que desde el Ida ha enviado un fulgor brillante. Una lumbre enviaba aquí, otra lumbre por un correo de fuego: el Ida al monte Hermeo de Lemno; desde esta isla acoge la gran hoguera, la tercera, la cumbre de Atos, consagrada a Zeus; saltando sobre el dorso del mar, la fuerza de la antorcha viajera, el pino ardiente, transmite alegre su brillo dorado, como un sol, a las cumbres del Macisto; éste, sin demora ni dejarse vencer por un sueño irreflexivo, no descuida su turno de mensajero: de lejos la luz de la lumbrera señala a los guardianes del Mesapio su paso por las corrientes del Euripo; ellos hacen brillar su respuesta y envían adelante el mensaje prendiendo fuego a un montón de brezo seco. Vigorosa y sin nunca apagarse, la llama corre de un salto la llanura del Asopo, a manera de luna brillante hasta las rocas del Citerón, y allí despierta otro relevo del fuego mensajero. La guardia no se niega a la luz viajera quemando más que los precedentes.La luz se lanzó por encima de la laguna Gorgopis, y llegando al monte Egiplancto les ordena a no retrasar el servicio del fuego. Envían, prendiéndola con ímpetu pletórico, una gran barba de fuego, que resplandece a lo lejos hasta lanzarse al otro lado del promontorio que vigila el estrecho del Satánico. En cuanto llega al monte Araene busca la cumbre vecina de esta ciudad y, por fin, alcanza esta mansión de los Atridas una luz que no es sin parentesco con el fuego del Ida. Tales son las órdenes dadas, que se han cumplido por relevos sucesivos y vencen el primer corredor y el último. Esta es la prueba y la señal, te digo, que me envía mi esposo desde Troya.

CORIFEO
Después, señora, daré gracias a los dioses; pero yo quisiera oír del principio al fin lo que acabas de decir y sorprenderme de ello.

CLITEMNESTRA
Troya los aqueos poseen en este día. Creo que se alza de la ciudad un clamor inconfundible: si viertes vinagre y aceite en la misma vasija, podrás decir que se separan hostilmente. Así es posible oír, por separado, los gritos de vencidos y vencedores, siendo diversa su fortuna. Unos, caídos en tierra, abrazan los cadáveres de esposos y hermanos, y los niños, hijos de padres ya ancianos, gimen del fondo de una garganta esclava por la muerte de los seres más queridos. A otros, la noctívaga fatiga después de la batalla los aglomera, hambrientos, al banquete de lo que guarda la ciudad, sin orden alguno, sino según la suerte que ha tocado a cada uno. En las casas conquistadas de Troya viven ya, libres de las heladas y de los rocíos al raso. ¡Cuán felices dormirán toda la noche sin montar guardia! Si ellos honran a los dioses, patronos de la tierra cautiva, y los templos de esos dioses, los conquistadores no serán a su vez conquistados. Pero que no se apodere de los soldados un deseo de saquear lo que no es lícito, vencidos por el deseo de lucro. Porque necesitan un regreso seguro a la patria, recorrer la vuelta de la doble carrera. Incluso si el ejército regresa sin ofensa contra los dioses, pudiera despertarse el dolor de los muertos, si es que no ocurre alguna inesperada desgracia. Tales cósas escuchas de mí, que soy una mujer; pero que triunfe el bien de modo que se vea de manera clarísima. Pues prefiero este disfrute a muchos dones.

CORIFEO
Mujer, tú hablas con cordura como un varón sensato. Yo, después de escuchar de ti pruebas convincentes, me dispongo a invocar a los dioses. Porque nos han otorgado una gracia no indigna de nuestros trabajos.

CORO
¡Oh soberano Zeus, oh noche amiga, conquistadora de grandes glorias! Tú has lanzado sobre las torres de Troya una red que las cubre de modo que ni grande ni pequeño han podido evitar el fuerte cáncamo de la esclavitud de Ate que todo lo avasalla. Yo adoro al gran Zeus hospitalario que ha realizado esta hazaña de tensar desde antiguo el arco contra Alejandro, a fin de que ni antes del blanco ni más allá de las estrellas fuera lanzada en vano la flecha. De Zeus puede decirse que es el golpe: fácil es de rastrearlo. Actuó como había decretado. Alguien ha dicho que los dioses no se dignan cuidarse del mortal que pisotea la gracia intangible, pero éste no es hombre piadoso. Pues a los hijos alcanza el castigo por acciones que no deben ser osadas, si alguien aspira a más de lo justo, si una casa desborda de opulencia excesiva. Sea sin peligro la riqueza, de modo que baste al hombre juicioso. Porque no hay defensa para el hombre que, ahíto de riqueza, cocea contra el gran altar de la justicia para destruirlo. Le fuerza la funesta Persuasión, hija irresistible de Ate consejera. Todo remedio es inútil. La culpa no se puede esconder, sino que brilla con fulgor siniestro. A manera de mala moneda ennegrecida por el uso y los golpes, así resulta al ser juzgado, pues se porta como un niño que persigue un pájaro que vuela, causando a su ciudad un dolor inmenso. Ninguno de los dioses escucha su plegaria: aniquilan al varón injusto, culpable de estos crímenes. Así sucedió con Paris que, entrando en la casa de los Atridas, afrentó la mesa hospitalaria con el rapto de una esposa. Y ella, dejando a su pueblo choques tumultuosos de escudos, lanzas y aprestos de naves, llevando en vez de dote la ruina para Ilión, atravesó con rapidez las puertas y se atrevió a hacer lo que no debía. Profundamente temían los adivinos del palacio diciendo: ¡Oh casa, casa y príncipes! ¡Oh lecho y huellas de un esposo amante! Es posible ver el silencio humillante, irreprochable, sin olvido del marido abandonado. Por la nostalgia de la que está allende del mar, un fantasma parecerá reinar en esta casa. El encanto de estatuas tan bellas es odioso al marido, en sus ojos vacíos se disipa del todo Afrodita. En sueños se le aparecen dolorosas figuras que le traen una vana alegría. Vana, sí, porque cuando imagina ver lo deseable, se desliza fugitiva de sus manos la visión, recorriendo con sus alas los caminos del sueño. Tales son los dolores en el hogar de esta casa y otros que superan a éstos. En todas partes, en las moradas de cada uno de los que partieron juntos de la tierra helénica, se manifiesta una pena que destroza el corazón. Muchas son, por cierto, las desgracias que hieren el alma. Cada cual sabe el familiar que partió para la guerra; pero en lugar de hombres, sólo urnas y cenizas retornan a sus casas. Ares, el cambista de cadáveres, coloca su balanza en medio de la lucha, y llenando fácilmente las urnas de cenizas humanas, envía desde Ilión a los amitos, carbonizado, un penoso polvo causa de amargas lágrimas. Y gimen ensalzando ya a uno como insigne en la batalla, ya a otro como caído gloriosamente en la matanza por culpa de una mujer ajena. Tales murmuraciones se profieren quedamente y un resentimiento doloroso se esparce contra los Atridas vengadores. En cambio, allí mismo, en torno a la muralla, otros bizarros guerreros ocupan, sepultados, la tierra iliaca. Peligroso es el rumor de los ciudadanos, lleno de ira: así se paga la deuda debida a la maldición del pueblo. Mi ansiedad espera escuchar alto escondido en la noche, pues los dioses no dejan de vigilar a los homicidas. Y las negras Erinis, con el tiempo, hunden en las tinieblas, con trastorno infortunado de su vida, al que ha prosperado contra justicia, y cuando está entre los invisibles ya no tiene fuerza. Es riesgo grave la gloria excesiva, pues Zeus hiere con rayos certeros. Yo prefiero una prosperidad sin envidia; ni sea un destructor de ciudades, ni, cautivo, vea mi vida sometida a otros. Por la ciudad se extiende una veloz noticia nevada por el fuego mensajero de tragas nuevas. ¿Quién sabe si es auténtica o si es un engaño de los dioses? ¿Quién es tan infantil o privado de razón que inflamado su corazón por un reciente mensaje de la llama, luego, si el caso es otro, se amilane? Es propio del gobierno de una mujer expresar su contenido antes de que aparezca la realidad. Demasiado crédula se extiende rápidamente la opinión femenina; pero rápida también perece la nueva proclamada por mujer.

CORIFEO
Pronto sabremos si esas antorchas brillantes, los relevos de las hogueras y del fuego son verdaderos o si, como los sueños, esta alegre luz ha venido a engañar nuestros sentidos. Veo a un mensajero que viene de la ribera sombreado por las ramas del olivo. Este polvo sediento, hermano y vecino del lodo, me atestigua que no sin voz ni encendiendo la llama con leña del bosque te dará noticias con el humo del fuego, sino que hablando nos invitará a alegramos aún más. O ... me horroriza el relato contrario. ¡Ojalá que a la ventura que ya se ha mostrado se añada otro acontecimiento favorable! Y si alguien hace votos para la ciudad en otro sentido, que él mismo coja el fruto de la perversidad de su corazón.


Llega un mensajero.

MENSAJERO
¡Oh suelo patrio de la tierra argiva! En este día del año décimo llego a ti, habiendo conseguido una esperanza después de muchas fallidas. Pues jamás pensaba que en esta tierra de Argos, al morir, iba a tener mi parte de queridísima sepultura. Salve, tierra, salve, luz del sol, y tú, Zeus, supremo soberano del país, y el señor Pitio, que ya no enviarán el arco más flechas contra nosotros: bastante tiempo, junto al Escamandro, nos fuiste hostil; pero ahora sé nuestro salvador y médico, señor Apolo. A los dioses que presiden el ágora, a todos os invoco, y a mi protector Hermes, mensajero querido, orgullo de los mensajeros, y a los héroes que nos acompañaron: recibid de nuevo benévolos al ejército que queda todavía de la guerra. ¡Oh mansión de los reyes, techos queridos, bancos augustos, estatuas brillantes de los dioses! Si alguna vez en otro tiempo, también ahora acoged dignamente con estos resplandecientes rostros al rey, después de tantos años. Pues viene nuestro rey Agamenón, llevando para vosotros y para todos éstos una luz en plena noche. Recibidle de corazón, se lo merece, después que destruyó Troya, habiendo removido el suelo con el pico de Zeus el justiciero. Han desaparecido los altares y los templos de los dioses; la semilla de todo el país ha sido eliminada. Habiendo lanzado sobre Troya un pesado yugo, ha llegado el soberano Atrida, anciano afortunado. De todos los hombres de ahora es el más digno de ser honrado: pues ni Paris ni la ciudad que comparte el castigo pueden jactarse que la hazaña sea mayor que la pena. Condenado por rapto y hurto, ha perdido la presa y ha segado de raíz su casa paterna y su país. Doblemente los Priámidas han pagado sus culpas.

CORIFEO
¡Salve, mensajero del ejército de los aqueos!

MENSAJERO
Sí, estoy convencido; no negaré a los dioses mi muerte.

CORIFEO
Estabais heridos del deseo por quienes os deseaban.

MENSAJERO
Quieres decir que esta tierra afloraba el ejército, que también le añoraba.

CORIFEO
Mucho ha llorado mi corazón enlutado.

MENSAJERO
¿De dónde procedía este amargo sufrimiento?

CORIFEO
Hace tiempo que el silencio es el único remedio de mis males.

MENSAJERO
¿Y cómo? Ausentes tus reyes, ¿temías a alguien?

CORIFEO
Tanto que ahora morir sería para mí, como para ti, una gran alegría.

MENSAJERO
Sí, porque las cosas han acabado bien. Pero todo lo que se prolonga puede decirse que tiene por un lado desenlaces felices y por otro, motivos de reproche. ¿Quién, excepto los dioses, está libre por completo de dolores durante toda su existencia? ¡Si te contara nuestras fatigas, las malas noches a la intemperie, los pasamanos estrechos y los duros lechos de cubierta! ¿Qué parte del día pasábamos sin gemir ni lamentarnos? Y luego, en tierra, todavía era peor nuestro enfado: los lechos estaban junto a los nuevos enemigos, y del cielo y de la tierra los rocíos de los prados nos empapaban, ruina continua de la ropa, llenando de insectos nuestro pelo. Y si te hablara del invierno, matador de las aves -¡cuán intolerable nos lo hacía la nieve idea!-; o del calor cuando el ponto cae dormido, sin olas en su lecho meridiano de bonanza. ¿Por qué padecer por estas cosas? Pasaron los sufrimientos, pasaron en verdad; los muertos ya ni siquiera desean levantarse de nuevo. ¿Por qué hay que contar el número de los muertos y que los vivos sufran por la suerte adversa? Yo juzgo digno alegrarse ahora por lo que ha sucedido. Para los que quedamos del ejército argivo, vence la ganancia, y la pena no inclina la balanza. Así es que tenemos el derecho de jactamos al resplandor de este sol que vuela por encima del mar y de la tierra: Conquistada Troya, el ejército argivo ha colgado para los dioses en los templos de Grecia este botín, antiguo y digno ornamento. Los que oigan esto tienen que elogiar a la ciudad y a sus caudilIos; y también será honrada la merced de Zeus que lo ha cumplido todo. Tienes el mensaje completo.

CORIFEO
No niego que soy vencido por tus razones: los viejos son siempre jóvenes para aprender una buena lección. Pero a esta casa y a Clitemnestra principalmente conciernen como es natural estas nuevas, aunque a mí una parte de riqueza.

CLITEMNESTRA
He lanzado hace tiempo un grito de alegría, cuando llegó el primer mensajero nocturno de fuego, anunciando la conquista y destrucción de Troya. Y alguien censurándome me dijo: Convencida por estas señales de fuego, ¿crees que Troya ha sido ya destruida? Muy propio es de mujer dejar exaltar así el corazón. Con tales razones me hacían pasar por loca. Con todo, hice sacrificios; y por mandato de esta mujer aquí y allí, a través de la ciudad, se lanzaban los gritos rituales invocando a los dioses en los templos y adormeciendo el devorante ardor de las llamas perfumadas. Ahora, ¿por qué es preciso que me cuentes más cosas? Por el propio rey me enteraré de todo. Me apresuraré a recibir del mejor modo a mi amado esposo que regresa; pues, para una mujer, ¿qué día hay más dulce de ver que éste para abrir de par en par las puertas cuando un dios ha salvado al marido de la guerra? Comunícale a mi esposo: Que venga cuanto antes a una ciudad querida. Encontrará, al llegar, que su esposa en su casa es fiel, tal como la dejó, perra guardiana, buena para él y feroz para sus enemigos, la misma en todo lo demás, que no ha roto ningún sello en un tiempo tan largo. El placer y las habladurías referentes a otro hombre, los ignoro tanto como el temple del bronce. Tal es mi jactancia, pero llena de verdad no es vergonzosa cuando la proclama una mujer noble.


La reina entra en palacio.

CORIFEO
La reina ha hablado, si tú lo comprendes, un lenguaje apropiado para los agudos intérpretes. Pero dime, mensajero, te pregunto por Menelao: ¿ha vuelto ya y, salvo, regresará de nuevo con nosotros, príncipe tan querido de esta tierra?

MENSAJERO
No podría relatar lo que es falso de una manera tan bella que aprovechara por mucho tiempo a los amigos.

CORIFEO
¿Cómo podrías decir noticias verdaderas de suerte que fueran agradables? Separadas unas de otras no se ocultan fácilmente.

MENSAJERO
El rey ha desaparecido del ejército aqueo, y, con él, su navío. No miento.

CORIFEO
¿Se embarcó desde Ilión, a la vista de todos, o una tempestad, aflicción común, la arrebato al ejército?

MENSAJERO
Como hábil arquero has hecho diana: con pocas palabras has dicho un gran desastre.

CORIFEO
¿Y le daban por vivo o por muerto las noticias de los otros navegantes?

MENSAJERO
Nadie lo sabe para poderlo anunciar exactamente, solo eLsol que nutre de vida a la tierra.

CORIFEO
¿Cómo dices que vino la tempestad sobre la flota por la ira de los dioses y cómo terminó?

MENSAJERO
Un día propicio no conviene ensuciarlo con una lengua mensajera de desgracias: es aparte el honor debido a los dioses. Cuando un mensajero, con rostro triste, trae a una ciudad el abominable dolor de la derrota de su ejército -a la ciudad le ha alcanzado una herida común, mientras que muchos guerreros son sacados de sus casas por el doble látigo que ama Ares, calamidad de dos puntas, yugo sangriento-, cargado de tales desgracias debe ese mensajero entonar este peán a las Erinis. Pero llegando, feliz mensajero de sucesos salvadores, a una ciudad alegre de dicha, ¿cómo mezclaré los bienes con los males, contando una tempestad que no puede haber caído sobre los aqueos sin la ira de los dioses? Se conjuraron, siendo antes enemigos, fuego y mar y mostraron su alianza destruyendo la miserable armada de los argivos. Durante la noche se alzaron males con olas crueles. Vientos de Tracia hacían chocar entre sí los navíos: corneándose con violencia entre el tifón tempestuoso y el turbión de lluvia que los azotaba, desaparecieron en el torbellino del cruel pastor. Y cuando se elevó la luz brillante del sol, vemos al mar Egeo florecido de cadáveres de los aqueos y de restos de naves. A nosotros y a nuestra nave, con el casco indemne, alguien nos salvó ocultamente o rogó por nosotros un dios, no un hombre, cogiendo el timón. Fortuna salvadora se sentó de grado sobre la nave, de suerte que ni en el anclaje tuvimos la furia del oleaje ni encallamos en los escollos de la costa. Después, habiendo escapado de aquel Hades marino, durante el blanco día, sin fe en nuestra suerte, dábamos paso a nuestros pensamientos con un nuevo sufrimiento: arruinada la flota y cruelmente reducida a cenizas. Y ahora, si alguno de aquéllos está con vida, debe hablar de nosotros como muertos, ¿por qué no?, y nosotros pensamos que ellos sufren este mismo destino. ¡Que suceda lo mejor! Pues confía que Menelao, el primero y antes que nadie, volverá. Al menos, si algún rayo de sol le descubre vivo viendo la luz, por los recursos de Zeus que aún no quiere extinguir su linaje, hay esperanza de que regrese algún día a su casa. Después que has escuchado este relato, sabe que te has enterado de la verdad.


Sale el mensajero.

CORO
¿Quién sino alguien a quien no vemos y que en su presidencia de lo que está decretado rige con acierto su lengua, daba este nombre del todo verídico a la casada entre lanzas, rodeada de discordia, a Helena? Pues de acuerdo con su nombre, ha perdido a las naves, ha perdido a los hombres, ha perdido a las ciudades, cuando de entre cortinas suntuosas se hizo a la mar al soplo del céfiro poderoso, y tras ella numerosos cazadores armados de escudos que seguían la estela fugitiva de los remos, después que ellos habían desembarcado en las riberas frondosas del Simoente, llevados por una Eris sangrienta. Una cólera de infalibles designios empujó una boda de nombre cierto para Ilión, exigiendo con el tiempo la paga por el ultraje perpetrado a la mesa y a Zeus, defensor del huésped, de aquellos que ruidosamente celebraban el canto en honor de los esposos, el himeneo que aquel día correspondía a los parientes entonar. Mas ahora, aprendiendo otro himno en lugar de éste, la vieja ciudad de Príamo gime con fuerza un canto de lamentos, llamando a Paris el funesto desposado, y llora su vida llena de ruinas y de llanto, habiendo tenido que soportar la visión de la mísera sangre vertida de los ciudadanos. Así un hombre crío en su casa un cachorro de león, privado de la leche materna pero deseoso aún de mamar, manso en los inicios de su vida, amigo de los niños y alegría para los mayores; muchas veces estaba en brazos, a manera de un bebé, mirando con ojos brillantes hacia la mano y moviendo la cola a impulso de las necesidades del vientre. Pero, con el tiempo, reveló la naturaleza que había recibido de sus padres. Pues devolviendo el favor a los que lo criaron, se preparó espontáneamente un festín con ruinosa matanza de ovejas. La casa se inundó de sangre, dolor ineluctable para sus habitantes, azote de innumerables muertos. Por voluntad de un dios ha sido criado en la casa un sacrificador de destrucción. De momento llegó a la ciudad de Ilión, pudiera yo decir, un espíritu de bonanza en ausencia de vientos, dulce ornamento de riqueza, tierno dardo de los ojos, flor del deseo que muerde los corazones. Pero ella, desviando su camino, cumplió un amargo fin de su boda: funesta donde vive, funesta compañera, se ha precipitado, por orden de Zeus hospitalario, sobre los Priámidas, Erinis luctuosa para las esposas. Desde antaño existe entre los mortales una vieja sentencia: la felicidad humana, cuando crece poderosamente, engendra hijos y no muere sin ellos, y de la excelsa fortuna brota para el linaje una miseria insaciable. Diferente de los otros es mi opinión: pues es la acción impía que engendra muchas otras, semejantes a su raza; porque en las casas donde se asienta la justicia, el destino tiene siempre hijos hermosos. Mientras que la insolencia, cuando es vieja, suele engendrar entre los malvados otra nueva, ahora o luego, cuando llega el día fijado del parto, y con ella una diosa invencible, irresistible, impía audacia de negra Ate para las casas, imagen de sus padres. Justicia, con todo, luce en las moradas de techos ahumados y honra una vida pura. Pero, apartando la vista de las mansiones doradas con suciedad de manos, las deja y se dirige hacia las piadosas, no honrando el poder de la riqueza y su falso sello de gloria. Y todo lo conduce a su término.


Llega Agamenón, con Casandra, en un carro.

CORIFEO
Oh mi rey, destructor de Troya, vástago de Atreo ¿cómo he de saludarte? ¿Cómo honrarte, sin excederme ni quedarme corto en el oportuno homenaje? Muchos son los mortales que honran la apariencia transgrediendo la justicia. Todos están prestos a llorar al desgraciado -pero la mordedura del dolor no alcanza nunca el hígado-, y fingiendo compartir una alegría fuerzan un semblante adusto. Pero al buen conocedor de su ganado no pueden escapar unas miradas que, pareciendo proceder de un corazón leal, le halagan con una amistad aguada. Cuando tú, entonces, a causa de Helena -no voy a ocultártelo- enviaste una expedición, formé de ti una imagen desagradable: incapaz de gobernar el timón del pensamiento, hiciste morir a muchos hombres para rescatar una audacia voluntaria. Mas, ahora, de lo profundo del corazón y como un verdadero amigo doy la bienvenida a los que han terminado bien la empresa. Con el tiempo conocerás, si investigas, quién de los ciudadanos administra la ciudad justa o injustamente.

AGAMENÓN
Primeramente es justo saludar a Argos y a sus dioses, coautores de mi retorno y de la justicia que tomé contra la ciudad de Príamo. Los dioses, sin atender los argumentos de las partes, con decisión unánime sus votos homicidas, destrucción de Ilión, echaron en una urna sangrienta; pero a la contraria que quedó vacía, sólo se acercó la esperanza de una mano. La ciudad conquistada humea visiblemente. Viven sólo las tempestades de Ate: muriendo con Troya la ceniza envía hacia el cielo grasientos vapores de riqueza. A los dioses hemos de pagar por todo esto una deuda inolvidable de gratitud, si en verdad hemos vengado cumplidamente el rapto y por una mujer una ciudad pereció bajo el monstruo argivo, cría de un caballo, tropa armada de escudo, que se lanzó al ocultarse las Pléyades, y saltando por encima de los muros, como carnicero león, lamió hasta saciarse de la sangre de príncipes. En honor de los dioses he alargado este preludio. En cuanto a los sentimientos que te he oído expresar, los recuerdo; yo digo lo mismo y me tienes a tu lado. Pocos de los hombres tienen la innata cualidad de honrar sin envidia al amigo afortunado. Un veneno malévolo invadiendo el corazón dobla el do]or del que posee esta enfermedad: se agobia con sus propias desgracias y gime al contemplar la dicha ajena. Por experiencia puedo decir -pues conozco bien el espejo del trato humano- que aquellos que parecían serme muy adictos resultaron la imagen de una sombra. Sólo Ulises, que embarcó contra su voluntad, una vez uncido fue para mí valeroso caballo de tirante; te lo digo ya esté muerto, ya vivo. En cuanto a lo demás que atañe a la ciudad y a los dioses, abriendo públicos debates en la asamblea, lo trataremos. Hay que buscar la manera de que dure mucho tiempo lo que esté bien; y si alguno precisa remedios curativos, quemando o cortando prudentemente, intentaremos alejar el azote de la enfermedad. Ahora, entrando en el palacio y en mi hogar, saludaré en primer lugar a los dioses, que después de haberme enviado lejos me trajeron otra vez. ¡Que la victoria, puesto que me ha seguido, permanezca aquí por siempre!

Índice de la ORESTIADA de EsquiloPERSONAJES DE AGAMENÓNAGAMENÓN - Segunda parteBiblioteca Virtual Antorcha