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V

Realmente, apenas se inició la borrasca y el viento empezó a molestar la vista, Chub comenzó a incomodarse y a arrepentirse. Encasquetándose el gorro regalóse con injurias, de las que participaron también el diablo y el compadre. Sin embargo, su enfado era falso, pues se alegraba de que la borrasca se hubiese presentado tan a punto. Hasta la casa del diácono quedaba una distancia ocho veces mayor que la andada, y decidieron volver atrás. El viento les pegaba entonces de espalda; pero la nieve arremolinada no les dejaba ver por dónde andaban.

-¡Párate, compadre! Parece que no es éste el camino -dijo Chub alejándose un poco-. No veo por aquí ninguna cabaña. ¡Qué borrasca, Dios mío! Por ese lado, compadre, tal vez encuentres la vereda. Yo mientras buscaré por este otro. ¡Quién diablos nos habrá empujado a salir con semejante noche, con esta tempestad! No te olvides de dar una voz si encuentras la vereda. ¡Oh, cuánta nieve me metió el demonio eu los ojos!

Sin embargo, no daban con el camino. El compadre, yendo de derecha a izquierda, fue alejándose y al fin se encontró en la puerta de la taberna. Este hallazgo le produjo tal alegría, que olvidó todo y, sacudiéndose la nieve, entró en el portal sin preocuparse ya para nada del compadre, que había quedado en la carretera.

Entre tanto, a Chub le pareció que había dado con el camino. Parándose, empezó a llamar a voz en grito al compadre; pero viendo que no parecía decidió continuar solo. Después de dar unos cuantos pasos, dió con su cabaña. La nieve cubría el tejado y se amontonaba alrededor. Dando unas cuantas palmadas para desentumecer las manos, que tenía casi heladas, Chub empezó a golpear la puerta y a IIamar imperiosamente a su hija para que le abriese.

¿Qué se te ha perdido aquí? -dijo ásperamente el herrero, saliendo a la puerta.

Chub, al reconocer su voz, dió unos cuantos pasos atrás.

¡Ah!, no; ésta no es mi casa -se dijo-; en mi cabaña no estaría el herrero. ¿De quién podrá ser? Pero ¡qué tonto! ¿Cómo no la habré reconocido? ¡Si es la cabaña del cojo Levchenko, que hace poco casó con una joven! El es el único que tiene la cabaña casi igual a la mía. Por eso me pareció al principio un poco extraño haber llegado a casa tan pronto. Sin embargo, con seguridad que Levchenko debe de estar ahora en casa dei diácono. Entonces ... ¿por qué el herrero? ... ¡Ah, ah, ah, viene a visitar a la joven esposa! ¡Muy bien! ¡Ahora lo comprendo todo!

-¿Quién eres y por qué llamas -dijo el herrero de un modo aún más áspero y acercándosele.

No, no te diré quién soy; ¡quién sabe si aun me pegaría el maldito bastardo! -pensó para sí Chub.

Y mudando de voz contestó:

-¡Soy yo, buen hombre! Venía para divertirlos cantándoles debajo de la ventana.

-Vete al diablo con tus canciones -gritóle el enfadado Vakula-. ¿Qué esperás? ¿No estás oyendo? ¡Vete en seguida de aquí!

Chub tenía ya esta razonable intención, pero le violentaba verse obligado a obedecer las órdenes del herrero. Parecía como si un espíritu maligno le empujase a seguir adelante y le forzase a llevar siempre la contraria.

-¿Por qué te empeñas en gritar tanto? -siguió con la misma voz-. ¡Se me ha antojado cantar las canciones, y las cantaré!

-Está visto que con razones no te callarás.

Y después de oír esto, Chub sintió un violento puñetazo en el hombro.

-¡Eh! ¡Tú! Según veo, empiezas a pegar -dijo, dando un paso hacia atrás.

-¡Vete! ¡Vete! -gritó el herrero, regalándole con otro golpe.

-Pero ¿qué es lo que te pasa? -dijo Chub con voz que denotaba enfado, dolor y apuro-. Según veo, pegas en serio y me haces daño, ¿sabes?

-¡Fuera! ¡Fuera! -exclamó de nuevo el herrero cerrando de golpe la puerta.

-¡Cómo se ha envalentonado! -decía Chub al quedar solo en medio de la calle-. ¡Prueba a arrimarte! ... ¡Vaya! ¡Valiente personaje! ¿Imaginas que no habrá tribunales para ti? ¡Ya lo creo que sí, amiguito! ¡Y he de dirigirme al mismísimo Subdelegado; te acordarás de mí! ¡No he de mirar que seas herrero ni pintor ... y, sin embargo, si pudiera ahora mirarme la espalda y los hombros, con seguridad que encontraría algunos cardenales pintados! ¡Es lástima que haga ahora tanto frío y que no tenga ganas de quitarme la pelliza, pues si no habría de vérmelos! ¡Vaya si pegó fuerte este maldito hijo del demonio! ¡Pero aguarda, herrero endemoniado: así te destruya a ti y a tu herrería el diablo! ¡He de hacerte bailar, maldito bastardo! ... ¡Calla! Pues no está mal pensado: ya que ahora no está él en su casa, se encontrará sola Soloja ... ¡Hum!, y no está muy lejos de aquí. ¿Voy, o no voy? Es ésta una hora en que nadie nos ha de molestar, y es posible que pueda ... ¡Caramba con lo fuerte que me pegó el maldito herrero!

Y Chub, frotándose el hombro, tomó el camino opuesto. El placer que le esperaba en casa de Soloja disminuía en parte el dolor y le hizo casi insensible al frío penetrante que se dejaba sentir. Las calles crujían heladas, y el silbido del viento no se acallaba. De vez en cuando en el rostro del cosaco, cuyo bigote y barba había enjabonado la nieve más de prisa que lo hace cualquier barbero cuando tiránicamente coge a su víctima por la nariz, se dibujaba un mohín semidulce. Pero, de todos modos, si la nieve no se hubiera interpuesto, se le habría podido ver detenerse de vez en cuando, durante algún rato, para frotarse la espalda mientras decía: ¡Vaya si me pegó fuerte el maldito henero! -y continuaba su camino.

Al volver a entrar en la chimenea el ágil galán con barbas de chivo y rabo, después de haber salido la primera vez, se Ie enganchó en un saliente la bolsa, que llevaba terciada y sujeta con una correa y que fue donde metió a la luna; ésta, al ver que se abría la bolsa, aprovechó la ocasión y escapóse, chimenea arriba, de la cabaña de Soloja, ocupando su lugar nuevamente en el cielo. Todo se iluminó como si no hubiese habido tal borrasca. La nieve empezó a brillar como un vasto campo de plata y se cubrió de estrellitas cristalinas. El frío pareció que disminuía, y los grupos de muchachos aparecieron con sus sacos al hombro. Resonaron las canciones, y rara fue la cabaña ante la cual no se veía un grupo de cantores.

¡Cuán espléndidamente resplandece la Luna! Es muy difícil dar cuenta exacta de lo agradable que resulta vagar por los campos en noches así, entre grupas de muchachos que cantan y ríen, siempre prontos a los chistes y bromas que inspira la alegre y risueña noche. Bajo la tupida pelliza se siente calor, y con el frío arden aún más las mejillas y hasta el mismo diablo empuja a hacer picardías.

Las muchachas, en tropel, entraron en la cabaña de Chub y cercaron a Oksana. Gritos, carcajadas y charlas ensordecieron al herrero. Todos a un tiempo se apresuraban a contar alguna novedad a la bella joven. Vaciaban los sacos, elogiando los chorizos, salchichones y pasteles, de los que ya habían recibido gran número con su coliadki. Oksana parecía estar muy alegre y habladora. Charlaba con unos y otros y reía sin parar. El herrero miraba con cierto enfado y envidia esta alegría, y por primera vez maldijo las coliadki, que siempre le entusiasmaron.

-¡Anda, Odarka! -dijo la bulliciosa joven, dirigiéndose a una de las muchachas-. ¿Conque lIevas zapatos nuevos? ¡Y qué bonitos, bordados en oro! ¡Qué suerte tienes, Odarka, teniendo un novio que te compra de todo! ¡A mí nadie me puede procurar unos zapatitos tan lindos!

-¡No te apures, Oksana, querida mía -interrumpió el herrero-, que yo te proporcionaré unos que no los podrá tener iguales ni una señorita!

-¡Tú! -le dijo Oksana, lanzándole una mirada rápida y orgullosa-. Me gustaría saber a dónde irás a buscarlos para que sean dignos de mí. ¿Vas quizá a traerme los que usa Ia zarina?

-¡Ya ves cuáles son los que desea! -exclamó el grupo de muchachas riendo.

-Sí -continuó fieramente la bella joven-. Sean todos ustedes testigos. ¡Si el herrero Vakula me trae los zapatitos que lleva la zarina, le doy palabra de que en el mismo instante me caso con él.

Las muchachas se llevaron a la caprichosa niña.

Ríete, ríete -dijo el herrero, saliendo en pos de ella-, que yo mismo me río también de mí y me paro a pensar, sin poder coordinar ideas, a dónde voló mi espíritu. Ella no me quiere; pues ¡que Dios la perdone! ¡Como si el mundo terminase en Oksana! ¡No faltaba más! ¿Y, quién es, después de todo, Oksana? No será nunca una buena mujer de su casa; ¡no sabe mas que acicalarse! No. ¡Basta ya! ¡Ya es hora de dejar de hacer tonterías!

Pero al mismo tiempo que se decidió a ser fuerte, el espírltu del mal le recordó la graciosa imagen de Oksana cuando le decía despreciativamente: Consígueme, herrero, los zapatos de la zarina y me casaré contigo. Y estaba perturbado y no podía apartar su pensamiento de Oksana.

Grupos de cantores, las muchachas de un lado y los jóvenes de otro, iban de calle en calle. Pero el herrero andaba como un autómata, sin ver ni oír nada y sín participar de las diversiones a que tan aficionado era antes.

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