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III

Veamos ahora lo que hizo la bella hija de Chub al quedarse sola. Oksana no tenía aún diecisiete años, y ya en Dikanka y sus alrededores no se hablaba mas que de su hermosura. Los muchachos decían a coro que jamás hubo ni volvería a haber en el pueblo otra que la igualara en belleza. Oksana estaba persuadida de esto, y como lo oía constantemente era caprichosa, como toda mujer ensalzada y bonita. Si en vez de las galas de campesina hublera usado la capota de las señoritas, con seguridad que ninguna criada la hubiese podido aguantar. Los jóvenes la cortejaban; pero no resistían largo tiempo sus desdenes, y uno a uno iban desfilando, dirigiéndose, luego a otras muchachas menos mimadas. Sólo el herrero seguia obstinado en su amor, aunque ella le tratase igual que a los demás. Después de marchar su padre aún siguió largo rato adornándose y haciendo mohínes delante de un espejito con marco de estaño que tenia en la mano, y sin cansarse en la contemplación. ¿Por qué dirán por ahí que soy hermosa? -decía, fingiendo distracción.

Y continuaba luego su monólogo: Los hombres mienten. ¡No soy bella!

Pero una carita fresca y animada por unos ojos negros y brillantes, con sonrisa llena de encanto y que iluminaba al alma, apareció en el espejo, contradiciéndole.

¿Es que no existen en todo el mundo unos ojos como los míos? ¿Qué belleza tiene esta nariz respingona? ¿Y las mejillas? ¿Y los labios? ¿Son acaso bonitas mis trenzas? ¡Oh!, al anochecer asustan de tan negras como son. Parecen largas serpientes que se enroscan alrededor de mi cabeza. Ahora me doy cuenta de que no soy del todo gvapa.

Y apartando un poco el espejo exclamó: ¡No, ya lo creo que soy hermosa! ¡Y cuánto! ¡Soy una maravilla! ¡Cuán feliz haré al hombre que se case conmigo! ¡Cómo me admirará mi marido! ... ¡Su felicidad le hará olvidarse de todo! ¡Me besará hasta matarme!

¡Qué preciosidad de muchacha! -murmuró el herrero, que había entrado sigilosamente-. ¡Pero no es poco orgullosa! ¡Lo menos lleva una hora delante del espejo admirándose y alabándose; por añadidura, en voz alta!

Verdaderamente, muchachos, que hago pendant con vosotros. ¡Mirad con cuánta elegancia ando! -seguía la linda coqueta-. Mi camisa está adornada con bordados de seda roja, y ¡qué cinta la que llevo en la cabeza! Nunca se vió ni se verá un galón tan rico. Todo esto me lo compró mi padre para que se case conmigo el mejor mozo del mundo.

Y, sonriendo, dió media vuelta y descubrió al herrero. Lanzó un grito, parándose ante él bruscamente.

El herrero dejó caer los brazos con desaliento.

Sería difícil describir lo que expresó el rostro moreno de la encantadora donceila. A un mismo tiempo mostró aspereza y burla ante el tímido muchacho. Un ligero carmÍn de ira apenas perceptible se esparcía por su rostro, y toda esta confusión la hacía estar tan divina, que nada la hubiese favorecido tanto ni tanto hubiese excitado el deseo de besarla.

-¿Para qué has venido? -al fin rompió a decir Oksana-. ¿Quieres que te eche de casa a escobazos? Todos sabéis encontrar el momento propicio para acercaros a nosotras. Os informáis en cuanto los padres salen...; ¡os conozco perfectamente! Qué, ¿me acabaste ya el cofre?

-Lo acabaré, corazoncito mío; -lo acabaré cuando pasen estos días de fiesta. ¡Si tú supieras con qué afán he trabajado en él! En dos noches no he salido de la herrería, y por eso ni siquiera la hija del pope tendrá otro que le iguale. Le he puesto mejor hierro que el que empleé para arreglar la tartana del sotnik cuando fui a trabajar a Poltava. ¡Y qué pintura le estoy poniendo! ¡Que las niñas de la comarca vengan todas a verlo, que nunca habrán visto nada semejante! ¡Todo él estará cuajado de flores encarnadas y azules! ¡Resplandecerá como la fragua! ¡No estés enfadada conmigo! ¡Permiteme que te hable, o al menos deja que te mire!

-¿Quién te lo prohibe? Habla y mira.

Y diciendo esto se sentó de nuevo en la banqueta y volvió a mirarse en el espejo para arreglar su tocado. Admiró su cuello, que adornaba la nueva camisa bordada con sedas, y una fina expresión de orgullo se reflejó en sus ojos.

¿Me dejas sentarme al lado tuyo? -dijo el herrero.

-Siéntate -contestó Oksana sin cambiar de expresión ni en la mirada ni en los labios.

-Encantadora y querida Oksana; ¡déjame que te bese! -dijo él, animándose y atrayéndola hacia sí con la intención de robarle un beso.

Pero Oksana volvió el rostro, que ya casi rozaban los labios del herrero, y le dió un empeñón.

-¿Qué más quieres? ¡Vete! ¡Tus manos son más duras que el hierro y apestan a humo! Me parece que me has manchado de hollín.

Y cogió de nuevo el espejo para contemplarse.

¡No me quiere! -pensó para sí el muchacho, bajando la cabeza-. Todos le servimos de juguete, y yo, ¡que me estoy como un tonto admirándola, sin poder apartar mis ojos de toda ella!, y así me estaría la vida entera, ¡Encantadora muchacha, qué no daría yo por saber lo que tiene escondido en su corazón! ¿A quién amará? ¿No le interesa nada ni nadie? ¡Sólo se alaba a sí misma! ¡Se complace en martirizarme, pobre de mi, y tengo tanta pena que me ahogo! ¡Pero la amo como nadie amó ni amará en el mundo!

-¿Es verdad que tu madre es una bruja? -dijo Oksana echándose a reír.

-¿Qué me importa a mi mi madre? Tú eres para mí madre, padre y todo lo más querido que hay en el mundo. Si me llamase el zar para decirme: Herrero Vakula, pídeme lo mejor de mi reino y te lo daré. Te haré una herrería de oro y tendrás martillos de plata ..., no quiero, le respondería, piedras preciosas; ni herrería de oro ni nada. ¡Sólo quiero que me des a mi Oksana!

-¿Veís cómo sois? Tampoco mi padre deja perder la ocasión, y verás si se nos casa con tu madre -contestó ella con una fina sonrisa-. Pero ¿por qué no vendrán las muchachas? ... ¿Qué significa esto? ¡Ya es hora de ir a cantar las coliadki y estoy aburrida!

-¡Déjalas, querida mía!

-¡De ningún modo! Con seguridad las acompañarán los jóvenes, y me figuro lo de historias llenas de gracia que nos contarán.

-¿Te diviertes tanto con ellos?

-¡Claro! ¡Mucho más que contigo! Pero me parece que han llamado; ya deben de estar ahí.

¿Puedo esperar algo todavía?- pensó el herrero-. ¡Si juega conmigo y me quiere tanto como a una herradura mohosa! Pero si es así, no dejaré, por lo menos, que se burle de mí, y apenas advierta quién es el que le gusta, ¡le perderé! ...

Un aldabonazo, acompañado de una voz que resonó bruscamente en el aire frío, y que decía: ¡Abre!, le interrumpió en sus cavilaciones.

-Espera, que abriré yo mismo -dijo el herrero, malhumorado, saliendo al pasillo con la intención de tumbar al primero que se presentase.

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