Índice de Noticias de ninguna parte de William Morris La política - Capítulo decimoterceroSobre la falta de estímulo para el trabajo en una sociedad camunista - Capítulo decimoquintoBiblioteca Virtual Antorcha

NOTICIAS DE NINGUNA PARTE

William Morris

CAPÍTULO DECIMOCUARTO
Cómo se regulan los asuntos



- ¿Cómo reguláis -pregunté- vuestras relaciones con los países extranjeros?

- No quiero fingir ignorancia de lo que queréis decir, y os contesto sin más rodeos que todo el sistema de rivalidades, todas las querellas entre nación y nación, que por tanto entraban en el gobierno del mundo de la civilización, han concluído con la desigualdad entre hombre y hombre.

- ¿Pero de ese modo no habréis hecho más monótono el mundo?

- ¿Por qué?

- Pues acabando con la variedad de naciones.

- ¡Locura! -exclamó con cierta rudeza-. ¡Pasad el mar y veréis! Encontraréis infinitas variedades, en los panoramas, en los edificios, en los alimentos, en las diversiones, en todo. Hombres y mujeres de aspecto diverso; de diversas ideas y mayor variedad de costumbres que en el período comercial. ¿Cómo podría agradar la variedad y disiparse la monotonía, obligando a algunas familias o tribus heterogéneas y discordes entre sí a vivir en ciertos grupos artificiales y mecánicos llamados naciones, estimulando su patriotismo o mejor sus insensatos y envidiosos prejuicios?

- En verdad que no sé cómo.

- Es natural -contestó jocosamente-. Sin ahondar mucho podéis comprender que habiéndonos liberado de tantas locuras nos es fácil sacar buen partido de las diferencias de sangre de la raza humana, sin perjudicar a nadie. Todos tenemos un mismo anhelo: sacar todo el partido posible de nuestra vida. Además, debo haceros observar que todos los disgustos y contiendas ocurren difícilmente entre gente de diferentes razas.

- Bien, ¿pero podéis afirmar que no existen diferencias de opinión en una misma comunidad?

- ¡En absoluto! -respondió bruscamente-. Yo sostengo que las diferencias de opinión respecto de las cosas reales y substanciales no son necesarias: aquellas diferencias que cristalizan a los hombres en partidos permanentemente hostiles, arrastrados por las diversas teorías, cual si se tratara de la creación del mundo o del progreso de los tiempos, no existen entre nosotros. ¿No es esto lo que entendéis por política?

- ¡Hum! No estoy muy seguro.

- Comprendo, ciudadano. No se hacía más que fingir aquella seria diferencia de opiniones, porque si realmente hubiese existido no se hubieran podido tratar los negocios de la vida, ni tener relaciones sociales, ni comer, ni divertirse ni aun engañar al prójimo de común acuerdo, y todos los hombres serían camorristas. El objeto de los cabezas de la política consistía en lograr que el público, por medio de lisonjas o de amenazas, pagase los gastos de una vida de lujo y de francachelas para una camarilla de ambiciosos, y la seria diferencia de opiniones, cual otros actos de la vida, servía a maravilla a este objeto. ¿Y qué tiene que ver con nosotros todo esto?

- Nada, creo; pero temo ... Me he dicho, si el contraste político no era una necesaria manifestación de la naturaleza humana.

- ¡De la naturaleza humana! -gritó con ímpetu aquel viejo niño-. ¿Qué naturaleza humana? ¿La de los pobres, la de los esclavos, la de los dueños de esclavos, la de los hombres ricos y libres? ¿Cuál? Vamos; decidlo.

- Bien -contesté-. Supongo que habrá diferencias según las condiciones que determinarán la acción de las gentes en cada caso.

- Eso sí, y la experiencia lo demuestra. Entre nosotros las divergencias se derivan de los negocios y de su modalidad, y no pueden dividir a los hombres de un modo permanente. Por lo demás, a primera vista se sabe generalmente qué opinión sobre un asunto dado es la más justa. Es cuestión de hechos, no de silogismos. Por ejemplo, no es fácil fundar un partido político para resolver si la recolección del heno en éste o en el otro sembrado ha de principiar en esta semana o en la próxima, cuando todos están de acuerdo en que ha de ser después de la próxima, y cuando, todos también, pueden acercarse al campo para ver si las plantas están o no bastante maduras. Vosotros, en estas divergencias, grandes o pequeñas, os informaríais del sentir de la mayoría, ¿no es cierto? En aquellas cosas que son simplemente personales, que no refluyen en el bienestar de la comunidad, como vestir, comer, beber, leer, escribir y demás, no puede haber diferencias de opinión y cada uno hace lo que le parece; pero cuando se trata de una cuestión de interés general, de algo que importa a toda la comunidad, de hacer o no hacer una cosa que a todos importa, es necesario ceder a la mayoría, a menos que la minoría no se revuelva y muestre por la fuerza que es la verdadera y efectiva mayoría. Mas en una sociedad de hombres libres e iguales es poco probable que esto ocurra, porque aquí la mayoría aparente es la verdadera, y los demás, como he indicado, lo saben bien y no quieren por mera tontería hacer obstruccionismo, especialmente cuando han podido exponer en sazón oportuna su punto de vista.

- ¿Y cómo os arregláis en este caso?

- Os lo diré. Tomemos uno de nuestros grupos sociales, es decir, un municipio, un barrio, una parroquia (nombres que conservamos, aunque al presente difieran poco entre sí, mientras que en lo pasado diferían mucho). En un distrito, si así queréis llamarlo, algunos ciudadanos piensan que se debe hacer o que debe deshacerse tal o cual cosa, como un palacio cívico, la demolición de una casa incómoda, un puente de piedra que substituya a un feo y antiguo puente de hierro (lo que es hacer y deshacer). En la primera reunión o parlamento, como decimos sirviéndonos de un lenguaje anterior a la burocracia, un ciudadano propone el cambio; si todos están de acuerdo, se acabó la discusión y no falta más que resolver respecto de los detalles de ejecución. Lo mismo ocurre si nadie apoya al proponente o le secunda, como suele decirse; el motivo desaparece, al menos por el momento, aunque esto no suele ocurrir, porque el proponente, antes de llevar el asunto a la asamblea, ha discutido con personas inteligentes. Supongamos que el proyecto sea propuesto y apoyado y que algunos ciudadanos disientan por creer que el feo puente puede servir aún, y no hay por qué tomarse el trabajo de construir uno nuevo; no se procede a votar y se deja el asunto para otra asamblea. En este tiempo los argumentos de una y de otra parte se divulgan, y aun algunos de ellos se imprimen y se ilustran para que todos tengan conocimiento exacto de lo que se trata, y cuando se convoca de nuevo la asamblea hay una discusión regular, seguida de votación. Si las opiniones se equilibran, se deja el asunto para ser discutido de nuevo, si la diferencia es grande se pregunta a la minoría si quiere ceder a la opinión general, lo que casi siempre ocurre. Pero si aún rehusa la minoría, se discute el asunto por tercera vez y entonces cede, si no se ha acrecido visiblemente. Puedo aseguraros que siempre se logra convencer a la minoría, no porque su manera de ver sea injusta, sino porque no puede persuadir ni obligar a la mayoría.

- Bien, ¿y qué ocurre cuando las opiniones se contrabalancean?

- En principio, y según las reglas, la discusión se prolonga, y si la mayoría es exigua, debe someterse al statu quo. Pero debo haceros observar que en la práctica rarísima vez obliga la minoría a la adopción de esta providencia.

- ¿Pero sabéis que todo eso es algo que se asemeja mucho a la democracia? ¡Y pensar que se la creía moribunda hace muchos años!

Los ojos del viejo niño brillaron.

- Admito -dijo- que nuestros métodos tienen inconvenientes; pero, ¿qué vamos a hacer? No podemos evitar que alguno se moleste porque no sea aceptado su criterio; es indiscutible que se puede hacer a todos este favor. ¿Qué hacer, pues?

- Yo no lo sé.

- Los substitutos de nuestro método que yo concibo son los siguientes: 1° que deberíamos elegir o formar una clase de personas superiores capaces de juzgar en todo evento sin consultar a los demás, lo que sería constituir algo que se llamaba en tiempos aristocracia intelectual; 2° que para garantizar el libre arbitrio volviésemos a la propiedad privada, con relativos esclavos y patronos. ¿Qué opináis de estos dos expedientes?

- Hay un tercero -dije-: que cada cual sea independiente de los demás, y si así es, aboliría la tiranía de la sociedad.

Me miró fijamente un rato y después rompió en cordial risotada, y confieso que yo hube de acompañarle.

Después hizo un signo de asentimiento y me dijo:

- Sí, sí, de acuerdo, y eso es lo que hacemos nosotros.

- Sí -repliqué-, de ese modo no se hace presión sobre la minoría, porque (tomando como ejemplo el puente) nadie está obligado a contribuir con su trabajo cuando se mostró opuesto a su construcción. Al menos, este es mi parecer.

- La observación es sagaz -dijo sonriendo-, si se tiene en cuenta que la formula un hombre venido de otro planeta. Si un miembro de la minoría se siente ofendido, puede desquitarse negándose a contribuir a la construcción del puente; sólo que, caro ciudadano, esto no es un bálsamo para la herida que la tiránica mayoría le ha ocasionado. Siendo, como es, todo trabajo benéfico o dañoso para todos los miembros de la sociedad, todos los hombres encuentran ventajas con la construcción del puente, si la construcción es necesaria, y todos sufren daños si no lo es, lo mismo si ayudan a construirle que si no ayudan, y, aparte de gozar trabajando, no le queda otra satisfacción al disidente que poder decir: Ya lo había yo dicho, si la construcción es un error, y si no lo es, ¡a callar! Nuestro comunismo es una terrible forma de tiranía, ¿no es cierto? Las gentes solían espantarse de tanta infelicidad en los tiempos pasados, en aquellos tiempos en que las personas contentas y nutridas asistian al espectáculo de millares de miserables que morían de hambre, mientras que nosotros vivimos contentos y bien cebados bajo el yugo de la tiranía, de una tiranía que, a decir verdad, no es visible con ningún microscopio. No temáis, amigo mío, no queremos proporcionaros disgustos dando a nuestra felicidad, a nuestra paz y a nuestra abundancia feos nombres cuyo significado hemos desmentido hasta ahora.

Quedó pensativo un momento y después me dijo:

- ¿Tenéis más que preguntarme, querido huésped? Mientras charlo se pasa la mañana.
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