Presentación de Omar CortésHistoria del negro Kafur, segundo eunuco sudanésHistoria de Sindbad el marinoBiblioteca Virtual Antorcha

LAS MIL Y UNA NOCHES

XXXVI


Historia del negro Bakhita, tercer eunuco sudanés






Han de saber, ¡oh hijos de mi tío!, que cuanto acabamos de oír es inocente y vano. Les voy a contar la causa de mi mutilación, y verán que merecía peor castigo, pues he faltado a los respetos de mi ama y llegado a otros extremos. Pero los detalles de mis desmanes son tan extraordinarios, y prolijos en incidentes, que ahora sería muy largo su relato, pues he aquí, ¡oh primos míos!, que se aproxima la mañana y nos va a sorprender la luz antes de abrir el hoyo y enterrar el cajón que hemos traído, y acaso nos comprometamos seriamente y nos expongamos a perder nuestras almas; de modo que hagamos el trabajo para el cual nos han enviado aquí, y después comenzaré a contarles los pormenores.

Dicho esto, se levantó el negro Bakhita y con él los otros dos, que ya habían descansado, y entre los tres, alumbrados por la linterna, se pusieron a cavar un hoyo. Cavaban Kafur y Bakhita, mientras que Sauab recogía la tierra en un capazo y la echaba fuera.

Y así abrieron el hoyo, luego de depositar en él el cajón lo taparon con tierra y apisonaron el suelo. Recogieron las herramientas y el farol, salieron de la turbeh, cerraron la puerta y se alejaron rápidamente.

Y Ghanem ben-Ayub, que lo había oído todo desde lo alto de la palmera, vio cómo desaparecían a lo lejos. Y cuando pasó un gran rato, empezó a preocuparle lo que pudiera contener aquel cajón. Pero no se atrevió a bajar de la palmera, y aguardó a que brillase la primera claridad del alba.

Entonces descendió de la palmera y empezó a cavar la tierra con las manos, no cesando hasta que logró sacar el cajón, después de grandes esfuerzos.

Cogió entonces una piedra y rompió el candado con que estaba cerrado el cajón. Y al levantar la tapa vio a una joven que parecía dormida, pues la respiración movía acompasadamente su pecho.

Estaba indudablemente bajo la influencia del banj.

Era de una hermosura sin igual, con una tez delicada, suave y deliciosa. Estaba cubierta de alhajas, y llevaba al cuello un collar de oro con gemas preciosas, en las orejas arracadas de una sola piedra inapreciable, y en los tobillos y en las muñecas unas pulseras de oro cuajadas de brillantes.

Aquello debía valer más que todo el reino del sultán.

Cuando Ghanem reconoció bien a la hermosa joven, y se cercioró de que no había sufrido ninguna violencia de los eunucos que hasta allí la habían llevado para enterrarla viva, se inclinó hacia ella, la cogió en brazos y la depositó suavemente en el suelo. Y al respirar la joven el aire vivificador, adquirió su rostro nueva vida, exhaló un gran suspiro, tosió, y con estos movimientos se le cayó de la boca un pedazo de banj capaz de adormecer a un elefante dos noches seguidas.

Entonces entreabrió los ojos, ¡unos ojos adorables!, y dominada todavía por el banj, exclamó con una voz llena de dulzura: ¿Dónde estás, Riha? ¿No ves que tengo sed? ¡Tráeme un refresco! ¿Y tú, Zahra dónde estás? ¿Y Sabiha? ¿Y Schagarad Al-Dorr? ¿Y Nur Al-Hada? ¿Y Nagma? ¿Y Subhia? ¿Y tú, sobre todo, Nohza, ¡oh dulce y gentil Nozha!? ¿En dónde estás que no me respondes?

Y como nadie contestase, la joven acabó por abrir completamente los ojos y miró en torno suyo. Y aterrada, clamó de este modo: ¿Quién me habrá sacado de mi palacio para traerme entre estos sepulcros? ¿Qué criatura podrá saber jamás lo que se oculta en el fondo de los corazones? ¡Oh tú, Retribuidor, que conoces los secretos más escondidos: tú sabrás distinguir a los buenos y a los malos el día de la Resurrección!

Y Ghanem, que seguía de pie, avanzó algunos pasos y dijo: ¡Oh soberana de la hermosura, cuyo nombre debe ser más dulce que el jugo del dátil, y cuya cintura es más flexible que la rama de la palmera! ¡Yo soy Ghanem ben-Ayub, y aquí no hay en realidad palacios ni tumbas, sino un esclavo tuyo, que soy yo, y a quien el Clemente sin límites puso cerca de ti para librarte de todo mal y resguardarte de todo dolor! Acaso así, ¡oh la más deseada!, te dignes mirarme con agrado.

Y la joven, en cuanto se cercioró de la realidad de cuanto veía dijo: ¡No hay más Dios que Alá, y Mohamed es el enviado de Alá!

Después se volvió hacia Ghanem, le miró con sus ojos resplandecientes, y puesta la mano en el corazón dijo con su voz deliciosa: ¡Oh favorable joven! ¡Aquí me tienes, despertando entre lo desconocido ¿Puedes decirme quién me ha traído hasta aquí?

Y Ghanem respondió: ¡Oh señora mía! Te han traído tres negros eunucos y te traían metida en un cajón.

Y le contó toda la historia: cómo le había sorprendido la noche fuera de la ciudad; cómo había sacado a la joven del cajón; y cómo, a no ser por él, habría perecido ahogada bajo la tierra.

Después le rogó que le contase su historia y el motivo de su aventura. Pero ella dijo: ¡Oh joven! ¡Glorificado sea Alá, que me ha puesto en manos de un hombre como tú! Pero, ahora te ruego que me ocultes en el cajón y vayas en busca de alguien que pueda llevarlo a tu casa. Allí verás cuán provechoso es para ti, pues tendrás toda clase de delicias, y te podré contar mi historia, y ponerte al corriente de mis aventuras.

Y Ghanem quedó encantado al oírla, y salió inmediatamente en busca de un arriero, y como ya era entrado el día y brillaba el sol en todo su esplendor, la cosa no fue difícil. Volvió, pues, en seguida con un arriero, y como había cuidado de meter a la joven en el cajón, le ayudó a cargarlo en el mulo, y emprendieron a toda prisa el camino de su casa.

Y durante el viaje comprendió Ghanem que el amor a la joven había penetrado en su corazón, y se vio en el límite de la dicha al pensar que pronto sería suya aquella hermosura que vendida en el zoco habría valido diez mil dinares de oro, y que llevaba encima incalculables riquezas en joyas, pedrería y telas preciosas.

Y estos pensamientos tan gratos hacían que sintiera impaciencia por llegar cuanto antes.

Y al fin llegó y él mismo ayudó al arriero a descargar el cajón y llevarlo al interior de la casa.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discretamente interrumpió su relato.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que Ghanem llegó sin contratiempo a su casa, abrió el cajón y ayudó a salir a la joven. Ésta examinó la casa, y vio que era muy hermosa, con alfombras de vivos y alegres matices, y tapices de mil colores que alegraban la vista, y muebles preciosos y otras muchas cosas. Y vio también muchos fardos de mercancías y paños de gran valor, y pilas de sedería y brocados, y jarrones llenos de vejigas de almizcle. Entonces comprendió que Ghanem era un mercader de los principales, dueño de numerosas riquezas. Se quitó el velillo con que había cuidado de taparse el rostro, y miró atentamente al joven Ghanem. Y le pareció muy hermoso, y le amó, y le dijo: ¡Oh Ghanem! Ya ves que delante de ti yo me descubro. Pero tengo mucho apetito, y te ruego que me traigas algo que comer.

Y Ghanem contestó: ¡Sobre mi cabeza y mis ojos!

Y corrió al zoco, compró un cordero asado, una bandeja de pasteles en casa del confitero Hadj Soleimán, el más ilustre de los confiteros de Bagdad, otra bandeja de halaua y almendras, alfónsigos y frutas de todas clases, y cántaros de vino añejo, y por último, flores de todas clases.

Los llevó a su casa, puso la fruta en grandes copas de porcelana y las flores en preciosos jarrones, y todo lo colocó delante de la joven.

Entonces ésta le sonrió, y se arrimó mucho a él, y le echó los brazos al cuello, le besó y le hizo mil caricias, y le dijo frases llenas de cariño. Y Ghanem sintió que el amor penetraba cada vez más en su cuerpo y en su corazón.

Después ambos se dedicaron a comer y beber, y se amaron, por ser los dos de la misma edad y de igual belleza.

Cuando llegó la noche, se levantó Ghanem y encendió lámparas y candelabros, pero más que la luz de las bujías iluminaba la sala el esplendor de sus rostros.

Luego trajo instrumentos, músicos, y fue a sentarse al lado de la joven, y siguió bebiendo y jugando con ella juegos muy agradables, riendo muy dichoso y cantando canciones apasionadas y versos inspirados. Y así fue aumentando la pasión que se tenían.

¡Bendito y glorificado sea Aquel que une los corazones y junta a los enamorados!

Y no cesaron los juegos hasta que apareció la aurora, y como el sueño había acabado por pesar sobre sus párpados, se durmieron.

Apenas se despertó Ghanem, corrió al zoco para comprar viandas, legumbres, frutas, flores y vinos, todo lo necesario para pasar el día. Lo llevó a casa, se sentó al lado de la joven y se pusieron a comer muy a gusto hasta saciarse. Después llevó Ghanem bebidas, y empezaron a beber, hasta que se colorearon sus mejillas y sus ojos se pusieron más negros y brillantes. Entonces el alma de Ghanem deseó besar a la joven. Y le dijo: ¡Oh soberana mía! Permíteme que te bese para que refresque el fuego de mis entrañas.

Y ella contestó: ¡Oh Ghanem! aguarda a que esté ebria, pues entonces no me daré cuenta de lo que hagan tus labios.

Al verla así, meció el deseo de Ghanem y por la misma dificultad con que tropezaba, sintió que los deseos se desbordaban en su corazón, y acompañándose con el laúd, cantó estas estrofas:

¡Imploré un beso de su boca; de su boca, tormento de mi corazón; un beso que curase mi enfermedad!
Y me dijo: ¡Oh, no! ¡Eso nunca!
Y me dije: ¡Pues ha de ser!
Y ella contestó: ¡Un beso! ¡Eso ha de darse voluntariamente!
¿Me darías a la fuerza un beso en mis labios sonrientes?

Y le dije: ¡No creas que un beso dado a la fuerza carece de voluptuosidad!
Y me respondió: ¡Un beso a la fuerza no sabe bien más que en la boca de las pastoras de las montañas!

Y después que hubo cantado, sintió Ghanem que aumentaba su locura, y el fuego de sus entrañas. Y la joven nada le concedía, aunque no dejaba de expresarle que compartía su pasión.

Y así siguieron hasta que se hizo de noche.

Por fin, Ghanem se levantó y encendió las lámparas, alumbrando espléndidamente el salón, y fue a echarse a los pies de la joven. Y pegó los labios a aquellos pies tan maravillosos, que le parecieron dulces como la leche y tiernos como la manteca.

Y Ghanem gritó enloquecido: ¡Oh dueña mía! ¡Ten piedad de este esclavo tuyo, vencido por tus ojos! Desde que viniste he perdido la tranquilidad.

Y sintió que las lágrimas bañaban sus ojos. Entonces la joven contestó: ¡Por Alá! ¡Oh dueño mío, oh luz de mis ojos! Te quiero con toda el alma! Pero sabe que nunca podré satisfacerte.

Y Ghanem exclamó: ¿Y quién te lo impide?

Y ella dijo: Esta noche te explicaré el motivo, y entonces me disculparás.

Pero al hablar así, se dejó caer a su lado, y le echó los brazos al cuello, y le dio millares de besos. Y la joven nada dijo respecto a la causa.

Siguieron haciendo las mismas cosas todos los días y todas las noches durante un mes. Y su amor aumentaba. Pero cierta noche entre las noches, Ghanem descubrió entre las ropas de su amada una cinta, y le pidió permiso para verla.

Y ella tomó aquella cinta y se la presentó diciendo: Lee las palabras escritas.

Ghanem tomó la cinta y en la trama vio bordadas unas letras de oro que decían: ¡Soy tuya y tú eres mío, descendiente del tío del Profeta!

Y al leer estas palabras bordadas con letras de oro en el extremo de la cinta, dijo: Explícame qué significa todo esto.

Y la joven dijo: Sabe, ¡oh mi señor! que soy la favorita del califa Harún Al-Rashid. Las palabras escritas en la cinta prueban que pertenezco al Emir de los Creyentes, al cual debo reservar el sabor de mis labios y el misterio de mi carne. Me llamo Kuat Al-Kulub, y desde mi infancia me criaron en el palacio del califa. Llegué a ser tan hermosa, que el califa se fijó en mí y comprobó mis perfecciones, debidas a la generosidad del Señor. Y le impresionó tanto mi belleza, que sintió un gran amor hacia mí, y me destinó un aposento en palacio para mí sola, poniendo a mis órdenes diez esclavas muy simpáticas y serviciales. Y me regaló todas las alhajas y joyas con que me encontraste en el cajón. Y me prefirió a todas las mujeres de palacio, y hasta olvidó a su esposa El Sett-Zobeida. Así es que Sett-Zobeida me tomó un odio inmenso.

Habiéndose ausentado un día el califa para luchar con uno de sus lugartenientes que se había rebelado, se aprovechó de ello Zobeida para combinar un plan contra mí. Sobornó a una de mis doncellas, y llamándola un día a sus habitaciones le dijo: Cuando tu señora Kuat Al-Kulu b esté durmiendo, le pondrás en la boca este pedazo de banj, después de haberle echado otra dosis en la bebida. Si lo haces te recompensaré y te daré la libertad y muchas riquezas. Y la esclava, que antes lo había sido de Zobeida, contestó: Lo haré porque la adhesión que te tengo es tan grande como mi cariño. Y muy alegre por la recompensa que le aguardaba, vino a mi aposento y me dio una bebida compuesta con banj. Y apenas la hube probado, caí en tierra, y me dieron convulsiones, y me sentí transportada a otro mundo. Y al verme dormida, fue la esclava a buscar a Sett-Zobeida, que me metió en ese cajón y mandó llamar a los tres eunucos. Y los gratificó espléndidamente; lo mismo que a los porteros del palacio. Y así me sacaron de noche para llevarme a la turbeh adonde Alá te había conducido. Porque a ti, ¡oh amor de mis ojos!, debo el haberme salvado de la muerte. Y también gracias a ti me encuentro en esta casa tan generosa.

Pero lo que más me preocupa es lo que el califa haya pensado al volver y no encontrarme. Y todo por estar sujeta por lo que dice esta cinta de oro.

Tal es mi historia. Ahora sólo te pido discreción y que nadie conozca mi secreto.

Cuando Ghanem hubo oído la historia de Kuat Al-Kulub, y supo que era favorita y propiedad del Emir de los Creyentes, retrocedió hasta el fondo de la sala y ya no se atrevió a levantar sus miradas hacia la joven, pues se había convertido para él en cosa sagrada.

Y así fue a sentarse en un rincón y comenzó a reconvenirse, pensando cuán poco le había faltado para ser un criminal, y lo audaz que había sido sólo con tocar la piel de Kuat. Y comprendió lo imposible de su amor, y cuán desgraciado era. Y acusó al Destino por los golpes tan injustos que le reservaba.

Pero no dejó de someterse a los designios de Alá, y dijo: ¡Glorificado sea Aquel que tiene razones para herir con el dolor el corazón de los buenos y apartar la aflicción del corazón de las viles!

Y después recitó estos versos del poeta:

¡El corazón enamorado no disfrutará la alegría del reposo mientras lo posea el amor!
¡El enamorado no tendrá segura su razón mientras viva la belleza en la mujer!
Me han preguntado: ¿Qué es el amor?
Y yo he dicho: ¡El amor es un dulce de sabroso jugo, pero de pasta amarga!

Entonces la joven se acercó a Ghanem, lo estrechó contra su seno, lo besó, procuró consolarle. Pero Ghanem ya no se atrevía a corresponder a las caricias de la favorita del Emir. Se sometía a lo que ella le hiciese, pero sin devolver beso por beso ni abrazo por abrazo.

Y así les sorprendió la mañana. Ghanem se apresuró a marchar al zoco para comprar las provisiones del día. Y permaneció allí una hora comprando mejores cosas que los demás días, por haberse enterado del rango de su invitada. Compró todas las flores del mercado, los mejores carneros, los pasteles más frescos, los dulces más finos, los panes más dorados, las cremas más exquisitas y las frutas más sabrosas, y todo lo llevó a la casa y se lo presentó a Kuat Al-Kulub.

Pero apenas le vio, corrió a él la joven, le miró con ojos negros de pasión y húmedos de ansiedad, y le sonrió insinuante, diciéndole: ¡Cuánto has tardado, querido mío, deseado de mi corazón! ¡Por Alá! La hora de tu ausencia me ha parecido un año. Mi pasión ha llegado a su límite, y me consume toda. ¡Oh Ghanem! ¡Me muero!

Pero Ghanem se resistió, y le dijo: Alá me libre, mi buena señora! ¿Cómo el perro ha de usurpar el sitio del león? ¡Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo!

Y se escapó de entre las manos de la joven, y se acurrucó en un rincón, muy triste y preocupado.

Pero ella fue a tomarle de la mano, y le llevó a la alfombra, obligándole a sentarse a su lado y a comer y a beber con ella.

Y tanto le dio de beber que lo embriagó. Luego cogió el laúd, y cantó estas estrofas:

¡Mi corazón está destrozado, hecho trizas!
Rechazada en mi amor, ¿podré vivir así mucho tiempo?
¡Oh tú, amigo mío, que huyes como la gacela, sin que yo sepa la causa ni haya cometido delito!
¿Ignoras que la gacela se vuelve algunas veces para mirar?
¡Ausencia! ¡Separación! ¡Todo se ha juntado contra mí!
¿Podrá soportar mucho tiempo mi corazón la pesadumbre de tanto infortunio?

Al oír estos versos se despertó Ghanem y lloró muy conmovido, y ella también lloró al verle llorar, pero no tardaron en ponerse a beber de nuevo, y estuvieron recitando poesías hasta la noche.

Y Ghanem fue a sacar los colchones de las alacenas de la pared, y se dispuso a hacer la cama. Pero en vez de hacer una, como las demás noches, cuidó de hacer dos distantes una de otra; y Kuat Al- Kulub, muy contrariada, le dijo: ¿Para quién es ese segundo lecho?

Y él contestó: Uno es para mí, y otro para ti, y desde esta noche hemos de dormir de esta manera, pues lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo, ¡oh Kuat Al-Kulub!

Pero ella replicó: Amor mío, desprecia esa moral atrasada. Disfrutemos del placer que pasa junto a nosotros y que mañana estará ya lejos. Todo lo que ha de suceder sucederá, pues cuanto escribió el Destino tiene que cumplirse.

Pero Ghanem no quiso someterse, y Kuat Al-Kulub sintió que aumentaba su pasión más ardiente; pero Ghanem insistía: Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo.

Entonces lloró la joven, cogió el laúd y se puso a cantar:

¡Soy hermosa y esbelta!
¿Por qué huyes de mí?
¡Nada falta a mi hermosura, pues estoy llena de maravillas!
¿Por qué me abandonas?
¡He incendiado todos los corazones, y he quitado el sueño a todos los párpados!
¡Soy una rama, y las ramas han nacido para que las corten, las ramas flexibles y floridas!
¡Yo soy la rama florida y flexible!
¡Soy la gacela, y las gacelas nacieron para la caza, las gacelas finas y amorosas!
¡Soy la gacela fina y amorosa, oh cazador!
¡Nací para tus redes!
¿Por qué no me coges en ellas?
¡Soy la flor, y las flores nacieron para ser aspiradas, las flores delicadas y olorosas!
¡Soy la flor delicada, y olorosa!
¿Por qué no quieres aspirarme?

Pero Ghanem, aunque más enamorado que nunca, no quiso faltar al respeto debido al califa; y a pesar de los grandes deseos de la joven, todo siguió lo mismo durante un mes.

Esto en cuanto a Ghanem y a Kuat Al-Kulub, favorita del Emir de los Creyentes.

Pero en cuanto a Zobeida, he aquí que cuando el califa se ausentó hizo con su rival lo que ya se ha referido, pero después reflexionó y se dijo: ¿Qué contestaré al califa cuando al regresar me pida noticias de Kuat Al-Kulub?

Entonces se decidió a llamar a una vieja cuyos buenos consejos le inspiraban gran confianza desde muy niña. Y le reveló su secreto, y le dijo: ¿Qué haremos ahora después de haberle pasado a Kuat Al-Kulub lo que le habrá pasado?

La vieja contestó: Me hago cargo de todo, ¡oh mi señora!, pero el tiempo apremia, porque el califa va a volver enseguida. Hay muchos medios de ocultárselo todo, pero te voy a indicar el más rápido y seguro. Encarga que te hagan un maniquí de madera que simule el cadáver. Lo depositaremos en la tumba con gran ceremonial; se le encenderán candelabros y cirios a su alrededor, y mandarás a todos los de palacio, a todas tus esclavas y a las esclavas de Kuat Al-Kulub, que se vistan de luto y que pongan colgaduras negras. Y cuando venga el califa y pregunte la causa de todo esto, se le dice: ¡Oh mi señor, tu favorita Kuat Al-Kulub ha muerto en la misericordia de Alá! ¡Ojalá vivas los largos días que ella no ha vivido! Nuestra ama Zobeida le ha tributado todos los honores fúnebres, y la ha mandado enterrar en el mismo palacio, debajo de una cúpula construida expresamente. Entonces el califa, conmovido por tus bondades, te las agradecerá mucho. Y llamará a los lectores del Corán para que velen junto a la tumba recitando los versículos de los funerales. Y si el califa, que sabe tu poco afecto hacia Kuat Al-Kulub, sospechara y dijera para sí: ¿Quién sabe si Zobeida, la hija de mi tío, habrá hecho algo contra Kuat Al-Kulub, y llevado de estas sospechas mandase abrir la tumba para averiguar de qué murió la favorita, tampoco debes preocuparte. Porque cuando hayan abierto la fosa, y saquen el maniquí hecho a semejanza de un hijo de Adán, y cubierto con un suntuoso sudario, si quisiera el califa levantar el sudario, no dejarás de impedírselo, y todo el mundo se lo impedirá, diciendo: ¡Oh Emir de los Creyentes!, no es lícito ver a una mujer muerta con todo el cuerpo desnudo. Y el califa acabará por convencerse de la muerte de su favorita, y la mandará enterrar de nuevo, y agradecerá tu acción. Y así, ¡como Alá lo quiera!, te verás libre de este cuidado.

La sultana comprendió que acababa de oír un excelente consejo, y obsequió a la vieja regalándole un magnífico vestido de honor y mucho dinero, encomendándole que se encargase personalmente de la ejecución del plan. Y la vieja logró que un artífice fabricara el maniquí, y se lo llevó a Zobeida y ambas lo vistieron con las mejores ropas de Kuat Al-Kulub. Le pusieron un sudario riquísimo, le hicieron grandes funerales, lo colocaron en la tumba, encendieron candelabros y blandones, y tendieron alfombras alrededor para las oraciones y ceremonias acostumbradas.

Y Zobeida mandó poner colgaduras negras en todo el palacio y que las esclavas vistieran de luto. Y la noticia de la muerte de Kuat Al-Kulub se extendió por todo el palacio, y todo el mundo, sin excluir a Massrur, y los eunucos lo dieron por cierto.

No tardó en regresar de su viaje el califa, y al entrar en palacio se dirigió apresuradamente a las habitaciones de Kuat Al-Kulub, que llenaba todo su pensamiento. Pero al ver a la servidumbre y a las esclavas de la favorita vestidas de luto, comenzó a temblar. Y salió a recibirle Zobeida, también de luto. Y cuando le dijera que aquello era porque había fallecido Kuat Al-Kulub, el califa cayó desmayado.

Pero al volver en sí, preguntó dónde estaba la tumba para ir a visitarla. Zobeida dijo: Sabe, ¡oh Emir de los Creyentes!, que por consideración a Kuat Al-Kulub he querido enterrarla en este mismo palacio.

Y el califa, sin quitarse la ropa del viaje, se dirigió hacia el sepulcro de Kuat Al-Kulub. Y vio los blandones y los cirios encendidos, y las alfombras tendidas alrededor. Y al ver todo esto dio las gracias a Zobeida, encomiando su buena acción, y después regresó a palacio.

Pero como era receloso por naturaleza, empezó dudar y a alarmarse, y para acabar con las sospechas que le atormentaban, mandó que se abriera la tumba, y así se hizo. Pero el califa, gracias a la estratagema de Zobeida, vio el maniquí cubierto con el sudario, y creyendo que era su favorita, lo mandó enterrar de nuevo, y llamó a los sacerdotes y a los lectores del Corán, que recitaron los versículos de los funerales. Y él, mientras tanto, permanecía sentado en la alfombra llorando a lágrima viva, hasta que acabó por caer desmayado.

Y así acudieron todos durante un mes, los ministros de la religión y los lectores del Corán, mientras que él, sentado junto a la tumba, lloraba amargamente.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, e interrumpió diseretamente su relato.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que el califa acudió todos los días a la tumba de su favorita durante un mes. Y el último día duraron las oraciones y la lectura del Corán desde la aurora hasta la aurora siguiente. Y entonces cada cual pudo regresar a su casa. Y el califa, rendido por la fatiga y el dolor, regresó a palacio, y no quiso ver a nadie, ni siquiera a su visir Giafar, ni a su esposa Zobeida. Y de pronto cayó en un sueño profundo, velándole dos esclavas. Una de ellas estaba junto a la cabeza del califa y la otra a sus pies. Pasada una hora, cuando el sueño del califa ya no fue tan profundo, oyó a la esclava que estaba junto a su cabeza decir a la que estaba a sus pies: ¡Qué desdicha, amiga Subhia!

Y Subhia contestó: ¿Pero qué ocurre, ¡oh hermana Nozha!?

Y Nozha dijo: Nuestro amo debe ignorar todo lo ocurrido, cuando pasa las noches junto a una tumba donde sólo hay un pedazo de madera, un maniquí fabricado por un artífice.

Y Subhia dijo: Pues entonces, ¿qué ha sido de Kuat Al-Kulub? ¿Qué desgracia cayó sobre ella?

Nozha respondió: Sabe, ¡ah Subhia!, que me lo ha contado todo la esclava preferida de nuestra ama Zobeida. Por su encargo le dio banj a Kuat Al-Kulub, que se durmió inmediatamente, y entonces nuestra ama Zobeida la metió en un cajón, y la entregó a los eunucos Sauab. Kafur y Bakhita para que lo enterrasen en un hoyo.

Y Subhia, llenos de lágrimas los ojos, exclamó: ¡Oh Nozha! ¿Y nuestra dulce ama Kuat Al-Kulub habrá muerto de manera tan horrible?

Nozha contestó: ¡Alá preserve de la muerte a su juventud! Pero no ha muerto, pues Zobeida ha dicho a su esclava: He averiguado que Kuat Al-Kulub ha podido escaparse, y que está en casa de un joven mercader de Damasco, llamado Ghanem ben-Ayub, hace ya cuatro meses. Comprenderás, ¡oh Subhia!, cuán desgraciado es nuestro señor al ignorar que vive su favorita, mientras sigue velando todas las noches junto a una tumba donde no hay ningún cadáver.

Y las dos esclavas continuaron hablando durante algún tiempo, y el califa oía sus palabras.

Y cuando acabaron de hablar ya no le quedaba nada que saber al califa. Y se incorporó súbitamente dando tal grito, que las esclavas huyeron aterradas. Y sentía una ira espantosa al pensar que su favorita llevaba cuatro meses en casa del joven llamado Ghanem ben-Ayub. Y se levantó, y mandó llamar a los emires y notables, así como a su visir Giafar al Barmaki, que llegó apresuradamente y besó la tierra entre sus manos.

Y el califa le dijo: ¡Oh Giafar!, averigua dónde vive un joven mercader llamado Ghanem ben-Ayub; asalta su casa con mis guardias y me traes a mi favorita Kuat Al-Kulub, y también a ese insolente mancebo, para castigarle.

Y Giafar contestó: Escucho y obedezco.

Y salió con una compañía de guardias, acompañándole el walí con sus dependientes, y todos juntos no dejaron de hacer pesquisas, hasta descubrir la casa de Ghanem ben-Ayub.

En aquel momento, Ghanem acababa de regresar del zoco, y estaba sentado junto a Kuat Al-Kulub, teniendo delante un hermoso carnero asado y relleno de manjares; y lo estaban comiendo con mucho apetito. Pero al oír el ruido que armaban los de fuera, Kuat Al-Kulub miró por la ventana, y comprendió la desdicha que se cernía sobre ellos, pues la casa estaba cercada por los guardias, el porta-alfanje, los mamalik y los jefes de la tropa, y vio a su cabeza al visir Giafar y al walí de la ciudad. Y todos daban vueltas alrededor de la casa como lo negro de los ojos da vueltas alrededor de los párpados. Y adivinó que el califa lo había averiguado todo, y que estaría celosísimo de Ghanem, que desde hacía cuatro meses la tenía en su casa. Y al pensar estas cosas, se contrajeron sus hermosas facciones, palideció de terror, y dijo a Ghanem: ¡Oh querido mío ! Ante todo piensa en tu salvación. Levántate y escapa.

Y Ghanem contestó: ¡Alma mía! ¿Cómo voy a salir si está la casa cercada de enemigos?

Pero ella le vistió con un ropón viejo y roto que le llegaba a las rodillas, cogió una marmita de las de llevar carne, y se la puso en la cabeza. Colocó en la marmita pedazos de pan y unos tazones con las sobras de la comida, y le dijo: Sal sin ningún temor pues creerán que eres el criado del fondista, y nadie te hará daño. Y en cuanto a mí, ya me las sabré arreglar, pues conozco el poder que ejerzo sobre el califa.

Entonces Ghanem se apresuró a salir, y atravesó las filas de guardias y mamalik, con la marmita en la cabeza. Y no le ocurrió nada malo, porque le protegía el único protector que sabe guardar a los hombres bien intencionados, librándoles de los peligros y de la mala suerte.

Entonces el visir Giafar echó pie a tierra, entró en la casa y llegó hasta la sala, llena de fardos y de sederías. Mientras tanto, Kuat Al -Kulub había tenido tiempo para hermosearse y vestirse la ropa más rica con todas sus alhajas. Y se había puesto un brillante como los más brillantes. Y había reunido en un cajón los efectos más preciosos, las joyas y pedrerías y todas las cosas de valor. Y apenas penetró Giafar en la habitación, se puso de pie, se inclinó, beso la tierra entre su manos, y dijo: ¡Oh, mi señor!, he aquí que la pluma ha escrito lo que había de escribirse por orden de Alá. En tus manos me entrego.

Giafar contestó: ¡Oh mi señora! El califa me ha dado orden de prender únicamente a Ghanem ben-Ayub. Dime dónde está.

Y ella dijo: Ghanem ben-Ayub, después de empaquetar sus mejores mercancías, marchó hace algunos días a Damasco, su ciudad natal, para ver a su madre y a su hermana Fetnah. Y no sé más, ni puedo decirte otra cosa. Y este cajón que aquí ves es el mío, y en él he colocado lo mejor que poseo. Y espero que me lo guardes bien y lo mandes transportar al palacio del Emir de los Creyentes.

Giafar contestó: Escucho y obedezco.

Y cogió el cajón, y mandó a sus hombres que lo llevaran, y después de haber colmado de honores a Kuat Al-Kulub, le rogó que le acompañase al palacio del Emir de los Creyentes, y todos se alejaron, no sin haber saqueado antes la casa de Ghanem, según había ordenado el califa.

Cuando Giafar se presentó entre las manos de Harún Al-Rashid, le contó todo lo ocurrido, enterándose de que Ghanem se había marchado a Damasco y que la favorita se hallaba en palacio. Pero el califa estaba convencido de que Ghanem había hecho con Kuat Al-Kulub todo cuanto se puede hacer con una mujer hermosa que pertenece a otro, y ni siquiera quiso ver a Kuat Al-Kulub, y mandó a Massrur que la encerrase en un cuarto oscuro, vigilada por una vieja encargada de estas funciones.

Y envió jinetes para que buscasen por todo el mundo a Ghanem. También se lo encomendó al sultán de Damasco, su vicario Mohammed Ben-Soleimán El-Zeiní, para lo cual cogió el cálamo, el tintero y un pliego de papel, y escribió la carta siguiente:

A su señoría el sultán Mohammed Ben-Soleimán El-Zeiní, vicario de Damasco, de parte del Emir de los Creyentes Harún Al-Rashid, quinto califa de la gloriosa descendencia de los Beni-abbas.

En nombre de Alá, el Clemente sin límites y Miserieordioso.

Después de pedir noticias de tu salud, que nos es querida, y de rogar a Alá que te conserve largos días en la dilatación y el florecimiento.

Sabe, ¡oh nuestro vicario!, que un joven mercader de tu ciudad, llamado Ghanem ben-Ayub, ha venido a Bagdad y ha seducido y forzado a una de mis esclavas. Y ha huido de mi venganza y de mis iras, y se ha refugiado en tu ciudad, donde debe estar en estos momentos con su madre y su hermana.

Te apoderarás de él y le mandarás dar quinientos latigazos. Y luego le pasearás por todas las calles montado en un camello. Y delante irá un pregonero, gritando: ¡Éste es el castigo del esclavo que roba los bienes de su señor! Y después me lo enviarás, para darle el tormento que se merece y hacer de él lo que haya de hacerse.

Y saquearás su casa, destrozándola desde los cimientos hasta la techumbre, y harás desaparecer el rastro de su existencia.

Y te apoderarás de la madre y hermana de Ghanem, y durante tres días las expondrás desnudas a la vista de todos los habitantes, y luego de eso las arrojarás de la ciudad.

Pon gran diligencia y celo en ejecutar estas órdenes. ¡ Uassalám!

Un correo fue el portador de esta carta, y viajó con tal celeridad, que llegó a Damasco a los ocho días, en vez de tardar veinte cuando menos.

Y cuando el sultán Mohammed tuvo en sus manos la carta del califa, se la llevó a los labios y a la frente. Y luego de leerla, ejecutó sin ninguna tardanza las órdenes. Y los pregoneros anunciaron por todas partes: Los que quieran saquear la casa de Ghanem ben-Ayub, vayan a saquearla a su gusto.

Inmediatamente el sultán se dirigió en persona a la casa de Ghanem, acompañado de los guardias. Llamó a la puerta y Fetnah, hermana de Ghanem, salió a abrir. Y preguntó: ¿Quién llama?

Y el sultán respondió: Yo soy.

Entonces Fetnah abrió la puerta, y como nunca había visto al sultán Mohammed, se tapó la cara con una punta del velo y corrió a avisar a su madre.

Y la madre de Ghanem estaba sentada bajo la cúpula del sepulcro que había mandado construir en recuerdo de su hijo, al cual creía muerto, pues desde un año que no sabía nada de él.

Y no hacía más que llorar, y apenas comía y bebía. Y ordenó a su hija Fetnah que dejase entrar al sultán. Y el sultán entró en la casa, llegó hasta la tumba, y vio a la madre de Ghanem que lloraba, y le dijo: Vengo a buscar a Ghanem, pues lo reclama el califa.

Y ella respondió: ¡Desdichada de mí! Mi hijo Ghanem, fruto de mis entrañas, nos abandonó hace más de un año, y no sabemos lo que ha sido de él.

Pero el sultán Mohammed, a pesar de su generosidad, tuvo que ejecutar lo ordenado por el califa. Y mandó que se apoderaran de las alfombras, jarrones, cristalería y demás objetos preciosos, y después echó abajo toda la casa, y arrastraron los escombros fuera de la ciudad, Y aunque le repugnara mucho hacerlo, mandó desnudar a la madre de Ghanem y a su hermana la hermosa Fetnah, y las expuso tres días en la ciudad, prohibiendo que se las cubriera ni con una camisa sin mangas. Y después las expulsó de Damasco. Así fueron tratadas la madre y la hermana de Ghanem, por el odio del califa.

En cuanto a Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub, al salir de Bagdad con el corazón hecho trizas fue caminando sin comer y sin beber. Y al terminarse el día estaba muerto de cansancio. Así llegó a una aldea, y entró en la mezquita, cayendo extenuado sobre una esterilla, apoyado contra la pared. Y allí permaneció sin sentido, palpitándole desordenadamente el corazón y sin fuerzas para hacer un movimiento ni nada.

Los vecinos del pueblo que fueron a orar a la mezquita por la mañana lo vieron tendido y exánime. Y comprendiendo que tendría hambre y sed, le llevaron un tarro de miel y dos panes, y le obligaron a comer y beber. Después le dieron para que se vistiera una camisa sin mangas, muy remendada y llena de pulgas, y le preguntaron: ¿Quién eres, ¡oh forastero!, y de dónde vienes?

Y Ghanem abrió los ojos, pero no pudo articular palabra, no haciendo más que llorar.

Y los otros estuvieron allí algún tiempo, pero acabaron por irse cada cual a sus quehaceres.

Las privaciones y el dolor hicieron que Ghanem cayera enfermo, y siguió echado sobre la esterilla de la mezquita durante un mes, y se debilitó su cuerpo, cambió de color, y le devoraban las pulgas.

Al verle reducido a tan mísero estado, los fíeles de la mezquita se concertaron un día para llevarlo al hospital de Bagdad, que era el más próximo. Y fueron a buscar a un camellero, y le hablaron así: Colocarás a este joven en tu camello, lo llevarás a Bagdad y lo dejarás a la puerta del hospital. Y seguramente el cambio de aires y los cuidados del hospital acabarán por curarle del todo. Y vendrás después a que te paguemos lo que se te deba por el viaje y por el camello.

Y el camellero dijo: Escucho y obedezco.

Y ayudándole los demás, levantó a Ghanem y la esterilla en que estaba echado y lo colocó sobre el camello, sujetándole bien para que no se cayese.

Y cuando iban a marchar, lloraba Ghanem sus desdichas, y entonces se aproximaron dos mujeres miserablemente vestidas que estaban entre la muchedumbre. Y al ver al enfermo, exclamaron: ¡Cuánto se parece a nuestro hijo Ghanem!, pero no es posible que sea este joven reducido a su sombra.

Y aquellas dos mujeres, que estaban cubiertas de polvo y acababan de llegar al pueblo, se pusieron a llorar pensando en Ghanem, pues eran su madre y su hermana Fetnah, que habían huido de Damasco y seguían ahora su camino hacia Bagdad.

En cuanto al camellero, no tardó en montar en el camello, y cogiendo al camello del ronzal, se encaminó hacia Bagdad. Y en cuanto llegó, se fue al hospital, bajó a Ghanem del camello, y como era muy temprano y el hospital no estaba abierto todavía, lo dejó en la escalera y se volvió al pueblo.

Y allí permaneció Ghanem hasta que los veeinos salieron de sus casas. Y al verle echado en la esterilla y reducido al estado de sombra, empezaron a hacer mil suposiciones y mientras tanto, pasó uno de los jeques entre los principales jeques del zoco. Apartó a la muchedumbre, se acercó al enfermo, y dijo: ¡Por Alá! Si este joven entra en el hospital, lo veo perdido por falta de cuidados. Lo voy a llevar a mi casa, y Alá me premiará en su Jardín de las Delicias.

Mandó, pues, a sus esclavos que recogieran al joven y lo llevasen a su casa, y él los acompañó. Y apenas llegaron, le preparó una buena cama, con magníficos colchones y una almohada muy limpia. Y luego llamó a su esposa, y le dijo: He aquí un huésped que nos envía Alá. Lo vas a asistir con mucho cuidado.

Y ella respondió: Le pondré sobre mi cabeza y mis ojos.

Y se arremangó, mandó calentar agua en la caldera grande, le lavó los pies, las manos y todo el cuerpo. Le vistió con ropas de su esposo, le llevó un vaso de sorbete y le roció la cara con agua de rosas.

Entonces Ghanem empezó a respirar mejor y a recuperar las fuerzas poco a poco. Y con las fuerzas le acudió el recuerdo de su pasado y de su amiga Kuat Al-Kulub.

Esto en cuanto a Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub.

En cuanto a Kuat Al-Kulub, el califa se enojó tanto contra ella ...

En este momento de su narración Schehrazada vio aparecer la mañana e interrumpió discretamente su relato.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Schehrazada dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que como el califa se encolerizó tanto contra Kuat Al-Kulub, la mandó encerrar en un cuarto oscuro bajo la vigilancia de una vieja. La favorita permaneció allí ochenta días, sin comunicarse con nadie. Y el califa la había olvidado por completo, cuando un día entre los días, al pasar cerca de donde estaba Kuat Al-Kulub, le oyó cantar tristemente algunos versos. Y oyó también que decía lo siguiente: ¡Qué alma tan hermosa la tuya, oh Ghanem ben-Ayub, y qué corazón tan generoso! Fuiste noble para aquel que te oprimió. Respetaste a la mujer de aquel que había de arrebatar a las mujeres de tu casa. Salvaste del oprobio a la mujer de aquel que derramó la vergüenza sobre los tuyos y sobre ti. Pero ya llegará el día en que tú y el califa se vean ante el único Juez, el único Justo, y saldrás victorioso de tu opresor, con la ayuda de Alá y con los ángeles por testigos.

Al oír el califa estas palabras, comprendió lo que significaban estas quejas, sobre todo cuando nadie podía oírlas. Y se convenció de cuán injusto había sido con ella y con Ghanem. Se apresuró, pues, a volver a palacio, y encargó al jefe de los eunucos que fuese a buscar a Kuat Al-Kulub. Y Kuat Al-Kulub se presentó entre sus manos, y permaneció con la cabeza inclinada, arrasados los ojos en lágrimas y el corazón muy triste. Y el califa dijo: ¡Oh Kuat Al-Kulub! He oído que olías de mi injusticia. Has afirmado que obré mal con quien obró conmigo. ¿Quién ha respetado a mis mujeres mientras que yo perseguía a las suyas? ¿Quién ha protegido a mis mujeres mientras que yo deshonraba a las suyas?

Y Kuat Al-Kulub contestó: Es Ghanem b-Ayub El-Motim El-Masslub. Te juro, ¡oh mi señor!, por tus mercedes y tus beneficios, que nunca intentó forzarme Ghanem, ni cometió conmigo nada que merezca censura. No hallarías en él ni el impudor ni la brutalidad.

Y convencido el califa, disipadas todas sus sospechas, dijo: ¡Qué desventura la de este error, oh Kuat Al-Kulub! ¡Verdaderamente, no hay sabiduría ni poder más que en Alá el Altísimo y el Omnisciente! Pídeme lo que quieras, y satisfaré todos tus deseos.

Y Kuat Al-Kulub dijo: ¡Oh Emir de los Creyentes!, si me lo permites, te diré a Ghanem ben-Ayub.

Y el califa, a pesar de todo el amor que aún le inspiraba su favorita, le dijo: Así se hará, si Alá lo quiere. Te lo prometo con toda la generosidad de un corazón que nunca se vuelve atrás de lo que ha ofrecido. Será colmado de honores.

Y Kuat Al -Kulub prosiguió: ¡Oh Emir de los Creyentes!, te pido que cuando vuelva Ghanem le hagas don de mi persona, para ser su esposa.

Y el califa dijo: Cuando vuelva Ghanem, te concederé lo que pides, y serás su esposa y propiedad suya.

Y contestó Kuat Al-Kulub: ¡Oh Emir de los Creyentes!, nadie sabe lo que ha sido de Ghanem, pues el mismo sultán de Damasco te ha dicho que ignoraba su paradero. Concédeme que lo pueda buscar yo, con la esperanza de que Alá me permitirá encontrarle.

Y el califa dijo: Te autorizo para que hagas lo que te parezca.

Y Kuat Al-Kulub, con el pecho dilatado de alegría y regocijado el corazón, se apresuró a salir de palacio, habiéndose provisto de mil dinares de oro.

Y recorrió aquel primer día toda la ciudad, visitando a los jeques de los barrios y a los jefes de las calles. Pero les interrogó sin conseguir ningún resultado.

El segundo día fue al zoco de los mercaderes, y recorrió las tiendas, y fue a ver al jeque, a quien entregó una gran cantidad de dinares para que los repartiese entre los forasteros pobres.

El tercer día se proveyó de otros mil dinares, y visitó el zoco los orífices y de los joyeros, y se encontró con el jeque entre los principales jeques, a quien entregó otra cantidad de oro para que la repartiese entre los forasteros pobres. Y el jeque le dijo: ¡Oh mi señora! Precisamente tengo recogido en mi casa a un joven forastero y enfermo, cuyo nombre ignoro, pero debe ser hijo de algún mercader muy rico y de noble prosapia. Porque aunque está como una sombra, es un joven de hermoso rostro, dotado de todas las cualidades y de todas las perfecciones. Indudablemente debe estar en tal situación por grandes deudas o por algún amor desgraciado.

Al oírlo Kuat Al-Kulub sintió que el corazón le palpitaba violentamente y que las entrañas se le estremecían.

Y dijo al jeque: ¡Oh jeque! Ya que no puedes abandonar el zoco, haz que alguien me acompañe a tu casa.

Y el jeque dijo: Sobre m cabeza y sobre mis ojos.

Y llamó a un niño, y le dijo: ¡Oh Felfel!, lleva a esta señora a casa.

Y Felfel echó a andar delante de Kuat Al-Kulub, y la llevó a casa del jeque, donde estaba el forastero enfermo.

Cuando Kuat Al-Kulub entró en la casa, saludó a la esposa del jeque. Y la esposa del jeque la reconoció, pues conocía a todas las damas nobles de Bagdad, a quienes solía visitar. Y se levantó y besó la tierra entre sus manos. Entonces Kuat Al-Kulub, después de los saludos, le dijo: Buena madre, ¿puedes decirme dónde se encuentra el joven forastero que has recogido en tu casa?

Y la esposa del jeque se echó a llorar y señaló una cama que allí había. Y dijo: Ahí le tienes. Debe ser un hombre de noble estirpe, según indica su aspecto.

Pero Kuat Al-Kulub ya estaba junto al forastero, y le miró con atención. Y vio un mancebo débil y enflaquecido semejante a una sombra, y no se le figuró ni por un instante que fuese Ghanem, pero de todos modos le inspiró una gran compasión. Y se echó a llorar, y dijo: ¡Oh! ¡Qué agraciados son los forasteros, aunque sean emires en su tierra!

Y entregó mil dinares de oro a la mujer del jeque, encargándole que no escatimase nada para cuidar al enfermo. En seguida, con sus propias manos, le dio los medicamentos, y cuando hubo pasado más de una hora a su cabecera, deseó la paz a la esposa del jeque, montó de nuevo en su mula y regresó a palacio.

Y todos los días iba a distintos zocos en continuas investigaciones, hasta que un día la fue a buscar el jeque, y le dijo: ¡Oh mi señora!, cómo me has encargado que te presente todos los extranjeros de paso por Bagdad, vengo a poner en tus manos generosas a dos mujeres, casada la una y soltera la otra. Y ambas son de categoría, pues así lo dan a entender su cara y su continente, pero van muy mal vestidas, y cada una lleva una alforja a cuestas, como los mendigos. Sus ojos están llenos de lágrimas. Y he aquí que te las traigo porque sólo tú, ¡oh soberana de los beneficios!, sabrás consolarlas y fortalecerlas, evitándoles el oprobio de las preguntas impertinentes, pues no deben ser sometidas a tales indiscreciones. Y espero que, gracias al bien que les hagamos, Alá nos reservará un puesto en el Jardín de las Delicias el día de la Recompensa.

Kuat Al-Kulub contestó: ¡Por Alá!, que me inspiras un ardiente deseo de verlas. ¿Dónde están?

Entonces el jeque salió a buscarlas, y las puso en presencia de Kuat Al-Kulub.

Al ver la hermosura de Fetnah y la nobleza que se adornaba en su madre, y ambas cubiertas de harapos, Kuat Al-Kulub se puso a llorar, y dijo: ¡Por Alá! Son mujeres de noble cuna. Veo en su rostro que han nacido entre honores y riquezas.

Y el jeque exclamó: ¡Verdad dices, oh mi señora! La desgracia debe de haber caído sobre su casa. Les habrá perseguido la tiranía, arrebatándoles sus bienes. Ayudémoslas para merecer las gracias de Alá el Misericordioso.

Y la madre y la hija prorrumpieron en llanto; y se acordaron de Ghanem ben-Ayub. Y al verlas llorar, Kuat Al-Kulub lloró con ellas. Y entonces la madre de Ghanem dijo: ¡Oh mi señora, llena de generosidad! ¡Plegué a Alá que podamos encontrar a quien buscamos con el corazón dolorido! ¡El que buscamos es el hijo de nuestras entrañas, la llama de nuestro corazón, a nuestro hijo Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub!

Al oír este nombre, lanzó un gran grito Kuat Al-Kulub, pues acababa de comprender que tenía delante a la madre y a la hermana de Ghanem. Y cayó sin sentido.

Cuando volvió en sí, se echó llorando en sus brazos, y les dijo: ¡Tengan esperanza en Alá y en mí, oh mis hermanas, pues este día será el primero de su dicha y el último de sus desventuras! ¡Salgan de su aflicción!

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y calló discretamente.

Cuando llegó la noche siguiente ..

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que después que Kuat Al-Kulub dijo a la madre y a la hermana de Ghanem: Salgan de su aflicción, se dirigió al jeque, le dio mil dinares de oro, y le dijo: ¡Oh jeque! Ahora irás con ellas a tu casa, y dirás a tu esposa que las lleve al hammam, y les dé hermosos trajes, y las trate con toda consideración, sin escatimar nada para su bienestar.

Al día siguiente, Kuat Al-Kulub fue a casa del jeque a cerciorarse por sí misma de que todo se había ejecutado según sus instrucciones. Y apenas había entrado, salió a su encuentro la esposa del jeque, y le besó las manos y le dio las gracias por su generosidad. Después llamó a la madre y a la hermana de Ghanem, que habían ido al hammam y habían salido de él completamente transformadas, con los rostros radiantes de hermosura y nobleza. Y Kuat Al-Kulub estuvo hablando con ellas durante una hora, y después pidió a la mujer del jeque noticias del enfermo. Y la esposa del jeque respondió: Sigue en el mismo estado.

Entonces dijo Kuat Al-Kulub: Vamos todas a verle y a tratar de animarle.

Y acompañada de las dos mujeres, que aún no lo habían visto, entró en la sala donde estaba el enfermo. Y todas le miraron con ternura y lástima, y se sentaron en torno de él. Pero durante la conversación se pronunció el nombre de Kuat Al-Kulub. Y apenas lo oyó el joven, se le coloreó el rostro y le pareció que recobraba el alma. Levantó la cabeza con los ojos llenos de vida, y exclamó: ¿Dónde estás, ¡oh Kuat Al-Kulub!?

Y cuando Kuat oyó que la llamaba por su nombre, reconoció la voz de Ghanem, e inclinándose hacia él, le dijo: ¿Eres tú querido mío?

Y él contestó: ¡Sí! ¡Soy Ghanem!

Y al oírlo la joven cayó desmayada. Y la madre y la hermana de Ghanem dieron un grito y cayeron desmayadas también.

Al cabo de un rato acabaron por volver en sí, y se arrojaron en brazos de Ghanem. Y sólo se oyeron besos, llantos y exclamaciones de alegría.

Y Kuat Al-Kulub dijo: ¡Gloria a Alá por haber permitido que nos reunamos todos!

Y les contó cuanto le había pasado, y añadió: El califa, además de protegerte, te regala mi persona.

Estas palabras llevaron al límite de la felicidad a Ghanem, que no cesaba de besar las manos de Kuat Al-Kulub, mientras ella le besaba los ojos. Y Kuat les dijo: Aguárdenme. Y marchó a palacio, abrió el cajón donde tenía sus cosas, sacó de él muchos dinares, y se fue al zoco para entregárselos al jeque, encargándole que comprara cuatro trajes completos para cada uno, y veinte pañuelos, y diez cinturones. Y volvió a la casa, y los llevó a todos al hammam. Y les preparó pollos, carne asada y buen vino. Y durante tres días les dio de comer y beber en su presencia. Y notaron que recuperaban la vida y les volvía el alma al cuerpo. Los llevó otra vez al hammam, les hizo mudarse de ropa, y los dejó en casa del jeque. Entonces se presentó al califa, se inclinó hasta el suelo, y le enteró del regreso de Ghanem, así como el de su madre y su hermana.

Y el califa llamó a Giafar, y le dijo: ¡Ve en busca de Ghanem ben-Ayub!

Y Giafar marchó a casa del jeque; pero ya le había precedido Kuat Al-Kulub, que dijo a Ghanem: ¡Oh querido mío! Va a llegar Giafar para llevarte a presencia del califa. Ahora hay que demostrar la elocuencia de tu lenguaje, la firmeza de tu corazón y la pureza de tus palabras.

Después le vistió con el mejor de los trajes que habían comprado en el zoco, le dio muchos dinares, y le dijo: No dejes de tirar puñados de oro al llegar a palacio, cuando pases por entre las filas de los eunucos y servidores.

Y cuando llegó Giafar montado en su mula, Ghanem se apresuró a salir a su encuentro, le deseó la paz y besó la tierra entre sus manos.

Y ya era otra vez el gallardo mozo de otros tiempos, de rostro glorioso y atractivo continente. Entonces Giafar le rogó que lo acompañase, y lo presentó al califa. Y Ghanem vio al Emir de los Creyentes rodeado de sus visires, chambelanes, vicarios y jefes de sus ejércitos. Y Ghanem se detuvo ante el califa, miró un momento al suelo, levantó en seguida la frente, e improvisó estas estrofas:

¡Oh rey del tiempo!
¡Una mirada bondadosa se ha dirigido a la tierra, y la ha fecundado!
¡Nosotros somos los hijos de su fecundidad feliz en tu reinado de gloria!
¡Los sultanes y los emires se te prosternan, arrastrando las barbas por el polvo, y como homenaje a tu grandeza te ofrecen sus coronas de pedrería!
¡La tierra no es bastante vasta ni el planeta bastante ancho para la formidable masa de tus ejércitos!
¡Oh rey del tiempo!
¡Clava tus tiendas en las tierras planetarias del espacio que gira!
¡Y que las estrellas dóciles y los astros numerosos se sumen a tu triunfo y acompañen a tu séquito!
¡Que el día de tu justicia ilumine al mundo!
¡Que acabe con las fechorías de los malhechores y recompense las acciones puras de tus fieles!

El califa quedó encantado con la elocuencia y hermosura de los versos, su buen ritmo y la pureza de su lenguaje.

En este momento de su narración, Schehrazada vio que aparecía la mañana , y discreta como siempre, interrumpió su relato.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que el califa Harún Al -Rashid, encantado por la elocuencia de Ghanem le hizo acercarse a su trono. Y Ghanem se acercó al trono, y el califa le dijo: Refiéreme toda tu historia, sin ocultarme nada de la verdad.

Entonces Ghanem se sentó y contó al califa toda su historia, desde el principio hasta el fin, pero nada se adelantaría, con repetirla. Y el califa quedó completamente convencido de la inocencia de Ghanem y de la pureza de sus intenciones, sobre todo al saber cómo había respetado las palabras bordadas en la cinta del calzón de la favorita, y le dijo: Te ruego que libres a mi conciencia de la injusticia cometida contigo.

Y Ghanem le contestó: ¡Estás libre de ella, ¡oh Emir de los Creyentes, pues cuanto pertenece al esclavo es propiedad del señor!

Y el califa, complacidísimo, elevó a Ghanem a los más altos cargos del reino; le dio un palacio, y muchas riquezas, y muchos esclavos, Ghanem se apresuró a instalar en su nuevo palacio a su madre y a su hermana Fetnah, y a su amiga Kuat Al-Kulub.

Y el califa, al saber que Ghanem tenía una hermana maravillosa y virgen todavía se la pidió a Ghanem.

Y Ghanem contestó: Es tu servidora, y yo soy tu esclavo.

Entonces el califa le expresó su agradecimiento y le dio cien mil dinares de oro. Y después llamó al kadí y a los testigos para redactar su contrato con Fetnah. Y el mismo día y a la misma hora entraban el califa y Ghanem en los aposentos de sus respectivas mujeres. Y Fetnah fue para el califa y Kuat Al-Kulub para Ghanem ben-Ayub El-Motim El -Masslub.

El califa mandó llamar a los escribas de mejor letra para que escribiesen la historia de Ghanem desde el principio hasta el fin, y la encerró en el armario de los papeles, a fin de que pudiera servir de lección a las generaeiones futuras, y fuera asombro y delicia de los sabios que se dedicasen a leerla con respeto y admirar la obra de Aquel que creó el día y la noche.

No había terminado aún aquella noche por lo que Schehrazada empezó otra narración.
Presentación de Omar CortésHistoria del negro Kafur, segundo eunuco sudanésHistoria de Sindbad el marinoBiblioteca Virtual Antorcha