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LAS MIL Y UNA NOCHES

XXXV


Historia del negro Kafur, segundo eunuco sudanés






Deben saber, ¡oh hermanos!, que cuando sólo tenía ocho años de edad era ya tan experto en el arte de mentir, que cada año soltaba una mentira tan gorda que mi amo el mercader se caía de espaldas. Así es que el mercader quiso deshacerse de mí cuando antes, y me puso en manos del pregonero, para que anunciase mi venta en el zoco, diciendo: ¿Quién quiere comprar un negrito con todo su vicio?

Y el pregonero me llevó por todos los zocos, diciendo lo que le habían encargado. Y un buen hombre de entre los mercaderes del zoco no tardó en acercarse, y preguntó al pregonero: ¿Y cuál es el vicio de este negrito?

Y el otro contestó: El de decir una sola mentira cada año.

Y el mercader insistió: ¿Y qué precio piden por ese negrito con su vicio?

A lo cual contestó el pregonero: Sólo seiscientos dracmas.

Y dijo el mercader: Lo tomo, y te doy veinte dracmas de corretaje.

Y en el acto se reunieron los testigos de la venta y se hizo el contrato entre el pregonero y el mercader. Entonces el pregonero me llevó a la casa de mi nuevo amo, cobró el precio de la venta y el corretaje, y se marchó.

Mi amo me vistió decentemente con ropa a mi medida, y permanecí en su casa el resto del año, sin que ocurriera ningún incidente.

Pero empezó otro año y se anunció como bendito en cuanto a la recolección y la fertilidad. Los mercaderes le festejaban con banquetes en los jardines, y cada uno pagaba a su vez los gastos del convite, hasta que le tocó a mi amo.

Entonces mi amo invitó a los mercaderes a comer en un jardín de las afueras de la ciudad, y mandó llevar allí comestibles y bebidas en abundancia, y todos estuvieron comiendo y bebiendo desde por la mañana hasta el mediodía. Pero entonces recordó mi amo que había dejado olvidada una cosa, y me dijo: ¡Oh, mi esclavo!, monta en la mula, ve a casa para pedirle a tu ama tal cosa, y vuelve en seguida.

Yo obedecí la orden y me dirigí apresuradamente a la casa. Y al llegar cerca de ella empecé a dar agudos chillidos y a verter abundantes lagrimones. Y me rodeó un gran grupo de vecinos de la calle y del barrio, grandes y chicos. Y las mujeres, asomándose a las puertas y ventanas, me miraban asustadas, y mi ama, que oyó mis gritos, bajó a abrirme acompañada de sus hijas. Y todas me preguntaron qué ocurría. Y yo contesté llorando: Mi amo estaba en el jardín con los convidados, se ausentó para evacuar una necesidad junto a la pared, y la pared se vino abajo sepultándole entre los escombros. Y yo he montado en seguida en la mula, y he venido a todo correr a enterarles de la desgracia.

Cuando la mujer y las hijas oyeron mis palabras se pusieron a dar agudos gritos, a desgarrarse los vestidos y a darse golpes en la cara y en la cabeza, y todos los vecinos acudieron y las rodearon. Después, mi ama, en señal de luto (como suele hacerse cuando muere inesperadamente el cabeza de familia), empezó a destrozar la casa, a destruir muebles, a tirarlos por las ventanas, a romper todo lo rompible y a arrancar ventanas y puertas. Luego mandó pintar de azul las paredes y echar encima de ellas paletadas de barro. Y me dijo: ¡Miserable Kaíur! ¿Qué haces ahí inmóvil? Ven a ayudarme a romper estos armarios, a destruir estos utensilios y hacer trizas esta vajilla.

Y yo, sin esperar a que me lo dijera dos veces, me apresuré a destrozarlo todo, armarios, muebles y cristalería; quemé alfombras, camas, cortinas y almohadones, y después la emprendí con la casa, asolando techos y paredes. Y entretanto, no dejaba de lamentarme y de clamar: ¡Pobre amo mío! ¡Ay mi desgraciado amo!

Después mi ama y sus hijas se quitaron los velos, y con la cara descubierta y todo el pelo suelto, salieron a la calle, y me dijeron: ¡Oh Kafur! Ve delante de nosotras para enseñarnos el camino. Llévanos al sitio en que tu amo quedó sepultado bajo los escombros, porque hemos de colocar su cadáver en el féretro, llevarlo a casa y celebrar los debidos funerales.

Y yo eché a andar delante de ellas, gritando: ¡Oh mi pobre amo!.

Y todo el mundo nos seguía. Y las mujeres llevaban descubierto el rostro y la cabellera desmelenada. Y todas gemían y gritaban, llenas de desesperación. Poco a poco se aumentó la comitiva con todos los vecinos de las calles que atravesábamos: hombres, mujeres, niños, muchachas y viejas. Y todos se golpeaban la cara y lloraban desesperadamente. Y yo me divertía haciéndoles dar la vuelta a la ciudad y atravesar todas las calles, y los transeúntes preguntaban la causa de todo aquello y se les contaba lo que me habían oído decir, y entonces clamaban: ¡No hay fuerza ni poder más que en Alá, Altísimo, Omnipotente!

Y alguien aconsejó a mi ama que fuese a casa de walí y le refiriese lo ocurrido. Y todos marcharon a casa del walí, mientras que yo pretextaba que me iba al jardín en cuyas ruinas estaba sepultado mi amo.

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

Cuando llegó la noche siguiente ...

Ella dijo:

He llegado a saber; ¡oh rey afortunado!, que el eunuco Kafur prosiguió de este modo el relato de su historia:

Entonces corrí al jardín, mientras que las mujeres y todos los demás se dirigían a casa del walí para contarle lo ocurrido. Y el walí se levantó y montó a caballo, llevando consigo peones que iban cargados de herramientas, sacos y canastos, y todo el mundo emprendió el camino del jardín siguiendo las indicaciones que yo había suministrado.

Y yo me cubrí de tierra la cabeza, empecé a golpéarme la cara y llegué al jardín gritando: ¡Ay mi pobre ama! ¡Ay mis pobres amitas! ¡Ay! ¡Desdichados de todos nosotros!

Y así me presenté entre los comensales. Cuando mi amo me vio de aquella manera, cubierta la cabeza de tierra, aporreada la cara y gritando: ¡Ay! ¿Quién me recogerá ahora? ¿Qué mujer será tan buena para mí como mi pobre ama?, cambió de color, le palideció la tez, y me dijo: ¿Qué te pasa, ¡oh Kafur!? ¿Qué ha ocurrido? Dime.

Y yo le contesté: ¡Oh amo mío! Cuando me mandaste que fuera a casa a pedirle tal cosa a mi ama, llegué y vi que la casa se había derrumbado, sepultando entre los escombros a mi ama y a sus hijas.

Y mi amo gritó entonces: ¿Pero no se ha podido salvar tu ama?

Y yo dije: Nadie se ha salvado, y la primera en sucumbir ha sido mi pobre ama.

Y me volvió a preguntar: ¿Pero y la más pequeña de mis hijas tampoco se ha salvado?

Y contesté: Tampoco.

Y me dijo: ¿Y la mula, la que yo suelo montar, tampoco se ha salvado?

Y dije: No, ¡oh amo mío!, porque las paredes de la casa y las de la cuadra se han derrumbado encima de todo lo que había en la casa, sin excluir a los carneros, los gansos y las gallinas. Todo se ha convertido en una masa sin forma debajo de las ruinas. Nada queda ya.

Y volvió a preguntarme: ¿Ni siquiera el mayor de mis hijos?

Y respondí: ¡Ay!, ni siquiera ése. No ha quedado nadie con vida. Ya no hay casa ni habitantes. Ni siquiera quedan ya rastros de ello. En cuanto a los carneros, los gansos y las gallinas, deben ser en este momento pasto de los perros y los gatos.

Cuando mi amo oyó estas palabras, la luz se transformó para él en tinieblas; quedó privado de toda voluntad; las piernas no le podían sostener; se le paralizaron los músculos y se le encorvó la espalda.

Después empezó a desgarrarse la ropa, a mesarse las barbas, a abofetearse y a quitarse el turbante.

Y no dejó de darse golpes hasta que se le ensangrentó todo el rostro.

Y gritaba: ¡Ay mi mujer! ¡Ay mis hijos! ¡Qué horror! ¡Qué desdicha! ¿Habrá otra desgracia semejante a la mía?

Y todos los mercaderes se lamentaban y lloraban como él para expresarle su pesar, y se desgarraban las ropas.

Entonces mi amo salió del jardín seguido de todos los convidados, y no cesaba de darse golpes, principalmente en el rostro, andando como si estuviera borracho. Pero apenas había transpuesto la puerta del jardín, vio una gran polvareda y oyó gritos desaforados. Y no tardó en ver aparecer al walí con toda su comitiva, seguido de las mujeres y los vecinos del barrio y de cuantos transeúntes se habían unido a ellos en el camino, movidos por la curiosidad. Y todo el gentío lloraba y se lamentaba.

La primera persona con quien se encontró mi amo fue con su esposa, y detrás de ella vio a todos sus hijos. Y al verlos se quedó estupefacto, como si perdiera la razón, y luego se echó a reír, y su familia se arrojó a sus brazos y se colgó a su cuello. Y llorando decían: ¡Oh padre! ¡Alá sea bendito por haberte librado!

Y él les preguntó: ¿Y a ustedes? ¿Qué les ha ocurrido?

Su mujer le dijo: ¡Bendito sea Alá, que nos permite volver a ver tu cara, sin ningún peligro! ¿Pero cómo le has hecho para salvarte de entre los escombros? Nosotros ya ves que estamos perfectamente. Y a no ser por la terrible noticia que nos anunció Kafur, tampoco habría pasado nada en casa.

Y mi amo exclamó: ¿Pero qué noticia es ésa?

Y su mujer dijo: Kafur llegó con la cabeza descubierta y la ropa desgarrada, gritando: ¡Oh mi pobre amo! ¡Oh mi desdichado amo! Y le preguntamos: ¿Qué ocurre, ¡oh Kafur!? Y nos dijo: Mi amo se había acurrucado junto a una pared para evacuar una necesidad, cuando de pronto la pared se derrumbó y le enterró vivo.

Entonces dijo mi amo: ¡Por Alá! Pero si Kafur acaba de venir áhora mismo gritando: ¡Ay mi ama! ¡Ay los pobres hijos de mi ama! Y le he preguntado: ¿Qué ocurre, ¡oh Kafur!? Y me ha dicho: Mi ama, con todos sus hijos, acaba de perecer debajo de las ruinas de la casa.

Inmediatamente mi amo se volvió hacia donde estaba yo, y vio que seguía echándome polvo sobre la cabeza, y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante.

Y dando una voz terrible, me mandó que me acercara. Al acercarme me dijo: ¡Ah miserable esclavo! ¡Negro de mal agüero! ¡Maldito y de raza maldita! ¿Por qué has ocasionado tanto trastorno? ¡Por Alá!, que he de castigar tu crimen según se merece. Te he de arrancar la piel de la carne, y la carne de los huesos.

Y yo contesté resueltamente: ¡Por Alá!, que no me has de hacer ningún daño, pues me compraste con mi vicio, y como fue ante testigos, declararán que sabías mi vicio de decir una mentira cada año, y así lo anunció el pregonero. Pero he de advertirte que todo lo que acabo de hacer no ha sido más que media mentira, y me reservo el derecho de soltar la otra mitad que me corresponde decir antes que acabe el año.

Mi amo, al oirme, exclamó: ¡Oh tú, el más vil y maldito de todos los negros! ¿Conque lo que acabas de hacer no es más que la mitad de una mentira? ¡Pues valiente calamidad la que tú eres! ¡Vete, oh perro, hijo de perro, te despido! Ya estás libre de toda esclavitud.

Y yo dije: ¡Por Alá!, que podrás echarme, ¡oh mi amo!, pero yo no me voy. De ninguna manera. He de soltar antes la otra mitad de la mentira. Y esto será antes de que acabe el año. Entonces me podrás llevar al zoco para venderme con mi vicio. Pero antes no me puedes abandonar, pues no tengo oficio de qué vivir. Y cuanto te digo es cosa muy legal, y legalmente reconocida por los jueces cuando me compraste.

Y mientras tanto, los vecinos que habían venido para asistir a los funerales se preguntaban qué era lo que pasaba. Entonces les enteraron de todo, lo mismo que al walí, a los mercaderes y a los amigos, explicándoles la mentira que yo había inventado.

Y cuando les dijeron que todo aquello no era más que la mitad, llegaron todos al límite de la estupefacción, juzgando que aquella mitad era ya de suyo bastante enorme.

Y me maldijeron, y me brindaron toda clase de insultos, a cual peor de todos. Y yo seguía riéndome, y decía: No tienen razón en reconvenirme, pues me compraron con mi vicio.

Y así llegamos a la calle en que vivía mi amo, y vio que su casa no era más que un montón de ruinas. Y entonces se enteró de que yo había contribuido a destruirla, pues le dijo su mujer: Kafur ha roto todos los muebles, y los jarrones, y la cristalería, y ha hecho pedazos cuanto ha podido.

Y llegando al límite del furor, exclamó: ¡En mi vida he visto un negro más miserable que éste! ¡Y aún dice que no es más que la mitad de un embuste! ¿Pues qué sería una mentira completa? ¡Lo menos la destrucción de una o dos ciudades!

E inmediatamente me llevaron a casa del walí, que me mandó dar tan soberana paliza, que me desmayé.

Y encontrándome en tal estado, mandaron llamar a un barbero, que con sus instrumentos me mutiló del todo y cauterizaron la herida con un hierro candente. Y al despertar me enteré de lo que me faltaba y de que me habían hecho eunuco para toda mi vida.

Entonces mi amo me dijo: Así como tú me has abrasado el corazón queriendo arrebatarme lo que más quería, así te lo quemo yo a ti, quitándote lo que querías más.

Después me llevó consigo al zoco, y me vendió por más precio, puesto que yo había encarecido al convertirme en eunuco.

Desde entonces he causado la discordia y el trastorno en todas las casas en que entré como eunuco, y he ido pasando de un amo a otro, de un emir a un emir, de un notable a un notable, según la venta y la compra, hasta ser propiedad del mismo Emir de los Creyentes; pero he perdido mucho, y mis fuerzas disminuyeron desde que quedé sin lo que me falta.

Y tal es, ¡oh hermanos!, la causa de mi mutilación. He aquí que se ha terminado mi historia. ¡Uassalam!

Y los otros dos negros, oído el relato de Kafúr, empezaron a reírse y a burlarse de él, diciendo: Eres todo un bribón, hijo de bribón. Y tu mentira fue una mentira formidable.

Después el tercer negro, llamado Bakhita, tomó la palabra, y dirigiéndose a sus dos compañeros dijo:
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