Índice de El mexicano de Jack LondonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

III

Después de muchas prisas y escabullidas, de muchas llamadas de teléfono y malas palabras, se celebraba una reunión nocturna en la oficina de Kelly. Este era muy dinámico en los negocios, pero poco afortunado. Había traído a Danny Ward desde Nueva York, le había arreglado un combate con Billy Carthey, faltaban tres semanas para la fecha, y desde hacía dos días, cuidadosamente alejado de los reporteros deportivos, Carthey yacía en cama, herido de gravedad. No había nadie que pudiera sustituirle. Kelly había enviado innumerables telegramas al este ofreciendo el combate a todos los pesos ligeros que pudo encontrar, pero estaban atados por contratos. Y ahora acababa de renacer la esperanza, aunque una pálida esperanza.

- Tienes un vigor infernal -dijo Kelly a Rivera, después de una rápida mirada, tan pronto como se reunieron.

En los ojos de Rivera había una malévola expresión de odio, pero su rostro permanecía impasible.

- Puedo vencer a Ward -fue todo lo que dijo.

- ¿Cómo lo sabes? ¿Lo has visto luchar alguna vez?

Rivera movió la cabeza.

- Te puede ganar con una mano y los ojos cerrados.

Rivera se encogió de hombros.

- ¿No tienes nada que decir? -gruñó el promotor de la pelea.

- Puedo vencerle.

- ¿Con quién has peleado? -preguntó Michael Kelly. Michael era el hermano del promotor, y dirigía las Apuestas Yellowstone, donde había hecho grandes sumas de dinero con el boxeo.

Rivera le concedió el favor de una mirada amarga y silenciosa.

El secretario del promotor, un joven claramente deportivo, se puso a reír sonoramente.

- Bien, conoces a Roberts -Kelly rompió el silencio hostil-. Debería estar aquí. Lo he mandado llamar. Siéntate y espera, aunque por tu aspecto, no tienes ninguna oportunidad. No puedo ponerme a todo el público en contra con una pelea trucada. Como muy bien sabes, las butacas de ring se venden a quince dólares.

Cuando Roberts llegó se hizo patente que estaba ligeramente borracho. Era un individuo alto, delgado, descuidado, y su andar, como su habla, era pausado, suave y lánguido.

Kelly fue directo al grano.

- Mira, Roberts, te has estado jactando de haber descubierto a este pequeño mexicano. Ya sabes que Carthey se ha roto el brazo. Bien, este pequeño palo amarillo tiene el descaro de irrumpir hoy aquí diciendo que quiere sustituir a Carthey. ¿Qué te parece?

- Está bien, Kelly -llegó la lenta respuesta-. Puede hacer un buen combate.

- Me imagino que ahora dirás que puede vencer a Ward -interrumpió Kelly.

Roberts reflexionó.

- No, no diré eso. Ward es un buen castigador y un general del ring. Pero no podrá hacer picadillo a Rivera de buenas a primeras. Conozco a Rivera. Nadie puede alcanzarle en el estómago. Para mí que no tiene estómago. Y pelea bien con las dos manos. Puede lanzar directos desde cualquier posición.

- Eso no importa. ¿Qué tipo de espectáculo puede ofrecer? Has estado preparando y entrenando boxeadores toda tu vida. Me saco el sombrero ante tu juicio. ¿Puede ofrecer al público una buena diversión por su dinero?

- Naturalmente que puede, y causará a Ward infinidad de problemas. No conoces a este muchacho. Yo sí. Fui yo quien le descubrió. No tiene estómago. Es un demonio. Si alguien les pregunta, diganle que es un zorro. Dejará a Ward boquiabierto con una demostración de talento causará la admiración de todos. No me atrevo a decir que vencerá a Ward, pero ofrecerá un espectáculo tal que todos acabarán reconociendo que es un boxeador con futuro.

- De acuerdo -Kelly se giró hacia su secretario-. Llama a Ward. Le advertí que se dejara ver cuando yo lo creyera oportuno. Está allí enfrente, en el Yellowstone, mostrando su tórax y haciéndose el popular.

Kelly se dirigió de nuevo al entrenador-. ¿Quieres beber algo?

Roberts tomó un sorbo de licor y se relajó.

- Nunca te he dicho cómo descubrí al pequeño tunante. Apareció por aquí hace cosa de dos años. Yo estaba preparando a Prayne para su combate con Delaney. Prayne es un mal bicho. Cuando se entrena no tiene ni una pizca de clemencia. Había golpeado a sus sparrings de un modo realmente cruel, y no podía encontrar a ningún muchacho que estuviera dispuesto a trabajar con él. Fue entonces cuando caí en la cuenta de este pequeño mexicano muerto de hambre que deambulaba por allí. Como yo estaba desesperado buscando a alguien, lo agarré, le metí los guantes y lo subí al ring. Era duro de pelar, pero estaba muy débil, y no conocía ni la primera letra del abecedario del boxeo. Prayne lo arrinconó en las cuerdas. Pero el mexicano resistió dos asaltos mareantes, hasta caer desmayado. Hambre, eso era todo. ¿El castigo que recibió? No podrías reconocerle. Le di medio dólar y una comida abundante. Tendrías que haberle visto devorarla. No había probado bocado en dos días. No creo que vuelva más, pensé. Pero al día siguiente apareció de nuevo, tieso y sano, preparado para ganar otro medio dólar y otra comida. Y a medida que pasaban los días, Iba morando. Es un boxeador recién nacido, pero más duro que una piedra. No tiene corazón. Es un pedazo de hielo. Y desde que le conozco nunca ha dicho once palabras seguidas. Se limita a hacer su trabajo.

- Yo lo he visto -dijo el secretario-. Ha trabajado mucho contigo.

- Todos los grandes de los pesos ligeros se han entrenado con él -contestó Roberts-. Y él ha aprendido mucho de ellos. Creo que habría podido tumbar a muchos de ellos. Pero no parecía fijar mucho la atención en la pelea. Creo que nunca le gustó el boxeo. Al menos, parecía actuar de esa forma.

- Los últimos meses ha luchado varias veces en los pequeños clubes -dijo Kelly. Es cierto. No sé lo que le ocurrió. De repente se metió en ese negocio. Salió como un rayo, barrió a todos los pesos ligeros locales. Parecía querer el dinero, y realmente ha ganado bastante, aunque por las ropas que lleva nadie lo diría. Es muy peculiar. Nadie conoce sus negocios. Nadie sabe cómo pasa el tiempo. En sus épocas de trabajo, desaparece la mayor parte del día tan pronto como terminan los combates. A veces no se le ve el pelo durante semanas enteras. Y no hace caso a nadie. Será muy afortunado el individuo que consiga representarlo. Pero es inútil. Tendrías que verle cómo agarra el dinero cuando termina un contrato.

Fue entonces cuando llegó Danny Ward. No venía solo. Su representante y su entrenador estaban con él, e irrumpió en la habitación como un remolino de genialidad, buen humor y ganas de comerse el mundo. Se sucedieron los saludos, soltando un chiste aquí, una réplica allí, y concediendo una sonrisa o una carcajada a todos los presentes.

Era su forma de ser, sólo parcialmente sincera. Era un buen actor, y había descubierto que la genialidad era la baza más valiosa en el juego de abrirse camino por el mundo. Pero, en el fondo, por debajo de aquella superficialidad, era un boxeador y un negociante cauto y lleno de sangre fría. El resto era una máscara. Los que le conocían o negociaban con él decían que cuando llegaba la hora de entrar en materia era Danny en su Sitio. Se hallaba presente invariablemente en todas las discusiones de negocios, y había quien decía que su representante era un ciego cuya única función consistía en servir de portavoz de Danny.

El modo de ser de Rivera era diferente. Tenía sangre india en sus venas, y también española, y estaba sentado en una esquina, silencioso e inmóvil; sólo sus ojos negros iban de rostro en rostro y se daban cuenta de todo.

- De modo que éste es el chico -dijo Danny, midiendo a su antagonista propuesto con ojo evaluador-. ¿Cómo estás, viejo?

Los ojos de Rivera ardieron con veneno, pero no hicieron ninguna señal de reconocimiento. Detestaba a todos los gringos, pero a ese gringo le odiaba con una inmediatez que era rara incluso en él.

- ¡Bobadas! -protestó chistosamente Danny ante el promotor-. Supongo que no esperarás que luche con un sordomudo -cuando las carcajadas se aplacaron, arremetió de nuevo-: Los Angeles debe estar en las últimas cuando esto es lo mejor que has podido encontrar. ¿De qué parvulario lo sacaste?

- Es un buen muchacho, Danny, hazme caso -defendió Roberts. No tan fácil como parece.

- Y ya están vendidas la mitad de las entradas -suplicó Kelly. Tendrás que aceptarla, Danny. Es todo lo que podemos hacer.

Danny midió de nuevo a Rivera con una mirada despreocupada y poco halagüeña, y suspiró.

- Me imagino que tendré que ser suave con él. Espero que no se excite.

Roberts resopló.

- Debes ir con cuidado -advirtió el representante de Danny-. No te tomes confianza con un fulano que está dispuesto a golpear por la espalda al más afortunado.

- ¡Ah!, no te preocupes, tendré cuidado -sonrió Danny-. Será mío desde el comienzo, pero lo mimaré por respeto al querido público. ¿Qué te parecen quince asaltos, Kelly ... y luego una buena estocada?

- Perfectamente -fue la respuesta-. Con tal de que seas realista.

- Entonces procedamos a la firma. Danny hizo una pausa y calculó. Naturalmente, el sesenta y cinco por ciento de la recaudación, lo mismo que con Carthey. Pero la partición será distinta. Con un ochenta me conformo. Y añadió dirigiéndose a su representante-: ¿Te parece bien?

El representante asintió.

- ¿Comprendiste? -preguntó Kelly a Rivera.

Rivera movió la cabeza.

- Bien, te lo voy a explicar -repuso Kelly-. La bolsa será el sesenta y cinco por ciento de la recaudacón. Tú eres un don nadie y un desconocido. El porcentaje entre tú y Danny será el veinte por ciento para ti y el ochenta para Danny. Así está bien, ¿no te parece, Roberts?

- Muy bien -asintió Roberts-. Comprende que todavía no tienes ninguna reputación.

- ¿Cuánto será el sesenta y cinco por ciento de la recaudación? -preguntó Rivera.

- ¡Oh! Quizá cinco mil, quizá llegue a ocho mil ... -terció Danny a modo de explicación-. Algo así. Tu parte ascenderá a unos mil o seiscientos dólares. No te puedes quejar. Vas a ser vencido por un tipo de mi reputación. ¿Qué dices?

Entonces Rivera dejó a todos sin aliento.

- El vencedor se queda con todo -dijo con decisión.

Reinó un silencio de muerte.

- Es como recibir un bombón de un recién nacido -proclamó el representante de Danny.

Danny movió la cabeza.

- Hace demasiado tiempo que estoy en el boxeo -explicó-. Nunca me he quejado del árbitro ni de la presente compañía. Nunca he dicho nada de las apuestas y de las componendas que a veces se hacen. Pero lo que sí digo es que, para un boxeador como yo, es un mal negocio. Yo juego sobre seguro. No se hable más. Quizá me rompa un brazo, ¿no? O algún chico desliza en mi vaso a escondidas una dosis de narcótico -movió la cabeza solemnemente-. Tanto si gano como si pierdo, me quedaré con el ochenta por ciento. ¿Qué dices a esto, mexicano?

Rivera movió la cabeza.

Danny explotó. Estaban entrando en materia.

- ¡Crío sucio y grasiento! Me parece que te voy a hacer morder el polvo ahora mismo.

Roberts arrastró su cuerpo hasta interponerse entre las fuerzas hostiles.

- El vencedor se queda con todo -repitió Rivera sombriamente.

- ¿Por qué eres tan obstinado? -preguntó Danny.

- Puedo vencerte -fue la inmediata respuesta.

Danny comenzó a sacarse su americana. Pero, como su representante sabía, se trataba de un número de circo. La americana no acertó a desprenderse del todo, y Danny permitió ser aplacado por el grupo.

Todos simpatizaban con él. Rivera estaba solo.

- ¡Escucha, pequeño estúpido! -Kelly prosiguió la discusión-. Tú no eres nadie. Sabemos lo que has estado haciendo estos últimos meses: poner fuera de combate a pequeños boxeadores locales. Pero Danny tiene clase. Su próximo combate será para el campeonato. Y tú eres desconocido. Nadie oyó hablar de ti fuera de Los Angeles.

- Oirán hablar -contestó Rivera encogiéndose de hombros- después de este combate.

- ¿Crees realmente poder vencerme? -dijo Danny bruscamente.

Rivera asintió.

- Por favor, entra en razón -suplicó Kelly-. Piensa en mi consejo.

- Quiero el dinero -fue la respuesta de Rivera.

- No me podrías vencer en mil años -le aseguró Danny.

- Entonces, ¿qué esperas? -replicó Rivera-. Si te es tan fácil conseguir el dinero, ¿por qué no intentas atraparlo?

- ¡Lo haré, y espero tu ayuda! -gritó Danny con abrupta convicción-. Te golpearé hasta la muerte en el ring, muchacho. ¡Burlarse de mí de esta forma! Ya puedes anunciarlo a la prensa, Kelly. El vencedor se queda con todo. Haz que salga en las columnas deportivas. Diles que es un combate de arreglo de cuentas. Le enseñaré unas cuantas cosas a este imberbe.

El secretario de Kelly había comenzado a escribir, cuando Danny le interrumpió.

- ¡Espera! -se dio la vuelta hacia Rivera-. ¿El peso?

- En el ring -fue la respuesta.

- ¡Ni hablar, muchacho! Si el vencedor se queda con todo, nos pesaremos a las 10 a.m.

- ¿Y el vencedor se queda con todo? -inquirió Rivera.

Danny asintió. Así estaba bien. Entraría en el ring en la plenitud de su fuerza.

- El peso a las diez -dijo Rivera.

La pluma del secretario siguió haciendo garabatos.

- Significa cinco libras -se quejó Roberts a Rivera-. Has cedido demasiado. Acabas de regalarle el cambate. Danny estará tan fuerte como un toro. Eres un estúpido. Te vencerá, no cabe la menor duda. Tienes menos oportunidades que una gota de rocía en el infierno.

La respuesta de Rivera fue una calculada mirada de odio. Detestaba incluso a este gringo, a pesar de haberle considerado el gringo menos podrido de todos ellos.

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