Índice de La madre de Máximo GorkiCapítulo décimotercero - Segunda ParteCapítulo décimoquinto - Segunda ParteBiblioteca Virtual Antorcha

LA MADRE

Máximo Gorki

Segunda parte

CAPÍTULO XIV


A mediodía, estaba en la oficina de la cárcel, frente a Pável, y a través de la neblina de los ojos, examinaba su cara barbuda, acechando el instante en que pudiera darle la esquela que apretaban fuertemente sus dedos.

- Yo estoy bien y los demás también -dijo él a media voz-. ¿Y tú, que tal?

- No estoy mal. ¡Egor Ivánovich ha muerto! -dijo ella maquinalmente.

- ¿Sí? -exclamó Pável, y bajó en silencio la cabeza.

-En el entierro hubo una pelea con la policía, ¡detuvieron a uno! -continuó ella con tono de ingenuidad.

El subdirector de la cárcel hizo chasquear sus finos labios con indignación, se levantó bruscamente de la silla y refunfuñó:

- Eso está prohibido, ¡hay que comprenderlo! ¡Está prohibido hablar de política...!

La madre también se levantó de la silla y, como si no hubiera comprendido, dijo con aire de culpa:

- Yo no hablo de política, ¡sino de la pelea! Y que se pelearon es cierto. Uno hasta salió con la cabeza rota ...

- ¡Lo mismo da! ¡Haga el favor de callarse! Es decir, no hable de nada que no esté relacionado personalmente con usted, con su familia 0, en general, con su casa.

Percibiendo que se estaba embrollando, sentóse a la mesa y añadió, en tono de cansancio y de desolación, mientras ponía en orden sus papeles:

- Yo respondo, sí ...

La madre le echó una ojeada, deslizó rápidamente la esquela en la mano de Pável y suspiró con alivio.

- No comprende una de qué hay que hablar ...

Pável sonrió.

- Yo tampoco lo comprendo ...

- Entonces, ¡no hay que venir de visita! -observó el funcionario con irritación-. No saben de qué hablar, pero vienen y molestan ...

- ¿Será pronto el juicio? -preguntó la madre, después de un instante de silencio.

- Hace unos días estuvo aquí el fiscal, y dijo que pronto ...

Hablaban con palabras intrascendentes, innecesarias para ambos; la madre veía que los ojos de Pável la miraban con ternura y cariño. No había cambiado, continuaba tan mesurado y tranquilo como siempre; sólo la barba le había crecido mucho, haciéndole parecer más viejo, y, además, las manos se le habían puesto más blancas. Sintió ella deseos de decirle algo agradable, de hablarle de Nikolái, y con el mismo tono de voz con que había referido cosas innecesarias y carentes de interés, prosiguió:

- He visto a tu ahijado ...

Clavó Pável en ella los ojos, con muda interrogante. Ella, deseando recordarle la cara picada de viruela de Vesovschikov, se dio con el dedo unos golpecitos en la mejilla ...

- Se encuentra bien, el chico está fuerte y sano, pronto tendrá colocación ...

El hijo la había comprendido; meneó la cabeza y, con una sonrisa alegre en los ojos, contestó:

- ¡Eso está muy bien!

- Pues, ¡así es! -dijo ella con satisfacción, emocionada por la alegría del hijo.

Al despedirse de ella, le apretó la mano con fuerza.

- ¡Gracias, madre!

Un jubiloso sentimiento de entrañable proximidad al hijo se le subió embriagador a la cabeza, y, sin fuerzas para contestar con palabras, le respondió estrechándole la mano en silencio.

Cuando volvió a casa, se encontró allí a Sáshenka. La joven solía presentarse a ver a Nílovna los días en que ésta visitaba a Pável. Nunca le preguntaba por él, y si la madre no decía nada, Sáshenka la miraba fijamente a la cara y se conformaba con eso. Pero el día aquella acogió con una pregunta de inquietud:

- ¿Cómo está él?

- Sin novedad, ¡está bien!

- ¿Le entregó usted la esquela?

- ¡Por supuesto! Se la deslicé con tanta habilidad, que ...

- ¿La leyó?

- ¿Dónde? ¡Era imposible!

- Sí, es verdad, ¡se me había olvidado! -dijo la joven lentamente. Esperaremos aún una semana, ¡una semana! ¿Y qué cree usted, estará de acuerdo?

Frunció el entrecejo y miró a la cara de la madre, con los ojos fijos.

- No sé qué decirle -razonó la madre-. ¿Por qué no fugarse si no hay peligro en ello?

Sáshenka movió bruscamente la cabeza y preguntó con sequedad:

- ¿Sabe usted qué puede comer el enfermo? Dice que tiene hambre.

- De todo, de todo. Ahora voy ...

Se fue a la cocina. Sáshenka la siguió despacio.

- ¿Quiere que la ayude?

- ¡Gracias! ¡No se moleste!

La madre se inclinó sobre la hornilla para coger un puchero.

La joven, en voz baja, le dijo:

- Espere ...

Su rostro palideció, sus ojos se dilataron angustiados, y sus labios, trémulos, murmuraron con esfuerzo y ardor, rápidamente:

- Quiero hacerle un ruego. ¡Yo sé que él no estará de acuerdo! ¡Convénzale usted! Dígale que nos es necesario, que no podemos prescindir de él para la causa, que tengo miedo de que enferme. Ya ve usted, aún no han señalado día para el juicio ...

Se percibía que hablaba con dificultad. Toda ella estaba rígida, miraba hacia un lado, su voz sonaba desigual ... Caídos los párpados de cansancio, la muchacha se mordió los labios y crujieron sus dedos, contraídos con fuerza.

La madre quedó turbada ante aquel ímpetu; pero lo comprendía y, emocionada, llena de tristeza, abrazó a Sáshenka y respondió bajito:

- ¡Hija mía querida! No escucha a nadie más que a sí mismo, ¡a nadie!

Ambas guardaron silencio, abrazadas estrechamente, una contra otra.

Después, Sáshenka, desprendiendo de sus hombros con dulzura las manos de la madre, le dijo temblorosa:

- Sí, tiene usted razón. Todo esto son tonterías, nervios ...

Y de pronto, seria, concluyó con sencillez:

- Pero vamos, hay que dar de comer al herido ...

Sentándose junto al lecho de Iván, le preguntó, ya en tono de cariñosa solicitud:

- ¿Le duele mucho la cabeza?

- No mucho, sólo que ... ¡lo veo todo turbio! Y siento debilidad -contestó Iván, lleno de confusión, tirando de la manta hacia la barbilla y entornando los ojos, como si le molestase la clara luz. Al darse cuenta de que el joven no se decidía a comer en su presencia, Sáshenka se retiró.

Se incorporó Iván, la siguió con la mirada y, guiñando el ojo, dijo:

- Que guapa es ...

Tenía Iván unos ojos luminosos y alegres, los dientes pequeños y apretados, y aún estaba mudando la voz.

- ¿Cuántos años tiene? -le preguntó la madre, pensativa.

- Diecisiete ...

- ¿Dónde están sus padres?

- En el pueblo. Yo vivo aquí desde los diez años. Terminé mis estudios en la escuela y me vine ¿Y usted, camarada, cómo se llama?

A la madre le divertía y conmovía que la llamaran así. Y preguntó sonriendo:

- ¿Para qué quiere usted saberlo?

El muchacho, turbado, guardó silencio; luego, explicó:

- Pues verá usted. Un estudiante de nuestro círculo, es decir, uno que nos daba charlas, nos habló de la madre de Pável Vlásov, el obrero, ¿sabe usted?, el de la manifestación del Primero de Mayo.

Ella asintió con la cabeza y prestó viva atención.

- Él ha sido el primero que, abiertamente, ha levantado la bandera de nuestro Partido -declaró con orgullo el joven, y su sentimiento repercutió en el corazón de la madre.

- Yo no estuve allí; nosotros, entonces, queríamos haber organizado aquí nuestra manifestación, pero fracasó. Entonces, éramos pocos. En cambio, al año que viene, venga por aquí ... ¡Y ya verá usted!

Se atragantaba de emoción, deleitándose de antemano con los acontecimientos; después, agitando la cuchara en el aire, prosiguió:

- Bueno, pues le estaba hablando de la madre de Vlásov. Después de aquello, también ingresó en el Partido. Dicen que es una mujer ... ¡un verdadero prodigio!

La madre sonrió con ancha sonrisa. Le era agradable oír de boca del muchacho aquellas alabanzas entusiastas. Le era agradable, y a la vez, embarazoso. Incluso estuvo a punto de decirle:

¡Yo soy Vlásova!, pero, conteniéndose, con suave ironía y tristeza, se dijo:

Ay, vieja tonta ....

- ¡Usted coma más! Así se repondrá pronto para dedicarse a la buena causa -exclamó con repentina emoción, inclinándose hacia él.

La puerta se abrió, dando paso al aliento húmedo y frío del otoño, y entró Sofía, alegre, con las mejillas rosadas.

- Los espías me rondan como pretendientes a una novia rica, ¡palabra de honor! Tengo que desaparecer de aquí ... Bueno, ¿qué tal, Iván? Bien, ¿qué hay de Pável, Nílovna? ¿Está aquí Sáshenka?

Mientras encendía un pitillo, iba preguntando sin esperar respuesta y acariciaba a la madre y al joven con la mirada de sus ojos grises. La madre la miraba y, sonriendo, pensaba para sus adentros:

¡Yo también voy entrando entre la gente buena!

E inclinándose de nuevo hacia Iván, dijo:

- ¡A curarse, hijito!

Y se marchó al comedor. Allí Sofía le contaba a Sáshenka:

- ¡Ella tiene ya preparados trescientos ejemplares! ¡Se mata con este trabajo! ¡Eso sí que es heroísmo! Mire, Sáshenka, es una felicidad vivir entre gentes así, ser camarada de ellos, trabajar en su compañía ...

- ¡Sí! -contestó la muchacha en voz baja.

Por la noche, mientras tomaban el té, Sofía dijo a la madre:

- Usted, Nílovna, tendrá que hacer otro viaje al campo.

- Bueno. ¿Cuándo?

- Dentro de unos tres días. ¿Podrá usted?

- Está bien.

- ¡No vaya usted a pie! -le aconsejó Nikolái en voz baja-. Tome un coche de posta y, por favor, tire por otro camino, a través del distrito de Nikólskoie ...

Se calló y frunció el ceño. El gesto aquel no le iba bien al rostro, cambiando de un modo raro y feo su expresión, siempre tranquila.

- ¡Por Nikólskoie está muy lejos! -observó la madre-. Y los coches de posta cuestan caros.

- Mire usted -prosiguió Nikolái-, yo, en general, estoy en contra de este viaje. Aquello anda revuelto, ha habido detenciones, se han llevado a un maestro de escuela hay que ser prudente. Más valdría esperar un poco ...

Sofía, tamborileando sobre la mesa, indicó:

- Para nosotros es muy importante que la distribución de la literatura no sufra interrupción. ¿No tiene miedo a ir, Nílovna? -preguntó de repente.

La madre se sintió herida.

- ¿Cuándo he tenido yo miedo? Incluso la primera vez lo hice sin temor ... y ahora, de pronto ... -sin terminar la frase, bajó la cabeza.

Siempre que le preguntaban si tenía miedo, si no le causaba molestia, si podía hacer esto o aquello, percibía en tales preguntas un tono de ruego, parecíale que la apartaban de ellos, que la trataban de un modo diferente a como se comportaban entre sí.

- En vano me preguntan si tengo miedo -agregó suspirando-. Ustedes no se hacen esa pregunta los unos a los otros.

Nikolái quitóse las gafas apresuradamente, se las puso de nuevo y se quedó mirando con fijeza a su hermana. El embarazoso silencio alarmó a la madre, que se levantó de la silla, con aire de culpa. Quería decir algo, pero Sofía la tomó dulcemente de la mano y en voz baja se excusó:

- ¡Perdóneme...! ¡No lo volveré a hacer más!

Aquellas palabras hicieron reír a la madre. Momentos después, los tres hablaban animadamente y con preocupación sobre el viaje al campo.

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