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EL REY LEAR

William Shakespeare

CUARTO ACTO


PRIMERA ESCENA
Un campo abierto.

Entra Edgardo.

EDGARDO
Más vale ser despreciado a sabiendas, que ser despreciado entre adulaciones. El que cayó muy bajo por azares de la abyecta fortuna todo lo espera y nada teme. Cualquier mudanza es temible para el dichoso; el desdichado la ve llegar con alegría. ¡Yo te saludo, aire sutil, y te tiendo los brazos! El triste que arrastraste a tanta desventura ya nada tiene que temer de tus ventoleras. Pero ¿quién llega aquí? ¡Mi padre, conducido como un mendigo! ¡Oh, mundo, mundo, mundo! Si tus extrañas vicisitudes no nos hicieran odiarte, ¿quién se resignaría a envejecer? (Entran Glóster y un viejo).

VIEJO
¡Oh, mi buen señor! He llevado en arriendo tierras tuyas y de tu padre cerca de ochenta años.

CONDE DE GLÓSTER
Déjame, buen amigo. No sigas más; tu compasión, que ningún bien puede hacerme, te sería funesta.

VIEJO
¡Oh, señor; si no puedes ver el camino!

CONDE DE GLÓSTER
No llevo camino alguno; no echaré de menos mis ojos. Más tropecé cuando veía. ¡Cuántas veces sucede confiar demasido en nuestras ventajas y ser nuestras imperfecciones las que nos sirven! ¡Oh, mi amado hijo Edgardo; víctima de las iras de un padre engañado! Ya sólo quiero vivir para volver a verte ... con mis manos. ¡Y creeré que vuelvo a tener ojos!

VIEJO
¿Quién va? ¿Quién está ahí?

EDGARDO
¡Oh, dioses! ¿Quién puede decir: lo peor me ha sucedido? Ya es para mí peor que lo fue nunca.

VIEJO
Es Tomasillo, un pobre loco.

EDGARDO
¡Y siempre puede haber algo peor, que no hemos acabado de decir: lo peor es esto, cuando algo peor ha llegado!

VIEJO
¿Adónde bueno, amigo?

CONDE DE GLÓSTER
¿Es algún mendigo?

VIEJO
Mendigo y loco, por añadidura.

CONDE DE GLÓSTER
No estará tan loco cuando mendiga. Anoche, cuando era más furiosa la tormenta, vi a otro tal infeliz, y pensaba yo al verle: qué mísero gusano es el hombre. Me acordé de mi hijo, aunque entonces me era odioso su recuerdo; después ... ¡He sabido tantas cosas! Lo mismo que las moscas para los chicuelos traviesos somos nosotros para los dioses: nos dan muerte por divertirse ...

EDGARDO
¿Qué debo hacer? ¡Ruin arte el de fingirse loco con el triste y atormentarse por atormentar! (Alto). El cielo te bendiga, señor.

CONDE DE GLÓSTER
¿Es el mendigo que anda desnudo?

VIEJO
Sí, señor.

CONDE DE GLÓSTER
Pues ya puedes dejarme; y si algo más quieres hacer por nosotros, no muy lejos de aquí, en el camino que va a Dóver, sal a encontrarnos y trae alguna ropa con que pueda vestirse esta alma en pena. Él se prestará a guiarme.

VIEJO
Señor: mira que está loco.

CONDE DE GLÓSTER
Calamidad de los tiempos cuando los locos guían a los ciegos. Haz como te digo o como te plazca. Pero partamos ahora.

VIEJO
Le llevaré mi mejor vestido, suceda lo que suceda. (Se va).

CONDE DE GLÓSTER
Óyeme aquí, el desnudo.

EDGARDO
¡Tomasillo tiene frío! (Aparte). ¡No puedo fingir más!

CONDE DE GLÓSTER
Ven acá, amigo.

EDGARDO
(Aparte) Pero es fuerza. (Alto). ¡Benditos tus ojos de bondad; cómo sangran!

CONDE DE GLÓSTER
¿Tú conoces el camino que va a Dóver?

EDGARDO
Lo mismo por el portillo que por la puerta¡ lo mismo el camino real que los atajos. Al pobre Tomasillo le espantaron el juicio. ¡Guárdense los hijos de hombre bueno del enemigo malo! Cinco demonios se metieron de una vez en el cuerpo de Tomasillo: el de la lujuria, Obdicuto; Obidancio príncipe de la mudez; Mahu, del robo; Modo, del asesinato; Flibertigibeto, de las muecas y de los temblores, que hace principalmente sus posesas de la doncellas de labor y de las dueñas de respeto. ¡Guárdate de todos ellos, señor!

CONDE DE GLÓSTER
Toma este bolsillo. Tú, a quien los cielos abatieron bajo el peso de tantos males, por ser yo desdichado, serás más dichoso. ¡Oh, cielos! Permítanme que así sea siempre, y sobre los que gozan de superfluidades, colmados de todo hasta la hartura, y desatienden los preceptos y nada quieren ver, porque nada padecen, ¡dejen caer su justicia inexorable! ¡Distribuyan cuanto les sobra, y así tendrá cada uno lo que basta! ¿Conoces tú Dóver?

EDGARDO
Sí, señor.

CONDE DE GLÓSTER
Hay una roca cuya altiva frente se inclina como para mirarse, temerosa, en el mar profundo. Guíame hasta el borde de su cumbre, y yo remediaré tu pobreza con algo de valor, que aún guardo. Una vez allí ... no necesitaré que nadie me guíe.

EDGARDO
Dame la mano, el pobre Tomasillo te guiará. (Se van).


SEGUNDA ESCENA
Exterior del Palacio del Duque de Albania.

Entran Gonerila y Edmundo.

GONERILA
Bienvenido seas, señor. Mucho me sorprende que mi apacible esposo no haya salido a encontrarte en el camino. (Entra Usvaldo). ¿Dónde está tu señor?

USVALDO
Dentro queda, señora. Pero nunca vi a un hombre tan destemplado. Le hablo del ejército que desembarca, y sonríe; le aviso de tu llegada, y sólo me responde: Tanto peor; de la traición de Glóster y de la lealtad de su hijo, y me dice que soy un necio y que juzgo al contrario la conducta de uno y otro. Lo que, al parecer, debiera disgustarle, le agrada; lo que debiera agradarle le disgusta.

GONERILA
(A Edmundo) Si es así, regrésate desde aquí. Es la cobardía de su espíritu, temeroso siempre de emprender. En nada hallará ofensa por no verse obligado a contestarla. Pero lo que ya nos hemos propuesto ha de realizarse. Edmundo: vuelve al lado de mi hermana, que se apresure a juntar sus huestes; toma tú el mando. Aquí será preciso que troquemos las armas; pondré la rueca en manos de mi esposo. Este fiel servidor será nuestro emisario. Muy pronto, si no dudas en arriesgarte en servirme, será una dama la que te mande. (Le da una joya). Ten ... Ahorra palabras. Inclina la frente. Si este beso se atreviera a decirte lo que siento, vieras elevarse a los cielos tu espíritu. Imagínalo, y adiós.

EDMUNDO
Hasta la muerte tuyo.

GONERILA
¡Oh, mi amado Glóster! (Sale Edmundo). ¡Qué diferencia de hombre a hombre! Tú mereces los favores de una mujer; ese necio usurpa mi cuerpo.

USVALDO
Mi señor llega. (Entra el Duque de Albania).

GONERILA
Creí merecer un saludo, que no se niega a un perro.

DUQUE DE ALBANIA
¡Oh, Gonerila; no mereces ni que el viento levante hasta tu rostro, para azotarle, el polvo de la tierra que pisas! ¡Miedo me das! La que se atrevió a quien le ha dado la vida, ¿ante qué maldad puede retroceder? Rama que por sí misma se desgaja y se desprende del tronco que la nutrió con su savia, por fuerza es que está seca y sólo es buena para ser quemada.

GONERILA
Déjate de enfadosas moralidades.

DUQUE DE ALBANIA
Todo lo que sea justo y bueno ha de parecer mal a los malos. La maldad sólo en sí misma se complace. ¿Qué han hecho? ¡Tigres, no hijas! ¿A qué han llegado? ¡Con un padre anciano, bondadoso, que con su solo aspecto moviera a tanta veneración, que hasta el oso salvaje, con su jibada cabeza, se postraría ante él para lamerle las plantas! Y ustedes, ¡bárbara acción, crueldad inaudita!, lo han enloquecido. ¡Cómo pudo consentirlo mi hermano! ¡Él, un hombre, un príncipe que tanto tiene que agradecerle! Si los cielos no se apresuran a enviar prontos ejecutores de un tremendo castigo; no tardarán los hombres en devorarse unos a otros, como los monstruos de los mares.

GONERILA
¡Hígado sin hiel, que presentas el rostro a quien te abofetea y la frente al que quiere afrentarte! Que no tienes ojos en la cara para distinguir lo que te honra de lo que te envilece; que no sabes cómo sólo los necios temen anticiparse con el castigo a las ofensas que pueden hacernos más tarde, de no prevenirlas ... ¿Por qué no redoblan tus tambores? El de Francia flamea sus banderas sobre la quietud de nuestros campos, y el airón de su yelmo es amenaza a tu seguridad. Y tú, en tanto, ¡pobre de espíritu!, te sentarás para exclamar llorando: ¿Por qué vienen contra mí de ese modo?

DUQUE DE ALBANIA
¡Contémplate, demonio! Aunque la maldad en él propia no parece tan horrible como en una mujer.

GONERILA
¡Despreciable necio!

DUQUE DE ALBANIA
¡Oh, disfrazado y encubierto monstruo! Ten el pudor de mostrarte en tu verdadero aspecto. ¡Si dejara a mis manos seguir los impulsos de mi sangre, son lo bastante fuertes para destrozar tus carnes y quebrantar tus huesos! Pero, aunque eres demonio, te escuda tu forma de mujer.

GONERILA
¡Por fin hablas como un hombre! (Entra un mensajero).

DUQUE DE ALBANIA
¿Qué nuevas traes?

MENSAJERO
Señor: el Duque de Cornualles ha muerto. Le dio muerte uno de sus criados cuando pretendía arrancar los ojos a Glóster.

DUQUE DE ALBANIA
¡Arrancar los ojos a Glóster!

MENSAJERO
Un antiguo criado, movido a compasión, queriendo estorbarle en su intento, sacó la espada contra su señor, que, enfurecido, se arrojó sobre él, y entre los que acudieron a interponerse se le vio caer muerto, pero no sin que el Duque recibiera el golpe certero, al que poco después ha sucumbido.

DUQUE DE ALBANIA
¡Bien nos avisa la justicia del cielo, que no tarda en castigar aquí abajo nuestros crímenes! Y el triste Glóster. ¡Arrancarle los ojos!

MENSAJERO
Los ojos, señor. Esta carta, señora, pide pronta respuesta. Tu hermana la envía.

GONERILA
(Aparte) En parte me contenta ... Mas, ella viuda y mi Glóster a su lado. Cuanto levantó mi fantasía pudiera desmoronarse sobre mi aborrecible existencia. De cualquier modo, la noticia no me disgusta. (Alto). Voy a leerla, y te daré, en seguida, respuesta. (Se va).

DUQUE DE ALBANIA
¿Dónde se hallaba su hijo cuando le sacaron los ojos?

MENSAJERO
Acompañaba hasta aquí a mi señora.

DUQUE DE ALBANIA
Pues no está aquí.

MENSAJERO
No, señor; lo encontré cuando ya regresaba.

DUQUE DE ALBANIA
Y ¿sabe la maldad cometida?

MENSAJERO
Sí, mi señor; él fue quien delató a su padre y salió de su casa para dejarles mayor libertad en el castigo.

DUQUE DE ALBANIA
¡Glóster! ¡Mi vida para agradecerte el amor que mostraste al Rey y para vengar tus ojos! Ven, amigo; has de decirme cuanto sepas. (Se van).


TERCERA ESCENA
El campamento francés; cerca de Dóver.

Entran el Conde de Kent y un noble.

CONDE DE KENT
¿Sabes qué haya podido motivar el súbito retorno del Rey a sus estados?

NOBLE
Algo que allá quedó pendiente y tanto importa a la seguridad del reino, que, para su resolución, el Rey mismo ha reflexionado, después de su partida, que es allí más necesaria su presencia.

CONDE DE KENT
¿A quién dejó confiado el mando de sus tropas?

NOBLE
Al Mariscal de Francia, monsieur La Fur.

CONDE DE KENT
Y, al leer sus cartas, ¿pudiste advertir en la Reina alguna demostración de dolor?

NOBLE
Tomó las cartas y las leyó en mi presencia, y, de cuando en cuando, dos gruesas lágrimas caían temblorosas por sus delicadas mejillas. Más que nunca me pareció una Reina, sobreponiéndose al dolor que, en vano, pretendía, como vasallo rebelde, proclamarse rey y avasallada.

CONDE DE KENT
Sin duda se habrá conmovido.

NOBLE
Pero sin alterarse; dulzura y tristeza competían en ella, y entre una y otra se mostraba mejor la bondad de su alma. ¿Has visto lluvia con sol, a un tiempo? Del mismo modo, su sonrisa y su llanto eran como un buen medio; la sonrisa, que alegre juega entre sus labios sazonados, parecia ignorar que en sus ojos se hospedaba una tristeza, que, al asomarse a ellos, eran como perlas desengarzadas de diamantes. En fin, señor: te aseguro que la tristeza sería muy de ver, como rareza inestimable, si se mostrara siempre de ese modo.

CONDE DE KENT
Pero, ¿nada con palabras te dijo?

NOBLE
Por varias veces suspiró: ¡Mi padre! ¡Padre mío! Con angustia que bien manifestaba lo acongojado de su corazón. Después exclamaba: ¡Oh, hermanas, hermanas! ¡Vergüenza para las mujeres! ¡Hermanas, Kent, padre, hermanas! ¡Con la tormenta, en la noche! ¿Quién podrá ya creer que hay compasión en el mundo? ,.. Después, agua bendita de sus ojos de cielo, fue como el rocio de sus lamentaciones; después corrió a ocultarse con su dolor a solas.

CONDE DE KENT
Son las estrellas, sí; son las estrellas que están sobre nosotros las que ordenan nuestro destino; si no, ¿cómo es posible que de un mismo padre y de una misma madre nacieran criaturas tan distintas? ¿No has hablado después con ella?

NOBLE
No.

CONDE DE KENT
Entonces, ¿la viste antes de partir el Rey?

NOBLE
No; después.

CONDE DE KENT
Sabe que el desventurado Rey Lear está en la ciudad. En algún momento de lucidez recuerda por qué estamos aquí y en modo alguno quiere ver a su hija.

NOBLE
¿Por qué, señor?

CONDE DE KENT
Es grande su pesar; la trató con tanta dureza, negándole su bendición, entregándola a los azares del extrañamiento, despojándola de sus derechos hereditarios para favorecer a dos desnaturalizadas hijas, que su corazón, amargado por horribles remordimientos, no le consiente acercarse a Cordelia.

NOBLE
¡Pobre Rey!

CONDE DE KENT
¿Sabes algo de los aprestos del de Albania y el de Cornualles?

NOBLE
Se dice que están cerca.

CONDE DE KENT
Ahora ven conmigo a donde se halla el Rey Lear. Atiéndelo. Razones poderosas me obligan a ocultar mi nombre por algún tiempo; cuando pueda decirte quién soy, no te pesará de haberme conocido. Sígueme. (Se van).


CUARTA ESCENA
En una tienda de campaña, en el campamento francés.

Entran Cordelia, un médico y soldados, con banderas y tambores.

CORDELIA
Sí, es él; le vieron poco ha, fuera de sí, como el mar embravecido; iba cantando a voces, coronado de fumaria silvestre, de malvas locas de bardana y cicuta, primaveras y ortigas y de todas las flores y hierbas que crecen viciosas entre el trigo que nos sustenta. Que cien hombres salgan en su busca y no dejen de registrar una parcela de todos esos campos cubiertos de altas espigas. Que yo le vea pronto. ¿Hay poder en lo humano para volverle a la razón? Cuanto poseo será de quien lo consiga.

MÉDICO
Remedios hay, señora. Nada puede reparar nuestra naturaleza como el reposo, y de él está falto; para conseguirlo hay compuestos activos capaces de adormecer el mayor desvelo.

CORDELIA
¡Secretos bienhechores, ocultas virtudes de la tierra, yo los haré brotar con mi llanto para que sean eficaz medicina del triste anciano enfermo! Vayan en su busca pronto; tal vez, en su locura, destruyera su vida, que tanto necesita quien vele por ella. (Entra un mensajero).

MENSAJERO
Señora: nuevas traigo. Las tropas británicas se acercan.

CORDELIA
Lo sabíamos; prevenidos, las esperábamos. ¡Oh, mi padre querido, tu causa sólo es la que yo defiendo! Magnánimo el de Francia, supo compadecerse de mi duelo y de mi porfiado llanto. No es la ambición quien mueve nuestras armas; es el amor, el amor y el respeto a un anciano padre, ultrajado. ¡Oh, que pronto pueda yo oír su voz, verlo conmigo!


QUINTA ESCENA
En el castillo de Glóster.

Entran Regania y Usvaldo.

REGANIA
¿Mueve mi hermano ya sus tropas?

USVALDO
Sí, señora.

REGANIA
¿Las manda él en persona?

USVALDO
No de muy buen talante. Tu hermana es el mejor soldado.

REGANIA
¿No se avistó Edmundo con tu señora?

USVALDO
No, señora.

REGANIA
¿Qué puede decirle mi hermana en esa carta que le envía?

USVALDO
Lo ignoro, señora.

REGANIA
No sin grave causa aceleró de aquí su partida. Fue gran torpeza, después de haberle sacado los ojos, dejar con vida a Glóster; por dondequiera que pasa mueve los corazones contra nosotros. Sin duda, Edmundo salió a encontrarlo, y, compadecido de su ennochecida existencia, acabará de una vez con su vida; al mismo tiempo podrá informarse de las fuerzas con que cuenta el enemigo.

USVALDO
Y yo debo, sin dilación, unirme a él y entregarle esta carta.

REGANIA
Nuestras tropas saldrán de aquí mañana, ¿por qué no aguardas a salir con ellas? Los caminos no están muy seguros.

USVALDO
Imposible; mi señora ha encomendado a mi diligente lealtad esta carta.

REGANIA
Y ¿por qué escribe a Edmundo? ¿No podía transmitirle de palabra su mensaje? Pienso que ... sin duda ... no sé qué pensar. Tú sabes si te tengo en gran estimación; déjame abrir esa carta.

USVALDO
Eso no; antes ...

REGANIA
Yo sé que tu señora no ama a su marido. Estoy segura de ello. La última vez que aquí nos juntamos advertí sus expresivas atenciones, sus elocuentes miradas al noble Edmundo. Yo sé que tú eres el hombre de su confianza.

USVALDO
¿Yo, señora?

REGANIA
Tengo el convencimiento; lo eres; bien lo sé. Pues ten cuenta con lo que voy a decirte. Mi esposo ha muerto; Edmundo y yo nos hemos concertado, y más le conviene ser mío que de tu señora; presume, pues, cuánto me importa. Cuando lo veas le entregarás esta carta de mi parte, y cuando des cuenta de todo a tu señora, recomiéndale mucha discreción. Ahora, adiós. Si acaso te tropezaras con el ciego traidor, ya sabes que será tenido en mucho quien acabe con él.

USVALDO
¡Ojalá lo encontrara, señora! Verías, entonces si estoy de parte tuya.

REGANIA
Adiós. (Se van).


SEXTA ESCENA
Campiña cerca de Dóver.

Glóster y Edgardo.

CONDE DE GLÓSTER
¿Aún no llegamos a la cumbre del peñasco?

EDGARDO
Subiendo vamos. ¿No adviertes cómo los dos estamos jadeantes?

CONDE DE GLÓSTER
Muy llano me parece el camino.

EDGARDO
No, que es muy escarpado. ¿Oyes el mar?

CONDE DE GLÓSTER
No.

EDGARDO
Entonces es que tus otros sentidos están torpes, con la falta de tus ojos.

CONDE DE GLÓSTER
Eso será. Me parece que tu voz suena de otra manera y tu lenguaje es más pulido y mesurado.

EDGARDO
Te engañas, sólo en el vestido soy otro.

CONDE DE GLÓSTER
Pienso que hablas ahora con mejor discurso.

EDGARDO
Anda, señor. Éste es el sitio. No des un paso más. Espanto y vértigo da el mirar abajo. Los cuervos y las cornejas que vuelan por la mitad de esta altura abejorros parecen. Un hombre que, al medio también, se ve colgado para coger hinojo marino ¡duro oficio! no parece mayor que su cabeza. Los pescadores que van por la ribera, como ratones, y un gran barco que allá anclado se divisa, como los botes que lo rodean; los botes, como boyas, que apenas si la vista descubre. El ruido de las olas que vienen a estrellarse contra la escollera no se percibe desde esta altura. No quiero mirar más; temo que se me vaya la cabeza y, perdida la vista, caiga despeñado.

CONDE DE GLÓSTER
Ponme donde tú estás.

EDGARDO
Dame la mano. Ya estás a un paso del borde mismo. Por cuanto hay bajo el cielo, no saltaría desde aquí.

CONDE DE GLÓSTER
Suéltame la mano. Toma este otro bolsillo. En él va una joya que bien puede remediar a un pobre. Los hados y los dioses te protejan. Déjame solo; despidámonos y que oiga yo cómo te alejas de aquí.

EDGARDO
Adiós, pues, señor.

CONDE DE GLÓSTER
Adiós con toda mi alma.

EDGARDO
(Aparte) Por salvarlo he jugado con su desesperación.

CONDE DE GLÓSTER
(Arrodillándose) ¡Oh dioses soberanos!, al dejar este mundo, ante ustedes me olvido resignado de todos mis males; si aún pudiera sobrellevarlos sin caer en la tentación de blasfemar contra su poder incontrastable, dejaría consumirse por sí sola esta pavesa de mi vida. Si aún vive Edgardo, protéjanlo. ¡Adiós, amigo!

EDGARDO
Lejos estoy. ¡Adiós! (Glóster da un salto y cae a tierra). (Aparte). No concibo que nuestra idea se apresure a robar el tesoro de nuestra vida, cuando la vida por sí misma nos la va robando. Si estuviera donde él pensaba estar, ya hubiera acabado de padecer para siempre. (Acercándose). ¿Vivo o muerto? ¡Eh, señor amigo! ¿Me oyes? Habla. ¿Estará muerto en efecto? No, ya vuelve. ¿Quién eres, señor?

CONDE DE GLÓSTER
Déjame, déjame morir.

EDGARDO
Fueras no más vilano, pluma, aire y, al precipitarte desde esa altura, te hubieras estrellado como huevo. Pero tienes vida y humano cuerpo y no sangras y puedes hablar y ningún daño te hiciste. Diez palos mayores empalmados no darían la altura de donde caíste a plomo. Bien puedes decir que vives de milagro. Que yo te oiga hablar otra vez.

CONDE DE GLÓSTER
Pero ¿es posible que he caído?

EDGARDO
De la espantosa cumbre de ese gredoso tajo. Levanta la vista. Desde tan alto ni se ve ni aun se oye a la alondra con sus agudos gorjeos.

CONDE DE GLÓSTER
¡Ay de mí! No tengo ojos. ¿Es que la desventura ni aun puede buscar el descanso bienhechor de la muerte? ¡Era tan gran consuelo para el desdichado pensar que con morir burlaba la saña del tirano y dejaba frustrada la soberbia del poderoso!

EDGARDO
Apoyate en mi brazo, levanta; así. ¿Cómo te hallas? ¿No sientes dolores en las piernas? ¿Te mantienes firme?

CONDE DE GLÓSTER
Demasiado bien, demasiado bien.

EDGARDO
Es sobre toda ponderación maravilloso. ¿Quién era alguien que al llegar a la cima se separó de ti?

CONDE DE GLÓSTER
Un desdichado mendigo.

EDGARDO
Desde aquí me pareció que sus ojos eran como dos lunas llenas, que tenía más de mil narices y cuernos retorcidos y se agitaba como el mar embravecido. Sin duda era algún demonio. Por lo mismo, buen viejo, debes creer que los excelsos dioses, que tienen a gala obrar milagros, han querido salvarte.

CONDE DE GLÓSTER
Así será. Desde hoy soportaré mis males hasta que ellos mismos me digan: Basta, basta, ya puedes morir. En cuanto al que dices, yo lo tomé por un ser humano. Cierto que a cada paso daba grandes voces: ¡El demonio; mira al demonio! El fue quien me trajo hasta esa altura.

EDGARDO
Que tus pensamientos sean de bondad y de resignación. Mas ¿quién llega? (Entra el Rey Lear, coronado de flores y hierbas silvestres). Jamás el sano juicio consentiría a su señor tan grotesco atavío.

REY LEAR
No; no pueden prenderme porque acuñe moneda. ¡Soy el Rey!

EDGARDO
Parte el corazón verlo.

REY LEAR
En este particular la Naturaleza está sobre el Arte. Toma tu soldada. Ese mozo maneja el arco como un espantapájaros. Dame la vara de medir que usa el pañero. ¡Mira, mira! Un ratón. ¡Quietos, quietos! Con un pedacillo de queso se le atrapa. Esta es mi manopla; la probaré contra un gigante. ¡Aquí, mi guardia! ¡Oh! ¡Bravo vuelo, halcón! ¡Hiciste presa, hictste presa! ¡Eh! ¿Quién va? El santo y seña.

EDGARDO
Olorosa mejorana.

REY LEAR
Puedes pasar.

CONDE DE GLÓSTER
Yo conozco esa voz.

REY LEAR
¡Ah! Es Gonerila con barbas blancas. Me adulaban como a un perro; me decian que eran blancas mis barbas, cuando aún no las tenía negras; sólo sabían decirme a todo: sí o no. En un sí o en un no, no hay mucha ciencia. Pero una vez la lluvia llegó a calarme, el frío me hacía tiritar, el trueno no callaba, desobediente a mi mandato ... Entonces los vi allí a todos, los olfateaba a mi alrededor. ¡Cómo me habían engañado! Me dijeron que yo lo podía todo ... ¡Una fiebre puede conmigo!

CONDE DE GLÓSTER
Yo recuerdo el acento de su voz. ¿No es el Rey?

REY LEAR
Sí; cada pulgada un rey. Ante mi vista tiemblan mis vasallos ... Perdono la vida a este hombre. ¿Qué delito es el tuyo? ¿Adulterio? No morirás. ¡Castigar con la muerte el adulterio! ¡Cualquier pajarillo, la tornasolada mosca, cohabitan a mi vista! Dejen que se ayunten como quieran; el bastardo de Glóster fue mejor para su padre que mis hijas, engendradas en legítimo lecho. ¡Desenfrénate, lujuria! ¡Refocilate bien! ¡Necesito soldados! Ven aquella dama de plácida sonrisa; la frialdad de su rostro es presagio de nieve entre sus piernas; con melindres de honestidad, mira a otra parte si oye mentar el goce por su nombre, y después ... ni la simia ni el garañón rijoso corren más enardecidos a saciarse; de medio cuerpo abajo, son centauros; en lo demás, mujeres. Hasta la cintura aún imperan los dioses, y debajo el demonio; allí es el infierno, las tinieblas, el sulfúreo antro, fuego, hirvientes calderas, podredumbre, corrupción. ¡Qué asco, qué asco! Dame una onza de algalia, buen boticario, para perfumar mi imaginación. Ahí va el dinero.

CONDE DE GLÓSTER
Dame a besar tu mano.

REY LEAR
Deja que antes la limpie; huele a cuerpo mortal.

CONDE DE GLÓSTER
¡Oh lastimosa ruina de un noble espíritu! Y de igual suerte el universo todo quedará reducido a la nada. ¿Sabes quién soy, señor?

REY LEAR
Sí; bien me acuerdo de tus ojos. ¿Por qué los bizcas al mirarme? No, no te esfuerces, ciego Cupido; no quiero amar ... Lee ese cartel de desafío; repara lo bien plumeado que va.

CONDE DE GLOSTER
Aunque fuera cada letra como un sol de clara no las vería.

EDGARDO
(Aparte) Si alguien me lo contara me resistiría a creerlo; pero así es, y mi corazón está destrozado.

REY LEAR
Lee.

CONDE DE GLÓSTER
¿Cómo, señor? ¿Con las cuencas vacias de mis ojos?

REY LEAR
¿De suerte que te ves como yo sin ojos en la cara y sin dinero en el bolsillo? Bien debe pesarnos que así nos hayan aligerado de peso. Pero aún puedes ver cómo va el mundo.

CONDE DE GLÓSTER
Lo veo ... por lo que siento.

REY LEAR
¿Es que estás loco? Un ciego puede ver cómo va el mundo. Mira con los oídos. Ve cómo ese juez acusa a ese infeliz ladrón; ahora óyeme aquí; como al juego de pasa, pasa, han cambiado de sitio. ¿Puedes decirme ahora quién es el juez y quién es el ladrón? ¿Has visto a un perrazo de guardia cómo ladra a un pobre?

CONDE DE GLÓSTER
Sí, señor.

REY LEAR
Y cómo el pobre aprieta a correr huyendo del perro. Pues ahí tienes la imagen perfecta de la autoridad; un perro, respetable por razón de su cargo. Y tú, redomado ministro de justicia, detén la airada mano. ¿Por qué azotas a esa ramera? Sacúdete tú mismo las espaldas, ya que tu lascivia pretende de ella lo mismo que te lleva a azotarla. El usurero quiere ver ahorcado al tramposo. Bajo raídas vestiduras se descubren los menores delitos, ropajes y manteos bien aforrados todo lo tapan. Da un baño de oro al crimen, y la espada de la justicia se quiebra inofensiva; cúbrelo de harapos, y una brizna en manos de un pigmeo lo traspasa. ¡Nadie es culpable, nadie! ¡Yo los absuelvo a todos! Ahí tienes, amigo, lo que tiene poder bastante para sellar los labios de tu acusador. Ponte ojos de vidrio, y como cualquier ruin político haz que miras lo que no ves. ¡Pronto, pronto! Descálzame. TIra más fuerte ... así ...

EDGARDO
Sentencias y desatinos juntamente; la razón en la locura.

REY LEAR
Si quieres llorar mis desgracias te daré mis ojos. Bien sé quién eres: tu nombre es Glóster. Ten resignación. Venimos a este mundo llorando; no ignoras que apenas percibimos el aire todo es gemir y llorar. Voy a predicarte; escucha.

CONDE DE GLÓSTER
¡Ay de nuestra vida!

REY LEAR
Cuando nacemos lloramos de parecer sobre este teatro de locos. ¡Buena horma de sombreros! No es mala estratagema forrar de fieltro los cascos de los caballos. He de hacer la prueba, y cuando caiga así sobre estos yernos míos ... ¡A muerte, a muerte, a muerte, a muerte! (Entran un noble y acompañamiento).

NOBLE
Aquí está. Deténganlo, que no escape. Señor, tu hija más amada ...

REY LEAR
¿No hay rescate? ¿Me haces tu prisionero? Nací para ser el bufón de la fortuna. Átame bien; soy buena presa ... Tráeme un cirujano; tengo heridos los sesos.

NOBLE
Nada te faltará.

REY LEAR
¿Nadie me secunda? ¿Yo solo contra todos? Hay para convertir a un hombre en llanto, y que sean sus ojos surtidores de jardín para sentar el polvo del otoño.

NOBLE
Noble señor ...

REY LEAR
Quiero morir bizarramente como un doncel enamorado. Sí ... verás qué jovial ... Acércate, acércate. Soy Rey, señores míos, sépanlo.

NOBLE
Rey el es, en efecto, y por tal te acatamos.

REY LEAR
Pero aún está vivo, y para hacerte con él tendrás que correr mucho ... ¡Hala, hala! (Sube corriendo; algunos lo siguen).

NOBLE
Gran tristeza es ver así a cualquier pobrete. ¡Qué será a todo un Rey! Por suerte aún tiene una hija que sabrá vindicar a la Naturaleza de la maldición que pesa sobre ella por culpa de otras hijas gemelas en maldad.

EDGARDO
Salud, noble señor ...

NOBLE
Di pronto: ¿qué deseas saber?

EDGARDO
¿Oíste algo referente a un combate muy cerca de aquí?

NOBLE
Nada más cierto ni más divulgado; pudo oírlo todo el que sea capaz de percibir el menor ruido.

EDGARDO
¿Puedes decirme si está muy distante el otro ejército?

NOBLE
Muy cerca y avanzando. Se presume que ha de estar muy pronto a la vista.

EDGARDO
Gracias, señor; era todo lo que quería preguntarte.

NOBLE
Aunque la Reina permanece aquí, por razones poderosas, las tropas salieron ya.

EDGARDO
Gracias, señor. (Se va el noble).

CONDE DE GLÓSTER
¡Dioses de bondad, recojan el aliento que me queda; no permitan que una mala tentación me lleve otra vez a atentar contra mi vida anticipándome a su voluntad!

EDGARDO
Ésas deben ser tus oraciones, buen viejo.

CONDE DE GLÓSTER
Dime. ¿Quién eres tú?

EDGARDO
Un triste, sumiso a las adversidades de la fortuna, probado en desdichas y fecundado por ellas de generosa compasión. Dame la mano; te llevaré donde puedas albergarte.

CONDE DE GLÓSTER
Te lo agradezco de todo corazón. Las bondades y la bendición del cielo te colmen de venturas. (Entra Usvaldo).

USVALDO
Pregonado estás. ¡Dichosa suerte la mía! Tu cabeza sin ojos será buena carnaza para que levante el vuelo mi fortuna. ¡Viejo traidor, encomiéndate pronto al cielo! ¡Esta es la espada que ha de exterminarte!

CONDE DE GLÓSTER
¡Así tu mano amiga tenga fuerza bastante para acabar conmigo! (Edgardo se interpone).

USVALDO
¿Qué intentas? ¡Insolente villano! ¿Te atreves a defender a un traidor pregonado? ¡Aparta, si no quieres que te contagie su fortuna enemiga! ¡Suelta su brazo!

EDGARDO
(Con acento rústico) Y ¿no más de que porque así te cumple, sin otras razones?

USVALDO
¡Déjame, esclavo, si no quieres morir!

EDGARDO
Buen caballero, quítate de delante y deja a la pobre gente. Si por bravatas perdiera uno la vida, la mía hubiera durado quince días menos de lo que dura. ¡Ea! Deja al viejo y sigue tu camino, si no quieres que probemos cuál es más dura: tu mollera o mi estaca.

USVALDO
¡Quita, bellaco!

EDGARDO
Te echaré fuera las muelas. No me asustas con tus muecas. (Pelean y cae Usvaldo).

USVALDO
¡Esclavo, me has matado! Villano, toma este bolsillo. Si quieres hacer tu suerte da tierra a mi cuerpo. Después, entrega unas cartas que hallarás sobre mi pecho a Edmundo, Conde de Glóster. Le buscarás en el campo británico. ¡Oh, muerte inoportuna! (Muere).

EDGARDO
Bien te conozco; un villano servil, cómplice en los vicios de tu señora y tan dócil como la maldad los desea.

CONDE DE GLÓSTER
Qué, ¿está muerto?

EDGARDO
Siéntate, anciano, descansa. Registrémoslo. Esta carta de que habló puede serme propicia. Está bien muerto; sólo deploro que no fuera otro su ejecutor. Permite, blando nema; nobles usos, no te ofendas. Por saber lo que piensa un enemigo le abriríamos el corazón; una carta es más permitido. (Lee). Acuérdate de la reciprocidad de nuestros juramentos. No ha de faltarnos ocasión favorable para acabar con él. Si tu corazón no desfallece, tiempo y lugar han de ofrecerse. Todo se ha perdido si vuelve vencedor; entonces seré yo su prisionera, y mi prisión su tálamo. Líberame de su calor odioso y ven a ocupar el lugar suyo en recompensa. Tu ... esposa, quisiera decirte ... fidelísima, Gonerila. (Hablando). ¡Oh, qué inexplorado territorio el corazón de la mujer! Conspira contra la vida de su noble esposo para sustituirlo por mi hermano. (Arrastrando el cuerpo de Usvaldo). Aquí mismo rastrillaré estas arenas con tu cuerpo. ¡Correveidile de asesinos impúdicos! Y a su tiempo pondré esta funesta carta ante los ojos del Duque, de quien tramaban la muerte. Bien es que a un tiempo mismo pueda decide tu muerte y tu mensaje.

CONDE DE GLÓSTER
El Rey está loco; mi razón con ruin tenacidad se mantiene firme y aguza el sentimiento de mis males; sería preferible enloquecer; así mi pensamiento se apartaría de mis tristezas, y el dolor, engañado por la imaginación, de sí mismo se olvidaría.

EDGARDO
Dame la mano. Oigo redoblar de tambores a lo lejos. Ven, anciano; te confiaré a los cuidados de algún amigo. (Se van).


SÉPTIMA ESCENA
Una tienda en el campamento francés.
El Rey Lear duerme en un lecho, nobles y acompañamiento lo rodean.
Una dulce música.

Entran Cordelia, el Conde de Kent, y un médico.

CORDELIA
¡Oh noble Kent! Toda mi vida y cuanto yo pueda para agradecer tu lealtad; pero la vida es corta y la recompensa será mezquina.

CONDE DE KENT
Con tu estimación, señora, estoy bien pagado. Cuanto te he referido es la verdad sencilla, sin quitar ni poner.

CORDELIA
Vístete como corresponde; ese traje es como luto que recuerda días muy tristes. Múdalo, yo te lo ruego.

CONDE DE KENT
Perdona, señora; pero si me diera a conocer malograría mis propósitos. Por favor te pido que tú misma no me conozcas hasta que juzgue llegada la ocasión oportuna.

CORDELIA
Sea así, pues, noble señor. ¿Cómo está el Rey?

MÉDICO
Aún duerme, señora.

CORDELIA
¡Oh, dioses de clemencia, calmen la honda herida de su naturaleza injuriada, entonen los sentidos discordes y destemplados de un padre combatido por sus hijas!

MÉDICO
Si su Majestad lo permite, puede ya despertarse al Rey. Ha mucho que duerme.

CORDELIA
Tu ciencia sabrá lo que conviene: sigue en todo tu dictamen. ¿Lo vistieron?

NOBLE
Sí, señora; aprovecharon su profundo sueño para vestiloo de limpias ropas.

MÉDICO
Que te tenga cerca al despertar; respondo de que estará calmado.

CORDELIA
Aquí estaré.

MÉDICO
Más cerca. También la música; que se oiga mejor: así.

CORDELIA
¡Oh, mi padre querido! ¡Diosa de la Salud, pon en mis labios tu mejor medicina y puedan mis besos reparar los crueles ultrajes con que mis dos hermanas ofendieron su ancianidad!

CONDE DE KENT
¡Oh, amable y virtuosa princesa!

CORDELIA
No había de haber sido tu padre y esta nieve de su cabeza debió bastarte para apiadarte de él. ¿Es esta faz para arrostrar el furor de los vientos, el fragor de los truenos, el fulgurar de los relámpagos? Y él, como vigía, a la ventura, sin otro yelmo que sus canas ... El perro de mi mayor enemigo, aunque alguna vez me hubiera mordido, tendría sitio, en noche semejante, al amor de mi hogar ... Y tú, ¡pobre padre mío!, sólo tuviste abrigo en una zahurda, entre cerdos y vagabundos miserables, sobre un montón de paja sucia. ¡Ay de mí! Sólo me sorprende que su vida y su razón no hayan dado fin juntamente. Ya despierta; háblale.

MÉDICO
Señora, primero tú: así conviene.

CORDELIA
¿Cómo estás, soberano señor? ¿Cómo se halla su Majestad?

REY LEAR
Mal hiciste en sacarme de la tumba. Eres un alma bienaventurada; pero yo estoy atado a una rueda de fuego, y mis lágrimas queman como plomo derretido.

CORDELIA
¿No sabes quién soy yo?

REY LEAR
Eres un espíritu; lo sé. ¿Cuándo has muerto?

CORDELIA
¿Oyen? Aún desvaría.

MÉDICO
Apenas ha despertado. Déjalo solo unos instantes.

REY LEAR
¿Qué ha sido de mí? ¿Dónde me hallo? ¡Hermoso día! Mucho me han hecho padecer; si a otro cualquiera hubiera visto padecer lo que yo, me habría muerto de pena. No sé qué decir ... No me atrevo a creer que ésta sea mi mano ... Voy a ver ... Siento la punzada de este alfiler ... ¿Quién sabe de cierto quién soy?

CORDELIA
Mírame, señor. Y alza tus manos para darme tu bendición ... ¡No, no te arrodilles ante mí!

REY LEAR
No te burles de mí, te lo suplico. Soy un pobre viejo alelado. Cumplí los ochenta, ni una hora más ni menos, y si he de decir la verdad temo no estar en mi cabal juicio. Creo que te conozco, y también a este hombre; pero estoy dudoso, pues no sé dónde me hallo ni sé, por más que pienso, quién puede haberme vestido así ... ni recuerdo dónde pasé esta noche ... No se rían de mí, que, tan cierto como soy hombre, esta dama es mi hija Cordelia.

CORDELIA
Sí, yo soy, yo soy.

REY LEAR
Son lágrimas tuyas las que me mojan ... Sí, tuyas son, en efecto. No llores. Si has preparado para mí un veneno, lo beberé. Ya sé que no me amas, pues tus hermanas, sí, bien me acuerdo, fueron crueles conmigo ... tú tendrías razón, ellas no la tuvieron.

CORDELIA
¡No hay razón, no hay razón!

REY LEAR
¿Estoy en Francia?

CORDELIA
En tu reino, señor.

REY LEAR
No me engañes.

MÉDICO
Cobra ánimo, señora. Como ves, se calma su violento frenesí, pero es peligroso recordarle algo de lo pasado. Llévenlo adentro y nadie lo importune hasta que se halle más tranquilo.

CORDELIA
¿No quieres caminar?

REY LEAR
Has de tener paciencia conmigo. Perdona y olvida ... Soy un pobre viejo y estoy alelado. (Se van todos, menos el Conde de Kent y un noble).

NOBLE
¿Es cierto, señor, que han dado muerte al Duque de Cornualles?

CONDE DE KENT
Muy cierto, señor.

NOBLE
¿Quién manda ahora sus tropas?

CONDE DE KENT
Según se dice, el bastardo de Glóster.

NOBLE
He oído que Edgardo, su hijo proscrito, se halla en Alemania con el Conde de Kent.

CONDE DE KENT
He oído otras versiones. Hay que estar prevenidos. Las tropas del Reino se acercan con presteza.

NOBLE
El combate ha de ser sangriento. Adiós, señor.

CONDE DE KENT
Mis propósitos y mis esperanzas, para bien o para mal, han de decidirse con la suerte de esa batalla que hoy ha de librarse. (Se va).

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