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EL REY LEAR
William Shakespeare
PRIMER ACTO
PRIMERA ESCENA
En el palacio del Rey Lear.
Entran el Conde de Kent, el Conde de Glóster y Edmundo. CONDE DE KENT CONDE DE GLÓSTER COONDE DE KENT CONDE DE GLÓSTER CONDE DE KENT CONDE DE GLÓSTER CONDE DE KENT CONDE DE GLÓSTER EDMUNDO CONDE DE GLÓSTER EDMUNDO CONDE DE KENT EDMUNDO CONDE DE GLÓSTER REY LEAR CONDE DE GLÓSTER REY LEAR GONERILA CORDELIA REY LEAR REGANIA CORDELIA REY LEAR CORDELIA REY LEAR CORDELIA REY LEAR CORDELIA REY LEAR CORDELIA REY LEAR CORDELIA REY LEAR CORDELIA REY LEAR CONDE DE KENT REY LEAR CONDE DE KENT REY LEAR CONDE DE KENT REY LEAR CONDE DE KENT REY LEAR CONDE DE KENT REY LEAR CONDE DE KENT REY LEAR DUQUE DE ALBANIA y DUQUE DE CORNUALLES CONDE DE KENT REY LEAR CONDE DE KENT CONDE DE GLÓSTER REY LEAR DUQUE DE BORGOÑA REY LEAR DUQUE DE BORGOÑA REY LEAR DUQUE DE BORGOÑA REY LEAR REY DE FRANCIA CORDELIA REY LEAR REY DE FRANCIA DUQUE DE BORGOÑA REY LEAR DUQUE DE BORGOÑA CORDELIA REY DE FRANCIA REY LEAR REY DE FRANCIA CORDELIA REGANIA GONERILA CORDELIA REY DE FRANCIA GONERILA REGANIA
Creía yo que el Rey estimaba en más al Duque de Albania que al de Cornualles.
Así nos pareció siempre a todos; pero ahora, al repartir su reino, nadie advertirá preferencia; las particiones son tan equivalentes, que la mayor suspicacia no sabría escoger entre una y otra.
(Señalando a Edmundo) ¿No es hijo tuyo, señor?
A mi cargo tuve su crianza, y tantas veces me he sonrojado al declarar el parentesco, que ya tengo curtido el rostro.
¡No puedo concebirlo...!
La madre de este mozo sí pudo, de Donde se le originó cierta redondez de su vientre y el hallarse con un hijo en la cuna antes que con un marido en el tálamo. Me dirás que todo ello trasciende a pecaminoso.
No quisiera yo que hubieras dejado de caer en pecadillo que dio tan buen fruto.
Tengo también un hijo legítimo, algo mayor que éste, pero no más querido. Aunque este bribón se entró por el mundo con tal descortesía, sin ser llamado de nadie; su madre era muy bella, hubo muy gustoso esparcimiento en su hechura y el hijo de puta debió ser reconocido. ¿Conocías a este noble caballero, Edmundo?
No, señor.
El Conde de Kent. Desde hoy tenlo presente como amigo por mí venerado.
Dispón de mí siempre, señor.
Te ofrezco mi amistad, que ha de estrecharse con el trato.
Procuraré merecerla, señor.
Ha estado ausente durante nueve años y no tardará en ausentarse de nuevo. El Rey llega. (Trompetas dentro. Entran el Rey Lear, los Duques de Cornualles y de Albania, Gonerila, Regania, Cordelia y acompañamiento).
Atiende a los señores de Francia y de Borgoña, Glóster.
Así lo haré, señor. (Salen Glóster y Edmundo).
Quiero manifestarles mis designios, secretos hasta hoy. Denme aquel mapa. Sepan que he dividido mi reino en tres partes. Quiero descargar mi vejez de los desvelos y atenciones del mando, que confiaré a más juveniles fuerzas, para encaminarme así, aliviado de tan gran pesadumbre, hacia la sepultura. Nuestro hijo el de Cornualles y tú, no menos amado hijo, el de Albania; con firme voluntad he decidido la pública donación del dote de mis hijas para prevenir cualquier contienda en lo futuro. Los Príncipes de Francia y de Borgoña, rivales en pretender a mi hija menor, por largo tiempo hicieron en nuestra Corte, amorosa estancia, y hoy también han de hallar respuesta. Ahora, hijas mías, al abdicar la soberanía de mi reino con los productos de sus tierras, señorío de sus Estados, ¿de cuál de ustedes podré decir que es mayor el cariño, para que mi donación con mayor largueza llegue en el premio a donde el cariño en merecimiento? Gonerila, mi primogénita, habla tú primero.
Señor: yo te amo como no sabrían expresar mis palabras, más que a los goces todos de la vista, del espacio y de la libertad, sobre lo más precioso, rico y raro. Tanto como a la vida adornada de gracia, de salud, de hermosura y nobleza; como jamás un hijo amó a padre alguno, con amor al que es corto todo aliento, toda palabra insuficiente; y cuando digas es demasiado, aun irá más allá mi cariño.
(Aparte) ¿Qué hará Cordelia? Amar calladamente.
De cuanto abarcan estos límites, desde esta línea a esta otra, con sus bosques umbrosos, fértiles campiñas, caudalosos ríos y dilatadas praderas, serás tú la señora. Tuyo a perpetuidad y de tu descendencia en el de Albania. ¿Qué dice nuestra segunda hija, Regania, esposa del de Cornualles?
Yo, señor, fui labrada del mismo metal que mi hermana y en su valor me estimo. La verdad de mi corazón halló en sus palabras la expresión verdadera de mis sentimientos; pero aun fueron mezquinas, que para mí son aborrecibles los goces todos que la vida pueda ofrecerme, y no sé de otra felicidad que tu cariño.
(Aparte) ¡Pobre Cordelia! Mas no, yo sé que mi corazón vale más que mis palabras.
A ti Y a tus herederos por siempre pertenezca este amplio tercio de mi hermoso reino, tan extenso, valioso y fértil como lo conferido a Gonerila. Ahora tú, mi alegría, aunque menor no menos, cuyas primicias de amor se disputan competidores, los viñedos de Francia, los prados de Borgoña, ¿qué me dirás para lograr más rica parte que la de tus hermanas?
Nada, señor.
¿Nada?
Nada.
Nada, señal es de nada. ¿Qué dices?
Por mi desdicha no sé asomar el corazón a la boca. Mi amor a su Majestad es el que debe ser, ni más ni menos.
¿Qué dices, Cordelia? Ten cuidado con tus palabras, que pudieran anegar tu dicha.
Bondadoso señor: me diste vida, subsistencia y cariño; correspondo a cuanto te debo como es justo; te obedezco, te amo y te honro sobremanera. ¿Por qué tienen mis hermanas marido si te amaban sobre todo en el mundo? Ciertamente, cuando yo me case, el dueño que reciba mi mano en prenda de mi fe, llevará con ella la mitad de mi corazón, la mitad de mis obligaciones y de mis deberes. Nunca me casaría yo como mis hermanas si amara a mi padre más que a nadie en el mundo.
Pero ¿siente tu corazón lo que dice?
Sin duda, padre mío.
¡Tan joven y tan desalmada!
Tan joven y tan verdadera.
Bien está; sea la verdad tu dote, pues, por los divinos resplandores del sol, por los misterios de Hécate y de la noche, por el girar de los astros que rigen nuestros destinos desde el nacimiento hasta la muerte, desde ahora reniego de toda paternal obligación contigo. Rotos quedan los vínculos de la sangre, y como extraña a mi corazón y en mi vida abomino de ti por siempre. El bárbaro escita y el que despedaza a sus hijos para devorarlos, antes hallarán acogida y piedad en mi regazo que tú la que fue mi hija!
¡Oh, Rey bueno!
Silencio, Kent. No te interpongas entre el dragón y su presa. Era la más querida; en su cariño esperaba el descanso de mi vejez. ¡Aléjate de aquí! Evita mi presencia. ¡No hallen reposo mis huesos en la tumba si no pudiera arrancarte de mi corazón! Llamen al de Francia. ¿No irá nadie? Llamen al de Borgoña. El de Cornualles y el de Albania, colmen el dote de mis dos hijas con esta tercera parte. Ella puede casarse con su orgullo, al que llama sinceridad. Investidos quedan de la soberanía con todas las preemiencias y atribuciones pertinentes a la realeza. Con debida alternación viviré durante un mes con cada uno de ustedes, obligándolos a sustentar cien nobles a mi servicio. Sólo el título real me reservo con todos sus honores. Cargas, tributos y demás emolumentos, todo es suyo. Quede confirmado con partir entre los dos esta corona.
Rey Lear: te he respetado como a un rey, te he amado como a un padre, te he obedecido como a un amo y hasta llegué a invocarte en mis plegarias como a un dios protector ...
¡La ballesta vibra, no afrontes sus dardos!
Dispáralos todos, aunque vengan a clavarse en mi corazóN. Falte Kent al respeto cuando a Lear le falta el juicio. ¿Qué has hecho, anciano? ¿Piensas que mi obligación es callar cobarde cuando el poderoso se rinde a la lisonja? El honor ordena hablar con rudeza cuando la majestad desvaría. Vuelve en tu juicio y enmienda con cordura tu horrible insensatez. Con mi vida te respondo de mi verdad. Tu hija menor no es la que menos te ama. Señal de no estar vacio el corazón cuando las palabras salen de él apagadas, no huecamente retumbantes.
¡Kent, basta ya, por tu vida!
¡Mi vida! Dispuesto estuve a jugármela siempre contra tus enemigos, y no temí nunca perderla si era en servicio tuyo.
No quiero verte.
No, abre los ojos, y no importa que sea yo el blanco de tus iras.
¡Por Apolo! ...
¡Por Apolo!, Rey: No jures en vano por los dioses.
¡Oh, vasallo perjuro!
¡Detente, señor!
¡Hiere! Pero hicieras mejor en matar a tu médico y aplicar su paga a tu curación. Vuelve en ti, o mientras quede un aliento en mi garganta será para clamar contra el mal que hiciste.
Escucha, renegado; por ley de vasallaje has de escucharme. Has intentado que yo quebrantara un juramento, temeridad a que nunca fuera yo osado, y con desconsiderada arrogancia pretendes oponerte a la obediencia debida a mis mandatos. Mal se aviene a mi temple y desde este sitial el consentirlo. Yo haré bueno que aún tengo autoridad para recompensarte como mereces. Cinco días te concedo para proveerte de lo más necesario a evitarte una vida miserable. Al sexto día volverás tu execrable espalda a nuestro reino. Y si al décimo día tu proscrita persona es hallada en mis dominios, en aquel instante es tu muerte. ¡Aparta, por Júpiter! Es sin remisión mi sentencia.
Adiós, Rey, puesto que así procedes, la libertad está lejos de aquí; aquí sería el destierro. (A Cordelia). Virgen: los dioses te protejan. (A Gonerila y a Regania). Y sus prolijos encarecimientos sean confirmados por sus obras. Las buenas acciones han de florecer de las buenas palabras. De esta suerte, Kent ¡oh Príncipes!, se despide de todos. Llevaré mi vieja vida a nuevas tierras. (Trompetas. Entran el Conde de Glóster con el Rey de Francia, el Duque de Borgoña y acompañamiento).
Señor: mira aquí al de Francia y al de Borgoña.
Señor de Borgoña: a ti me dirijo primero. Rival eres de este Rey por amor a nuestra hija. ¿Qué pedirías en dote, por lo menos, de no renunciar a tus pretensiones?
Soberana majestad: yo sólo pido lo que me ofreciste; ni tu amor permitiría menos.
Muy noble Borgoña: tan alto la tasaba mi cariño; pero ha desmerecido mucho. Mírala aquí. Si algo de su poca aparente persona o su persona toda, con mi aborrecimiento por todo ajuar, puede contentar a tu nobleza, ahí la tienes, tómala.
No acierto a responderte.
Con los males, que son todo su patrimonio;
recién adoptada por mi odio; con mi maldición por dote, y extrañada por mi juramento, ¿la aceptarás o renuncias a ella?
Perdóname, señor; mas de ese modo nadie la aceptaría.
Déjala, entonces, pues, por la omnipotencia que me dio vida, te dije ya todo su valor. (Al Rey de Francia). En cuanto a ti, Rey poderoso, no quisiera malograr el amor que te tengo con unirte a lo que odio. Por tanto, yo te suplico que busques a tu amor más digno empleo que esta malvada, de quien la misma naturaleza se avergüenza al tenerla por suya.
¡Mucho me espanta! La que era hasta hoy tu mejor presea, asunto de tus alabanzas, bálsamo de consuelo en tu ancianidad, la predilecta, la mejor, la más amada, ¿ha podido en tan breve tiempo cometer acción tan monstruosa, para deslucir así todas sus gracias? Preciso es que la culpa sea monstruosidad fuera de la naturaleza, o tu manifiesta adoración de antes era sólo aparente, pues hallar en ella acción culpable, es creencia que mi razón no admite si algún prodigio no viene a convencerme.
Yo suplico a su Majestad, ya que desconozco el untuoso estilo artificioso de prometer lo que no he de cumplir, cuando, muy al contrario, lo que bien me propongo sé cumplir sin decirlo, hagas saber que no ha sido viciosa inclinación, ni homicidio, ni liviandad, ni acción deshonesta, ni paso deshonroso, lo que me priva de tu gracia y de tus mercedes, sino el carecer sólo, carencia que me enriquece, de un mirar persuasivo y de un
lenguaje que más quiero ignorar aunque por ignorarlo haya perdido tu cariño.
¡Nunca nacieras si no habías de quererme mejor!
¿Y es eso todo? Cortedad natural que tantas veces suspende en el mejor punto nuestro mejor propósito. Señor de Borgoña: ¿qué dirás a esta dama? No es el amor amor, cuando atiende a lo que no es su esencia. ¿La quieres por esposa? Ella es su dote.
Rey Lear: dale lo que tenías prometido, y será, por mi mano, Duquesa de Borgoña.
Nada tendrá. Lo he jurado. Firme es el juramento.
Deploro, entonces, que, como perdiste padre, pierdas un esposo.
¡Vaya en paz el de Borgoña si es amor de ganancia el suyo! No seré yo su esposa.
Hermosa Cordelia, más enriquecida cuando te empobrecen, más ensalzada cuando te deprimen y más amada cuando te odian: mía serás con tus virtüdes. Por ley me pertenece lo que todos abandonaron. ¡Oh, dioses! ¿No es extraño que lo que juzgas frialdad y despego encienda el más ardiente amor? Tu hija desheredada, la que echaste al azar de mi suerte, será mi Reina y de todos los míos y de mi hermosa Francia. Todos los duques de la pantanosa Borgoña no podrían comprar esta inapreciable virtud tan despreciada. Diles adiós, Cordelia, aunque fueron crueles contigo. Sí algo has perdido aquí, más has ganado.
¿Así la quieres, Rey de Francia? Tuya sea. Yo no tengo tal hija, ni mis ojos han de volver a verla. Así, pues, partan sin mi despedida, sin mi cariño, sin mi bendición. Ven, noble Borgoña. (Trompetas. Salen todos menos el Rey de Francia, Gonerila, Regania y Cordelia).
Despídete de tus hermanas.
Tesoro de mi padre, con lágrimas en los ojos me despido de ustedes. Bien las conozco; pero soy su hermana y no seré yo quien dé su verdadero nombre a sus defectos. Compórtense bien con nuestro padre. A su acrisolado corazón le confío. Pero ¡ay!, si en su gracia estuviera, mejor lugar le desearía. Adiós, hermanas.
No pretendas mostrarnos nuestras obligaciones.
Aprende antes cómo agradar al esposo que te acogió como al pordiosero a quien se da una limosna. Faltaste a la obediencia; bien has ganado lo que has perdido.
Con el tiempo se descubre lo que sabe ocultar la embozada astucia. El que encubre defectos un día al fin los ve descubiertos para vergonzoso escarnio. Sea próspera su suerte.
Vamos, Cordelia hermosa. (Se van el Rey de Francia Y Cordelia).
Hermana: mucho tenemos en qué entender que a las dos interesa. Según creo, nuestro padre partirá esta noche.
De seguro. Irá con ustedes; con nosotros vendrá al mes siguiente.