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Carta desde Madrid

Sergio Hernández


Madrid, 1º de diciembre de 2001.

Querido Agustín:

El otro día alguien me dijo que un buscador en internet era una maravilla. Hacia un tiempo que quería contactar contigo, así que metí tu nombre y me salieron varias webs. Entre ellas una página que anunciaba El hombre que volvió de la chingada que, desde luego, abrí rápidamente.

Arranca sonando una guitarra lamentosa que toca la rola La casa del sol naciente, se ve luego una foto tuya, por cierto con una infame camisa, y me doy de bruces con un texto de Omar en el que menciona tu tumba. No entiendo, no quiero entender, vuelvo a leer y leer hasta que me doy cuenta de lo ocurrido. La última vez que estuve en México Miguel Ángel me contó algo pero no comprendí que fuera así.

Sentí un mazazo. Me empezaron a salir los recuerdos.

No lo puedo evitar. Hago un repaso de lo que yo vi y aprendí de ti.

Te conocí en una reunión en casa de Rodolfo Suárez. Cuando entré al partido, José Ramón Enríquez me dijo que fuera a esa reunión para conocer a un grupo de chambeadores, puesto así entrecomillado, pues les tenían cierto desprecio por no ocuparse sólo de tirar rollos. Para sorpresa mía encontré gente sensible, como tú, con la que coincidía bastante y con quienes se podían hacer cosas. Era la campaña del 82, o algo así, lo que recuerdo bien es que nuestro candidato era Jaime Avilés. El grupo se llamaba Efraín Huerta y lo formaba gente a la que no le importaba ensuciarse las manos pintando bardas, lo mismo hacía trabajo político en los barrios, vender el periódico, hacer tortas en los festivales de oposición, organizar actos políticos, escribir, publicar, etc.

El día de las elecciones, de tanto ir y venir de casilla en casilla, se me estaba pasando votar. Dimos una última vuelta y vimos otra casilla. Era tarde, así que como eras el representante legal, recordando tu sombrío pasado: ser abogado, te pedí que me acompañaras a esa casilla para argumentar que siendo representante del partido podía votar en un lugar distinto al que me correspondía. Tú sacaste pecho, abriste el librito de la ley electoral y sin decir agua va le soltaste al presidente de la casilla que en cumplimiento de la ley tal, yo podía votar ahí. Ellos se sorprendieron por tu rotundidad y me dieron las boletas sin rechistar. Al salir no aguanté mucho y soltando carcajadas tuve que confesarte que nos habíamos equivocado de casilla, que esa estaba fuera del distrito electoral. En resumen, no voté por nuestro candidato.

Vinieron tiempos de torear mapaches. No de los de ahora. Había nombres célebres que cayeron con sus huestes en la Delegación Benito Juárez. Recuerdo muy claramente una asamblea en la que les pusiste un 4 y cayeron como condenados. Pediste, con cara de inocencia, que se definiera lo que se entendía por cultura mexicana. Hubo una carcajada maligna de los mapaches. Uno, que no sé si era mapache o quería quedar bien con ellos, respondió con una voz que podía usarse para explicarle cosas a disminuidos dícese de la cultura del pueblo mexicano. Ellos llevaban la asamblea, así que querían pasar a otro punto. Volviste a pedir la palabra y de manera fastidiosa te la concedieron. Y les sorrajaste que hasta en esas cosas el PRI nos llevaba la delantera pues en un foro de discusión sobre el tema de la cultura montado por ellos, habían salido muchísimas cosas más que la respuesta de aquel desafortunado. No te aplaudimos a rabiar para no hacer más grande la grieta, pero nos quedamos con las ganas.

Para las siguientes elecciones fuiste nuestro candidato con Anthar López como suplente. Fue una época en la que desplegamos una creatividad tremenda. No ganaste, cierto es, pero logramos movernos con escasos recursos. La experiencia parece que te gustó, pues repetiste de candidato en varias elecciones más. Lo malo que siempre perdiendo. Decías que te ibas a especializar en ser candidato.

Recuerdo especialmente una reunión dolorosa en tu casa. Fue en la que Carlos y Martí nos anunciaron que se iban con Gascón. Pareciera que nosotros teníamos la culpa de lo malo que ocurría en el partido. Muchos años después lo hablé con Carlos y él no se había percatado de que habían elegido una desafortunada manera de irse.

Después me fui de México. Al volver nos veíamos con gusto, no sólo como compañeros de organización, sino como amigos. Pasé de Nicaragua a Madrid sin apenas darme cuenta. Un día me escribiste diciendo que venías de visita. No lo creí pero lo cumpliste. Y anduvimos por esas añosas calles de Madrid y Toledo. Por cierto que compraste un par de videos aburridos para turistas sobre la catedral de Toledo. Dijiste que te servían para tus clases. Yo me compadecía de los pobres alumnos.

Una semana te fuiste a Marruecos y volviste con una chilaba. No sé si la usaste más de una vez pero te veías gracioso con ella puesta. Otra semana nos fuimos a Portugal en coche. Recorrimos carreteras interiores, tú siempre deteniendo mi tendencia a la parranda. Aunque, eso sí, nos emborrachamos en las visitas a las bodegas de Oporto.

Del viaje a Portugal me voy a permitir hacer una confesión. En la ruta elegida para seguir en tierras lusitanas, no estaba contemplada la visita a un lugar de peregrinaje de gran importancia llamado Fátima. Sin embargo, al ver que la Biblioteca Coimbra estaba cerrada nos quedó un hueco y decidimos visitar aquel paraíso de la sociología instantánea, de rabioso anticomunismo, de fanatismo contemporáneo. Y no nos pasó nada. Ni nos convertimos, ni nos echaron del partido.

Al volver a Madrid seguimos andándolo. Un domingo fuimos al Rastro, especie de Lagunilla. Cerca de ahí, al llegar a la plaza de Tirso de Molina viste el letrero de la CNT. Con una sonrisa socarrona dijiste que si Omar pudiera ver aquello seguramente tendría un orgasmo y te fuiste feliz a comprarle una camiseta que decía Me cago en el 5º centenario.

Unos años después intenté volver a vivir en México. Me ofreciste ayuda en León. Allá que fuimos contagiados por tu entusiasmo. Nos hospedaste en tu casa, esa que está en un edificio del centro. Bebimos café en El Hijo del Ahuizote y me reuní con las personas que me habían hecho una propuesta de trabajo. En un gesto que nos encantó, nos brindaste otra casa en una zona nueva y nos llevaste a verla. No tenía nada, salvo una alfombra nuevecita. No nos cobrarías renta. Fue una pena que no pudiera concretar nada en León.

En ese viaje diste otra muestra de tu luminosa capacidad. Una tarde, después de tomar una copa, que conste que no te gustaba mucho beber, dices que debemos irnos pues tienes una cita. Pasamos por tu casa, buscaste un libro para confirmar unos datos y nos fuimos. Nosotros, mi mujer y yo, no sabíamos a dónde íbamos. Cerca de ahí, en un centro cultural, tenían lugar una serie de conferencias sobre literatura. Al ver el programa resultó que te tocaba hablar de escritores mexicanos del siglo XIX. Nos quedamos a la conferencia y nos gustó. Casi todo lo tenías en la cabeza. Y eso lo entiendo porque llevabas muchos años dando clases, pero resultó muy amena y puedo decir que saliste a hombros.

Ya no sé si fue en esa época en la que te dio por la novela negra. Bueno, como a casi todos. Ahí nació tu personaje llamado Capi. Pero hay más. Creo que alguien de la universidad se aventuró a rodar las aventuras de tu personaje en video. Y ocurrió algo curioso: De pronto ya no eras solamente el escritor: pude ver un video en el que hacías el papel del Capi ¡y bastante bien!

O tú o Miguel Ángel me contaron aquello que hicieron Omar y tú cuando eran chavales, COGA FILMS, y prometiste que un día me enseñarías alguna de sus producciones. Cosa que nunca ocurrió.

Algo que no se me puede quedar en el tintero son tus manías. Tenías algunas cuantas. La más célebre de todas era la forma de beber la coca cola directamente de la botella, habrá que recordar que decías que esa bebida tendría que ser incluida en la canasta básica alimentaria. La comida china no te gustaba (vamos a un restaurante chino a no comer) y si uno se descuidaba no te importaba sacar el periódico para leerlo en plena comida aún delante de otros comensales. Creo que el torero Manolo Martínez ocupaba un lugar muy especial en tu santoral. A mí también me gustan los toros, pero no alcanzo a compartir aquella frase tuya: ¡Después de Manolo la nada!.

Y así podría seguir repasando historias, pero debo enviar esto.

Hace frío en Madrid. Creo que después de todo era verdad lo de ese buscador pues me ayudó a encontrarte, a comunicarme.

Releeré tus textos. Ahí podré volver a charlar contigo.


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