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Homenaje a Agustín Cortés

Carlos Montes de Oca


A pesar de haber nacido en la misma Sinarcotitlán ( el autor realiza un juego de palabras para referirse a la ciudad de León, Guanajuato, cuna que fue del movimiento sinarquista, creado en el año de 1937 ), en los cuarenta, nuestras madres amigas de la infancia, con educación católica más o menos común, nuestros padres conocidos entre sí, en la militancia política, pero en diferentes trincheras ... ¡¡¡a Agustín no lo conocí sino hasta que yo tenía 39 y él 44 !!! Un amigo periodista ya me había hablado de él, y lo leía en el periódico de vez en cuando; que había regresado a vivir a León y que debería conocerlo, me decía. Solamente de habladas y leídas. Hasta que otros amigos nos convocaron a su casa, junto con otro hijo pródigo leonés. Yo también había regresado hacía seis años, pero nomás por seis meses. Todos nos quejábamos de nuestro terruño por retrógrado, reaccionario y mocho, pero regresamos. Aquella ocasión estaban todos ellos y pretendíamos organizar - ahora se les llama ONG - un rollo sobre cultura alternativa, pero sólo logramos presentar en la Casa de la Cultura el vídeo odiséico de la Marigalante, aquella aventura que emuló a Colón, con el encontronazo de las dos culturas. No logramos continuar el proyecto porque - entre otras cosas -, ya estábamos en plena campaña presidencial y, poco tiempo después, Heberto Castillo ( Candidato presidencial del Partido Mexicano Socialista en las elecciones de 1988 ) declinaría en favor de Cuauhtémoc Cárdenas ( Candidato del Frente Democrático nacional colalisión conformada en el año de 1988 por los partidos Auténtico de la Revolución Mexicana, Popular Socialista, Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional. Al final, precisamente con la declinación del Ingeniero Heberto Castillo de su candidatura, en favor del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, a esta coalición se uniría el Partido Mexicano Socialista ), como candidato a la máxima investidura.

Los dos en el Partido Mexicano Socialista (PMS) (Partido creado entre los años de 1986 y 1987, producto de la fusión de diversos organismos políticos entre los que destacaban el Partido Socialista Unificado de México y elPartido Mexicano de los Trabajadores ) , pero yo casi acababa de regresar a la militancia, ya que entre mi placentera paternidad y algunos temores - la burra no era arisca - no regresaba a la chinga política. Sin embargo, retorné para aquél histórico 6 de julio del 88. Habíamos estado en la explanada de la Alhóndiga de Guanajuato escuchando al hijo del General ( Referencia al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del que fuera uno de los más prominentes presidentes que México ha tenido, el General Lázaro Cárdenas ), con aquél tono monótono y un tanto aburrido, lo que nos sorprendía era aquél respeto y atención con que lo escuchaba la gente. Cuando en la izquierda estábamos acostumbrados a tono vehemente y colérico. Al día siguiente, ya en León, en otra plaza histórica, la de Mártires 2 de Enero ( Referencia a la masacre ocurrida el 2 de enero de 1946 en la plaza principal de la ciudad de León, Gto., cuando una multitud fue ametrallada por la soldadezca cuando protestaba en contra de un notorio y aberrante fraude electoral en las elecciones municipales ), con Heberto, estábamos puestos como siempre: al pie del cañón. Para aquella insurgencia cívica, una compañera y yo preparamos unas cuarenta tortas para algunos representantes de casilla electoral. Nos instalamos en el cuartel pemesiano atendiendo las necesidades de la jornada, hasta que recibimos un telefonazo: ¡¡¡estaban quemando urnas en protesta por el nada presunto fraude!!! Rápido, salimos Agustín y yo en busca de un Notario, alguien cerca de la oficina, y efectivamente encontramos uno, pero no quiso inmuscuirse, arguyendo cualquier tontería. Después supimos él por qué: era un prominente miembro del partido en el poder. Pero nos arrancamos a la colonia San Juan Bosco, a la citada dirección y sólo pudimos ver a una gran cantidad de gente enojada y moviéndose de un lado para otro, alrededor del lugar de la casilla, como queriendo encontrar un responsable.

Así, nos fuimos acercando y frecuentando más. Salíamos a volantear, a hacer pintas, a vocear, reuniones por aquí, por allá ... y lo fui conociendo. Nos echamos el final del PMS y el principio del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Yo trabajaba en El Colegio del Bajío y todos los lunes dábamos conferencia de prensa, y una que otra vez cátedra a algunos periodistas llenos de prejuicios y a veces con una ignorancia supina. Con la llegada del Partido Acción Nacional (PAN)a la administración municipal se sintieron identificados, y así se reflejaban en sus notas.

Se vino la primera gira de Cuauhtémoc - marzo del 89 - por Guanajuato, y la cubrimos completamente, con su video-cámara. Llegó el verano y se fue de vacaciones, mientras nos enfrentábamos al PAN. A su regreso, ya el presidente del PRD municipal y yo teníamos unas semanas de haber salido de la cárcel porque a los panistas no les gustó nuestra forma de protestar en contra del fraude cometido en Michoacán, ya que le dimos mantenimiento a la caja protectora de la bomba de una fuente dedicada al Grillito Cantor - Cri-crí -, cosa que las autoridades consideraron como delito. Pero Agustín no se pudo escapar de vivir la represión de los panistas: al final de un concierto de rock que organizamos en la Concha Acústica del parque Hidalgo, para comemorar el 2 de octubre (¡no se olvida!), llegó la tira y arremetió contra algunos chavos, dizque que estaban drogados, por lo que les exigíamos que nos lo demostraran, si no, no tenían ninguna obligación de detenerlos. Pero cómo se nos ocurría: era pedirle peras al olmo. Otra vez nuestra ingenuidad. Después de que vimos cómo un policía golpeaba certeramente la ceja de un periodista, nos lanzamos a reclamar la agresión, pero nos repelieron a golpes y treparon a la julia, no sin antes dejarme un recuerdo en la barba, fisura en la octava costilla y varios hematomas en las piernas, y a él, a Agustín, antes de treparlo, le cortaron cartucho por la espalda y después lo gasearon. Así lo demuestra una foto. Primero me trepan a mí y al poco rato sube él, desconcertado. Momentos después empieza a quejarse de asfixia, por lo que empiezo a golpear la puerta, pidiendo un médico, pero no nos pelan. Suben a unos dos chavos más y vamos a parar a los separos policiacos, no sin antes pasar a la rutina con el médico. Ahí llegán cuatro periodistas y nos refunden a una celda de dos por cuatro metros a todos, con un policía arrestado que ya tenía rato entambado. No lo podíamos creer. No entendíamos nada. Haciéndonos conjeturas del por qué la represión. Pero para alivianarnos del drama, comenzamos la chacota, y le pedimos a una sexoservidora que estaba en la celda de enfrente que hiciera estrptis, al ritmo y melodía del Bolero de Rabel, pero Agustín seguía en el azote. No puede ser, pero qué hicimos, por qué nos dan ese trato, se lamentaba. Hasta que nos venció el sueño, mientras se oían las ratas pulular por los pasillos de las celdas y el fétido aroma a letrina nos arrullaba. Al día siguiente le robamos espacio a la nota del asesinato de Clouthier. Ese día, también, Agustín dignamente renunció al Consejo para la Cultura del Municipio.

En las asambleas o reuniones del comité del partido tenía que poner los puntos sobre las íes, y las jotas también. Tenía más tablas y una preparación intelectual más amplia que muchos de nosotros; era agudo en sus análisis y, hasta cierto punto escéptico; también se burlaba de nuestros sueños guajiros, pero de todos modos le entraba con pasión y decisión a lo que habíamos planeado. Si veía algún oportunismo o mala leche de algún compañero y este insistía en su posición, se lanzaba con todo pareciendo que llegaría hasta los golpes. Sin embargo, era sólo su apasionada entrega y decisión. En la construcción del PRD, tuvimos contacto con varias comunidades rurales y nos llamaba la atención lo significativo que era el General Lázaro Cárdenas y su esperanza en su hijo. Observábamos cómo ante la menor provocación, parecía inevitable y obligada la referencia del Tata Lázaro, como condicionamiento eskinneriano.

Cuando llegaron los panistas a la presidencia municipal, invitaron al partido a compartir la ceremonia del Grito (15 de septiembre), al que acudimos previa una deliberación, llegando a la conclusión que sí debíamos asistir. Sabía Agustín, que debíamos relacionarnos con todo mundo, hasta con ellos, en aras de ir abriendo brecha y que nos fueran conociendo, y no sólo aparecer en el periódico y en la página roja o en la primera plana. Sabía que si sólo sesionábamos y opinábamos, no pasaríamos de ser un partido-testimonio, no tendríamos mayor trascendencia. Así que siempre estaba ideando estrategias y tácticas para que fuéramos la nota y no cualquiera: de manera relevante y pertinente.

Las propuestas voluntaristas siempre eran impugnadas por él, porque sólo demostraban el deseo de lucha, pero no tenían las condiciones de lograr la eficacia esperada.

En la marcha por Los cien días por la democracia, para presionar a Salinas de Gortari a una reforma política de fondo, en la fase final, el plan era marchar alrededor del jardín principal. Cuando íbamos a él, me dice que quisiera ponerse un pasamontañas, con la idea no solo de emular a los zapatistas, sino sabiendo del impacto que eso podía tener. Inmediatamente compro su boleto y le digo que en el mercado de La Soledad los venden, y nos lanzamos a comprarlos. El se lo puso, además del calcetín en la cara, su chamarra y gorra militar, y yo mi zapatista paliacate. Así, le dimos varias vueltas a la plaza y observábamos las caras de asombro e incredulidad de la gente que se cruzaba con nosotros. De esta forma, logramos una vez más llamar la atención y robar primera plana en los periódicos.

En la última etapa de su militancia, no parecía sentirse bien anímicamente, porque era muy recurrente su obsesión por su muerte, y a veces le seguíamos el juego, pero otras, le decíamos que ya no mamara y se dejara de chingaderas. No obstante, seguía convencido de la opción militante. Vivía una depresión crónica difícil de superar.

Era noble, generoso y no rencoroso. Muy respetado por propios y ajenos, en la academia y en la política. Sabía ayudar a quien le pedía su apoyo. Hacía las cosas porque estaba convencido y con pasión, aunque a veces no lo pareciera mucho, pero era parte de su carácter. No parecía ser tímido, pero cuando fue candidato a la presidencia municipal, teníamos que empujarlo a saludar a la gente y exponer interpersonalmente su oferta política.

Más tarde, yo me fui a trabajar al gobierno del Distrito Federal, y a los pocos meses, Agustín también, pero a la Universidad Iberoamericana. Sin embargo, se tuvo que regresar por el mal que le diagnosticaron: tenía cáncer en el hígado. Lo dejé de ver y sólo le hablaba por teléfono para saber como seguía. Pero a mi regreso, pude estar cerca de él en el lecho del dolor. Aunque estaba plenamente consciente de la gravedad, se aferraba a seguir viviendo.

Con cierta frecuencia hacía referencia de su condición de hereje. Sin embargo, me llamó poderosamente la atención que tuviera colgado, arriba de su cama, un icono de un Cristo bizantino, búlgaro, y le preguntaba qué onda con eso, porque no me checaba con su herejía, pero me daba a entender que sí era creyente. Había tenido mucho tiempo, me decía, para darse cuenta que había otra vida y había qué prepararse para ello.

El día que partió, le reclamé que era muy cabrón porque dejaba un vacío difícil de llenar. Fue desesperanzador, por un momento. Parecía - por el triunfo de Fox del 2 de julio - que nos aplastaría la derecha y no tendríamos los suficientes recursos para enfrentárnosles. Y yo creo que Agustín se propuso, desde donde esté, que esto no sería posible, ya que su espíritu solidario está presente en la cantidad de yerros e incumplimientos que el Ejecutivo federal comete y - como dirían los clásicos - seguirá cometiendo.

En fin, no cabe duda que Agustín sigue siendo nuestro aliado.


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