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Lo otro
Abres los ojos, tardas en acostumbrarte a la oscuridad reinante, buscas tu muñeca izquierda y encuentras los verdes y brillantes números del reloj de pulso: las nueve treinta. Saltas de la cama e intentas reconocer el lugar - el saco yace sobre una silla, has dormido vestido - y no consigues recordar donde te encuentras.
Vas a la ventana y corres la cortina, deslavada y polvorosa, para luego levantar la persiana y dejar que el sol de verano penetre en el recinto. Te encuentras en un quinto piso y puedes observar una decorosa perspectiva de la ciudad - hay poco movimiento -, tampoco puedes reconocer la calle que se desliza en uno y otro sentido bajo la ventana desde la cual la miras transcurrir.
Frotas los ojos y buscas exprimir el recuerdo de la noche anterior sin conseguirlo; dejas entonces caer el cuerpo en un sillón que, junto a la ventana, parecía estarte esperando y es cuando lo descubres, ahí, en la cama, junto a donde pasaste la noche. Te levantas temblando y te diriges lentamente a la cama, lo examinas con cuidado sin atreverte a tocarlo, ni idea tienes de quién pueda tratarse, sólo de algo estás seguro: que llegaron juntos y que está muerto.
¿Qué hiciste el día anterior?
Bueno, eso es sencillo de explicar ... hasta cierto punto ya que llegó un momento en que todo se borró y ocurrió esto.
Por la mañana saliste de casa al despacho, luego la de rutina y a las dos de la tarde llamaste a unos clientes y juntos fueron a comer. Tomaste algunas copas pero sin llegar a emborracharte, simplemente para adquirir confianza, lo suficiente para desinhibirte.
Ella está siempre gritando que bebes demasiado, que das mal ejemplo a tus hijos. Pero ella siempre es así, siempre está regañando, si hubieras sabido eso hace diez años jamás te habrías casado, pero ya era tarde, tenías que aguantarla, además están los niños.
Pero estábamos en que comiste con unos clientes y luego regresaste a la oficina - ese espantoso tugurio en el que vas dejando la vida y poco a poco envejeces, también para olvidar eso bebías de vez en cuando -, y en un par de horas terminaste con lo que te quedaba pendiente.
Al salir pensaste en dirigirte a casa, pero aún era muy temprano y decidiste pasar antes a tomar una copa en algún bar, en cualquiera, no tenías a ese respecto preferencias específicas. Fuiste a uno, ¿a cuál? El nombre era algo que ya no estaba en la memoria; una, dos, tres copas ¿cuántas fueron? Luego entraron aquellas muchachas y junto con ese amigo ocasional - ¿quién era? - se apuntaron de inmediato.
Luego, una conversación idiota, como las que siempre surgen en estas cosas y ...
Como en otras ocasiones olvidaste que había pasado después. Te comentaban que te daba por ponerte sentimental, que hablabas de los días de escuela, de tus iniciales inquietudes intelectuales abandonadas para tomar la vida en serio, y que acababas llorando y mentándote la madre.
Quizá ocurrió eso y luego salieron y vinieron aquí, ¿a qué? Los demás no están y sientes que nunca estuvieron contigo, en este lugar que ni siquiera puedes reconocer.
Vuelves a asomarte a la ventana, ya hay un poco más de movimiento en la calle, será el mediodía, pero ahora lo único que sientes son los efectos de la borrachera. Una profunda sensación de vacío te inunda y comprendes que no es sólo el alcohol quien te la produce. Perdiste un día de trabajo y ella, en estos momentos ...
Intentas aclarar la mente y decides hacer las cosas con orden. Primero te arreglas un poco, luego sales de la habitación - el hotel no es de tan baja estafa como suponías - y caminas por un amplio pasillo hasta llegar al elevador, es automático, abajo vas a la administración, das los buenos días al amable joven que sonríe tras el mostrador y descuidadamente, para no provocar ninguna sospecha, preguntas que si tu acompañante ya salió, el joven que no estuvo durante la noche pregunta a una camarera que si lo hizo y ésta, luego de mirarte con asombro, responde que llegaste solo, que nadie te acompañaba.
Un helado presentimiento cruza tu mente y hace que imperceptiblemente te estremezcas.
Con una sonrisa idiota buscas disculpas, arguyes que estabas tan borracho que no recuerdas; el joven del mostrador y la camarera te devuelven la sonrisa con un dejo de complicidad tratando de hacerte sentir que no tiene importancia.
Con paso impreciso buscas las escaleras, definitivamente no tienes humor para subir en el elevador, quieres pensar un poco, aclarar esa idea que, desde que supiste que nadie te había acompañado, cada vez se fija más en tu cerebro.
El amplio pasillo se abre de nueva cuenta ante tus ojos, lo recorres con toda la lentitud de que eres capaz - realmente quisieras salir corriendo del hotel y olvidar todo lo que ha pasado, pero sabes que no será posible, que tendrás que enfrentar con la verdad algún día, y éste es igual a otro cualquiera.
Abres la puerta del cuarto y vas hasta la cama, aún te espera el cuerpo muerto, inmóvil; no hay salida posible, lo sabes, hace mucho tiempo que se cerró. Extiendes la mano hacia él pero prefieres antes hablar a casa ...
Te sientas en el sillón, la mesa del teléfono queda a un lado, descuelgas el auricular y marcas ... Es ella quien responde, no pretendes disculparte, escuchas pacientemente la diatriba y los sollozos, aburrido cuelgas.
Ahora ya no te importa ver el cuerpo, has adquirido la certeza de lo que se trata. Al levantarte observas la imagen que te devuelve el espejo, la imagen de ese cuerpo que día a día va aflojándose, de ese rostro cada vez más plagado de arrugas, esa imagen que te devuelve cada uno de tus movimientos y que te mira desde ese otro mundo al que desearías trasladarte porque ahí todo ocurre en forma inversa.
Vas de nuevo a la cama y recorres con la mirada aquella forma rígida, muerta, que sólo a ti corresponde. La tomas por los brazos y haciendo un leve esfuerzo te la echas a la espalda.
Sales del cuarto, abordas el elevador y te desespera la lentitud con que desciende. Te diriges al mostrador, el joven sonriente bromea sobre tu estado, pagas y te despides, algunas personas que se encuentran en el loby apenas si reparan en tu presencia.
Una vez en la calle buscas un taxi, no lo hallas a la mano y echas a andar sin importarte la carga que se balancea sobre tus hombros, la habías traído contigo durante tanto tiempo que ahora, cuando la has descubierto, no parece pesar más.
Y allá vas, con tu paradoja a cuestas, con esa parte tuya asesinada, la de los sueños y las inquietudes, por esa otra que sigue moviéndose, la del título universitario y el dinero fácil. Triste paradoja que deberás continuar soportando como un constante enfrentamiento entre lo que pudiste ser y lo que ya jamás podrás dejar de ser.
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