Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPITULO VIGÉSIMO NONO. El veredicto CAPÍTULO TRIGËSIMO PRIMERO. ¡Cita de amor!Biblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO TRIGÉSIMO

En el camerino del actor



- ... Sí, señora baronesa; he dado orden de que no entre nadie ... Dése cuenta, en noche de estreno, monsieur Valgrand habría tenido demasiada gente.

Mientras prohibía el acceso al camerino del artista, delante del cual se agolpaban numerosas personas, Charlot, el viejo criado, vacilaba, reflexionaba, y, poco a poco, se dejaba invadir.

En verdad, la calidad de los visitantes le impresionaba. Eran también los íntimos de su amo. Sin duda, en su favor se podía hacer una excepción a la regla. Y, dejándoles entrar, Chartot se excusaba:

- Pero la consigna no rige para usted, señora baronesa ..., ni para estos señores y para estas damas ...

Después, volviendo a su primera idea, murmuró levantando los brazos al cielo:

- ¡Es que Valgrand tiene un papel agobiante! ...

- ¡Este buen amigo! -exclamó la baronesa de Vibray, que acababa por fin de entrar en el camerino y sonreía con el aire triunfal de un general que conquista una plaza fuerte-. No queríamos, sin embargo, dejar el teatro sin estrecharle la mano.

Un joven alto, con monóculo, declaró con convicción:

- ¡Ha estado notable!

- ¿Verdad que sí, señor conde? -aprobó Charlot.

El conde de Baral dijo al criado:

- ¡Anúncienos!

Sin embargo, Charlot, después de un instante de sorpresa, explicaba con volubilidad:

- Pero no está ahí ... ¿Cómo no lo sabe? ...

Y Charlot proseguía:

- Figúrese usted que, al terminar el espectáculo, el señor ministro de Instrucción Pública le ha llamado para felicitarle. ¡Ah! Es un gran honor; es la segunda vez que le pasa esto a monsieur Valgrand ...

- ¿El ministro le recibe en este momento? -interrogó con una mueca divertida la condesa Marcelline de Baral.

Y Charlot, sinceramente emocionado, replicó:

- Sí, señora condesa; el ministro. ¡El mismo en persona!

Entre tanto, la condesa de Baral parecía hipnotizada por las fotografías que adornaban la pared; leía:

Al admirable Valgrand, una buena compañera ...

- Venga a ver, querida baronesa -llamó, dirigiéndose a madame Vibray-. Está firmado por Sarah Bernhardt ... Y este ... ¡Oh! ...

La baronesa de Vibray acudió:

- ¿Qué es?

Después de leerlo, reventó de risa.

Te abrazo, amor mío ...

Mientras tanto, la coronela Holbord prosiguió el inventario de las dedicatorias.

- ¡Y esta! -advlrtió.

En Buenos Aires, en New York, en Melboume, oigo en todas partes alabar el genio de mi amigo Valgrand ...

Después, tratando de reconocer a la artista que representaba la fotografía, repetía la coronela:

- Buenos Aires ... Melbourne ... ¿Quién es, pues, esta trotamundos?

- No puede ser más que una socia de la Comedia Francesa.

El coronel Holbord llamó a su mujer:

- Simone ... Simone ..., escucha lo que me cuenta nuestro amigo Baral. Es excesivamente curioso ...

La joven se acercó.

Por ella, el conde volvió a empezar:

- Sí, señora, usted llegó demasiado recientemente del Congo para estar al corriente de todos los acontecimientos parisinos, y para haber notado, por tanto, este detalle. Figúrese usted que Valgrand, en la comedia que acaba de crear esta noche, ha copiado exactamente la cabeza de Gurn, el asesino de lord Beltham.

- ¿Gurn? -interrogó madame Holbord, a la cual este nombre no decía nada.

- ¡Cómo! -exclamó la baronesa de Vibray, ¿no sabe usted? Pero si no se ha hablado más que del asunto Gurn-Beltham durante toda la última estación ...

- ¡Ahl, sí -dijo la coronela-. Creo haber leído eso, en efecto. ¿No se escapó el asesino?

- Exacto -interrumpió el conde de Baral-, y se le buscó durante largos meses; la Policía, como de costumbre, desesperaba de encontrarlo, cuando un día, o mejor una noche, se le descubrió, se le detuvo ... ¿Y dónde? ... Dígamelo ...

La baronesa de Vibray, deseosa de meter baza dijo a su amiga:

- ¡En casa de lady Beltham! ... ¡Sí! ... ¡En su propio hotel en Neuilly! ...

- ¡No es posible! -exclamó Simone Holbord.

Después, compasiva:

- ¡Desgraciada! ¡Ha debido sentir una emoción! ...

La condesa de Baral hizo notar:

- Lady Beltham es una mujer admirable de valor, de dignidad, de caridad cristiana. Adoraba a su marido. ¡Pues bien!, a pesar de eso, ha solicitado calurosamente el perdón para el asesino ... sin obtenerlo, por otra parte ...

Distraída de nuevo, Simone Holbord, atraída por otras cosas que observaba en el camerino, respondió evasivamente:

- ¡Es horroroso!

Había visto encima del escritorio un correo voluminoso; indiscretamente, la joven examinaba uno de los sobres:

- ¡Oh!, ¡cuántas cartas! -exclamó-. Es divertido ... Nada más que cartas de mujeres ... Debe recibir muchas declaraciones Valgrand ...

Mientras, el coronel Holbord, conversando, en un ángulo del camerino, con el conde de Baral, murmuraba:

- Lo que usted me cuenta me interesa prodigiosamente ... Pero, entonces, ¿qué pasó? ...

- Es muy sencillo -replicó el conde-. Ese miserable Gurn, al dejar a lady Beltham, fue reconocido por la Policía, aprehendido y llevado a la cárcel. El proceso se celebró ante la audiencia de lo criminal, esta primavera ú!tima, hace alrededor de un mes y medio. Todo París asistió; naturalmente, yo estaba. Es un bruto ese Gurn ..., pero un bruto extraño, difícil de definir; juró haber matado a lord Beltham a continuación de una discusión de intereses ... para robarle, en suma ... Ahora bien: se tuvo la impresión muy clara de que mentía ..., para mí, al menos ...

El coronel interrumpió:

- Pero entonces, ¿por qué cometió ese crimen?

El conde de Baral hizo un gesto vago, después, bajando la voz:

- No se sabe -sugirió-. Política, nihilismo, o, tal vez, amor. Una coincidencia, un hecho, hay, al menos, que tener en cuenta. Cuando lady Beltham volvió del Transvaal, hace alrededor de tres años, después de la guerra, en el curso de la cual, por otra parte, ella desempeñó un papel admirable, cuidando a los heridos y asistiendo a los enfermos, se encontraba precisamente en el mismo navío que llevaba a Gurn a Inglaterra. Gurn tuvo su hora de popularidad por su heroica conducta en el campo de batalla; alistado voluntario desde el principio de las operaciones, volvió con el grado de suboficial ..., la medalla ... Gurn y lady Beltham, ¿se encontraron?, ¿se conocieron? Lo cierto es que la actitud de lady Beltham durante el proceso se ha prestado, si no a las maledicencias, al menos a los comentarios ... Lady Beltham ha tenido extraños desfallecimientos en presencia del asesino, desfallecimientos que se han interpretado diversamente. Unos, han sugerido que lady Beltham se había vuelto medio loca por el dolor de haber perdido a su marido. Otros, han insinuado, al contrario, que si ella estaba loca ... era por alguien, por ese vulgar criminal. ¿Mártir o cómplice? Sí, se ha llegado a decir que lady Beltham había concedido a Gurn secretos favores.

El coronel Holbord clamó:

- ¡Quia! Esa gran dama, tan austera, tan piadosa ...

El conde de Baral esbozó un gesto vago.

- Se dicen tantas cosas ...

Después, abordando otro tema, continuó:

- Lo cierto es que todo el tiempo, querido, el caso no ha dejado de hacer ruido, la condena a muerte ha sido muy aplaudida y la causa era tan parisiense, que nuestro amigo Valgrand, sabiendo que él iba pronto a crear el papel del asesino en la Huella sangrienta, de la que acabamos de aplaudir el estreno esta noche, ha seguido minuciosamente las diversas fases del proceso Gurn, ha estudiado al hombre en detalle, se ha identificaoo literalmente con él ... ¡Ah!, la idea fue buena. ¡Y usted ha visto el éxito de emoción cuando él aparecio en escena ...

- Sí -reconoció el coronel-, es verdad, la sala exclamó: ¡Oh! ¡Oh! Yo mismo me he preguntado por qué ...

- Intente, pues -aconsejó el conde de Baral-, encontrar en una revista cualquiera el retrato de ese Gurn para comparar ... ¡Ah! Creo que está aquí Valgrand ...

Desde el fondo del pasillo, Valgrand se anunciaba, cantando porfiadamente un estribillo de ópera. El excelente trágico, cuyos cambios de fisonomía hacían vibrar a salas enteras, tenía un carácter de una alegría loca y decía frecuentemente a modo de broma que su felicidad sería representar las farsas más inverosímiles.

La baronesa de Vibray fue hacia Valgrand con las manos tendidas calurosamente.

Valgrand respondió al apretón y se esforzaba por entrar en su camerino. La baronesa de Vibray le adelantó y le dijo:

- Déjeme presentarle, monsieur Valgrand -exclamó.

Después, designando a las jóvenes que, con aire curioso, le miraban, murmuró:

- Condesa Marcelline de Baral ... Madame Holbord ...

Mientras, Valgrand, muy hombre de mundo, se inclinaba:

- Señoras, señores ...

El actor declaró:

- Excúsenme, señoras, por haberlas hecho esperar, pero estaba hablando con el ministro ...

- ¡Le felicito sinceramente! -dijo el coronel Holbord.

Valgrand continuó:

- El ministro ha estado encantador ..., de una benevolencia extraordinaria ...

Y, dirigiéndose a la baronesa de Vibray:

- Me ha hecho el honor, mi querida amiga, de ofrecerme un cigarrillo ..., una reliquia ...

- ¡Oh! Enséñenosla, señor -exclamó, muy divertida, madame Simone Holbord.

Valgrand accedió a su deseo. Después, llamando a su criado, dijo:

- Charlot ... Charlot ..., colocarás este cigarrillo en la cajita de los regalos preciosos ...

Charlot se acercó y con compunción, exclamó:

- Está muy llena ya, monsieur Valgrand ...

La baronesa de Vibray se interpuso:

- Nosotros no le molestaremos más tiempo, mi buen amigo; debe estar usted muy cansado.

Valgrand se pasó la mano por la frente:

- Extenuado ...

Después, levantando la cabeza y mirando a los que le rodeaban, preguntó:

- ¿Qué les ha parecido?

Los calificativos elogiosos, los epítetos más lisonjeros salieron espontáneamente de todas las bocas:

- ¡Perfecto! ... ¡Admirable! ... ¡ Magnífico! ...

- ¿Francamente? -interrogó Valgrand, engallándose.

Muy sincero, el coronel declaró:

- Ha alcanzado usted la cúspide del arte ...

- ¡No! ¡Veamos! ..., ¿sinceramente? -insistía el actor-. Dígamelo, como amigo ... ¿Estuve bien? ...

Entusiasmada, la baronesa de Vibray cortó la palabra a todos:

- Estuvo notable, y yo me he convencido que es imposible estar mejor ...

Los admiradores de Valgrand, agrupados alrededor de él, aprobaban.

- ¿Ustedes creen? -pedía aún el artista.

Y como adquiriese la certeza de que los elogios eran sinceros:

- ¡Ah! -exclamó-. Es que he trabajado ..., he hecho el mayor esfuerzo ... Créanme, cuando se ha empezado a ensayar (pueden preguntárselo a Charlot), la pieza no existía ...

- ¡No existía! -repetía como un eco Charlot.

- No existía -proseguía Valgrand- ni siquiera mi papel ... Era insignificante ..., vulgar ... Entonces llamé al autor aparte y le dije: Frantz, amigo, he aquí lo que es preciso hacer ... ¿La tirada del abogado? Inútil ... ¿Qué hago yo mientras él habla? ... Yo mismo lo diré, la defensa ..., mi defensa... y hará efecto ... ¿Y la escena de la cárcel? ... ¡Imagínense que había metido allí un pastor! ... Dije a Frantz: Suprime el pastor, amigo ... ¿Qué diré yo mientras él predica? ... Nada ... Es infantil ... Yo predicaré en su lugar ... Me predicaré a mí mismo ... He ahí todo ... En resumen, que no es por envanecerme ..., pero yo he hecho todo ..., y es un éxito ..., ¿eh? ...

- ¡Un triunfo! -dijo Simone Holbord.

- ¡Y grande! -dijo la baronesa de Vibray.

Pero Valgrand, que acababa de mirarse complacido en un espejo, interrumpió:

- ¿Y mi cabeza, coronel? ¿Sabe usted la historia de mi cabeza?

- Pues ... -murmuró este, indeciso.

Valgrand le cortó la palabra:

- Naturalmente ..., parece que no se hablaba más que de eso en la sala ... Estoy bastante parecido a Gurn ... ¿Qué cree usted?

Después, dirigiéndose al conde de Baral:

- ¡Vamos! Usted, que lo ha visto de cerca en el proceso.

- ¡Es sorprendente! -reconoció el joven.

- ¿Francamente? -insistía Valgrand, que añadió-: Eso me era, por otra parte, fácil; yo sé su talla ..., su tipo ..., su silueta ...

- Parece -aseguró el coronel- que es su viva imagen ...

Valgrand quería precisión en los elogios:

- ¡Sean sinceros! -pedía.

Y como el conde de Baral afirmase:

- Usted es exactamente él y no hay más que decir.

El actor prosiguió, halagado:

- Usted sabe que no busco los elogios.

Después, mientras se acariciaba maquinalmente el rostro, una idea nueva le vino.

- Y mi barba -exclamó- es verdadera. ¿Saben ustedes que me la he dejado crecer expresamente? ...

- ¡Ah!, es asombroso -sonrió Marcelline de Baral ...

Pero la baronesa de Vibray, audaz, suplicó:

- Diga, Valgrand, ¿podría dármela para un medallón?

Valgrand, confundido, quedó un instante sin responder; pero recobrando en seguida el ánimo, con un aire de profunda tristeza, se excusó:

- ¡Ay! Todavía no, señora. Estoy desolado, pero un poco más tarde ... ¡Mire, en la centésima representación!

- ¡Oh!, yo también querré -dijo Simone Holbord.

Y Valgrand, muy digno, respondió:

- ¡Os inscribiré, señora!

Mientras, el conde de Baral había mirado furtivamente el reloj.

- Amigos ..., amigos ..., se hace horriblemente tarde ..., y nuestro gran artista debe caerse de sueño.

Hubo todavía en el umbral de la puerta del camerino, a la entrada del pasillo, algunos minutos de conversación viva, animada. Se cambiaron apretones de manos, adioses, protestas de la más sincera amistad se cruzaron con los más entusiastas ¡bravos!

Después los visitantes se alejaron.

Valgrand, al fin solo, había vuelto a su camerino, del que cerró la puerta con cerrojo; después el artista fue a la butaca, confortable, baja, colocada ante la mesa de maquillaje, y se dejó caer pesadamente.
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