Indice de Fantomas de Pierre Souvestre y Marcel Allain CAPITULO VIGÉSIMO. Una taza de te CAPÍTULO VIGÉSIMO SEGUNDO. El documentoBiblioteca Virtual Antorcha

Fantomas

Pierre Souvestre y Marcel Allain

CAPÍTULO VIGÉSIMO PRIMERO

El asesino de Lord Beltham



Había pasado una media hora larga. Era casi medianoche. El rodar de los coches, a lo lejos, en este apacible barrio de Neuilly, solamente turbado a la salida de los teatros, se había atenuado.

Los ruidos del hotel habían cesado.

Lady Beltham, sin embargo, no se había acostado aún.

Medio tumbada en su poltrona cerca del hogar, la joven tendía los pies al calor de la brasa, y, tal vez, adormilábase un poco, cuando de repente se irguió.

Lady Beltham se había levantado. En pie, inquieta, temblando, había ido a la ventana. De repente se paró en seco, permaneció inmóvil en su sitio: había sonado un tiro.

Después de un segundo de emoción intensa, la joven se precipitó en el vestíbulo.

- ¡A mí! -gritó-. ¿Qué pasa?

Y pensando de repente en las jóvenes, de las que había asumido la tarea de ser su protectora, llamó con voz llena de angustia:

- ¡A mí! ¡Lisbeth! ¡Thérese! ¡Suzannah! Las puertas del pasillo se abrieron. A medio vestir, los cabellos en desorden, Thérese y Suzannah acudieron.

- ¡Oh! ¡Ese ruido! ¡Esos gritos! ¡Tengo. miedo! -balbució Thérese, desfalleciente.

Pero lady Beltham, prestando oído, observó:

- No se oye nada.

Después. notando la ausencia de Lisbeth, gritó:

- ¡Lisbeth! ¡Lisbeth!

En este momento la joven apareció; con la mirada desorbitada. la cara descompuesta.

- ¡Ah, señora! ..., ¡señora! Es abominable ... Un hombre, un ladrón .... por el jardín, en el piso bajo ... Walter lo estrangula ..., luchan ..., ¡se matan! ...

La muchacha jadeaba.

Lady Beltham la iba a interrogar, pero el intendente Silvertown, sin llamar, entró precipitadamente.

Todavía sofocado, emocionado, explicó:

- Veníamos de hacer la ronda cuando, de repente, en la sombra divisamos un hombre, un miserable, que se escondía; algún ladrón, criminal puede ser ... Le llamamos ..., se escapa. Corremos hacia él ... vamos a cogerlo ..., se resiste ..., le golpeamos ... Resumiendo: le hemos cogido y la Policía se lo llevará en seguida.

Lady Beltham había escuchado con las manos temblorosas.

- Pero ¿qué le hace creer que es un ladrón?

Aturdido, el intendente balbució:

- ¡Caramba! Estaba muy mal vestido, y después, a esa hora, en el jardín ...

Lady Beltham. con dignidad, interrogó:

- ¿Qué motivo invoca él para justificar su presencia?

- ¡Ah! -declaró el intendente-. No ha tenido tiempo de inventar. Tan pronto fue descubierto, lo apresamos ... y usted conoce, lady Beltham, la fuerza hercúlea de nuestro Walter ...

Lady Beltham prosiguió, dirigiéndose al intendente:

- Yo repruebo la brutalidad; ese hombre, ¿está gravemente herido? Espero que no. Hubiera sido preciso interrogarle antes de golpearle. Nadie, en mi casa, debe golpear, y el Evangelio dice: ¡Quien a hierro mata, a hierro muere!

El intendente permanecía cortado.

Lady Beltham, en un tono más suave, prosiguió:

- Que vayan a buscar a Walter.

Algunos instantes después, el portero de la musculatura de coloso penetró en el apartamento. Torpemente se inclinó ante su dueña.

- ¿Cómo es posible que se pueda entrar a esta hora en el hotel?

Walter, retorciendo su gorra, murmuró:

- Que vuestra gracia me perdone. Estoy estupefacto. He sorprendido a ese hombre y, como se debatía, le he golpeado. Dos criados han acudido. No le pierden de vista.

Lady Beltham preguntó:

- ¿Ha explicado su presencia?

- No ha dicho nada, o al menos ...

- ¿Qué?

- Pues bien: pretende que vuestra gracia es bien conocida por su caridad inagotable, por su extrema bondad; dice que usted es la amiga de todos los miserables, pretende ver a usted.

Con voz apenas perceptible, lady Beltham declaró:

- Le veré ...

El intendente Silvertown no pudo menos de exclamar:

- Que vuestra gracia me permita explicarle el peligro de semejante proyecto ... Sin duda, este hombre es un loco ..., ¿o puede ser esto tal vez un ardid?.. Después de haber matado a lord Beltbam, puede pertenecer al ejército del crimen ... Tenga cuidado ...

Lady Beltham miró fijamente al intendente. Lentamente respondió:

- Le veré; yo seré más piadosa que usted ... Que le traigan aquí ...

Y, como el intendente y Waller levantasen los brazos en un gesto de protesta, dijo:

- ¡Ya lo he dicho! ... ¡Obedezcan! ...

* * *

- Hable -dijo, con voz débil, lady Beltham.

Ante ella, el intendente y Walter habían llevado a un individuo con el pelo desordenado y la barba mal cuidada; parecía una sombra completamente; su rostro estaba lívido, fatigado.

El hombre, sin mirarla, murmuró sordamente:

- Hablaré delante de usted sola.

- ¿Sola? ... Entonces, ¿tiene usted alguna cosa grave que dccirme?

El individuo replicó suavemente:

- Si usted conociese a los desgraciados, señora, sabría que, dentro de su infinita angustia, no les gusta humillarse delante ...

El hombre designó al intendente y al criado; después, tras un segundo de vacilación, continuó:

- ... Delante de aquellos que no podrían comprenderle.

Lady Beltham, cuya voz poco a poco se reafirmaba, replicó:

- Yo conozco a los desgraciados; le escucharé sola.

Después, dirigiéndose a su gente, dijo:

- Retírense ...

Sobre la puerta del vestíbulo, que quedó cerrada, cayó una pesada colgadura de terciopelo. En la habitación, apenas alumbrada por una pequeña lámpara eléctrica. lady Beltham se encontró sola con el extraño individuo a quien había consentido tan fácilmente recibir a solas.

Lady Beltham. que había acompañado hasta la puerta a su gente, como para asegurarse que no volverían. echó el cerrojo que mantenía la puerta cerrada; y abalanzándose con gesto brusco hacia el individuo, que permanecía inmóvil en medio de la habitación y que silenciosamente seguía con la vista todos sus movimientos, cayó en sus brazos.

- ¡Oh, te quiero! ... ¡Te quiero! -exclamó-. ¡Gurn!, ¡mi corazón! ¡Mi locura!

Después, mirando el rostro del hombre, en cuya frente se veían algunas gotas de sangre:

- ¡Dios mío! ¡Esos brutos te han herido! ... ¡Ven! ... ¡Cuánto debes de sufrir! ... ¡Dame tus queridos ojos! ... ¡Tus labios! ... ¡Mi amor! ...

Después, inquieta:

- ¡Pero estás loco! ¿Por qué? ... ¿Por qué venir así? Hacer que te sorprendan .... que te martiricen ...

Sombríamente, Gurn confesó:

- ¡Llevaba tanto tiempo ..., tanto tiempo sin ti! ... Esta noche rondaba por los alrededores, he visto luz ..., he creído que todos dormían ..., salvo tú, naturalmente ... He venido derecho por las tapias, las verjas ..., fascinado como la mariposa por la luz ... ¡Eso es todo! ...

Con la mirada arrebatada, el pecho anhelante, lady Beltham no dejaba de estrecharse entre los brazos de su amante.

- ¡Cómo te quiero! Eres hermoso ..., valiente. ¡Oh!, sí, te pertenezco enteramente ... Pero es insensato ... Podrían detenerte sin que yo lo supiera ..., entregarte ...

Gurn murmuró:

- ¡No he reflexionado! ... ¡Quería verte en seguida!

Los dos estaban sentados en un canapé, estrechándose las manos.

Lady Beltham balbució, desatinada:

- ¡Eres la carne de mi carne, la sangre de mi sangre! ... ¡El alma de mi alma! ... No vivo más que para ti ..., tú ..., tú siempre ... ¡Tú eres todo! ...

- ¡Te quiero! -replicaba Gurn, como un eco.

Hubo un silencio. Los trágicos amantes, mirándose fijamente a los ojos, se contemplaban.

¡Qué recuerdos, qué cosas en la vida de estos dos seres tan diferentes de aspecto, tan poco semejantes y que, sin embargo, reunía el amor.

- ¡Oh! -murmuró lady Beltham-. ¡Oh, las bellas horas que hemos vivido! ...

La gran dama pensaba en la guerra del Transvaal, en el campo de batalla donde había visto por primera vez a Gurn, el sargento de artillería, todo negro de polvo ... Después pensaba en la vuelta .... cuando un poderoso steamer les llevaba a través del mar azul, hacia los contornos grises de las Islas Británicas ...

Gurn se acordaba también.

- Allá abajo, sí ... Después, en el mar inmenso, e! navío bogando hacia la patria ...

- Tú regresabas vencedor -añadió lady Beltham-, aureolado de gloria ...

- Era, después del desastre angustioso de las batallas -prosiguió Gurn-, la gran calma, el apaciguamiento ... Empezamos a conocernos ...

- Empezamos a amarnos -continuó lady Bdtham-. Después. el viaje se acaba ... Londres ... París ..., la vida febril, ficticia, amenaza nuestro amor ... Pero él es el más fuerte ... Yo soy tuya ... ¿Te acuerdas? ... Tus caricias me embriagan ... tus besos me vuelven loca. Pero acuérdate de lo que tú hiciste por mí ..., por mí ..., escucha. Ayer hizo trece meses ...

Lady Beltham quería continuar; no podía más, abatida por la emoción.

Fue Gurn quien, con su voz lenta y cálida, continuó:

- Sí; yo estaba de rodillas junto a ti, en nuestra alcoba de la calle de Levert, cuando de repente ..., un ligero ruido ..., la puerta se abre ...; él entra alocado ..., furioso ... ¡ Tu marido! Lord Beltham estaba ante nosotros ...

- Entonces -interrumpió lady Beltham, echándose al suelo, la cabeza baja, con tono de desesperación inaudito--, entonces ya no sé lo que pasó ...

- ¡Yo lo sé! -rugió Gurn, enderezándose bruscamente-. ¡Sus ojos te buscan ..., un revólver apunta a tu pecho! ... ¡Va a tirar! ... ¡Ah, yo me abalanzo! ... De un martillazo lo atonto ... ¡Después, lo estrangulo!

- Yy yo vi -dijo lady Beltham, con la voz débil, los ojos fijos, teniendo siempre en las sienes las manos de Gurn-, yo vi cómo los músculos de estas manos se tendían hacia su cuerpo, apretar la garganta ...

- Maté -suspiró Gurn, abrumado.

Mientras tanto, lady Beltham se enderezó, buscando los labios de su amante, sollozando:

- ¡Oh! ¡Gurn! ... ¡Gurn! ... ¡Mi adorado! ... ¡Mi dios! ...

Gurn no respondió, silencioso, preocupado: un pliegue se dibujaba en su frente recelosa.

- ¡Escucha! -dijo con voz dura-. Era absolutamente preciso que yo te viera esta noche; pues quién sabe si mañana ...

Lady Beltham esbozó un gesto de temor.

- La Policía me persigue, óyelo -continuó el desgraciado-. Cierto que estoy casi desconocido. Sin embargo, he estado a punto de ser cogido ...

- Dime -interrogó lady Beltham a pesar de la angustia que sentía reavivarse por los lúgubres recuerdos-: ¿crees tú que la Policía se ha dado cuenta exacta de lo que ha pasado?

- No -explicó Gurn, después de un instante de reflexión-. Han creído que yo le hahía matado de un martillazo.

- Comprendo. Es atroz -no pudo dejar de murmurar lady Beltham.

- Eso no impide que me hayan identificado ...

- ¡Oh, nos ha faltado presencia de ánimo! Era preciso disimular ... Si se hubiera podido hacer que sospecharan de algÚn otro ..., qué sé yo ..., del crimen de un asesino cualquiera ..., de Fantomas ...

Pero Gurn, estremecido, interrumpió:

- ¡No, no! ... ¡Nada de eso! ... ¡No hables de Fantomas! Además, hemos hecho lo mejor ...

Acabando su pensamiento, Gurn continuó:

- También habría que huir, cruzar el estrecho, el Océano ..., qué sé yo ... Pero ¿vendrías tú?

Lady Beltham no vaciló en responder:

- Tú sabes que yo voy contigo a todas partes en que estés o a donde vayas ... ¿Quieres mañana? Nos encontraremos donde tú sabes ... y nos pondremos de acuerdo para preparar tu fuga.

- ¿Mí ...? -interrogó Gurn con un matiz de reproche.

Pero lady Beltham, comprendiendo, rectificó:

- ¡Nuestra fuga! ...

Gurn sonrió; parecía tranquilizado.

- Eso es -dijo.

De repente, arrancándose al abrazo que ella misma eternizaba, lady Beltham murmuró, con voz imperceptible:

- Hasta mañana.

Fue hasta la puerta del vestíbulo y descorrió suavemente el cerrojo; después, volvió, apretó el botón del timbre colocado junto a la chimenea.

Walter, el portero. se presentó.

Digna, lady Beltham ordenó:

- Acompañe a este hombre hasta la puerta del hotel, y que no se le haga ningún daño ... Está libre ...

Sin una palabra, sin un gesto, sin una mirada, Gurn salió; detrás de él, Walter, obedeciendo las órdenes.

Lady Beltham, sola de nuevo en el gran hall, esperó ansiosa que el ruido de la verja del parque se cerrase tras Gurn ...

Lady Beltham, rota por las emociones que acababa de vivir, se había acercado al canapé donde hacía unos momentos había cubierto a Gurn de sus besos apasionados. Escuchaba en silencio cuando, de repente, sonaron ruidos: ruidos como, una hora antes había escuchado ..., ruidos a los cuales sucedieron imprecaciones.

- ¡Es él! -decían-. ¡Detenedle! ... ¡Ya lo tengo! ... ¡A usted!

- ¡Señor inspector, por aquí! ... ¡El asesino! ... ¡Sí. es é! ..., es Gurn ... es, seguro, Gurn! ...

Desfalleciendo sobre el canapé, lady Beltham, más pálida que una muerta, balbució:

- ¡Ah. Dios mío! ... ¡Dios mío! ... ¿Qué le pasa?

Pero mientras que en el jardín el alboroto parecía cesar, resonaban voces en el pasillo.

Silvertown gritaba:

- ¡Gurn ..., detenido! ... ¡El asesino de lord Beltham detenido! ... ¡Aquí mismo! ...

Se oyó a Lisbeth interrogar, ansiosa, aterrada:

- ¿Pero lady Beltham? ... ¡Señor! Ha podido ser asesinada también ...

La puerta del vestíbulo se abrió bruscamente, y Lisbeth, viendo a lady Beltham muy blanca, erguida, en pie ante lo largo del canapé, exclamó:

- ¡Ah, lady Beltham! ... ¡Viva! ¡Sí! ...

Thérese y Suzannah se echaron a los pies de lady Beltham, llorando con ardientes lágrimas.

Pero lady Beltham, la mirada dura, apartando con un gesto a las jóvenes, se adelantó hasta la ventana.

En el parque, a lo lejos, se oía la voz de Gurn.

El amante de lady Beltham gritaba:

- ¡Me han cogido! ... ¡Me han cogido! ...

El sonido de las atroces palabras sonaba aún en los oídos de lady Beltham cuando el intendente Silvertown hizo irrupción en la habitación, con el rostro radiante:

- ¡Ah!, yo no dudaba -explicaba con volubilidad-. ¡El era el monstruo! ... A pesar de la barba, he reconocido sus rasgos ... He prevenido a la Policía ... Por otra parte, está vigilada desde hace dos días ... Un inspector de la Sûreté siguió a Gurn ... Cuando él salía, yo lo he señalado ...

Aterrada, lady Beltham miraba al intendente.

- ¿Y qué? -interrogó ella, pronta a desfallecer.

- Yo lo he señalado a la Policía, y gracias a mí, lady Beltham, Gurn, el asesino, ha sido detenido ...

Lady Beltham miró un instante aún al hombre que acababa de anunciarle la horrible noticia. Quiso balbucir alguna cosa. De repente cayó rígida, desvanecida.

Las jóvenes y el intendente se precipitaron a prodigarle toda clase de cuidados.

En ese momento, por la puerta entreabierta se perfiló la figura de Juve.

- ¿Se puede pasar? -preguntó.
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